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Tarde-noche de sábado en el campus (o sea, por donde los colegios mayores, los de arriba de los curas, los de abajo del movimiento) y hora de hacer la prospección por las farolas (donde cuartillas rotuladas a mano exhibían la cartelera del finde (entonces era fin de semana y nos entendíamos igual). Viendo lo visto, que era casi todo, nos decidimos por una curiosidad, una excepción dentro de la habitual revisión del cine comercial-de-calidad que solía repetirse hasta hacer añicos las bobinas. Una peli italiana de los años cincuenta cuyo autor, de cuyo nombre no puedo acordarme, quizás Alessandro Blasetti, no figuraba en la lista de los neorrealistas, y al que mas bien asociaría ahora con una de las actuales marcas gallegas de ropa china con nombre italiano. “Cuatro pasos en las nubes” era la peli.
A falta de otra, y después de agotado el capitulo de cafeterías de Moncloa sin conseguir el fantástico (siempre pensé que perteneció al reino de la fantasía) ligue sabatino, nos sentamos resignados a lo que nos echen, y me admiro de que a los cinco minutos estoy enganchado (siempre que comienza la proyección se cambia a primera persona, no sé si se han dado cuenta.) en una divertida historia con la guapísima, que no maggiorate, Adriana Benetti que me hace sentarme junto a ella en el autobús de la primera secuencia, cuando de pronto, demasiado pronto para ser una pifia del proyeccionista, la pantalla se llena de luz blanca, se encienden las luces de la sala, y aparece sobre el centro del proscenio (una raquítica escalera de madera a punto de periclitar) el supuesto responsable del cineclub.
- Como casi todos sabéis-(yo era el casi, sin duda alguna)- vamos a proyectar “Viridiana” . – Y remató con toda la profesionalidad del agitador clandestino:
- Si alguno quiere que le devuelvan la entrada, que lo diga. Y si hay algún secreta entre la audiencia, que levante la mano. Así nos ahorramos quedarnos con la película a medias.
No hubo manos, y así pude ver la mas prohibida de las obras de D. Luís Buñuel, años después de haber visto desde el agujero del apuntador, en el cine del colegio, como los frailes se refocilaban obscenamente durante una proyección privada (eso creían ellos) de la autorizada Belle de Jour que, puestos a prohibir por la cosa del sexto mandamiento que era el que mandaba, porque sobre el quinto nadie quería saber nada, era muchísimo mas perniciosa. Ironías del censor.
La copia, en dieciséis milímetros, era un préstamo personal del productor, J.A.Bardem, y prácticamente era todo lo que le quedaba de su ruinosa inversión en aquella gloria del cine español.
Realmente la estupidez de la etiqueta de prohibición politica, aquí no era solo religiosa, desvirtuó por completo la correcta valoración, y por tanto el disfrute, de Viridiana. Estaba yo atento a buscar aquel pasaje, aquella escena, o aquel plano que pusiese en solfa las sagradas escrituras o los principios fundamentales del movimiento, y la verdad es que no vi nada digno de confesión. Quizás la parodia de un cuadro de Leonardo, o las intenciones libidinosas , y tan antiguas como la humanidad, de Fernando Rey sobre su sobrina Silvia Pinal, fuesen las responsables.
A lo peor era solo la firma de Buñuel la que convertía en pecado todos sus personajes. Lo cierto es que me dejó un tanto indiferente. Y tuvieron que pasar varios eones y otras tantas proyecciones, en absoluta legalidad, uno es cumplidor con la vigente, para que pudiese deleitarme con la historia. Ni que decir tiene que la imagen que queda en la memoria es la del final, demoledor, impuesto por la censura que, en principio aprobó el guión si se cortaba la escena final propuesta, en la que Silvia Pinal entraba en el cuarto de Francisco Rabal, cerrando la puerta tras ella, y en su lugar se aceptaba la alternativa que resultó ser mucho mas divertida y pecaminosa. Silvia acepta sentarse a jugar a las cartas, junto a la amante de Paco, Margarita Lozano, bellísima e infravalorada actriz, y junto a Paco que, mirándola a los ojos, y esbozando una pícara sonrisa, le dice:
-Esto va a ser un tute de tres- (o algo así).
A Silvia Pinal, aparte de su insistencia, y la de su marido el productor mejicano que no dudó en arruinarse bajo la batuta de Buñuel, le debemos muchas mas cosas. Entre las que no está por demás mencionar la aparición sosegada y mayestática de su seno izquierdo, ¿o era el derecho? en su diabólica intervención, cierto que con barba y bigote, en las tentaciones de Simón, el estilita (que no estilista) del desierto, durante los ciclos de madrugada en la segunda cadena, en vida de.
Pero es que además de magnifica actriz, era un autentico icono de belleza latina.
Como muestra les remito al cartel del encabezado. Y no pienso decir cual de las tres es Silvia.
El que quiera saberlo, el que quiera verla en todo su esplendor, que acuda al festival de Malaga, dentro de unos días, donde va a ser homenajeada con justicia.
Es a ella a quien quería yo dedicar estas líneas.
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P.D.- La deuda con la pelicula de Blasetti sigue en pié. Como le debia una explicación, se la he dado, como habría hecho el alcalde de Villa del Rio. Ahora solo me queda terminar de verla.
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