domingo, 24 de enero de 2010

POTEMKIN


---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Potemkin.-(Y las "Aldeas felices").

“La película”. Como dicen para diferenciarla de la novela que inspiró el guión. Ambas, película y novela, suelen ser la misma papilla predigerida que se sirve como alimento universal en la seguridad de que calmará el hambre colectiva, al menos hambre de entretenimiento.
Luego lo llamaron arte, y mas tarde se reunieron los sumos sacerdotes y eligieron las diez mejores, como los mandamientos diez. Esto fue en Paris creo, y a finales de los años cincuenta. Después no hubo asociación, cineclub o medio de comunicación que no elaborase una lista de sus “mejores” de la “historia”, con criterios, tan respetables como el de los sabios de Sión que vimos antes. Tan falsos y pueriles como los protocolos antisemitas de Sión o como el plebiscito sobre la bondad o maldad de cualquier obra cinematográfica.
En la lista inicial, cuya vigencia fue de unos treinta años, mas o menos, hubo títulos como “Der blau angel”, El Angel Azul, que inmediatamente perdieron la gloria celestial para caer al inframundo, cosa que han hecho los ángeles azules desde siempre, mientras otras mantuvieron el tipo entre las cuatro o cinco primeras. Jean Renoir, indiscutible con “Las reglas del juego” y “La gran ilusión”, y neorrealistas como Rai u Ozu, que en aquellos años enseñaban desde el lejano oriente como crear y extender una corriente cultural, una etiqueta al fin y al cabo, a los europeos, teóricos de la cosa. Hubo algunas que, inexplicablemente, gozaban, e incluso siguen gozando de una injustificada reputación, véase “Ciudadano Kane” donde el artificio, el truco y la prestidigitación lo es todo, o casi.
Pero siempre, a la cabeza estaba la misma. “El Acorazado Potemkim”, cuyo merito marginal y posiblemente el que mejor argumentase tal honor, fuese el representar un movimiento político y social que por entonces era la esperanza de la humanidad, mas exactamente de media humanidad, -que por cierto no andaba muy encaminada a la vista de los resultados-, aunque en el terreno este de las esperanzas, de las grandes esperanzas, ya hemos visto que queda mucho por decir.
Para nosotros era simplemente una película prohibida, y por tanto mítica. Suponíamos que estaba prohibida precisamente por eso, por ser la mejor película de todos los tiempos, razón mas que suficiente para que se nos prohibieran tantas cosas. Luego nos fuimos enterando de que su autor Eisenstein, que confundíamos con el Einstein de la pizarra y las formulas ininteligibles, era ruso como la película, ¡Oh La La! Y que representaba esa obra, nada menos que la génesis de la revolución, la versión en imágenes del manifiesto comunista, o algo que, en todo caso podría hacernos dudar de nuestro destino en lo universal, que era entonces lo que se llevaba.
Cuando pudimos verla, veinte años después, cuando pasó a ser regalada en el quiosco junto a los suplementos dominicales, no pudimos terminarla. Y no por su duración, que es mas bien prudente en ese aspecto, o por el exagerado brillo de sus secuencias, primigenias de la cinematografía mundial, sino porque el panfleto ya no estaba de moda. Ya habíamos visto, y leído, e incluso crecido, y ya preferíamos aquellas obras que nos hicieran pensar, sobre otras que habían excluido lo mas divertido de la actividad mental, el discernir quienes son los buenos y quienes los malos, e incluso ir un poco mas lejos y cuestionarse si la bondad, y la maldad, existen realmente. Por tanto, y salvo en el cine infantil que, prácticamente monopoliza la cartelera para adultos hasta nuestros días, nunca podremos prestar interés artístico a un folleto, o a un cartel de propaganda, sin menospreciar la utilidad que pueda haber tenido en su momento y para el fin que fue concebido, cuando prime en su contenido la maldición o el anatema, o cuando nos ofrezcan el irreal final feliz en el que los “malos” siempre pierden.
¿Obra menor, por tanto? ¿Iconoclastia reincidente?. Es posible.

Era, y es, cine histórico, y como la novela histórica, adolece en primer lugar del desconocimiento, llamémoslo incultura, del espectador-lector, sobre la época en cuestión, y del interés sobre el gusto de estos, del control de la taquilla- cajero sobre las expectativas del negocio, o de la intencionalidad didáctica, propagandística del productor de la obra, en este caso del emperador.
Del realismo, de la credibilidad y de la trascendencia de algunas escenas, basta con citar al crítico de cine Roger Ebert «no existió la masacre zarista en las escaleras de Odessa... es irónico que [Eisenstein] lo haya hecho tan bien que en la actualidad muchos creen que en realidad ocurrió» .
Lejos de que parezca anticomunista, anti cinéfila, ni antinada la reflexión anterior. Que no lo es en absoluto. “Si no todo lo contrario”, como diría Castro. Me quedo con el pie, con la nota final que necesitaba para continuar con la siguiente. Ese de que “muchos creen que en realidad ocurrió”.
De hecho Potemkim no era solo el nombre de una película, ni de un acorazado ruso, al menos no era solo eso. Ambos lo habían tomado del mariscal duque Grigori Alexandrovich Potemkin, que además de ser un hombre de estado en la corte de Catalina la Grande, y amante de esta, ha pasado a la historia por ser el creador del “Pueblo Potemkin” o “Aldeas felices” con las que amenazaba yo un par de paginas atrás.
Algo se define como Pueblo de Potemkin cuando se quiere describir una cosa muy bien presentada para disimular su desastroso estado real. A primera vista parece muy bien acabado y deja a todos impresionados, sin embargo le falta la sustancia principal.
Antes de una visita de su soberana, Potemkin, el favorito, hizo edificar bastidores/fachadas pintadas a lo largo de la ruta de Catalina la Grande, para presentar pueblos idílicos en la recién conquistada Crimea, pero para encubrir la verdadera situación catastrófica de la región.
Potemkin mostraba desde lo alto de una colina a la zarina una aldea de nueva construcción en la que supuestamente vivía gente. El pueblo visto desde cierta distancia tenía un aspecto idílico e impecable. El verlo desde la lejanía se hacía para que la zarina no se mezclara con la gente o también por cuestiones de seguridad. La realidad era que el supuesto pueblo no era más que un bastidor (como los que se emplean en la filmación de muchas películas), nada se había hecho para las gentes del pueblo, que además vivían en la más completa miseria.
Así pues, durante la visita de Catalina la Grande, recorrieron varios de estos pueblos de ficción, que además siempre era el mismo, pues al terminar la visita el pueblo ficticio era desmontado y se volvía a montar en otro emplazamiento distinto que sería visitado después.
La zarina regresó engañada ¿? y convencida de que se estaban haciendo políticas correctas para llevar bienestar a su pueblo.
Eso al menos es lo que dicen en Wikipedia. Igualmente dicen que este asunto pertenece mas bien a la leyenda , aunque Kapuscinski, y Vasily Grossman, y por tanto un servidor, seamos libres de pensar que no es que la historia pudo ser, o fue, real, sino que sigue siéndolo doscientos cincuenta años después, mas o menos.
¿Ustedes que opinan?. ¿Fantasía o realidad?.
Se admiten digresiones, reflexiones, e incluso adaptaciones al tiempo presente en el que Catalina seriamos todos nosotros, y Potemkim, el malvado Potemkim..


Además , con sus 160 de altura, Catalina no era tan grande como para pasar a la historia así “La Grande”. Mas bien corrientita. Y es que no puede uno fiarse. No puede ni debe bajar la guardia.
Por cierto que, el tataranieto de Catalina y su estirpe con él, acabo de la manera por todos conocida, sin que se pongan de acuerdo los historiadores sobre la influencia que sobre ello tuvo, la exacerbada credibilidad, o improbable "ingenuidad", en todo lo que veia la dama de tan alta cuna y de tan baja cama. Pero esa es de Cecilia.(Y no quiero distraer).
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Opinar es una manera de ejercer la libertad.

Archivo del blog