viernes, 8 de abril de 2011

NI FINANCIERA, NI LABORAL.-



Dicen los sabios que es la mejor librería del mundo. O al menos la mas bonita. Puedo corroborar lo segundo, limitando la elección entre las que conozco. Que tampoco son tantas.

Los expertos en arte discreparán conmigo si digo que el modernismo, y la mayoría de sus ramificaciones, no son otra cosa que la actualización del barroco, a los años de barra libre que precedieron a la gran depresión, aunque tendrán que demostrarlo con argumentos de peso.
Yo, tan solo tengo que sumergirme , tras la vidriera de la entrada, en esta joya del plateresco, o quizás rococó, conservada milagrosamente para que los librófilos – jamás he leído un biblio, lo siento- seamos conscientes de la incompatibilidad entre continente y contenido, tanto por el exceso de lo primero, como por el defecto de lo segundo. Librería Lello & Irmao en Oporto. Un nombre casi cinematográfico, que se te queda grabado.

La experiencia de encontrarte dentro de un joyero, elaborado con seda, nácar y marfil, y rodeado por robustas paredes de maderas nobles.( Desconozco cuales son las innobles, aunque el otro día tenían a la venta en el Corte Inglés unas cajas con “leña natural” , lo que confirma mi ignorancia en la cosa maderera, y la posibilidad de que exista otra leña “artificial”).
Lo cierto es que esas maderas oscuras, torneadas en volutas inverosímiles y cubiertas con el barniz mas extraordinario de todos, el generado por los millares de manos que las acariciaron durante un siglo, son la mitad de la naranja que se completa con las cristaleras, con el emplomado de los colores que tan sabiamente han combinado los portugueses entre los azules del cielo y del atlántico, que son los nuestros tambien.

Tanta belleza te asusta, te aleja de la disposición relajada del que consiente, del que está abierto a la experiencia sensorial, y por ello permanece cohibido desde los primeros segundos – Síndrome de Stendhal- solo piensas en salir de allí cuanto antes, en escapar con la idea, con la intención grabada en la consciencia de la necesidad de volver, de regresar las veces que hagan falta hasta que la familiaridad con ese entorno mágico, te permita valorarlo, y disfrutarlo.
Quizás la primera visita debería ser anunciada a los neófitos, solo como una vacuna, mas o menos dolorosa, que evitara los peligros del primer contacto, para una enfermedad ante la que no estas inmunizado. Supongo que nadie que lea estas líneas, y no haya sufrido la experiencia, comprenderá lo que intento explicar con palabras. Insuficientes.

No pude mirar ni un solo libro, ni tan siquiera los elegantes álbumes con formato A3 o superior y cubiertos con laminas imantadas, para la mirada, de papel couché. Tan solo recuerdo el cafelito servido en un rincón oportuno, donde el aroma, la familiaridad de los objetos familiares, la taza y la cucharilla, así como la amabilidad de la chica que lo dispensaba, sirvieron de árnica para mi alma en momentos tan terribles.
Luego las fotos. Reviso las instantáneas tomadas en ángulos imposibles, encuadres inviables ante formas y dimensiones totalmente incompatibles con las dos dimensiones, con las proporciones habituales hasta entonces, y compruebo que son las mismas que ya conocía antes de la visita, las que me impulsaron hacia esa experiencia, y las elimino una por una. No quiero más pesadillas que las que me proporcionan las cenas inadecuadas. Casi todas. Borro las fotos, menos una, la lucerna central que corona la cúpula, algo que me recuerda a otro templo, la Opera Garnier y la obra maestra de Chagall. Solo que en cristal. Vidrio, plomo y colores, dibujando una imagen que expresa por si sola, toda la fuerza creadora de la riqueza que había conseguido convertir en edad de oro a los amaneceres del nuevo siglo, y que a la vez anunciaba una nueva sociedad basada en el valor mas prodigioso del ser humano, el trabajo.

De pronto la bombonera empalagosa me ha advertido de que esconde algo mas que el reflejo de una moda arquitectónica de discutible acierto, de que probablemente guardó y distribuyó la riqueza cultural, el rio de conocimiento que, antes de desembocar en el Tajo, adonde todos iremos, y con él al mar, sirvió de alimento espiritual a los ciudadanos de Oporto. Supongo.

Pero lo mejor es su insistencia. El mensaje desnudo de la imágen cenital queda cubierto para las mentes que necesiten de vestuario, con el mensaje lapidario: “Decus in labore”. Cuantas veces he meditado sobre esa frase tan anacrónica. “Honor en el trabajo”.



Primero. a los trabajadores se distribuyó en sectores, primario, secundario y terciario, iniciandose el alejamiento de cada circulo desde el inicial del atalante y su martillo, del esfuerzo físico y del sudor, inevitables hasta la hegemonía del sector terciario o de servicios, en el que la cintura, y otras articulaciones del cuerpo humano podían permanecer vírgenes a lo largo de toda la vida laboral.
Para aclarar la situación comenzó a hablarse de trabajadores de “cuello blanco” aquellos que podían permitirse el regresar a sus casas con la ropa tan limpia como cuando salieron de ellas, algo impensable hasta entonces.

No obstante, se mantuvo un circulo extra, un circulo de poder en el que cierta aristocrácia laboral, asumía las funciones eternas de los que nunca, jamás a lo largo de la historia tuvieron otro trabajo que no fuese el de hacer trabajar a los demás.
Inevitable o no, esta situación no solo se mantiene hasta hoy, sino que se ve magnificada por una nube celestial que cual corifeos del circulo superior, intentan, y consiguen, alejar su trayectoria vital de todo aquello que huela, que se asemeje, o que pueda relacionarse con el trabajo.
Esta nube, es tolerada en tiempos de bonanza como insectos que, aunque diezman la cosecha, en cierto modo ayudan a polinizarla y compiten con otras especies igualmente dañinas, pero es nube que puede llegar a oscurecer el cielo, a crecer de tal modo que la luz del sol se convierta en un simple recuerdo y a impedir la reproducción e incluso la supervivencia de la clase mas necesaria e imprescindible de todas, la de los trabajadores de los tres sectores clásicos, agricultura, industria y servicios, sin los cuales la sociedad no tiene la menor posibilidad de subsistir.

Pero, clasificaciones aparte, e incluso olvidando el sentido original de la palabra, el cambio mas negativo es la demonizacion y la condena del espíritu del trabajo. El que llevemos décadas huyendo de la posibilidad de usar nuestros brazos, nuestras piernas o nuestras mentes para ponerlas al servicio de los demás. El que consideremos una victoria personal, y un triunfo social el alcanzar un nivel de vida alto, y por tanto “digno” sin haber tenido que practicar esa actividad odiosa, al parecer, a la que llamaban trabajo.

Comprendo que en un país en el que se acercan a los cinco millones, las personas sin posibilidad alguna de trabajo, a los que eufemísticamente se denomina “parados”, sea una incongruencia denunciar el hecho de que es la perdida de la virtud, del orgullo del trabajador y la emulación hasta el infinito, y más allá, de los parásitos improductivos, la que ha conducido paradójicamente a la imposibilidad de ofertar un puesto laboral al que puede quiere y necesita ejercerlo.

Pero es que no hay que ser un economista avanzado, ni un tratadista en sociología, para llegar a la conclusión de los polvos y los lodos. De la existencia de una espiral interminable de vividores que han llegado a estrangular el funcionamiento normal de un país, el que genera riqueza de forma tradicional, que sin duda no tiene nada que ver con el esquema de vivir, y bien, vendiendo el voto, al cacique que lo paga con dinero de un tercero que luego cobrará con intereses a aquellos, cada vez menos, que trabajando y contribuyendo con algo más que su voto, han permitido la generación de esta nube infernal y la persistencia de este juego nefasto.

Honor en el trabajo. Antes lo denominaba anacrónico. Ahora seria motivo de un chiste fácil, en una sociedad. en la que ser trabajador es lo mismo que ser un "pringao"; aquel que no puede ser otra cosa.

Solo que la historia, la realidad, es tozuda, y aunque la religión que identificaba el paraíso con la dictadura del proletariado haya pasado a mejor vida, no podemos olvidar que sin los que trabajan, sin nosotros, no hay futuro posible.

Quizás sea solo la nostalgia del que continua creyendo en los clásicos, pero me sigue pareciendo un lema magnífico. Decus in labore. --------------------------------------------------------------------

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