1.- Breve apunte histórico.
Invariablemente, con la firmeza que imponen las estaciones
en el paisaje y en los paisanos, el comienzo del verano estaba marcado en mi
caso, por el montón de melones apilados junto a la puerta. Una mañana determinada, un camión se desprendía, como cada año, de su verde carga
y su correspondiente melonero.
Este
hombre, sin rostro reconocido, sin nombre salvo el apodo de su oficio, forastero,
nómada en cierto modo, era una parte inseparable de su montón. Vivía, comía y
dormía junto a él, y no desaparecía, tan sigilosamente como había llegado,
hasta vender la última pieza.
Un recuerdo borroso tomado al vuelo por el escolar cuyo
reloj estaba sincronizado con el del melonero, tiraba la cartera en un rincón
al terminar el curso, coincidente con la aparición de la montaña verde bajo los soportales, e inmediatamente
la bicicleta y los amigos ocupaban toda su atención. Pero ahí está la sombra del vendedor
ambulante, junto a la báscula romana y su navaja
de calar, que eran todo su control de
calidad y su certificado de garantía.
Relación estival, sin solución de continuidad alguna.
Es más, una vez superados los tabúes vernaculares – por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche mata- junto a otros, mucho más dañinos , impuestos por la censura política y religiosa, que tanto monta, propios de esos últimos cincuenta años, nos encontramos la sorpresa agradabilísima de comprobar que no solo no mata, sino que está riquísimo a todas horas, y de muchas formas, si bien la de la tajada –prefiero dos- a la hora del postre, no parezca la más conveniente, a priori.
Es más, una vez superados los tabúes vernaculares – por la mañana es oro, por la tarde plata y por la noche mata- junto a otros, mucho más dañinos , impuestos por la censura política y religiosa, que tanto monta, propios de esos últimos cincuenta años, nos encontramos la sorpresa agradabilísima de comprobar que no solo no mata, sino que está riquísimo a todas horas, y de muchas formas, si bien la de la tajada –prefiero dos- a la hora del postre, no parezca la más conveniente, a priori.
Junto a la eliminación de los impedimentos
gastronómicos, tan solo en cantidad y horario, que tampoco había mucho más
donde pecar, fueron cayendo otros, en facetas de la vida tan importantes como
la alimenticia y que al postre, hicieron esta más agradable, liviana, y hasta
merecedora de cierto Shangri lá para optimistas irredentos, que estará, sin
duda, a la vuelta de la esquina, para ellos.
No resulta fácil, llegada la fecha actual, para un servidor,
tan nómada como el melonero de la infancia, encontrar en lugares diferentes, el
melón idóneo, tan dulce como la miel y tan prieto como una caña de lomo en
punto justo de curación, aun conservando la inolvidable navaja de calar,
albaceteña ella, y convertida en arma
blanca, según criterios policiales que creímos olvidados para siempre, y que va
a ser que no. A pesar de que una rosa siempre será una rosa, y la mía, de
negras y nacaradas cachas será siempre la de calar.
2.- El Irresistible
ascenso de Arturo Ui (Sobre textos de Bertolt Brecht que , como sabeis, son una
alegoría satírica de un personaje real).
No resulta fácil encontrar uno de los buenos, o medio bueno.
Imposible el dulcísimo de entonces, enfriado junto a las tinas de agua y cuyo
fluido vital escurría por las comisuras de nuestra boca casi adolescente.
Por ello debemos fijarnos en signos externos , algunos
todavía fiables, como el peso relativo observado en ambas manos
consecutivamente para descartar el error de paralaje, la apreciación del peso
sobre la mano derecha habituada a mayores esfuerzos y por tanto menos sensible a
la hora de usarla como balanza.
El peso y poco más, resultarán de fiar. La forma de balón de
rugby característica del de Villaconejos, aun cuando nunca habíamos visto uno,
dejó de existir junto con la variedad que la detentaba. La piel rugosa, de
sapo, tampoco es indicativa de calidad certera- El color o los círculos
concéntricos, pajizos sobre la superficie no certifican gran cosa.
Nos queda pues, desgraciadamente, la etiqueta y el precio.
El marketing y la fe, la creencia en que algo costoso es indudablemente
mejor. Poca cosa.
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Lo confieso: soy seguidor de éste tabú vernacular.
ResponderEliminarNunca como melon por la noche.....mardita edicasion franquista...
No fueron pocas las privaciones originadas en la ignorancia, y no en otra cosa. Entonces ignorancia a la fuerza y hoy autoinfligida. ¿Cual es la diferencia a la hora del resultado?
ResponderEliminarAdemás, tu y yo sabemos que el franquismo nunca existió, que fue solo un invento de unos listos para ganar las elecciones. ¿O no?.