Reivindicando los villanos
de ficción. (Los malvados reales no lo necesitan).-

Aunque el de “malo” suele ser el mejor regalo
para cualquier actor que quiera dedicar toda su vida al oficio, bien en el cine
o en televisión. Lo del teatro ya hace tiempo que pertenece a otro circuito del
entretenimiento, bastante diferente y restringido, y además aquí, salvo el rol
del “galán joven” que, gracias al traje de Armani, algunos de nuestros
clásicos han estirado indefinidamente, ejerciendo cuando ya son bisabuelos en
la vida real, el resto de los personajes tópicos queda tan desdibujado como
cambiante, de manera que los héroes sociales o revolucionarios, y los
folclóricos y religiosos -hasta santos se representaban en los escenarios- han
pasado a mejor vida.
Sin embargo los “malos” continúan siendo necesarios,
quizás como catarsis para el espectador sobre los otros malos, aquellos a los
que envidiamos por su valentía a la hora de transgredir leyes humanas y
divinas, y por la impunidad de sus
actos, que parece imbricada como séptimo velo, enagua invisible y protectora,
dentro de las sucesivas capas que les permiten flotar, cual vampiros diurnos,
por encima de sus victimas. Conste que los envidiamos por todo esto, que no por
sus principescos modus vivendi. Al fin y al cabo si la de-formación judeo
cristiana no nos hubiese hecho alérgicos
al crimen, ahora estaríamos todos, tan aburridos de los placeres que puede
proporcionar el dinero (ajeno) que nos veríamos empujados a buscar nuevos
atractivos sensoriales y, sobre todo, nuevas victimas a la hora de costearlos.
Y de estos nuevos- viejos placeres, va hoy tangencialmente el asunto.
Los malos, requetemalos, y terroríficos
personajes cinematográficos que llenaron nuestras mentes infantiles de ese
pavor animal que alejaba el sueño, e incluso llegaba a relajar los esfínteres,
esas criaturas de monstruosa ficción en su primeras aproximaciones, muñecos de
cartón y plastilina, evolucionaron, y maduraron junto al espectador, hacia
versiones más elaboradas del mal, de las que su mayor y mejor representación
estará siempre encarnada por un ser humano, que es el que al fin y al cabo ha
inventado todos los monstruos, cuanto más ficticios más útiles a la hora de
enmascarar, de ocultar al otro, al verdadero.

Si bien esos dos fantásticos y achinados malos,
son motivo de mi devoción, hay otros dignos de veneración que no deberían
pasarnos desapercibidos, salvo que queramos pecar, otra vez contra el imperio
austrohungaro, como citaba Berlanga en todas sus películas, aunque habría que
decir contra los mandamientos judeocristianos, que también nos fueron
censurados y cambiados por los los malvados judeomasónicos en la época aquella
de la dictadura anterior a esta.
Y hoy es Albert Dekker el protagonista de este
panfleto, igual que lo era en sus películas, a pesar de que el “bueno” figurase
con letras mas grandes en el cartel.

Todos los fines eran siempre perversos, pero solo en el cine, que en la vida real la historia nos demuestra que la peor de las perversiones y la mas dolorosa para la humanidad es la de justificar las tragedias provocadas, guerras inclusive, con la mejor de las intenciones, el fin que todo lo justifica. Lo de volver pequeñines a los demás era solo una inteligentísima metáfora -tanto que no nos dimos cuenta- de aquello que los nazis primero y los comunistas después, pretendían hacer con todos nosotros. Intenciones que eran frustradas siempre por la rebelión de los “buenos” de la historia ficticia, porque ya sabemos que los de la historia real no se rebelan jamás, y por supuesto no confundir nunca rebelión con revolución, palabra absolutamente proscrita entonces y ahora.

Por eso lo uso, al Cyclops, como icono en mi
dirección celestial, correo, blog, Google +, etc. con el riesgo, asumido y
aceptado, de que algunos lectores piensen que es mi foto de carnet, y que esos
lentes, hoy antediluvianos de tropecientas dioptrias, sean parte de mi habitual
fisonomía. No he querido desengañarlos. Además que, todos somos malvados a lo
largo de nuestra vida, y si hay algo realmente inalcanzable para el resto de
mortales es lograr la celebridad en el oficio, la de Albert Dekker.

El que además se enfrentase al equipo del
senador McCarty, negandose a colaborar en el asunto de quemar brujas (colegas en la maldad), y eso le
supusiera el tener que abandonar Hollywood para regresar al teatro, donde la
muerte del viajante Willy Loman no habría durado cinco años en cartel sin su
colaboración, no fue mas que la confirmación de que detrás del estereotipo
había un actor y, detrás de este, una persona.

Esas imágenes sangrientas, y todas las que hemos
visto en las películas, posiblemente no hagan sombra jamás a las del cadáver
real de Albert Dekker, cuya descripción,
nos hace imaginar hasta donde pueden llegar los desvarios de una mente
enferma, o dos, que eso nunca lo sabremos.
Buscaba el actor esos placeres ignotos de los
que hablaba al principio, y aparte de conseguir desaparecer de este valle
lagrimas, no ha conseguido que olvidemos su papel en Dr. Cyclops. Si se marchó
con gusto o tan solo buscándolo, quedará como un misterio en el mundo de las
sombras.
Puede que algunos confundan la vida con una mera
representación de aficionados y pretendan trascender el espectáculo hasta el
más allá. O bien, puede que no pretendan nada , y seamos nosotros los que
continuamos buscando el hilo conductor que nos guía a través del mundo de los
sueños. Va a ser eso.
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