Ni en el verano me dejan, las condenadas.
Esta mañana en la ducha, rocé con mis dedos a la hora de
enjabonarme, esa parte nuestra que solo permanece oculta para su propietario
vitalicio, (afortunadamente después ya no lo es, propietario, al igual que sucede con los
seguros de vida), tampoco despues suele serlo, visible, para nadie, incluso en aquellos casos en que
los feligreses, políticos y de los otros, decidan momificar la parte
inservible, la cáscara personal.
Uno que tiene cierta experiencia como observador de momias, ha constatado que suele apreciarse su rostro, o incluso la prolongación fronto-lateral de este, hasta llegar a los pies, pero jamás, ya digo, queda expuesta esa porción secreta, para él, de su anatomía.
Uno que tiene cierta experiencia como observador de momias, ha constatado que suele apreciarse su rostro, o incluso la prolongación fronto-lateral de este, hasta llegar a los pies, pero jamás, ya digo, queda expuesta esa porción secreta, para él, de su anatomía.
Aquella donde mis dedos detectaron cierta excrecencia sobre
la chepa, que era la zona en cuestión, exenta de sensibilidad, de donde deduje
que, salvo que fuesen los restos cicatriciales de alguna herida reciente, de la
que mi memoria no registraba resguardo, debía tratarse de algún adhesivo que habría
elegido el lugar para pasar desapercibido o incluso para reproducirse, mientras el
instinto guiaba mis dedos sobre su borde intentando apartarlo de la piel, igual
que los perros o los simios en los documentales mantienen los parásitos
alejados de ellos, al fin y al cabo ese amigo común con estas criaturas al que
obsequiamos con la mayor ingratitud y desprecio, el instinto, es el único que
nos conserva con vida a pesar de la obstinación con que ninguneamos sus advertencias.
La consciencia, hasta ahora en segundo plano, aparece con
cierto retraso, como casi siempre, y a la vez que reprime la fiereza con que
las uñas intentan arrancar el expósito apósito, poniendo en peligro de
derramarse el contenido que presumiblemente taponaba el parche, rememora los
eventos extraordinarios del dia anterior, entre los que figuran la intensa
sesión de prueba de camisas en la tienda de la calle mayor. Y advierte sobre la
probable benignidad del sello que, con cierta dificultad y temor he conseguido
separar de la espalda.
La conciencia consciente observa la etiqueta rescatada y los
restos recuperables de ella, la cifra, 20 Euros.
Al parecer es lo que valgo. El equivalente a una entrada, de
las baratas, para una función de teatro. Y menos mal que casi no hay teatro. Y
menos mal que estaba rebajado un servidor, tachadura en rojo sobre el precio
original, y antes de la liquidación costaba el doble, 40 Euros. Me puede el
optimista.
Sic transit gloria mundi
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