lunes, 22 de septiembre de 2014

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS... DE LIMONOV.-




               Voy ansioso a la librería, buscando el libro que me ha hecho disfrutar, vía epub, durante un par de semanas, ya que temía terminarlo y, el inevitable y ahora qué, que viene después de hacerlo, me enfrenta a su ausencia. Agotado, no reeditado, ni está ni se le espera, ni FNAC, ni la Casa del Libro, ni Amazon, ni manera de adquirir un par de ejemplares – uno para regalar y otro para poseer- y debo al fín de contentarme, feliz al disponer únicamente de su versión electrónica. Para que luego se quejen los libreros. Aunque en realidad no se quejan, que clientes no les faltan, como he podido comprobar in situ.
El título es “40 Preguntas fundamentales sobre la guerra civil española” de Stanley G. Payne, y es que, su lectura reposada, ciertamente ha dado respuestas aclaratorias a al menos media docena de tópicos, intencionadamente y falsamente mantenidos en el tiempo. Aunque se centre en la intervención extranjera, cumple sobradamente con la mayoría de las cuestiones que, todavía para muchos, permanecen en el limbo emocional más que en el de los datos recogidos por historiadores como Payne. Muy recomendable, tanto que sufro al pensar que el destino logró separarnos. (Ya estamos con el bolero).

Y, como podía ser de otra manera – si escucháis de alguien lo contrario, sospechad – volví con la tercera copia del laberinto de Cortázar, quien lo tituló Rayuela para despistar, y con otras piezas de diverso pelaje, como  “Limonov” de  Emmanuel Carrere, que estoy disfrutando desde el prólogo, a la vez que descubro la nueva y estupefaciente trampa en la que me han hecho caer los ladinos estos de la industria editorial.

Estupenda también  la ¿novela? del cubano, recomendada, es decir descubierta para un servidor por una buena amiga, y es que las amigas que recomiendan libros son buenas, si los libros también lo son. Cerramos en ella el circulo de dos personajes ficticios, Trotsky y Mercader, su némesis, que andaban ambos dando vueltas concéntricas en la nebulosa histórica de donde tan difícil resulta salir a los pequeños dioses, cuyos creyentes están dispuestos a matar y a morir para demostrar que el suyo es el verdadero.
El promotor de la cuarta internacional socialista, que nunca llegó a constituirse, y el enviado de Zeus-Stalin con su rayo mortífero en forma de piolet, robado y capado, buscándose a través de dos de las tres novelas que encierra el libro de Leonardo Padura.
La tercera, recoge en primera persona la lluvia de meteoritos que siguen castigando la isla,  restos todavía de aquella batalla en el olimpo por hacerse con el control de una religión obsoleta desde la caída del muro. Ese tercio de la historia, el de los perros que intentan hilvanar la novela desde una playa cubana, no solo es el más flojo, es además el que echa a perder lo que podría haber sido el extraordinario ejercicio historicista de sacar a flote esos pasajes de la historia del siglo pasado que no deberían desaparecer bajo la superficie del mar de la ignorancia.

Fantásticas biografías noveladas, las de Lev Davidovich y  de Ramón Mercader en cualquiera de sus heterónimos. Menciona tantos nombres propios y tantos lugares comunes para cualquiera que esté interesado por la política europea y española del siglo XX, que parece imposible que el exceso de documentación no haya dinamitado con su insistencia el excelente trabajo de Padura, y lo que es mejor, su credibilidad. 

Credibilidad que no tiene quien publica poco después la idea de que Carrillo negó a Mercader la posibilidad de regresar a España, sin antes confesar quien le dio la orden para hacer lo que hizo. Leyenda urbana, como la de la segunda muerte, y la tercera, de Ramón Mercader, enterrado en Cuba en una ceremonia a la que asistió personalmente, para comprobar que el difunto era otro y que su nombre iba con él, al reposo eterno, mientras un hombre nuevo, otro más, continuaba su peregrinaje hacia ninguna parte, exactamente igual que León Trotsky. Leyendas, que no están a la altura de la verosimilitud del relato de Padura, y que añado para confirmar que los mitos no pertenecen exclusivamente a la antigüedad griega.

He disfrutado devorando esas páginas de la historia oculta, la que nunca existió salvo en la nostalgia de los seguidores del mesías que no llegó a serlo, y en los archivos cien veces destruidos, como sus jefes, de la KGB, en cualquiera de sus diversos seudónimos, que todavía los tiene.

La sorpresa surge cuando descubro la continuación de esta historia, en idéntico formato, escrita simultáneamente a la anterior, al otro lado del Atlantico.
Emmanuel Carrere - no puedo leer el nombre sin dejar de evocar a Emmanuelle, la otra- escribe la historia de otro personaje real, a través de una supuesta entrevista, la biografía de un sujeto con cien vidas que comienza naciendo en Járkov, bajo la sombra del padrecito, y que todavía continúa dando guerra en los años de Putin.
Si, Járkov es Ucrania, ciudad que se disputan los ucranianos y los rusos – lo de llamarlos pro rusos se las trae también – y aunque no tiene nada que ver con el conflicto actual, su lectura atenta ilustra perfectamente lo que sucedió en los Balcanes, donde Limonov se cubrió literalmente de mierda, y lo que continuará sucediendo en aquellos territorios que llevan siglos cambiando de fronteras y de dueños,  independientemente de que nos parezca un disparate horroroso.
 Limonov es un escritor, poeta, un superviviente de los que hacen historia y un auténtico tocapelotas de todos aquellos que han estado a su alcance, Nueva York, Paris, Moscú... Uno de aquellos que han dormido en las mejores camas y han permanecido años en las cárceles soviéticas, eurogulags los llama, alguna con grifería diseñada por Philippe Starck. Ha compartido el lecho, y otros lugares menos recomendables, con mujeres bellísimas, y algún que otro varón, y es aquí donde el autor comienza a desbarrar, a someterse  a la necesidad de provocar al lector con repetidas escenas de caca culo pedo pis, a pesar de que su madre - que figura entre los personajes de su olimpo y de la que sospechamos sea el elemento causal de la pedantería de Carrere, que la tiene -, a pesar de que su madre le advierta sabiamente de que la literatura más aburrida de todas es la pornográfica.  
 
Otra vez aparece  la tentativa  impostada de introducir  la autobiografía del autor, dentro de la biografía del personaje real, de Limonov, que se basta y se sobra para hacernos recorrer, bien sujetos a su mano, la historia cultural y sociopolítica de Occidente en sus últimos cincuenta años, y, sobre todo, la de la neo URSS, la nueva vieja Rusia a través de las vicisitudes de esta mala persona, Limonov, desde casi donde la dejamos con Trotsky hasta ahora mismo.
Sí, es una mala persona, y eso vende, como bien saben los editores, y el mismo Carrere que, no obstante, escribe un excelente compendio centrado en la autobiográfica obra literaria de Limonov, y en alguna entrevista dirigida a los medios europeos más o menos pijos. Sugestiva y adictiva lectura, la basada en la vida de este hombre, que todavía es capaz de añadir nuevos capítulos, sin duda tan apócrifos, reales o increíblemente irreales como los que ha vivido, mientras nos ayuda  a recuperar esos pequeños y grandes detalles de aquello que ha estado sucediendo delante de nuestras narices mientras nosotros, al menos el que suscribe, permanecíamos viendo la tele.

Y no resulta fácil la tarea de estos nuevos cronistas del antesdeayer, aparentando seguir las vidas de personajes reales, tan extraordinarios que superan en tribulaciones a otros de ficción, y  a la vez  trufando las páginas de anécdotas, de sucesos reales que nos resultan novedosos  sin provocarnos la sensación de que nos cuentan algo archiconocido, más bien nos deleitan descubriéndonos unos sucesos históricos que, aunque ya estaban ahí, nos resultan absolutamente desconocidos.
Tienen merito estos artesanos del nuevo género literario, sucesor de la denostada novela histórica, la biografía novelada, y al final lo han conseguido, vendérmela.
Ya decía Padura que él ha escrito una novela, pura ficción, pero no ha podido evitar que se cuele la Historia, que se cuele y reduzca a la insignificancia todo aquello que le es ajeno. Así cualquiera.

 

 
P.D.-

“Toda biografía es una novela que no se atreve a decir su nombre”
R. Barthes

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