Voy ansioso a la librería, buscando el libro que me ha hecho
disfrutar, vía epub, durante un par de semanas, ya que temía terminarlo y, el
inevitable y ahora qué, que viene después de hacerlo, me enfrenta a su ausencia.
Agotado, no reeditado, ni está ni se le espera, ni FNAC, ni la Casa del Libro,
ni Amazon, ni manera de adquirir un par de ejemplares – uno para regalar y otro
para poseer- y debo al fín de contentarme, feliz al disponer únicamente de su versión
electrónica. Para que luego se quejen los libreros. Aunque en realidad no se
quejan, que clientes no les faltan, como he podido comprobar in situ.
El título es “40 Preguntas fundamentales sobre la guerra
civil española” de Stanley G. Payne, y es que, su lectura reposada, ciertamente
ha dado respuestas aclaratorias a al menos media docena de tópicos,
intencionadamente y falsamente mantenidos en el tiempo. Aunque se centre en la
intervención extranjera, cumple sobradamente con la mayoría de las cuestiones
que, todavía para muchos, permanecen en el limbo emocional más que en el de los
datos recogidos por historiadores como Payne. Muy recomendable, tanto que sufro
al pensar que el destino logró separarnos. (Ya estamos con el bolero).
Y, como podía ser de otra manera – si escucháis de alguien
lo contrario, sospechad – volví con la tercera copia del laberinto de Cortázar,
quien lo tituló Rayuela para despistar, y con otras piezas de diverso pelaje, como “Limonov” de Emmanuel Carrere, que
estoy disfrutando desde el prólogo, a la vez que descubro la nueva y
estupefaciente trampa en la que me han hecho caer los ladinos estos de la industria
editorial.
Estupenda también la
¿novela? del cubano, recomendada, es decir descubierta para un servidor por
una buena amiga, y es que las amigas que recomiendan libros son buenas, si los
libros también lo son. Cerramos en ella el circulo de dos personajes ficticios,
Trotsky y Mercader, su némesis, que andaban ambos dando vueltas concéntricas en
la nebulosa histórica de donde tan difícil resulta salir a los pequeños dioses,
cuyos creyentes están dispuestos a matar y a morir para demostrar que el suyo
es el verdadero.
El promotor de la cuarta internacional socialista, que nunca
llegó a constituirse, y el enviado de Zeus-Stalin con su rayo mortífero en
forma de piolet, robado y capado, buscándose a través de dos de las tres
novelas que encierra el libro de Leonardo Padura.
La tercera, recoge en
primera persona la lluvia de meteoritos que siguen castigando la isla, restos todavía de aquella batalla en el
olimpo por hacerse con el control de una religión obsoleta desde la caída del
muro. Ese tercio de la historia, el de los perros que intentan hilvanar la
novela desde una playa cubana, no solo es el más flojo, es además el que
echa a perder lo que podría haber sido el extraordinario ejercicio historicista
de sacar a flote esos pasajes de la historia del siglo pasado que no deberían
desaparecer bajo la superficie del mar de la ignorancia.
Fantásticas biografías noveladas, las de Lev Davidovich y
de Ramón Mercader en cualquiera de sus heterónimos. Menciona tantos nombres
propios y tantos lugares comunes para cualquiera que esté interesado por la
política europea y española del siglo XX, que parece imposible que el exceso de
documentación no haya dinamitado con su insistencia el excelente trabajo de
Padura, y lo que es mejor, su credibilidad.
Credibilidad que no tiene quien publica poco después la idea
de que Carrillo negó a Mercader la posibilidad de regresar a España, sin antes
confesar quien le dio la orden para hacer lo que hizo. Leyenda urbana, como la
de la segunda muerte, y la tercera, de Ramón Mercader, enterrado en Cuba en una
ceremonia a la que asistió personalmente, para comprobar que el difunto era
otro y que su nombre iba con él, al reposo eterno, mientras un hombre nuevo,
otro más, continuaba su peregrinaje hacia ninguna parte, exactamente igual que León
Trotsky. Leyendas, que no están a la altura de la verosimilitud del relato de
Padura, y que añado para confirmar que los mitos no pertenecen exclusivamente a
la antigüedad griega.
He disfrutado devorando esas páginas de la historia oculta,
la que nunca existió salvo en la nostalgia de los seguidores del mesías que no
llegó a serlo, y en los archivos cien veces destruidos, como sus jefes, de la
KGB, en cualquiera de sus diversos seudónimos, que todavía los tiene.
La sorpresa surge cuando descubro la continuación de esta
historia, en idéntico formato, escrita simultáneamente a la anterior, al otro
lado del Atlantico.
Emmanuel Carrere - no puedo leer el nombre sin dejar de
evocar a Emmanuelle, la otra- escribe la historia de otro personaje real, a
través de una supuesta entrevista, la biografía de un sujeto con cien vidas que
comienza naciendo en Járkov, bajo la sombra del padrecito, y que todavía continúa
dando guerra en los años de Putin.
Si, Járkov es Ucrania, ciudad que se disputan los ucranianos
y los rusos – lo de llamarlos pro rusos se las trae también – y aunque no tiene
nada que ver con el conflicto actual, su lectura atenta ilustra perfectamente
lo que sucedió en los Balcanes, donde Limonov se cubrió literalmente de mierda,
y lo que continuará sucediendo en aquellos territorios que llevan siglos
cambiando de fronteras y de dueños, independientemente de que nos parezca un disparate
horroroso.
Limonov es un
escritor, poeta, un superviviente de los que hacen historia y un auténtico
tocapelotas de todos aquellos que han estado a su alcance, Nueva York, Paris,
Moscú... Uno de aquellos que han dormido en las mejores camas y han permanecido
años en las cárceles soviéticas, eurogulags los llama, alguna con grifería diseñada por Philippe Starck. Ha compartido el lecho, y otros lugares menos
recomendables, con mujeres bellísimas, y algún que otro varón, y es aquí donde
el autor comienza a desbarrar, a someterse
a la necesidad de provocar al lector con repetidas escenas de caca culo
pedo pis, a pesar de que su madre - que figura entre los personajes de su
olimpo y de la que sospechamos sea el elemento causal de la pedantería de
Carrere, que la tiene -, a pesar de que su madre le advierta sabiamente de que
la literatura más aburrida de todas es la pornográfica.
Otra vez aparece la
tentativa impostada de introducir la autobiografía del autor, dentro de la biografía
del personaje real, de Limonov, que se basta y se sobra para hacernos recorrer,
bien sujetos a su mano, la historia cultural y sociopolítica de Occidente en
sus últimos cincuenta años, y, sobre todo, la de la neo URSS, la nueva vieja
Rusia a través de las vicisitudes de esta mala persona, Limonov, desde casi
donde la dejamos con Trotsky hasta ahora mismo.
Sí, es una mala persona, y eso vende, como bien saben los
editores, y el mismo Carrere que, no obstante, escribe un excelente compendio centrado
en la autobiográfica obra literaria de Limonov, y en alguna entrevista dirigida
a los medios europeos más o menos pijos. Sugestiva y adictiva lectura, la
basada en la vida de este hombre, que todavía es capaz de añadir nuevos
capítulos, sin duda tan apócrifos, reales o increíblemente irreales como los
que ha vivido, mientras nos ayuda a
recuperar esos pequeños y grandes detalles de aquello que ha estado sucediendo
delante de nuestras narices mientras nosotros, al menos el que suscribe,
permanecíamos viendo la tele.
Y no resulta fácil la tarea de estos nuevos cronistas del
antesdeayer, aparentando seguir las vidas de personajes reales, tan
extraordinarios que superan en tribulaciones a otros de ficción, y a la vez
trufando las páginas de anécdotas, de sucesos reales que nos resultan
novedosos sin provocarnos la sensación
de que nos cuentan algo archiconocido, más bien nos deleitan descubriéndonos
unos sucesos históricos que, aunque ya estaban ahí, nos resultan absolutamente
desconocidos.
Tienen merito estos artesanos del nuevo género literario, sucesor de la denostada novela histórica, la biografía novelada, y al final lo han conseguido, vendérmela.
Tienen merito estos artesanos del nuevo género literario, sucesor de la denostada novela histórica, la biografía novelada, y al final lo han conseguido, vendérmela.
Ya decía Padura que él ha escrito una novela, pura ficción,
pero no ha podido evitar que se cuele la Historia, que se cuele y reduzca a la
insignificancia todo aquello que le es ajeno. Así cualquiera.
P.D.-
“Toda biografía es una novela que no se atreve a decir su
nombre”
R. Barthes
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