Exonerar

Ya estábamos acostumbrados a aquella figura comodín, familiar
y antiquísima, que forma parte de nuestra historia, el indulto.
Periódica y subrepticiamente, eran canceladas las penas, se
esfumaban las condenas, inicialmente por la voluntad regia o celestial, después
por el sistema de su publicación en el B.O.E. que como todos sabéis lo
suscriben los ministros, los viernes antes del finde.

Después dejaríamos atrás la inocencia y nos plantearíamos la incongruencia de que la religión intervenga en la aplicación de la justicia, o viceversa, pero esa es otra pena que llevo dentro y que como tantas otras también me ha cantado Antonio Molina, que no sale en la película (de milagro).
Respeto obligado a las tradiciones que, como costumbres que
son, las hay buenas y malas, y que suelen perpetuarse en ambos casos gracias a
la pasividad de sus beneficiarios y/o perjudicados. Cosas que pasan (esa de
Larralde).
Releo las crónicas de años anteriores a la peli, pocos, e
imagino la ansiedad, y el dolor, de los sesenta mil no indultados y de los
otros cuarenta mil que sí, que se libraron de la muerte por este segundo
sistema. Afortunadamente no reconozco la época ni el país como algo propios,
aunque me sorprende que siga en vigor el sello y la almohadilla entintada en
ciertos despachos. “INDULTADO”.

No obstante esta figura de la baraja, por antediluviana, se
ha considerado poco presentable en el panorama internacional –el otro, sumiso,
no importa-, y por tanto se sustituyó, temporalmente, por otras dos cartas,
mucho más discretas, la impunidad, y la inmunidad, que bien manejadas por el
jugador de turno, le permiten todo tipo de marrullerías, sin necesidad de
siquiera cuestionarse la posibilidad del castigo, ni tan siquiera el
enjuiciamiento rutinario de sus actos perversos. (Los aforados, entre otros).
Son algo así como un indulto profiláctico, como una vacuna
misteriosa que los hace inmunes, de ahí la palabra, a la justicia humana. Que
con la otra no tienen problemas, como hemos visto.
Claro que la cuestión es tener que continuar sentados en la
mesa de juego frente a unos señores que disponen de estos comodines en
exclusiva, ya que no se reparten en ningún momento con el resto de cartas, los
disfrutan solamente cierto tipo de jugadores que, además, lo son voluntariamente, ya
que el resto, estamos obligados a seguir apostando, so pena de ser considerados
culpables del peor de los crímenes, la desafección al sistema, desafectos como
los sesenta mil que mencionaba antes. De ninguna manera. Pido cartas otra vez.
Pero reconozco que me han vuelto a sorprender al inventarse
otro nuevo truco, y van…
Este se llama exoneración. Consiste en que la autoridad, la
que organiza y dirige el juego, decide en un momento concreto, generalmente en
muchos de ellos, que no es necesario mirar, vigilar, que no hay que comprobar, y
que por tanto no hay que juzgar la partida anterior, ni la otra, ni la otra,
todas ganadas en justa lid por los de siempre, por los exonerados de presentar
cuentas, de enseñar las cartas que les habían tocado realmente, ahora ocultas
en el doble fondo de sus bolsillos.

Informados, eso sí, y convenientemente cabreados, pero siempre
afectuosamente adheridos al sistema del que, quien sabe si algún dia llegaremos
a ser beneficiarios de alguna de estas cartas maravillosas, nuestro sueño
dorado, inmunidad, impunidad, indulto, y la que seguramente terminará relegando
al ostracismo al gin tonic, la exoneración.
Vamos bien, pero no se hacia dónde.
P.D.-
Novedades. Ya ni siquiera resulta necesario que el tramposo
muestre sus cartas, que se moleste en sacar el as de la manga. Es suficiente
con que le escuchemos decir:
- “He ganado” –
Ayer decretaba la audiencia – desconozco que es lo que
escuchan – la suspensión del ingreso en prisión de un condenado ilustre, dado
que ha solicitado el indulto, o va a hacerlo, y hasta que no le respondan…
Pues eso.
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