....Y HACERLO EN UN PISPÁS.

Hasta hace bien poco, medio pispás como mucho, uno se
planteaba el futuro de la sociedad como algo mejorable, se fijaba en los
detalles más estridentes, y creía ingenuamente que arreglando estos, luchando
con los parcos medios con que la naturaleza le había dotado y las herramientas anticuadas que encontraba
a su alrededor, podía cambiar la faz de la tierra, la cara deforme de la
humanidad, ignorando que sin esa parte del rostro, (la que ocultaban siempre a
los focos las estrellas del cine, las que realmente tuvieron poder para exigir
que la cámara se situase forzosamente a un solo lado), la humanidad dejaría de
serlo.
También pensaba que era cosa de juventud, el identificarse
con los los necesitados, con ese grupo de personas cuya fragilidad los pone continuamente en
riesgo, cuando el riesgo es aquello que te impide algo tan elemental como
caminar hacia delante, o como integrarte entre los demás cada amanecer. Riesgo
de exclusión social dirá la rubia natural, y también usará vulnerable en lugar
de frágil que, aunque signifiquen lo mismo, es lo aconsejado por su manual, el de
las rubias naturales.
Comprendió nuestro relator, que el asunto no era cosa
exclusiva de la juventud, de la suya, sino tan solo el sonido de la ola al
morir sobre la arena de la playa del tiempo, una cada cuatro segundos, o una
cada cincuenta años que para un país viene a ser lo mismo. Aprendió algo nuevo
para él, algo que estaba escrito en la historia y que, al fin y al cabo sirvió
para aumentar su conocimiento un granello di sabbia, un granito de arena. Los
ciclos y el tiempo, y en medio un insignificante espectador que, como todos,
cree protagonizarlos.
Había decidido reivindicar lo más evidente, e identificarse
figuradamente, con las prostitutas negras, mujeres al fin y al cabo. Esa
marginación que no cesa, que no ha cesado incluso en los momentos más excelsos
del estado de bienestar, de la justicia global, global pero restringida a muy
pocos, y de la asunción de los derechos
humanos como credo universal, esa entelequia que a tantos gustaría que
existiese de verdad.
Mujer de color, que las rubias públicas tampoco están
autorizadas a pronunciar el adjetivo oscuro, como bien les advierten sus
entrenadores; y además prostituta, victimas irredentas de la sociedad de
consumo, como las denominaba Chumy Chumez, o Forges, que da igual el autor,
cuando lo que se intenta evitar es pronunciar las dos silabas que todavía
identifican el oficio más antiguo del mundo, al que por cierto ahora quieren
otorgar el numerito fiscal que convierte las trabajadoras en autónomas. Otra
ignominia del lenguaje, llamar autónomo a un trabajador que depende siempre de
los demás, de sus necesidades y de su honestidad.

!Una
prostituta negra!.
Una forma metafórica de mostrar su indignación por la
marginación social de todas las mujeres, de todas las inmigrantes, de todas las
que sobreviven en oficios denostados por la mayoría de creyentes, creyentes en
todo.
Aquello fue en una época, antes de ayer, cuando parecía
posible que la humanidad reflexionase sobre la necesidad de que la justicia
apareciese en publico, al menos de cuando en cuando, para hacer un mundo mejor.
Aunque fuese con la lentitud de la babosa, aunque fuese dejando detrás la marca
de inmundicia que resulta inherente a la función de seguir con vida.
Ignoraba que la humanidad no puede reflexionar, esa es una
capacidad individual y exclusiva del ser humano, y que la justicia no es más
que un pretexto, una llave que tienen los poderosos para abrir las cerraduras,
con la cual cierran con la cual abren, como en la copla del corregidor y la
molinera.
Las cenizas de esa revolución fallida que durante cien años
asoló el globo terráqueo, el socialismo, todavía servían para asustar a medio
mundo, el mundo superviviente a la tremenda experiencia. Su mero recuerdo,
incluso trás la caída del muro, podía seguir produciendo pesadillas, aunque
luego esas cenizas las arrastro el viento, y sus restos fueron mezclados con la
tierra gracias a la lluvia que, sigue el
ciclo de las olas, el vaivén de la historia, con sus momentos de
exasperantes ausencias, y de torrencial
generosidad.
!Agua joia, Virgen Santísima! Como exclamó cierto capillita
de mi pueblo ante el chaparrón recibido en medio del páramo, en plena rogativa
penitencial hasta la ermita de la patrona para pedir.... !Agua!.
Esa época en que la esperanza sobrevolaba las primaveras,
como cigüeñas rebosantes de vitalidad, y cuando los jóvenes creímos que los
cambios a mejor, eran no solo creíbles sino inminentes. Propicia para soñar con
convertirnos en prostitutas negras, con la loable intencionalidad de que jamás
nadie volviese a serlo. Otra revolución fallida.
Llega el día después, inevitable día después, y uno se
despierta en un mundo desconocido, ante el que siente indefenso. Ya no sueña
con liberar yugos de marginados ajenos, ni siquiera con evitar que sigan
muriendo centenares, miles de personas de otro color, de otra religión,
ahogados junto a esa playa donde el runrún de las olas le arrulla y le
recuerdan su estancia uterina. Dejados morir por inacción de ese primer mundo,
indigno de las dos palabras, primero y mundo. Ni tan siquiera llegamos a cuestionar si existe alguna
diferencia entre matar, millonarios holocaustos de los hunos y los otros, o
sencillamente dejar morir mirando para otro lado.
“Miro para otro lado cuando estás cerca de mi” en versos de
Sánchez Ferlosio, infravalorado Chicho, para lamentarse de un amor, ciertamente
imposible.
Extinguido el riego de de mirarse en el espejo del otro,
durante la guerra fría, ya no fue necesario mantener la impostura por más
tiempo. Y de pronto comenzaron a abrirse ventanas que mostraban un panorama
atroz, ciertamente tan real como oculto por las cortinas de acero de la
propaganda . Sencillamente, ya no era necesario disimular y, al débil, al
marginal, a casi todos, que les den, que nos den.
Y Ahora tenemos asuntos prioritarios que nos distraen de
esas pequeñeces ajenas, todo lo ajeno es distante y se vislumbra pequeño, muy
pequeño. A la vez que nos deslumbran con la implacable crueldad de la imagen de
la realidad, esa que los niños no deberían contemplar jamás.
Parece ser que una de las banderas mediáticas esgrimidas por
los políticos que nos dirigen – no
quiero pensar hacia donde – es la autentica naturaleza del color de sus
cabellos, rubio falso o natural, y su presentación como arma definitiva en los
debates “ideológicos” ante los medios.
“Y yo más, más natural que tu, porque rubias somos todas las
que nos dedicamos a este oficio, pero rubias de cuna muy pocas”.
Algo tan baladí y estúpido, de una estupidez ínfima si la
comparamos con la reconstrucción quirúrgica de las fachadas de los/las
próceres, ya que estos disparates no son
exclusivos de uno de los géneros, el disparate de estirarse la piel del
rostro, o del escroto, o el de teñirse los cabellos con colores oscuros -ellos-
o rubios, las susodichas.
Aunque lo realmente preocupante, aparte de usar tamaña
tontería como paradigma de imagen positiva y comercial, sea el intentar usar su
presunta autenticidad como prueba fehaciente de lo otro, de la más que dudosa
honestidad. “Es que el mio es natural, soy sincera hasta en eso”.

Rubias todas, naturales indudablemente, no hace falta
señalarlas con el dedo que esta muy feo, dignatarias gubernamentales,
autonómicas y municipales, sin olvidar a las inquilinas de la casa real, infantas, infantitas y
reinas, dos de cada, menos de reinas que hemos tenido tres hasta hace unos
días, en que la extraoficial ha partido, previo incremento patrimonial de 30
milloncetes por los servicios prestados, y también rubia, natural of course.
Y no me indigno ya por nada, ni tan siquiera por esos
cadáveres hinchados, morenos, que siguen desembarcando en las costas
meridionales de una Europa que todavía no existe.
Menos por el nivel moral e intelectual de candidatos a la
política que deben estar justo a tono, entonados, con el personal a quienes
reclaman el voto. Y que no hacen otra cosa que intentar ocultar la basura
cósmica, el olor y el color de los grupos de delincuentes organizados que
ensombrecen nuestro futuro.
Tan solo evitar distracciones para no tropezar otra vez en
los baches del camino, infinitos, tanto como la estulticia humana, esa que, se
atribuye por ciertos idiotas a las
rubias naturales.
La vida le ha enseñado que uno forma parte del publico, y
que además de asumir los errores de este, llega a protagonizarlos como tal,
pero solo hasta un cierto punto. Así la calva creciente que lleva acompañándolo
dos tercios de su vida, nunca ha sido vendida a nadie como una generosa frente
que, además de denotar inteligencia, -bastante escasa por cierto- amplitud de
miras y franqueza en las ideas, indica nobleza de espíritu entre otras
bondades, como las que llegaron a atribuir a otro prócer calvo en ciernes, hijo
de dictador y mesías de otro mundo mejor, de infausto y trágico final.
No, tan solo calva a secas, absolutamente natural, aunque no
por ello mejor o peor que la cubierta superior de los usuarios de cráneos poblados de cabello gris, o de
cualquier otro color. Y también le ha enseñado que eso al menos, no tiene la
menor importancia. Lo de dejarse engañar, en complicidad con el delincuente si,
eso ya es otra cosa.
Y agradecido porque todavía la vida no le ha obligado a
callarse, actitud tan aconsejable para la propia supervivencia como
desafortunada para la del resto de la
especie. Si bien parece inminente la imposición del silencio individual, para
dejar la palabra donde siempre debió estar, en la boca de los capos de la cosa
y en la de sus cuquis, rubias naturales, insisto.
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Ti voglio cullare, cullare posandoti
Sull´onda del mare, del mare
Legandoti a un granello di sabbia
Così tu, nella nebbia piú fuggir non potrai
E accanto a me tu resterai
Ai, iai, iai,iai
Sull´onda del mare, del mare
Legandoti a un granello di sabbia
Così tu, nella nebbia piú fuggir non potrai
E accanto a me tu resterai
Ai, iai, iai,iai
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