domingo, 29 de marzo de 2015

LO QUE NO SE MUESTRA EN UNA EXPOSICIÓN .-




Ayer fui al museo.-

Ponían la película: ” Grandes pintores andaluces en la fundación X”  (De Zurbarán a Picasso).

Y ya son ganas de provocar. Parece ser que no tuvieron bastante con la disputa sobre la propiedad del Guadiana, el sí es mío si es tuyo, que no llegó a más porque los auténticos titulares seguían estando en Madrid – en el mismo partido- además que en Andalucía y Extremadura. Una ocasión perdida para tener entretenido al personal que, en cuanto le tocan la pelusa del ombligo, son capaces de morir o matar.
Y es que tenía entendido que Zurbarán era natural de Fuente de Cantos, y que el malaguismo de Picasso no duró más allá de su primera comunión, pero un hábil, y ya habitual, pisotón en la parte do más daño hacía, reconvino mi actitud contestataria, y enmudeciome de impertinencias para el resto de la visita. 
Visita obligada por la meteorología, y por otras razones que expondré a continuación, y que son la razón de mi desdicha.


Y es que son estas lluvias primaverales las que reúnen las condiciones óptimas para ejercer el tradicional plan renove.

Uno suele castigar al paraguas con los aguavientos otoñales y el transporte cotidiano durante todo el invierno, por si plugiese al cielo, y la verdad que, en llegando los primeros días de marzo en los que las nubes dejan paso a esa luz intermitente, entre chubasco y chaparrón, todo el mundo se ve obligado a cargar con su paraguas, a pesar de tomar consciencia de la dificultad que entraña su portabilidad a la hora de entrar en determinados locales.
Antes, el plan recambio anual lo hacía en el cine, preferente en tiempos de la sesión continua,  permitiéndome salir en el momento adecuado, en solitario, y con el portero ausente, dándome ocasión a elegir la mejor pieza del paragüero, e incluso probarla antes de salir con ella, ya que no hay nada más frustrante que correr riesgos por algo que no los merece.
Después, los minicines, y sus habituales, gente de chubasquero y plegables, ya me ensombrecieron el horizonte, teniendo que centrar el recambio anual en las visitas a museos, de medio o de cierto pelo, porque los grandes asignan una etiqueta resguardo a cada pieza que entregas, imposibilitando su anual renacimiento.

Exposición por tanto,  en sus primeras jornadas, en dia lluvioso y primaveral, de los que animan al personal a abandonar su cubículo invernal, y a cubrirse con sus mejores galas y paraguas a tono. Ese es, o era, el momento ideal, hasta no hace tanto.

Ayer, sufrí otra vez la decepción que lleva repitiéndose desde hace cinco años al menos.
Los paraguas, numerosos, entre los que pude elegir, pertenecían todos a la categoría ínfima, chinos, de los de usar y tirar, pero que solo han ejercido la primera parte de su función, y sus dueños han olvidado la última y fundamental, tirar, antes de llevar y depositarlos en la zona idónea del museo, del banco, del negociado, del edificio de múltiples usos, cementerio de funcionarios, hasta de los templos dominicales, donde nunca he ejercido el ritual, más que nada porque los practicantes son igualmente prudentes y siempre hay un par de pobres – de los de solemnidad- en la puerta, mirando de reojo.

Al final, he tenido que volver a recoger el mío, el mediorroto de hace varias temporadas, con dos varillas sueltas y el velcro descosido de su cintura. Un atentico desastre.

He comentado el asunto con otros compañeros de patio, y me refieren situaciones idénticas en sus quehaceres. Desde hace unos años, media docena, no tienen ocasión para ejercer sus dotes especuladoras, sus enriquecimientos súbitos, basados tanto en la inocencia de sus víctimas, la ignorancia en lo que puede suceder a sus ahorros-paraguas cuando están vigilados por otros, a la vez que en la complicidad de los guardianes del bien común, de los porteros a los que una discreta propina los hace alejarse de la vigilancia y acercarse al ambigú,  para invertirla de inmediato en preferentes del líquido elemento, de los comisionistas de rigor que, ahora, me cuentan, andan mesándose los cabellos, cuidándose las espaldas, y hasta temerosos de la justicia divina –de la humana todavía no- ante la frecuencia con que otros síndicos de la logia del tanto por ciento, son llevados a los juzgados –pocos, a los tribunales- y hasta expuestos a la peor de las torturas, la de ser expuestos en los noticiarios con nombres y apellidos, cosa que disgusta sobre manera a sus crías adolescentes y a las ex, que no hacen más que repetirles aquello de ya me lo decía mi madre. Aunque lo peor de todo, insisten, es la ausencia de posibles en los bolsillos de esa clase media que antes les daba leche, les daba lana, y queso para toda la semana.

En fin, que habrá que esperar tiempos mejores, y tendré que estirar la existencia de este pobre que compré al mantero, de color, aquel dia lluvioso de hace tres años, después de una dura negociación en la que el muy ladino no quería aceptar mi oferta de cinco euros. Ya no sé a donde vamos a llegar.

Los compañeros de patio me dicen que ellos hasta ahí no llegan, exentos de adelantar fianzas, impunes e inmunes a la obligación devolver lo tan hábilmente han ganado, y que han guardado el fruto de su trabajo en lugares alejados de miradas indiscretas y, por supuesto de las arcas del fisco, lugares solo recomendables para pringados, parias  excluidos de la pomada.
Pero que, no obstante, ya están impacientes por volver a mover el dinero- de los demás- que es lo lleva adelante a un país, me dicen.

 
¿La exposición?
Un Murillo y un Zurbarán memorables. De esos que no pueden contemplarse en museo  alguno, y que, uno entre diez, confirman la paternidad, y genialidad, de su pintor.


El baño bien, discreto y limpio, sin ostentación alguna. Todavía desconozco por qué en las criticas gastronómicas conceden  tanta importancia al sumiller o al número de botellas de su bodega, cuando rara vez consigo pasar más allá de la primera, y nula a la accesibilidad, higiene y confort de sus servicios. Otra incoherencia que tendremos que poner en solfa. Pero eso ya otro día.




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