No es una planta, realmente
es solo una flor que intenta permanecer en la fase del esplendor de la
madurez todo el tiempo que puede y,
comparativamente con otras , ese tiempo se alarga ilimitadamente, días,
semanas...hasta algún año he visto superar a la vara cuyos orqui han ido
descubriendo el tesoro que llevan dentro
y que llega a confundirnos al hacernos creer que es una misma flor la
que nos deslumbra, si no estamos atentos a los bulbos que esperan su momento y a
aquella de ayer que, discretamente en nuestra ausencia, termina convertida en
un insignificante palito seco junto al tallo.
Es la belleza domesticada
lo que nos seduce de ella. La posibilidad de poder contemplarla esplendida,
en ese estado maravilloso que trasciende el reloj biológico estacional y el
azaroso devenir del agua, del viento, y de la implacable luz estival - en
libertad, se entiende- aislada la domestica de esos peligros que la
convierten en efímeras florecillas de la naturaleza, en la perla única que
"El Indio Fernández" y la melena azabache de María Elena Marqués,
convierten de puerta de la fortuna a tragedia consumada. Como la vida misma. Bellísimas,
lcónicas y soberbias, todas idénticas las del mismo tiesto, y de idéntico apellido en griego, phalaenopsis,
cambrias, miltonias o paphiopedilum.
Nos consuelan de las
impertinencias cotidianas al contemplarlas durante el descanso que precede al
crepúsculo, en el que incluso bajo la luz artificial continúan manteniendo ese
esplendor imprescindible para distraernos del amargor de la píldora que nos
dan, como si apareciese Mary Poppins cada vez que las miramos, con su poco de
azúcar y con su cancioncilla encantadora. Imprescindibles.
Aunque sean solo un remedo,
una sombra de su auténtica realidad, un trampantojo surrealista en el que
confortablemente sobrevivimos.
Alguien, alguna vez lo ha
vivido y sufrido, ha tenido esa fortuna, y me gustaría pensar que todo el mundo
la tiene, aunque no esté escrito en ningún lugar, solo la presunción de que la
oportunidad es universal aunque pocos, poquísimos, sean los que la hayan vivido
y se atrevan a contarlo. A fin de cuentas es el referirlo, el anotarlo aunque
sea en la arena de la playa, lo que servirá de referencia para el orqui, el bulbo que viene detrás de cada uno.
Y conste que no fue la flor en este
caso, aunque supongo que también, sino el espectador quien quedó hechizado, enajenado por ella.
Una orquídea genuina,
salvaje, junto al camino que luego fue verde - cuando las azucenas se
marchitaron, de la pena - en medio de la verde y rala hierba, en el lecho
arenoso, apareció ella, pequeña, diminuta comparada con sus imitadoras de
floristería y supermercado. Tallo breve y flor única, como la perla del otro
Emilio. Y bellísima, incluso para quien no estaba ducho en cánones estéticos
que le permitiesen medir la intensidad del deslumbramiento.
Realmente una flor
excepcional, frágil, solitaria y desprendiendo tanta luminosidad, a pesar de
surgir en la relativa umbría, los rayos del sol que habían castigado
durante toda la jornada se hicieron
pobres bujías, mariposas encendidas sobre el aceite del vaso votivo a los pies
de la virgen, que la monjitas cuidaban estuviese siempre alumbrando, alejando
la oscuridad, porque supongo que es de lo que se trataba, se sigue tratando,
conjurando los demonios nocturnos, y emulando torpemente el brillo de la luz,
realmente de su reflejo sobre la belleza de las cosas, que es lo único que
percibimos.
La florecilla del camino, estaba
convirtiendo al paseante en acreedor del
orgullo ajeno, ante la posibilidad de que fuese el terreno virgen, alejado de
la contaminación de las ciudades y el aire limpio a centenares de kilómetros de
la chimenea tóxica más próxima, quienes permitiesen la existencia, todavía, de
esta orquídea silvestre, que cobró vida
de forma inesperada, se movió ante quien la miraba de manera evidente, dirigió
a su único espectador, pretendiente inesperado de su juvenil belleza, una
ligera oscilación, un balanceo lateral al principio brusco, que fue disminuyendo hasta volver a
la inmovilidad. Puede que ella no se moviese activamente para llamar la
atención, quizás ignoramos la capacidad, incluso la intencionalidad de quien se
mueve ante nuestra mirada, puede que fuese solo la brisa, una breve y delicada
racha de viento quien la hizo dirigirse hacia la mirada de aquella manera,
quizás también el viento tenga vida y sentimientos, deberes ocultos para
nosotros, que le obligan a participar en
la puesta en escena de cualquier drama romántico, porque lo del melodrama suele venir después.
Delante la flor, enfrente
el insecto, entregado observador, y la voz del subconsciente represor, la que
te recuerda que tú ya tienes otra flor, que tienes asegurado el néctar, y sin
embargo la tentación, la magia del color
imposible, la combinación de los tonos
amarillo verdosos en sus bordes, del violeta azul y morado centrales, con esos
minúsculos lunares marrones, pecas, junto a su boca, y otros diminutos,
entreverados , cubriendo toda su cara y resaltando la delicadeza de su piel,
enmarcando con su pass partout jaspeado esa sonrisa que a su espejo iba dirigida, miró hacia atrás el colibrí para
comprobar que no era ningún error de apreciación, que no había otro sediento
bebedor en los alrededores, y volvíó a caer en el éxtasis de la contemplación
del milagro de la vida, de tal forma que por un instante lo hizo participar en
él.
La flor, la brisa, el color
y el aroma del néctar que guardaba junto a sus pétalos, y en el que
indudablemente se hubiese sumergido para
nunca más volver.
Dicen que son carnívoras, los que escriben de flores sin conocerlas, o insectívoras, por el hecho de que la belleza, la sensualidad femenina, haga perder la razón a algunos, y no es más que la forma natural de transportar el polen de la diosa que te ha elegido para ello, de aceptar que esa es la muerte más dulce como cantaba Aznavour, si no has tenido la desgracia, como en este caso, de escuchar el aviso de: "No Jack. No lo hagas" que intentaba evitar el que la libélula fuese electrocutada en la lámpara asesina -Bichos- y que a él, y quizás a aquella orquídea excepcional, los convirtiese en muertos vivientes.
Dicen que son carnívoras, los que escriben de flores sin conocerlas, o insectívoras, por el hecho de que la belleza, la sensualidad femenina, haga perder la razón a algunos, y no es más que la forma natural de transportar el polen de la diosa que te ha elegido para ello, de aceptar que esa es la muerte más dulce como cantaba Aznavour, si no has tenido la desgracia, como en este caso, de escuchar el aviso de: "No Jack. No lo hagas" que intentaba evitar el que la libélula fuese electrocutada en la lámpara asesina -Bichos- y que a él, y quizás a aquella orquídea excepcional, los convirtiese en muertos vivientes.
El presagio para el pescador que encontró la
perla, el temor de hacer daño, de herir a quien quieres, el sol la luna y las
estrellas, todos unidos como cantaba Miguel Hernández, vieron unidos la
hermosura… del recuerdo, de la memoria que fija la flor en los genes de otro
mosquito que te antecedió, quien sabe cuántos ciclos vitales, cuántas vidas
breves como la del insecto y la de la flor silvestre, y de los que solo el
desencuentro, la dolorosa ausencia de lo que nunca llegó a suceder, queda
grabado en el ADN de la exuberante phalaenopsis que tengo delante.
Ganas me dan de liberarla del rodrigón que la mantiene artificiosamente tiesa, de acercarla a la ventana abierta donde la brisa del crepúsculo la hará moverse otra vez, de hacerme señas, al insignificante admirador y esclavo quien solo puede añorar un instante irrepetible. Pero otra vez la voz interior, la crueldad del sentido común, me dice que eso no es conveniente, que fuera del corsé que la fija al plástico, el tallo se partiría, la flor perdería su esencia, su brillo y su color, en el inevitable contacto con el suelo y que, al fin y al cabo todavía nos queda algo, en modo alguno artificial, el consuelo del recuerdo de aquella maravillosa flor silvestre. - María Candelaria, también de "El indio" Fernández, con Dolores del Rio, cuyas trenzas negras siguen poblando mis sueños, los inconscientes, de dicha-. Con toda seguridad, haciendo referencia a la Candelaria, la guarianthe skinneri, orquídea que es la flor nacional de Costa Rica, lo que me hace alejar el temor de sentirme solo en la adoración de orquídeas, aunque sean imposibles y ajenas.
Ganas me dan de liberarla del rodrigón que la mantiene artificiosamente tiesa, de acercarla a la ventana abierta donde la brisa del crepúsculo la hará moverse otra vez, de hacerme señas, al insignificante admirador y esclavo quien solo puede añorar un instante irrepetible. Pero otra vez la voz interior, la crueldad del sentido común, me dice que eso no es conveniente, que fuera del corsé que la fija al plástico, el tallo se partiría, la flor perdería su esencia, su brillo y su color, en el inevitable contacto con el suelo y que, al fin y al cabo todavía nos queda algo, en modo alguno artificial, el consuelo del recuerdo de aquella maravillosa flor silvestre. - María Candelaria, también de "El indio" Fernández, con Dolores del Rio, cuyas trenzas negras siguen poblando mis sueños, los inconscientes, de dicha-. Con toda seguridad, haciendo referencia a la Candelaria, la guarianthe skinneri, orquídea que es la flor nacional de Costa Rica, lo que me hace alejar el temor de sentirme solo en la adoración de orquídeas, aunque sean imposibles y ajenas.
La que os presento en el
encabezado es de otro tipo. Es una que florece milenaria a lo largo de un
tiempo que supera a los humanos, y que tiene mucho que ver que con la salud del
aire que la alimenta y con la luz de las estrellas, que tampoco son eternas,
aunque ingenuamente pensemos o deseemos que la palabra siempre, signifique algo
más duradero que el ahora y el quien sabe de nuestros recuerdos.
Ayer
estaba esperándome, en el muro norte del castillo de Jimena, me estaba mirando, quería decirme algo, y
aunque ya no tiene el efecto obnubilador para
el receptor, cuya cobardía quedó
demostrada aún bajo su disfraz de honestidad, al menos me sigue demostrando
que la belleza está en los lugares más insospechados, como debe estar también
en los recuerdos ajenos, que los propios conviene tener a buen recaudo, pues
son lo único que nos mantiene vivos, aunque hayamos sido simple espectadores,
pero al menos espectadores enamorados, que diría el poeta.
Por
el camino verde, camino verde, que va a la ermita
Desde que tú te fuiste, lloran de penas, las margaritas
La fuente se ha secado, las azucenas están marchitas
En el camino verde, camino verde, que va a la ermita
Hoy he vuelto a pasar, por aquel camino verde
Que por el valle se pierde, toda mi felicidad.
Desde que tú te fuiste, lloran de penas, las margaritas
La fuente se ha secado, las azucenas están marchitas
En el camino verde, camino verde, que va a la ermita
Hoy he vuelto a pasar, por aquel camino verde
Que por el valle se pierde, toda mi felicidad.
Hoy he vuelto a grabar, nuestros nombres en la encina
He subido a la colina, y ahí me he puesto a llorar
He subido a la colina, y ahí me he puesto a llorar
Dolores
del Rio fue la única que ayudó a Gary Cooper a defenderse de los malos en “Solo
ante el peligro". Ni los vecinos ni su
rubia esposa, hicieron nada. Si no hubiese sido por Dolores….
(La
de Aznavour https://www.youtube.com/watch?v=yZLRrNFZN50, la glosaremos otro día. Aunque eso de que siga haciendo bolos
estivales a los noventa, me da mala espina, resulta obsceno).
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