miércoles, 16 de septiembre de 2015
OFICIOS INGRATOS.-
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NACIONALISMO SUBLIMINAL.-
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LA AVENTURA COMIENZA--
Cada día
Cuando miras la primera página
En la vida y en los tebeos.
La imaginación y el protagonismo
Los pones tu
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viernes, 11 de septiembre de 2015
LA GRAND RUE .-
El negocio de convertir a las ciudades en parques temáticos
no es nuevo desgraciadamente.
Una vez conducida la turba turística hacia ellas, los
peregrinos modernos quieren saber más cosas sobre el lugar, exigen
características exclusivas, para que ellos puedan justificar el esfuerzo
físico, el consumo de tiempo vacante y, por supuesto, el bolsillo.
Por dicha razón, se suele escarbar en las leyendas
atribuidas a sus pobladores o a sus ancestros, forzando con su insistencia la
transformación de estas leyendas o las referencias literarias al respecto, en
hechos históricos irrebatibles. Museos, criptas milenarias recién excavadas o
ritos tradicionales vigentes desde el año anterior, se convierten en hitos
imprescindibles para los visitantes.
Entre las majaderías habituales de este negocio figuran las
placas votivas, las lápidas verticales adheridas a las fachadas de las casa
“Donde nació X” o “Donde pasó unos años el insigne Y”, sin olvidar las que dan
fe del sitio como “Lugar de nacimiento de la institución Z”.
Nada que objetar, otra dolorosa extensión, flexión dorsal del pescuezo y fotos, muchas fotos, acreditativas ante quien las hace de que, efectivamente, estuvo allí, frente al texto breve y lapidario que enlaza el hueco, generalmente inexistente, tras dos o tres derribos y consiguientes reedificaciónes de la antigua casa natal, con la imagen mental que el turista pueda tener sobre la figura histórica en cuestión.
Nada que objetar, otra dolorosa extensión, flexión dorsal del pescuezo y fotos, muchas fotos, acreditativas ante quien las hace de que, efectivamente, estuvo allí, frente al texto breve y lapidario que enlaza el hueco, generalmente inexistente, tras dos o tres derribos y consiguientes reedificaciónes de la antigua casa natal, con la imagen mental que el turista pueda tener sobre la figura histórica en cuestión.
Como uno es pecador contumaz, y además se deja
arrastrar plácidamente por la turba
vacacional, ha tenido la suerte de poder asombrarse ante cierta coincidencia
asombrosa, por aquello de tener que tomar dos tazas cuando reniegas de la
primera.
Paso del cuadrito que atestigua que allí murió el padre de
J.J. Rousseau, aunque lo haya visto y me haya confirmado mi teoría de la
majadería de la que no puedo sentirme excluido, pero cuando un par de calles
más allá, en la Grand Rue ginebrina, veo la que certifica el nacimiento de J.J.,
en una fachada que tiene todo el aspecto de ser realmente la misma de aquella
fecha, 1712, ya comienzo a marcar el cuaderno de viaje con un aspa en el lugar
justificativo del viaje.
Su “Contrato social” fue uno de esos libros que he leído
tres, o quizás cuatro, veces en mi vida, y en cada ocasión me ha surgido la
misma pregunta. ¿Donde puedo firmarlo, dejar constancia de estar absolutamente
de acuerdo con todo?.
Sin olvidar que el autor escribiese también mi libro
homónimo, nada menos que “El Emilio”. Permanecer unos minutos, pocos, ante la
fachada de su casa resultó un homenaje menor para el precursor de la
Ilustración, pero harto gratificante para un servidor.
Me doy la vuelta y continuo andando por la calle, cuesta
abajo por cierto, en un día en que, no muy lejos de allí, las vacas suizas
estaban muriendo por el exceso de calor, verano inmisericorde, que no era mi
caso, gracias a la excelente cerveza con que los turistas prudentes nos
mantenemos hidratados. A pocos metros de allí veo otra cruz, la siguiente del
obligado viacrucis estival y...casi caigo de espaldas.
Justo enfrente de J.J., nació Michel Simón, casi doscientos
años después, y de pronto me entra el mareo, la conexión de estos dos
personajes, de su lugar natal, y sus efectos en la cultura y la historia
europea y en los recovecos de mi memoria, ecos harto repetidos en los estantes
de la filosofía, la política, el cine, pardiez el cine, las mas de ciento
sesenta películas en las que participase Michel Simón, y aquellas
imprescindibles para cualquier adicto, L´Atalante, La Chienne, Boudou, El viejo
y el niño.. Sin olvidar su laboriosa dedicación como probador de las pupilas de
Madame Claude en la vida real. Genio y figura.
Curiosidades, coincidencias anecdóticas, intrascendencias
sin importancia, y personajes tan discutidos en su actitud moral, en su vida
personal, como admirados e imprescindibles para quien esto relata. Doy fe.
Dos glorias de la cultura francesa que, curiosamente,
nacieron fuera. ¿Fuera de donde?. Comienzo
a comprender que el nacionalismo es un patrimonio exclusivo de los paises
pobres, los otros, evidentemente, no lo necesitan.
- Michel Simón: “Nací en 1895, y como las desgracias nunca
vienen solas, el cine también nació ese mismo año”
- J.J. Rousseau: Con 33 años vuelve a París, donde convive
con una modista analfabeta con quien
tiene cinco hijos y a quien convence para entregarlos al hospicio conforme van
naciendo. Al principio dijo que carecía de medios para mantener una familia,
pero más tarde, sostuvo haberlo hecho
para apartarlos de la nefasta influencia de su familia política: Pensar en encomendarlos a una familia sin
educación, para que los educara aún peor, me hacía temblar. La educación del
hospicio no podía ser peor que eso. (De Wiki).
Sospecho que el dilema educativo sigue sin resolverse
doscientos años después, el como educar peor a los hijos, si por la familia o a
través de la sociedad. Miedo me dan las respuestas, aunque la teoría del
Contrato social y la de Emilio o la educación, sigue pareciéndome bellísimas.
Supongo que será porque el dilema no tiene solución ni nosotros tenemos
remedio.
martes, 8 de septiembre de 2015
ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (64) VUELVE POR PARTIDA DOBLE.-
martes, 1 de septiembre de 2015
LIBROS, LIBROS... Y 7. (LA GUERRA INCIVÍL).-
El final de la guerra (La última
puñalada a la República). Paul Preston
Cuanto se agradece la visión de estos
investigadores de hemeroteca, de coleccionistas de fichas
documentadas, de acumuladores de bibliografías fundamentadas sobre
cualquier episodio de nuestra historia. Si esta es lo suficientemente
cercana – aun siendo ya historia y por tanto antigua- todavía
mejor.
Se van eliminando tabúes, tópicos, y
velos, muchos de los siete, aunque todavía quede alguno, alguno de
esos que son el fundamento del erotismo, la discreta ocultación que
insinúa el resto. Quizás la labor del lector, y por tanto su
placer, sean similares a la puesta en marcha del atisbo de la
sensualidad en las imágenes borrosas e incompletas del misterio
de la vida. El autor expone los datos y el lector deberá extraer sus
conclusiones.
Debemos esperar, seguir esperando el
descubrimiento de memorias, cartas celosamente guardadas, maletas
perdidas y otras sorpresas que ya no lo son, para volver a releer la
nueva versión, siempre más ajustada, más verosímil, y más fiable
que las anteriores.
Si además el autor no manifiesta
fobias evidentes por determinado personaje o determinado bando en el
litigio, y sus excesos van dirigidos en exclusiva al acopio de datos
fehacientemente documentados, y a la extenuante insistencia de poner
en evidencia los testimonios existentes sobre un suceso concreto,
cuanto más concreto, cuanto más “acotado” mejor, entonces la
crónica histórica se acerca, se va acercando a ese tópico que
llamamos excelencia.
Aquí nos situamos en un periodo breve,
tres o cuatro semanas, y absolutamente caótico. La visión de lo
acontecido durante la guerra civil hasta entonces, resulta lejana y
no es explicada, en tanto no es el objeto de este estudio.
Sabemos que Azaña está en el exilio
francés, y a pocos días de dimitir de su cargo. Indalecio Prieto
dirige la embajada española en Méjico. Largo Caballero, marginado,
Fernando de los Rios está como embajador ante Francia, y después
Estados Unidos, Pablo de Azcárate en Inglaterra, países que con su
actitud de no ayudar, de no intervenir, para no irritar al rival en
ciernes, no hicieron otra cosa que asestar media docena de puñaladas
a la República española, además de envalentonar a quien pretendían
amansar.
Cierto que la última, la de Bruto
quizás, fue dirigida por el inefable Casado y sus secuaces, a la hora
postrera, según muestra y demuestra repetidamente Paul Preston. Pero
también es cierto que fue la actitud de tolerante laissez faire, de
negar la evidencia por parte de Negrín ante el golpe que era una
evidencia desde al menos un mes antes de realizarse, la que permitió
la penúltima masacre entre los propios republicanos, impidiendo la
huida de decenas de miles de ciudadanos, centenares de los cuales
terminaron suicidándose ante su impotencia para evitar el inminente
exterminio por manos extrañas. Terrible.
Interesante la descripción de los
momentos finales del poder comunista -que no trostkista- y del
anarquista -CNT que no FAI-, en el penúltimo acto de la tragedia, el
último todavía colea para algunos, y muy educativo para los que
desconocemos casi todo lo acontecido entonces, gracias a la
desinformación sufrida al respecto, el recuperar, reconocer
apellidos que han dirigido el país hasta hace bien poco, y evocar
otros nombres propios, injustamente olvidados, cuyo recorrido vital,
a veces frente al pelotón o el garrote vil, puede ser harto
instructivo para los jóvenes de ahora y de siempre.
Es como una de esas películas
estupendas en las que te quedas leyendo los títulos finales, durante
minutos, para saber que actor representa a cada personaje y quien
estuvo en las bambalinas detrás de ellos.
Se aprende más sobre la condición
humana siguiendo las vicisitudes de ciertas vidas concretadas en un
nombre propio, que en todos los tratados filosófico que uno pueda
estudiar. Aquí los tenemos por docenas, y aunque alejados de la
batería heroica de las vidas ejemplares de las lecturas infantiles,
todos tienen rasgos positivos, aun en momentos de dificultad extrema.
Puede servirnos como libro de aprendizaje..
No hay, por tanto, buenos ni malos, lo
que decepcionará a más de cuatro lectores, pero es que además
desdemoniza a uno de sus principales protagonistas, Negrín, a la vez
que desliza ciertas perlas informativas, subrepticia y generosamente
y te hacen comprender muchas cosas sobre el antes de este ahora.
Interesante y formativo trabajo sobre
una tragedia increíble, tan increíble, que afortunadamente ya la
hemos casi olvidado.
En una autocracia, la desobediencia es
un deber; en una democracia, la obediencia es una necesidad
(Fernando de los Rios).
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