Te vas, aunque sea el tiempo que dura una noche de sueño
reparador, o esos cuatro días de vacaciones en los que desconectas de casi-todo,
vaciando la mente de basura, y de malas intenciones acumuladas inevitablemente
a lo largo de todo el año.
Resulta que vuelves con la neuronas, y el alma,
descongestionadas, con todo el poder que te ofrece la recarga física y moral del breve descanso, pero con una hipoteca oculta e inevitable, la de haberte
perdido algo o mucho, importante o no, sucedido durante tu ausencia.
Desgraciadamente, cuando la noticia ignorada es alguna
estupidez, queda rebotando en los medios durante semanas o meses, y a tu
vuelta sigue fresquísima, ocupando la atención y el espacio en los titulares
que serían necesarios, al menos para plegarias, si es que las agencias no
disponen en esos instantes de otra mercancía que ofrecer.

En esos casos, la ausencia
del viajero, que se somete a estos nuevos ejercicios espirituales que huye del mundanal ruido, lleva aparejada la perdida, la ignorancia de
aquello que realmente sucedió y que, sin embargo, para el ausente jamás tuvo
lugar, en su forzada ignorancia al menos.
Ayer ocurrió con Chantal Akerman, cineasta belga que
falleció durante esos días de octubre en los que tuve desconectada toda fuente
de conocimiento exterior, y gracias a los cuales recuperé las ganas de volver a
enfrentarme con el eterno piélago de calamidades, e icluso albergar cierta esperanza
de sobrevivirlas.
Un nombre propio solamente, uno de tantos, de esos que
bailan en tu memoria esperando que te pregunten por él algún día en el concurso
“Saber y ganar”, nuestro “Quiz” para
loros de biblioteca a los que algún día soltaron de la jaula, quizás para que
podamos presumir de un discreto grado de conocimiento inútil.

Se quitó la vida, dicen en los noticiarios serios, falleció
en París según Wikipedia, y me admira la limpieza, la pulcritud, el respeto
para con la vida ajena, si no van más allá del hecho, y porque los detalles
sobran, al menos cuando alguien toma y ejecuta semejante decisión.

Una pesimista muy optimista, como ella se retrataba, que a
través de la observación y de la reflexión, nos deja una docena de películas
estimables, con un estilo personal y amable para intentar hacernos comprender
el entorno que nos ha tocado en suerte.

Sobre todo si considero lo injusto que he sido con ella al
no estar aquí, en el mundo, en ese su momento.
Si bien dudo en quien sufre más,
si los que marchan sin despedirse, o aquellos a los que les gusta despedir a
los que marchan y penan por no poder hacerlo. Un autentico sinvivir, admirada
Chantal.
( Por cierto que para ojos, también los de Chantal Goya, otra de mi quinta).
( Por cierto que para ojos, también los de Chantal Goya, otra de mi quinta).
Buñuel se fijaba en los zapatos, en los pies y no en los
ojos, y es que que hay gente pa tó.
Fetichistas irredentos.
que lame el mar
su pequeña huella
no vuelve más
un sendero solo
de pena y silencio llegó
hasta el agua profunda
un sendero solo
de penas mudas llegó
hasta la espuma.
Sabe dios qué angustia
te acompañó
qué dolores viejos
calló tu voz
para recostarte
arrullada en el canto
de las caracolas marinas
la canción que canta
en el fondo oscuro del mar
la caracola.
Te vas alfonsina
con tu soledad
¿qué poemas nuevos
fuiste a buscar?
una voz antigua
de viento y de sal
te requiebra el alma
y la está llevando
y te vas hacia allá
como en sueños dormida,
alfonsina vestida de mar.

PD.- Marie Laforet, por aquello de los ojos... Escuchad, mirad y a sufrir.
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