viernes, 13 de noviembre de 2015

ORSON WELLES EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-

                                  


                                                                
                                                                Orson “Das wunderkind”

Welles, el chico prodigio, quien desde sus comienzos en el teatro shakesperiano hasta alcanzar la cima del cine universal a los 25 años, solo necesitó un breve lapso de tiempo y la confianza preñada de arrepentimiento, una y no más, de ciertos magnates de la RKO que se expusieron a producir ” Ciudadano Kane” en 1942. Un gran salto cualitativo para el cine universal, fusionando la puesta en escena expresionista con los mejores  medios técnicos y  artesanos de su época, los punteros en el oficio de lo que acababa de convertirse en arte, el séptimo.

Nunca sabremos, ni querremos saber, si  es en realidad una película de detectives, una road movie que enlaza sucesivos ambientes y personajes o, quizás solamente un melodrama, donde el último suspiro del presunto protagonista nos muestra en maravilloso flashback, escenas que siguen siendo paradigma del mejor cine setenta y cinco años después.

Un guion perfecto, actores de lujo,  secundarios que no lo son, entre ellos el primer y único español que haya brillado en el Hollywood clásico, Fortunio Bonanova, sin olvidar a un tal Joseph Cotten, cuya carrera no habría existido sin el apoyo de Welles , protagonista de la apócrifa “The magnificent Amberson” 1942, aquí titulada "El  cuarto mandamiento", por aquello de las témporas, y actor principal de "El tercer hombre" 1949 Carol Reed, donde el Welles actor, su memorable Harry Lime le roba a todo el mundo la función, igual que volvería a hacer en “Sed de mal” 1958 donde,  también como director, vuelve a asombrar, creando otro malvado imprescindible para el cine negro, el inspector Quinlan.

Su personaje , el predicador de “Moby Dick”,  John Huston 1956, sin cuya homilía inicial no puede comprenderse plenamente la historia de Herman Melville, fue suprimida por la censura  española, abundando en la interminable serie de destrozos que exhibidores y productores ejercieron sobre la carrera de Welles.
Fracasos en taquilla, boicoteado por el todopoderoso  Hearst, unido a la sombra de izquierdismo y la fama, merecida, de director caprichoso y extravagante, le obligan a trasladarse a Europa, donde su prestigio le facilitó suficiente crédito para estirar este declive de manera continuada hasta el fin de sus días.

Realiza media docena de películas, algunas para televisión, que, sitúan al borde de la ruina a otros tantos creyentes en el cine como arte, entre ellos Emiliano Piedra. Dejando inconclusos otros tantos borradores, escenas sueltas de películas que nunca llegaron a nacer, y que sus admiradores irredentos proyectan intermitentemente en exhibiciones para cinéfilos.
 Recuerdo como hipnóticas, ciertas secuencias de su inimitable Falstaff, aquí titulada “Campanadas a medianoche” 1965, por razones citadas con anterioridad. Espero impaciente la restauración digital de este clásico, donde los exteriores de la Castilla medieval cubren con creces las limitaciones del presupuesto.
Falstaff es, indudablemente, uno de los personajes preferidos de Shakespeare, por su humanidad. Su ambigüedad y su fatalismo, y no pudo interpretarlo nadie más fielmente que, Orson Welles, actor, productor y cineasta absoluto. De su larga época crepuscular, ciertamente inmerecida para un director de su talla, es esta la película a rescatar. Y con ella, toda la parafernalia de su rodaje, su milagroso making off  en la España de los primeros sesenta.

Esta, y también un extraordinario documental-legado, una sincera confesión de despedida, en la que, usando como pretexto la exhibición de ciertos impostores, falsificadores, que en el mundo han sido, “Fake” 1973, esboza mediante un primer plano de su rostro, en la sonrisa del pícaro bonachón, del gordito cariñoso que siempre fue, el guiño de complicidad con el espectador a quien va dirigida. Algo así como: " Ese falsificador soy yo. Así es el cine, y así ha sido la vida de este chico prodigio. Mirad la bengala cuando cae, y oled su brillo, continuad disfrutando el aroma de la pólvora, después de los fuegos de artificio" 

                            

  Magnifica despedida y estupendo epitafio, en el que no debe faltar
 "Rosebud",  la palabra iniciática de cualquier aficionado al cine.


                                                   

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