El soldado, prisionero de guerra, mueve cascotes entre las
ruinas de Dresde y, sorprendido al encontrar semienterrada una figurita de
porcelana idéntica a la que tiene sobre la repisa de la chimenea de su casa, se
la muestra emocionado a su amigo, el protagonista de “Matadero 5”- la
imprescindible novela de Vonnegut- quien apenas tiene ocasión de vislumbrar
como el guardián lo acusa de robo y lo ajusticia inmediatamente, pistoletazo en
la nuca.
Tremenda escena que marca el devenir del personaje, el
testigo, el superviviente, y también la del espectador, quien continúa
encontrando paralelismos, aunque estos sean incruentos e incluso festivos.
Puedes descubrir una imagen evocadora, luminosa para ti, en
los lugares más insospechados, y este hallazgo puede hacerte perder la noción
del sitio donde te encuentras, de las condiciones que debes respetar si
pretendes seguir indemne.
Por otro lado esas señales celestiales, esos signos
particulares son inequívocamente individuales
o en todo caso mensajes dirigidos a un número reducido de individuos,
jamás resultan ser guiños universales.
Es el caso que nos ocupa, a una generación determinada, de
aquí y de entonces, y florecidos en un hábitat específico, chicos de pueblo
nacidos en los años cincuenta.
La exclusión, siempre discriminatoria, del resto de los
mortales, no es en absoluto intencionada. La figurita de porcelana no les va a
decir nada, seguramente no van a agacharse a recogerla, y podrán continuar,
inmunes a la barbarie, hasta que la luz del cielo los ilumine, si es que tienen
esa suerte.
Podrán, los más jóvenes, valorarlo como un compendio breve y
modesto en su intención, sobre sociología o sobre historia, de un tiempo de
amnesia en el que estas voces, estas coplas, puedan entenderse como lo que eran
en cierta forma, la tapadera, el telón que ocultaba la realidad.
Seguramente les va oler a naftalina, a plexiglás o a higos pasos, y lo van a despreciar como
lo que también resultar ser, chocheces de jubilata; pero también es posible que
encuentren una canción que les llegue al alma obligándolos a sospechar sobre la
existencia del antesdeayer. Para ellos también, traemos aquí docenas de
piezas selectas, de trufas negras, malolientes para los ignorantes y apreciadísimas
para aquellos que sean receptivos a la magia de la música, los que estén
dispuestos a descubrir y disfrutar con algo nuevo, de puro viejo.
Pero no es este el objetivo princeps, que sea esta la
finalidad del twist, del bolero o del cha cha chá, los temas lentos, las
baladas, o las guitarras eléctricas primitivas, sin apenas trémolos, vibrator o
twang, tan solo la melodía, el punteo del solista y el acompañamiento, los
acordes del que estaba a su lado, quedando el bajo o el órgano eléctrico
Farfisa (1) en un segundo y prescindible plano, es más bien la intención
de que su escucha vuelva a recordarnos
las tardes de verano o los guateques de primavera, el tiempo aquel que no
debemos olvidar si no queremos que la memoria nos borre el lugar de donde
vinimos.
Vade retro. Seguiré tomando estas capsulas del tiempo siempre que las necesite, es decir, casi todos los días. Os invito.
Vade retro. Seguiré tomando estas capsulas del tiempo siempre que las necesite, es decir, casi todos los días. Os invito.
Si es algo de lo que suelo arrepentirme enseguida, aunque no
por ello llegue al propósito de la enmienda, al menos de momento, es de no
dejar al gamberro que levamos dentro, al iconoclasta sacrílego y descerebrado,
darse el gusto de escandalizaros con ciertas canciones malditas, proscritas,
acusadas en justicia de la peor de las acusaciones, la de pertenecer a esa
categoría infame, la del mal gusto.
Y vuelvo a prometer que el próximo año quizás lo haga, a
sabiendas de que la edad si es algo de lo que no te libera es de los prejuicios
de la autocensura, pendientes de no molestar, de no incordiar, de no caer tan
bajo como para pretender venderos que las fotonovelas en color sepia eran el
mayor aporte que la literatura universal haya hecho a nuestra generación.
Aunque visto lo visto.. quizás sea conveniente sumergirme sin escafandra en
esas recopilaciones bizarras, esos cassettes de las gasolineras, y dar por
buenas ciertas horrorosas grabaciones que, hasta ahora, he conseguido evitar.
Nunca se sabe lo bajo que uno puede llegar a caer.
(1) Simulacro europeo de los genuinos Hammond, cuyo elevado
peso, y su mayor precio, los hacía inútiles para los conjuntos y sus bolos
musicales. Afortunadamente han sobrevivido, los Hammond a toda la parafernalia
electrónica digital y continúan siendo instrumentos imprescindibles para el
Jazz, el Funk, y las manos hábiles de tantos teclistas postineros.
(2) La foto inicial, tomada ayer en un rincón de Medina Sidonia, corrobora todo lo anterior, si escarbais un poco.
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