martes, 12 de enero de 2016

TU DORS NICOLE




Salir de la rutina diaria, de la interminable repetición de los días anodinos y vacíos, de esa mayoría silenciosa, y por tanto muda, que llena nuestras vidas, es quizás la única posibilidad de sentirnos vivos. Paradójica situación que acontece  lamentablemente con limitada frecuencia.

Esas “pequeñas fugas”(1) de la monotonía cotidiana, son realmente liberadoras a la vez que estímulos imprescindibles para que nos resulte satisfactorio el continuar sentados en la mesa de juego, esperando esas cartas tan escasas como sorprendentes que pueden hacernos sentir inmortales, dioses, o cosas peores y, en todo caso, alegrarnos la jornada.
Buscamos esas grietas, esos agujeros en la tapia adusta y envejecida del patio de infancia donde nos tienen recluidos, buscando un orificio mínimo, a través del cual, el efecto estenopeíco nos hace creer dueños del universo, poseedores de visiones celestiales, por el simple hecho de haber pasado de la ceguera absoluta a la contemplación de la pequeña fracción de un horizonte tan lejano como inalcanzable, o no.
Y esta es la cuestión, el componente mental de la ilusión esperanzada, del afán por conocer algo nuevo, asociado a la imaginación, resultan imprescindibles, siempre lo han sido para el progreso de la humanidad. Aunque en esta ocasión solo sirva para que el simple individuo, modesto y limitado en sus capacidades, pueda disfrutar de estar vivo.

Dicen que el crecer y el reproducirse - para lo de nacer no nos preguntan - es la justificación del animal que somos, y que el razonar, fantástica osadía para los crédulos, es lo que nos convierte en humanos.
Me gustaría creer que además son las capacidades de llorar y la de descubrir algo nuevo cada día, lo que nos separa temporalmente del suelo, el  yin yang propios de nuestra especie, y al que debemos dedicarnos con fruición. Más que nada para poder seguir jugando y disfrutar con ello.
Por lo que respecta a la sed de conocimiento y a su satisfacción mediante el descubrimiento de algo nuevo, eso que mueve a los exploradores, a los investigadores y a los pensadores, desde nuestra paupérrima condición de bípedos implumes, resultan escasas las posibilidades de encontrar la fuente de la sabiduría, y menos aún las de beber en ella hasta saciarnos.
Quizás los viajes y la lectura. Sobre todo por su accesibilidad, la lectura. Y dada la ventaja de vivir en una época en que la lectura ha transmutado los caracteres del alfabeto por las imágenes, no debemos descartar el cine, las películas a las que les han salido unos apéndices extraordinarios en forma de series televisivas. Maravillosa y económica forma de acceder a ese conocimiento, a ese descubrimiento, a esas sorpresas que nos presta el discurso ajeno, a esa fuente de regocijo intelectual, que es a lo que estoy refiriéndome.

Como resulta razonable esperar, y por aquello de la influencia del yang para sus seguidores, son escasos y cada vez (para uno) más raros los discursos acreedores del mérito que estoy intentado justificar, el leitmotiv, el macguffin de las pelis de Hitchcock, o el brillo cegador de los pocos escritores capacitados para manejarlo. No obstante, la búsqueda resulta imprescindible, y  la abundante información disponible, bien filtrada por la experiencia, esa desgracia que los años transforman en sabiduría, nos permiten de vez en cuando, encontrar un virginal campo de setas, un paisaje excepcional, o el mensaje en la botella del escritor amigo - desde que leímos su discurso- o un ensayo intelectual maravilloso, a veces escondido dentro de una película banal en apariencia.
Me ha vuelto a suceder, y estoy obligado a contároslo.

“Tu dors Nicole” 2014 Canadá. Stephane Lafleur.

Una historia de adolescentes desencantados y perdidos en la sociedad hiperprotectora del primer mundo, donde los valores tradicionales parecen estar ausentes y el vuelo hacia la madurez de la protagonista parece quedar suspendido indefinidamente. 
Ese sería el resumen de otra historia más sobre esa edad de la que algunos intentamos salir insistente y desesperadamente, con menor éxito aun que el de Nicole, a quien el insomnio le dificulta conciliar el sueño reparador y las ideas imprescindibles para su supervivencia, al menos hasta los diez segundos finales de la película. Aparentemente anodina.

Pero detrás de la pantalla, de esa donde Verneuil niño contaba la película que solo podían oír, a su amigo en Mayrig (2), su testamento autobiográfico, había otra historia diferente de la interpretada por la divina Garbo, en tanto que eran la imaginación del niño y los recuerdos del amigo cinéfilo los que tenían que elaborarla. También detrás de los pequeños grandes dramas de Nicole, encuentro hábiles pinceladas expresionistas, algo entre Turner y Munch, que a cierta distancia, horas después de contemplarlas, me hacen imaginar la tragedia inconclusa del mundo en que vivimos.

La banalización absoluta del sexo, quizás más bien su deconstrucción gastronómica como medio de relación social, de aceptación dentro del grupo, totalmente alejado del placer, del amor o  de sus funciones fisiológicas, de las reproductivas. Su uso intemporal, pero aquí explicito, como prostitución encubierta, un uso compasivo a cambio de compensaciones evidentes. 

El concepto de amistad interesada y volátil, de convenios sociales que se desbaratan cuando la zanahoria es discretamente más apetecible que la fidelidad, la honestidad con el colega.

El gap, el abismo insalvable entre dos generaciones consecutivas, donde los padres han cumplido su deber laboral a lo largo de toda una vida y dejan a sus hijos todo lo que suponen  necesario para su confort personal, en ausencia, y su único mensaje interestelar y repetido es el de que no olviden regar las macetas. Como si hubiésemos eliminado la etapa del hijo caballero, y pasásemos directamente del abuelo arriero-trabajador al nieto pordiosero-zangolotino.

Más, mucho más minusválidos mentales que los titulares de la tienda donde trabaja Nicole, hasta ser denunciada y expulsada gracias a ellos los “débiles” discriminados positivamente por la sociedad que no tiene lugar para ese otro tipo de debilidad encubierta, la generación de jóvenes que no tiene trabajo, ni necesidad de buscarlo. Terminan los “cortitos” riéndose de Nicole, obviamente, cuando esta pierde su empleo.

No entiende la protagonista que el robar sea un delito cuando se restituye lo robado, ni que por tanto haya que pagar por ello. A quien nunca le ha faltado lo necesario no le parece mal ampliar sus necesidades de manera arbitraria. Y eso que está ambientada en Canadá, que en nuestro medio ni siquiera se devuelve el botín, ni mucho menos se considera hurto o motivo para perder el puesto en la esquina.
Pero en Canadá, en ese paisaje cercano, esa imagen idílica del primer mundo, donde el desempleo no existe, y donde los jóvenes, algunos, disponen de tarjeta de crédito de forma milagrosa y su único y aparente sinsabor vital sea ver que la amiga se apropie del chico deseado, o viceversa, no me imaginaba que el vacío moral - nada que ver con lo inmoral-, el vacío absoluto tuviese el poder sobre una sociedad empobrecida espiritualmente en el peor de los sentidos, la absoluta falta de interés de toda una generación, con el consentimiento negligente de la de sus padres, situados  en la inevitable senda del auténtico declive del imperio americano (3).

Declive imperial que, me temo no afectará en exclusiva a ellos. Son demasiadas las similitudes con nosotros, como para despreciar la imagen crepuscular de una sociedad que no me resulta ajena.

El surrealista final, la liberación de la cólera reprimida de Nicole, más que una venganza pasional, resulta un despertar de ese sueño, ese “tu dors” en el estamos amodorrados.
No me atrevo a interpretar ese mensaje, políticamente incorrecto, en un medio donde ciertas cosas, ciertas ideas, no deben siquiera nombrarse. Mejor pensar que no ha quedado claro lo que pretende decir el director con ese insurgente geiser final. Las ideas son peligrosas para quien las padece, sobre todo en cuanto salen al exterior. Aunque también podíamos pecar con el pensamiento hasta hace bien poco, pero eso solo era posible en un mundo ficticio, a extinguir. Es lo que parece, después de ver películas como esta.

(1).- “Les petites fugues” 1979 Yves Yersin. Suiza (que también se las traen los helvéticos).
(2).- “Mayrig” 1991 Henri Verneuil. Francia. (Y quizás Armenia, Turquía, Siria…). A ver junto a su inevitable secuela “588 Rue Paradis” 1992.
(3).- “Le declin de l´empire americaine” 1986. Denys Arcand. Canadá. (Profética).

“De vez en cuando viene bien dormir” es una canción de Piero, de 1995, algo más divertida y optimista. Si habéis conseguido llegar hasta aquí, seguro que os gusta. VIENE BIEN DORMIR

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