La vida como una naranja.- (basado en hechos reales).

Y si hermoso y reconfortante resulta el aprendizaje
continuo, el atrapar esos pequeños tesoros que la vida esconde tras cada paso
del explorador, no lo es menos el sentarte en a descansar en algún lugar idóneo
–mejor que sea idóneo- del camino, a recuperar fuerzas, o quizás a aceptar que
ya tu energía no puede seguir el ritmo de los entusiastas pioneros-eso creemos
todos- a esa edad en la que las ganas compiten, y vecen al cansancio, ante la
promesa de días tan largos como repletos de descubrimientos tan maravillosos como
el de los misterios de la naranja. A la vez que repones fuerzas durante el
reposo, resulta imposible escapar a la
meditación, a la valoración de todos esos hallazgos que has acumulado en tu
experiencia, y definitivamente, a comparar aquellos similares para darles un
significado, un nivel superior en el conocimiento, así aprendes que la clementina y la salustiana son
absolutamente diferentes, que la sanguina y la guachi no tienen nada que ver y,
sobre todo, que el zumo puede existir con o sin pulpa en su nueva presentación
natural, hoy tetrabrik, mañana quizás en el grifo.

Hace poco leí a algún intelecto de ideas tan brillantes como
irrebatibles, aquello de que a partir de, digamos los setenta años, debes tener
claras tus ideas, porque estas son las que te van a acompañar hasta el fin de
tus días. El oráculo en cuestión podía decirlo con la absoluta propiedad de
quien ha rebasado ampliamente los ochenta, y del viejo el consejo dijo otro.
Pero me temo que ni siquiera esa perogrullada culta, llegue a tener el valor de
la certidumbre.

El absurdo de aceptar la inutilidad del conocimiento, la debilidad de la defensa aportada por la experiencia, y la sensación de que, al fin, es el instinto animal, el temor al dolor, justificadísimo, y la elevación a la cumbre de los dones que nos puede ofrecer la vida, a esos pequeños placeres que encontramos cada hora, cada minuto que pasa, toda la sabiduría de la que ahora, en este instante evanescente, puedo disponer.
Al final me veo con la espalda apoyada en la pared,
asegurando al menos, conjurando la mitad de los peligros, comprobando con una
mano que la cartera-cada dia más magra ella- sigue en el bolsillo, mientras con
la otra mano sujeto el vaso de licor vital, sea tinto, jugo de naranja o sea antiguo,
como traducían en la película de ayer el whisky que luce el old antes de su
marca. (My house in Umbria).
Y es aquí en esta tergiversación de las palabras, y consecuentemente
de las ideas, donde debería haber comenzado el discurso. Ya no hablamos de
“comer” la naranja, sino de si queremos su jugo con o sin pulpa, y eso es lo
que hay; el progreso y la asunción de que en bagatelas como esa, no tiene la
menor importancia el perder nuestro tiempo.
Pero es que, antesdeayer vi “La chica danesa” peli de prestigio, a caballo entre el cine culto europeo y el masivo de recaudaciones millonarias y candidaturas al mayor premio ecuménico de la cultura mundial, el Oscar, quedando el Nobel en segundo, o quizás tercer lugar, después de los Grammy y puede que también de la Copa de Europa.
Pero es que, antesdeayer vi “La chica danesa” peli de prestigio, a caballo entre el cine culto europeo y el masivo de recaudaciones millonarias y candidaturas al mayor premio ecuménico de la cultura mundial, el Oscar, quedando el Nobel en segundo, o quizás tercer lugar, después de los Grammy y puede que también de la Copa de Europa.

Este drama no es algo nuevo, aunque los medios científicos y
el apoyo social hayan despenalizado el asunto, roto el tabú, arrancado la piel
blanca que esconde los gajos de la naranja, y facilitado que el desafío no
termine inexorablemente con la vida del transexual.
Poco más habría que contar, película dentro del género
“caca, culo, pis” en tanto el sexo como protagonista absoluto, siga siendo su
reclamo, y con un actor excepcional de
esos como aquel que cuando aparecía sentado a una silla, “Él era la silla”.

-Fulanito de tal se convirtió en pionero –sic, pionero- del
movimiento transgénero.
Y salgo de mi asombro- sí, salgo- al parecer no solo existe
un movimiento, social supongo, transgénero, algo que un servidor ignoraba, salvo
que el concepto de movimiento equivaliese al de aquel inmóvil que duró cuarenta
años en nuestro país, oficialmente, y que sigue estático y presente en nuestros
días, o bien que signifique un movimiento de masas al que uno pueda libremente
adherirse y abandonar. Ya no sé qué pensar. La peli es probablemente
franco-alemana-belga-inglesa y ... norteamericana, por tanto la traducción debe
ser correcta, escrita en la pantalla, nada de subtítulos flotantes, y
seguramente quisieron decir movimiento transgénero cuando dijeron aquello de
movimiento transgénero. Y yo con estos pelos.
¿Tan loco está el mundo? Tan loco como las hormigas de mi
hormiguero de no cesan de revolverme las ideas hasta el punto de hacerme temer
por el guiso que llevo en puchero, lo que queda de él. The remains of the day.

Aquí hay materia para una película o una docena, y es lástima que ese género cinematográfico, que junto al de submarinos están en horas bajas, no renazca, salvo excepciones como la Ida, del año pasado, y siga también encerrado en la categoría de “caca culo pedo pis” como si las monjitas no tuviesen otra cosa que hacer que pecar. De los títulos que recuerdo, unos quince o veinte, apenas se salva Audrey, que en gloria esté, en la película de Zinnemann, el resto de vergüenza.
Así que tanto caminar, tanto aprender, tanto meditar, para
comprobar que no me sirve de nada, para temer mañana algo peor, y para seguir
refugiado en los placeres de la vida virtual, releyendo a Machado-Mairena,
Camus y Baricco, los tres a la vez, mientras espero que deje de llover.
(basado en un hecho
real) es la etiqueta de moda. Nada más real que la vida del espectador y su
generosa credulidad con pretextos injustificables y falsos, como ese del hecho
real.

The lady in the van, se anuncia discretamente como basada en hechos casi reales. Al parecer les queda casi verguenza.
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