Quince años y una bicicleta.
Y casi todo el tiempo de luz para ti
solo. Tardes de verano en los que la brisa te acaricia a la par que
te invita a viajar, a iniciarte en el placer de descubrir paisajes
nuevos y explorar los límites de tu entorno natal, a la vez que
de los propios, tu resistencia física ante un esfuerzo limitado por
el tiempo, las horas en que puedes ver y ser visto, y limitado por tu
capacidad de adolescente, más fragil de lo que imaginas.
Presumes que el entrenamiento te
permitirá ensanchar esos límites, la virginal lejanía del punto
donde cada tarde te darás la vuelta, mediante el alejamiento progresivo
tras días y semanas de placentero rodaje.
El primer pueblo, el más cercano
estaba a doce kilómetros, alcanzado al segundo dia sin incidentes. A continuación el reto doblaba la distancia, treinta kilómetros,
durante una semana seguida, confirmando como propio el terreno
conquistado, y soñando con la próxima meta, la que haría realidad
el recorrido circular, con regreso al punto de partida; los setenta u
ochenta kilómetros, el ejercicio fortalecedor para el ciclista
aficionado que no pretendía serlo, tan solo disfrutar al ir
rompiendo progresivamente las ataduras físicas en esa edad cuando a
eso llamamos aprendizaje.
Todo iba sobre ruedas, redundante, y
tenía medio verano para rematar la fusión entre jinete y montura.
Pero en la mitad del proyecto, a los
diez o quince días de comenzarlo, sucedió cierta impertinencia que
hoy justifica esta reflexión relacionada con aquella aventura.
Durante el camino de vuelta, en algún
lugar cercano al comienzo y final de etapa, en esas horas de la tarde en
que la canícula comienza a refrescar el aire con las corrientes
térmicas, esas que anuncian la inversión entre la temperatura del
suelo y la del cielo, y que hacen amable y placentero lo que queda
del dia. (Esa es de Kazuo Ishiguro, de lectura imprescindible).Escucho una voz que me llama desde el
borde de la carretera. Y digo que me llama porque no podía observar
a nadie más lo suficientemente cercano para considerarlo
destinatario de aquel aviso, casi orden.
-! Eh muchacho! - Si tienes ganas de
hacer ejercicio, vente a la huerta y me echas una mano. Que estoy
harto de verte pasar todas las tardes para no ir a ninguna parte -
Me pareció algo violento el discurso,
y aunque seguramente terminé bromeando con el hortelano, explicando
quizás que mi interés estaba más cercano a la verde Orbea que a
las hortalizas, lo cierto es que el resto del camino no hice otra
cosa que meditar sobre el asunto.
Aquel hombre, invisible hasta entonces
para el ciclista, estuvo todos esos dias, durante muchas horas, en
cuclillas, escardando y ahuecando la tierra con su azada, en una
postura que lo confundía con el color del suelo, completado el
camuflaje por la movilidad reducida de quien se pasa la tarde
dosificando el esfuerzo y el sudor, para estirarlos hasta que
aparezca en el cielo el lucero del alba.
La presunta agresividad de su interpelación, quedaría suavizada si no anulada por la familiaridad de quien seguramente conocía, mi nombre y mi familia, cosa que, en los pueblos, supone la identidad personal absoluta. Con el añadido, positivo para quien está en condiciones de aprender, y de agradecer la lección de aquella reflexión tan simple como certera. El esfuerzo inútil del deportista y su presencia fuera de lugar, su obscenidad al compararlo con el trabajo, a veces muy duro, de los demás.
La presunta agresividad de su interpelación, quedaría suavizada si no anulada por la familiaridad de quien seguramente conocía, mi nombre y mi familia, cosa que, en los pueblos, supone la identidad personal absoluta. Con el añadido, positivo para quien está en condiciones de aprender, y de agradecer la lección de aquella reflexión tan simple como certera. El esfuerzo inútil del deportista y su presencia fuera de lugar, su obscenidad al compararlo con el trabajo, a veces muy duro, de los demás.
Ahora, el paso de los años me ha hecho
intuir otros hilos del conocimiento que entonces no estaban a mi
alcance. Quizás aquel sujeto era una representación de la figura
patriarcal, del abuelo conservador, que gustaría de enseñar a los
nietos los conocimientos de que disponía, entre los cuales estaba
seguramente el esfuerzo cotidiano dirigido, como no, a la
supervivencia. Otro hilo, el de la memoria, del que hoy he tirado, me
ha hecho ver la posible expectativa de los padres, en aquellos los
años de discreta bonanza, al soñar con la posibilidad de que sus
hijos estudiasen e iniciasen la conquista de otro nivel económico y
cultural, previsión que hasta entonces estaba prácticamente
proscrita. Después de tantísimas generaciones de mulo y cuadra, de
sequía y pedrisco, de pan y cebolla, no podían, ni querían,
desperdiciar la ocasión de apartarlos del peligro de repetir la
historia. Para ello, la bicicleta pudo ser un medio valido, el
instrumento para usar el tiempo que dejaba libre el estudio,
alejándolo del rito agrario, del calendario zaragozano.
Entonces no comprendí este
razonamiento, ni podía siquiera intuirlo. Si asimilé la reprimenda
del hortelano, y avergonzado, suspendí la experiencia ciclista, más
allá de aquellas proximas a los alrededores y a las tertulias del grupo de amigos, al vuelo gallináceo en suma. Con ello la carrera atlética,
y el desarrollo muscular dirigido exprofeso hacia la perfección
física, y por añadidura la participación discreta en cualquier
prueba deportiva, pasaron a mejor vida. Me gustaría culpar a aquel
hombre del rechazo a esto del fitness de ahora, que cualquier dia
también aceptan el palabro en la RAE, viven de eso. Pero tampoco
puedo menospreciar mi falta de voluntad, creo que congénita, para
los esfuerzos en general, y la comodidad que ha supuesto a lo largo
de mi vida el limitar el ejercicio a las necesidades básicas del dia
a dia, o del placer de andar, de pasear par el campo o la playa,
hasta que la luz, otra vez el sol poniente, me aconseja iniciar el camino de
vuelta.
Viene todo esto a cuento de la
realidad, de la moda quizás, del absurdo de repetirme una y otra vez
aquello que escuché a los quince años “Si tienes ganas de hacer
ejercicio vente a la huerta y me echas una mano” y las ganas
reprimidas de repetirlo a todos los que veo en este actual baile ecuménico e
incomprensible, aun a riesgo de sufrir lapidación.
Ha tenido que ser la lectura de Juan de
Mairena, y otra lección aprendida, quizás demasiado tarde, de la
pluma de Antonio Machado, la de poner en boca de otro, de un
personaje, siempre en segunda o tercera persona, las ideas que se te
ocurren, para usarlos como coartada del delito, del crimen de opinar
que en aquellos años en que lo publicaba, 1936, eran de lesa
majestad. Eran y lo siguen siendo, porque el simple hecho de
trascribir la reflexión de Mairena, o quizás de su maestro, en
quien se escudaba a veces Juan, también temeroso, me puede acarrear
al menos la incomprensión, de esa multitud que llena nuestras
calles, campos y gimnasios, en busca del santo grial.
- Para crear hábitos saludables, que nos acompañen toda la vida, no hay peor camino que el de la gimnasia y los deportes, que son ejercicios mecanizados, en cierto sentido abstractos, desintegrados, tanto de la vida animal como de la ciudadana. Aun suponiendo que estos ejercicios sean saludables- y es mucho suponer-, nunca han de sernos de gran provechos, porque no es fácil que nos acompañen sino durante algunos años de nuestra efímera existencia. Si lográsemos, en cambio, despertar en el niño el amor a la naturaleza, que se deleite en contemplarla, o la curiosidad por ella, que se empeñe en observarla y conocerla, tendríamos más tarde hombres maduros y ancianos venerables, capaces de atravesar la sierra de Guadarrama en los días más crudos del invierno, ya por deseo de recrearse en el espectáculo de los pinos y de los montes, ya movidos por el afán científico de estudiar la estructura y composición de las piedras o de encontrar una nueva especie de lagartijas. Todo deporte, en cambio, es trabajo estéril, cuando no juego estúpido. Y esto se verá más claramente cuando una ola de ñoñez y americanismo invada nuestra vieja Europa. (A.Machado 1936).
P.D.- He ido a comprarme unas zapatillas y me preguntan si las
quiero de trekking, o de running. No he sabido que responder, y me
siento tan avergonzado como el dia aquel en que dibujé tu rostro en
la playa, Aline, yy luego el mar lo borró. Después fue tu lagrima la
que cayó en la arena, y más de lo mismo. Los que somos de secano ,
Juan de Mairena, y la mayoria de nosotros, eso de vivir permanente en
una playa virtual, en un pais donde parte importante del PIB,
depende de la actividad deportiva, absolutamente yerma a la hora de
producir bienes que supongan un beneficio tangible para la sociedad,
más allá del paseo recomendado por los cardiólogos a los jubilados
o en trance de serlo, nos sigue pareciendo un autentico disparate.
Otro.
P.D. 2.- La imagen es de “Les
Triplettes de Belleville” 2003 Sylvain Chomet. Versión diferente
sobre el tema de hoy.
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