“Damnatio memoriae es
una locución latina
que significa literalmente 'condena de la memoria'. Era una práctica
de la antigua Roma consistente en, como su propio nombre indica,
condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Cuando
el Senado
Romano decretaba oficialmente la damnatio memoriae, se
procedía a eliminar todo cuanto recordara al condenado.”
(Wiki).
Supongo que entonces, como ahora, el
único crimen merecedor de semejante castigo, el de lesa majestad, es
el de robar a un pobre, el de saquear los sestercios del erario
público, cuando este erario es más bien un erial, un terreno baldío
donde la única hierba que crece durante todo el año, curiosamente,
es la deuda pública.
Hoy la sociedad, al menos la nuestra,
poco ha cambiado en su resignado sufrimiento popular, ni en el
consuetudinario desfalco a cargo de tribunos y patricios. Conste que
la historia tampoco resulta excesivamente amable con aquellos
sistemas políticos que iluminaron cegadoramente el horizonte de la
humanidad, es decir, la República Francesa.
Hasta Fouché que fue cura, comunista,
revolucionario, ministro excepcional -de Interior- de Napoleón y
Marqués de Otranto -alguien me aconseja encarecidamente no retrasar la
visita a su palacio- insistía en que el puesto mas valioso
-financieramente- en cualquier estado, es el de manejar las llaves
del establo, el de repartir los mejores puestos del pesebre nacional,
a cambio de ciertas dádivas opacas para la contabilidad oficial, y de
mirar para otro lado distraídamente, hasta el momento fatídico en
que el defraudador apesebrado es pillado in fraganti, investigado e
imputado, y en el peor y más exótico de los casos condenado a la
damnatio memoriae, que de devolver el botín jamás se ha tenido
noticia a lo largo de la historia.

Ni tan siquiera ese castigo de hace dos
mil años, la damnatio memoriae puede alcanzarlos. Poco o nada hemos
progresado desde entonces.
Desgraciadamente hemos de soslayar a
los eruditos de la justicia histórica, y a los profetas del mundo
mejor, para encontrar explicaciones satisfactorias que justifiquen el
actual estado de las cosas.
Leer a Mario Puzo, denostado novelista de best sellers, por ejemplo. Y comprender que el ladrón, el delincuente, solo va a ser castigado cuando robe a sus semejantes, a su organización, pero jamás cuando ejerce noblemente su profesión, cuando delinque profesionalmente. Así hemos visto en nuestro Patio de Monipodio nacional, como han sido “castigados” con el san benito de la fama, los que han robado fehaciente y repetidamente a su organización matriz, sean Granados, Bárcenas, o Conde, y como los honestos recaudadores pro domo sua – sin el latín y sin Roma no somos nadie- como la familia Pujol al completo, quedan exonerados del escarnio, porque de devolver sestercios nadie ha dicho nada.
Leer a Mario Puzo, denostado novelista de best sellers, por ejemplo. Y comprender que el ladrón, el delincuente, solo va a ser castigado cuando robe a sus semejantes, a su organización, pero jamás cuando ejerce noblemente su profesión, cuando delinque profesionalmente. Así hemos visto en nuestro Patio de Monipodio nacional, como han sido “castigados” con el san benito de la fama, los que han robado fehaciente y repetidamente a su organización matriz, sean Granados, Bárcenas, o Conde, y como los honestos recaudadores pro domo sua – sin el latín y sin Roma no somos nadie- como la familia Pujol al completo, quedan exonerados del escarnio, porque de devolver sestercios nadie ha dicho nada.
Curiosamente esta palabra, “familia”
, tan querida por los mafiosos de Mario Puzo y sus Padrinos, aparece
con asiduidad entre nuestros presuntos. Entre los cuales no veremos,
desgraciadamente, a aquel que maneja la puerta del establo, ni
siquiera a los que disfrutan de la titularidad de los pesebres
nacionales.
Todo perfectamente establecido desde tiempos inmemoriales y que, incluso en época de vacas
esqueléticas y moribundas, permite que sigan incrementando la deuda
publica, llenando los pesebres de rica alfalfa, mientras prosigue el goteo interminable de nuevos famosos en los
programas de mayor audiencia, el salto a la fama de criminales que
dejan de serlo para pasar al estrellato, mientras la plebe consiente,
cuando no aplaude, pero siempre vota, para que todo siga igual.

Lástima que no hayamos aprendido nada
de la herencia que Publio Cornelio Escipión nos dejase a su vuelta
victoriosa de la guerra púnica, la misma que ahora tenemos contra un
estado religioso que, como el nuestro, pretende identificar y por
tanto confundir, religión y sociedad.
No hemos aprovechado en absoluto las enseñanzas de
la historia que, por cierto, es una señora que no hace más que dar vueltas y más vueltas, para
terminar siempre en el mismo lugar.
Tan eficaz resultó en la antigua Roma
el asunto este de borrar de la historia a los delincuentes, que hasta
el concepto de damnatio memoriae quedó sepultado en el olvido hasta
su rescate en 1860 por los inoportunos impertinentes de siempre,
historiadores que, junto a filósofos moralistas y literatos
humanistas, son los escasos grupos rebeldes, irredentos luchadores
por mantener a flote la evidencia de la realidad, la de ahora y la de
hace miles de años.
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