Palabra extraña y disuasoria,
que nos alejó de la tragedia, ajena y lejana, y la ubicó en un mundo ficticio,
tanto como ininteligible y novedoso es el término que le adjudicaron, holos y
fausto significan “quemado todo”, referido al carnero y su sacrificio
religioso.
Palabra impuesta, en lugar de
“catástrofe” que hubiese explicado meridianamente aquel suceso y lo hubiese
acercado a cualquiera que dispusiese de un comino de misericordia para ofrecer.
Llevo una semana leyendo las
notas de Vasili Grossman, recopiladas por Antony Beevor, sobre la experiencia
del periodista judío durante la guerra , y ayer me encuentro a Chagall
recreando el “petit país” de su infancia, Vitebsk, sus retratos de rabinos y
sus manos de siete dedos, tantos como brazos del candelabro, y me embarga la
sensación de que es solo la repetición del mismo tema, universal y ecuménico
“todos los credos en la misma bolsa” que
nos afecta a todos, y seguirá haciéndolo desgraciadamente.
El pueblo elegido – dicen que
esa asunción fue la causa de que el otro “pueblo elegido” decidiese que solo
había lugar para uno- ha sufrido persecuciones a largo de los siglos, y la
protagonizada por Moisés solo era una de ellas. Los pogromos – “Saqueo y
matanza de gente indefensa, especialmente judíos, llevados a cabo por una
multitud.” Y la Shoá “La Catástrofe”, son parte inherente de la historia de
esta religión, que no era, no es, una raza, ni siquiera una raza que los
puristas del hombre nuevo, nazis o soviets, tuvieran necesidad de exterminar.
No confundir raza con religión, hace decir
Grossman a uno de sus personajes. Ignorando que cincuenta años después,
el concepto de raza pasaría a mejor vida, la de un pasado obligado a ser
olvidado, y a ser posible jamás repetido.
A nosotros, negacionistas
incluidos, niños del franquismo que perdura, nos quedaba este mundo, tan lejos
como las leyendas sobre un “enemigo” al que expulsamos hace quinientos años por
sus reiteradas maldades. Y aunque esas maldades resultasen tan borrosas como
estupidamente infantiles, -sacrificios humanos incluidos- dimos por bueno el
hecho de su forzoso alejamiento, otro pogromo para su cuerpo, sospechando que
“Algo malo habrían hecho” para merecerlo. Igualito que ahora algunos murmuran
ante cada mujer asesinada aquí, más cerca, y por causas o razones que no
interesan a nadie, más bien justificándolo entre dientes, y escondiéndolo con
una nueva formula de holocausto que es solo una palabra inventada para ocultar
y enmascarar las matanzas de infieles –ellos- a manos de los gentiles.
Pensar que un pueblo cercano
al mío natal –mi tierra prometida- se llama “La Mata”, y que siempre asocié, y
supongo que no fui el único, a “Planta de poca altura o tamaño, especialmente
de tronco ramificado y leñoso.” En lugar de atribuir el origen real de su
nombre a: La Matanza de creyentes – no necesariamente poseídos por su fe – de
una religión por los poderosos de la rival. Y todas las religiones son rivales
cuando el poder anda por medio. Hasta las más amables y benéficas, el budismo y
el sintoismo japoneses no dudaron en apoyar la invasión de Manchuria, cuando hubo
menester. Y el buen creyente tratado como traidor y enemigo –pacifista- cuando
fue necesario. Véase “El arpa birmana”.
Los restos de aquellos ritos,
repasados por la Santa Inquisición, de las que nos tuvieron ignorantes, y nos
siguen teniendo, los que insisten en culpar a la pérfida Albión de inventar una
leyenda negra, absolutamente falsa, para vilipendiarnos, a nosotros, los de la
pureza de sangre,- innegable esta forzada pureza después de expulsar a moriscos
y judíos – han quedado reducidos al nombre de algunos barrios en trance
desaparecer, a los que llamamos juderías, o a la discoteca del pueblo, antaño
llamada “La sinagoga”, hasta que esa palabra desapareció por innecesaria de
nuestro vocabulario, curiosamente enriquecido con holocaustos y violencias de
género, cuando no de matanzas colectivas, de pogromos sobre gentiles –lo somos
todos- a las que también llamamos “Atentados terroristas” para desligarnos de
responsabilidades. Bien es sabido que contra el terrorista, el género, o contra
Lucifer, no podemos hacer nada.
Los bustos parlantes lo
repiten como un salmo infinito “La mujer asesinada por su pareja, hace la
número treinta y cinco en lo que llevamos de año”. Y seguimos comiendo, o
bebiendo, y usando la calculadora mental para comprobar que estamos en la
semana 38, y la media es de 55 victimas al año, por lo tanto llevamos tres de retraso, cosa que sin duda se
arreglará en breve, porque los números son los números. Obviando que usar el
termino “pareja” en lugar del de “asesino” solo conduce a una discreta
incorrección del lenguaje, y en modo alguno a intentar esconder esta
“Catástrofe”, esta Shoah.
Esta y la otra, la de ocultar
la matanza de trescientas personas con una cifra de uno o dos dígitos, y una
letra. Así, la masacre de Madrid del 2004, más de trescientas víctimas, queda
históricamente etiquetada por nuestros cronistas como el inolvidable 11M, igual
que se usó 23F para renombrar la palabra
estafa. Por cierto que todavía estamos esperando que los responsables, los de
nuestra cosa de aquí, nos digan quienes lo hicieron y por qué, y me refiero a
la masacre de los trenes de cercanías madrileños, ya que una vez aclarado quien
no lo hizo, y ante la inexistente reivindicación por el Isis, o el Daesh, o
cualquier otro Satanás habitual, creo que al menos este país merece una
explicación por los responsables de darla. (Ingenuo eres).
Y es que esto del demonio, de
Lucifer o Satanás, da mucho juego para los creyentes en Ángeles azules, los
Ángeles caídos en las simas del mal. Todavía los perdedores de aquella guerra
que relata Grossman sirven para amenazar a los niños que no quieren tomar el
potito mañanero. Hitler sigue dando juego en el ranking de la maldad -el
deporte lo puede todo- y mismamente antesdeayer se estrenó las séptima versión
fílmica del ajusticiamiento de Reinhard Heindrich por un comando checoeslovaco,
ayudados por alguna bacteria y la ineptitud de los médicos, a quien se acusa a
posteriori de ser el arquitecto del holocausto, por más que muriese antes de
que esta hecatombe –palabra que todos entendemos- llegase a su cenit.
El por qué necesitamos
malvados a quienes odiar y a quienes
condenar es algo que jamás he comprendido. La existencia de anticapitalistas en
el seno de los países ricos, del primer mundo, o de antifascistas dentro de
partidos políticos que lo son- conservadores radicales hasta el tuétano- forma
parte de esos misterios -no precisamente gozosos- que jamás lograré comprender,
igual que el abuso de cambiar la denominación de las tragedias por palabras que
distraen a quien las lee o escucha, del horror que encierran.
Grossman solo lloraba por su
madre, y por su incapacidad de haberla salvado del final en el barranco. Stalin
le quitaba importancia al exterminio judío – bien se encargaba de aclarar que la maldición, cincuenta
millones de muertos, no alcanzó solo a ellos- a sabiendas de que los
ucranianos, en aquel caso, habían sido colaboradores imprescindibles para que
los nazis lo hubiesen llevado a cabo. Aparte de temer a las nacionalidades
emergentes y a las religiones autóctonas, ajenas a la oficial del partido.
Sholojov apoyaba la tesis de Stalin, con aquello de “algo habrían hecho para
merecerlo”, mientras nos embaucaba con su “Don apacible” y la perfidia de los
kulaks en sus koljoses y sus isbas.
Y es lo de siempre, palabras ininteligibles, apellidos extraños, países y mundos lejanos a los que etiquetar con cuatro obviedades para negar la mayor, la culpabilidad que vemos en el espejo del cuarto de baño, o la que nos sirven los medios de comunicación en los titulares donde el morbo sobre el crimen, el holocausto cotidiano, el ¿Donde ha sido?, ¿Como lo ha hecho?, y el “Pobres niños”, unido a la xenofobia durante el postre, cuando la victima no tiene “pureza de sangre” o el “ya se veía venir” al comprobar que fue su “pareja”; que fuera del matrimonio no se puede esperar nada bueno.
Y es lo de siempre, palabras ininteligibles, apellidos extraños, países y mundos lejanos a los que etiquetar con cuatro obviedades para negar la mayor, la culpabilidad que vemos en el espejo del cuarto de baño, o la que nos sirven los medios de comunicación en los titulares donde el morbo sobre el crimen, el holocausto cotidiano, el ¿Donde ha sido?, ¿Como lo ha hecho?, y el “Pobres niños”, unido a la xenofobia durante el postre, cuando la victima no tiene “pureza de sangre” o el “ya se veía venir” al comprobar que fue su “pareja”; que fuera del matrimonio no se puede esperar nada bueno.
Bibliografía reciente:
Herejes - Leonardo Padura.
Un escritor en guerra – A. Beevor
(Imprescindibles “Vida y destino”
y “Todo fluye” de V.Grossman
Cuentos varios sobre el judío errante
- Stefan Zweig
El arpa birmana – Peli de Kon
Ichikawa y novela de Michio Takeyama
Anthropoid – Peli de Sean Ellis sobre
la ejecución del “Carnicero de Praga”.
P.D.-
Hace años había una pintada- ahora
las llaman graffitis, ya digo- en la esquina más visible de la
ciudad: “RIGAN ASECINO”. (sic)
Que a gusto debió quedarse la
criatura, y que buena fue la nota de aquel humilde trompeta - Ligia
Elena de Rubén Blades- que sigue sonando entre los que personalizan
todas las tragedias en un nombre propio, preferiblemente líder de la
religión o del equipo rival, que viene a ser lo mismo.
No tenemos enmienda. (O quizás los
espetos de ayer me hayan sentado mal).
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