¿Qué habrá querido decir?
La pregunta no era gratuita. Nos la hacíamos inmediatamente
después de salir del cine –de arte y ensayo- dando por sentado que el autor
–los directores eran autores en aquel entonces- había encerrado un mensaje que
a los criptógrafos de pueblo nos sumía
en la desesperación propia de quien no ha comprendido nada, absolutamente nada,
de lo que había visto en la pantalla.
Dábamos por bueno que había querido decir algo, y ese era
nuestro primer error. Desconocíamos que los artistas verdaderos, como los
políticos de ahora, no tienen necesidad de elaborar un discurso donde
introducir ideas, tan solo entretenernos con las imágenes de unos y la
verborrea de otros, dando por bueno el axioma cultural de que el mensaje no
está en la obra del artista, o en la palabra del líder, sino que el mensaje es
“el artista”, el mensaje es el medio.
Me ha costado apreciar los incontables bastoncillos, y conos
de la retina, que he quemado en las salas oscuras, durante años y años. La pérdida
auditiva, curiosamente, me ha dotado de un sentido extra para detectar la
esencia de muñeco que fundamenta a esos personajes que insisten en parecer
personas para conseguir votos o, quien sabe, afiliados a su club deportivo, el
club de su propiedad del que quieren hacernos partícipes a través de las cuotas
y de compartir la irresponsabilidad de sus actos.
Ahora vuelvo a ver las películas de entonces, aquellas que
se me habían escapado, como la prestigiosa “Cita en Bray” (1), más sugestiva y
apetitosa con su título original “Rendez- vous a Bray”, para constatar, sin
acritud, que no había querido decir rien de rien, el buen señor. Y ante la duda
de si la pizca de sabiduría que yo atribuyo a los años, no es solamente la capa
de corcho con la que el embrutecimiento inveterado recubre la madurez del
arbolito, me sumerjo en los sabihondos comentarios de los espectadores en el
IMDB, unos ochenta, para comprobar que, efectivamente, rien de rien, que muy
bonita la fotografía, y muy guapa la chica. Guapa oficial de la intelligentsia
de entonces-otro trauma que tendré que superar, el de no compartir gustos sobre
la belleza femenina con aquellos impuestos por la propaganda, aunque en esta
ocasión Anna Karina justifique sobradamente la oficialidad- pero la historia de
la película se adivina ausente, y el mensaje sigue pareciéndome nulo, cuarenta y cinco años después.
Si bien, no siempre resulta de esa manera. A veces nos
cuentan cosas muy interesantes, y en ocasiones sucede algo hermoso, sin necesidad
de contárnoslas explícitamente, nos las
sugieren, nos dejan imágenes aparentemente perdidas, escenas con un trasfondo
oculto pero perceptible, que cual hilo de Ariadna nos mantiene entretenidos y
felices buscando, y generalmente, encontrando el minotauro, que es a quien
estábamos persiguiendo.
Algunos habíais creído que las recopilaciones anuales de
canciones en un CD eran solamente eso, y no me parece mal. Pero aunque uno no
se deje llevar por las pretensiones de la trascendencia, no puede dejar de reconocer
que la mayoría de esas perlas, son en realidad píldoras, comprimidos que pueden
estallar en el cerebro produciendo la inestimable luminosidad del desasosiego.
Y no es que yo haya querido decir esto o lo otro, es más
bien la obra minúscula, la pequeña e intrascendente pieza musical, la que
pretende decir muchas cosas, quizás demasiadas. Ese retrato de una sociedad
extendido durante cincuenta o sesenta años de infortunio para unos, de
supervivencia para otros, y de satisfacción compartida entre los buenos
creyentes mediante la fe en el progreso imparable de un país que duda de serlo.
Las bromas, a veces pesadas, sobre el machismo que no cesa,
pero que ahora, mira por donde, resulta políticamente incorrecto. La belleza en
el texto de una copla, en esos pocos versos de tamaño limitado y rima impecable
que han mantenido intocables su
estructura y su brillo durante seiscientos años de idioma, Los ritmos, acordes
y arreglos orquestales de las canciones junto a las que hemos crecido y que no
dejan de ser etiquetas adhesivas, tippex que nos ubican en el tiempo y lugar
cuando las hemos escuchado por primera vez. Tantas sugerencias, tal generosidad
de ideas encerradas en la aparente banalidad, de esas pequeñas piezas de
orfebrería musical, que suelo terminar emocionado cada vez que las escucho,
”Que me güelin, me güelin a ella ca vez que las güelu”, como diría Gabriel y
Galán, quién jamás nos hizo necesario el preguntarnos aquello de “Que habrá
querido decir”, el pobre.
Estamos reconociendo no solo un tiempo propio, también un
lugar donde todavía quedan efluvios de la urea derramada en las esquinas, en
los árboles, en la umbría de las peñas y los muros, en cualquier lugar donde
hemos ido dejando marcas que de pronto aparecen bajo el musgo, revelado su
encantamiento por la melodía, o quizás solo por el ritmo de la letanía
encerrada en cualquier disco.
Si Faulkner tenía su condado imaginario, si García
Márquez mereció un nobel por su Macondo, si Benet y el de Sierra Mágina lo
intentaron, pensad que nosotros no vamos a ser menos y que estas, aparentemente cutres, recopilaciones de
chunda chunda, encierran secretos inconfesables sobre el mapa físico de cada
uno de vosotros, cuya revelación estará al alcance de cualquiera, de cualquiera
que tenga el menor interés en descubrirla.
Figuraos que en la de este año, está recogido el misterio
gozoso al que, sus beneficiarios, llaman Transición, con el adjetivo de “ejemplar”, igual que anteponían antes lo de “glorioso”
al anterior régimen, y son los mismos
beneficiarios, para más inri. Solo que no debo, ni quiero, dar más pistas,
puesto que os considero sagaces hasta el paroxismo. Y cuando digo que está recogido, quiero decir
que está “toda” la Transición, ese momento intangible entre el antes y el
después, y que quizás no haya habido otra cosa que la aquí transcrita, por más
que la fe en su existencia siga dando de comer a mucha gente, lo que puede
justificar hasta lo más injustificable. Podéis comprobarlo en su corte, o faixa
en portugués, número quince.
Y si después de esta crónica sucinta de vuestro
pasado, de esta capsula histórica, solo perceptible por quienes la han sufrido,
continuáis pensando que perdéis el tiempo escuchando canciones de los tiempos
del blanco y negro, allá vosotros. Nada que objetar.
(1).- Basada en el cuento “El rey Cophetua” de Julien Gracq,
en cuya solapa digital puedo leer una máxima de Euripides que lo aclara todo, o
nada:
"Lo esperado no sucede,
es lo inesperado lo que acontece"
Y no, la Karina esta no tiene que ver nada con la de las flechas
del amor que, por cierto, ni está ni se la espera, como al otro. No temáis.
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