The fool on the hill. (Lennon-McCartney)
Aunque acaso pudo ser cosa de locos.
Hubo un tiempo en que
el cine fue también un entretenimiento de adultos. Un tiempo en que el hombre
buscaba la trascendencia de sus actos, y la de su propia existencia, y hasta un
tiempo en que Rusia se convirtió en la Unión Soviética durante casi un siglo.
En aquellos días, los espectadores podían asistir a la
proyección de discursos filosóficos o morales – Bergman, Dreyer, Bresson, o
Tarkovski- y discutir después el efecto que esas sensaciones, imágenes y
sonidos mediante, junto al mensaje que encerraban, había producido en sus
mentes. El cine como catalizador de las ideas que, desde Platón y Protágoras,
se esconden y se manifiestan durante la actividad de pensar.
A Tarkovski lo descubrimos en Solaris 1972, basada en la novela de Stanislaw Lem, promocionada
la película como respuesta soviética al 2001 de Kubrick –nada que ver- y salimos de la sala
con idéntica sensación que los críticos sufrieron ante las siguientes películas
de Tarkovski, El Espejo 1975, Stalker 1979, Nostalghia 1983, y Sacrificio
1985, haciéndolo en silencio, cabizbajos y estupefactos, y hablo de los
afortunados, los elegidos, aquellos que no abandonaron la sala antes del final.
El propio Tarkovski hablaba de la necesidad, si es que la hubiere, de realizar
la presentación y la discusión sobre cada film, algo imprescindible para los
que necesitamos muletas, prótesis en el alma, antes de la proyección. Después
resultaba inútil. La mente quedaba en blanco, electroencefalograma plano tras
los rayos celestiales, a veces muy dolorosos, surgidos de la pantalla. Solo
algunos días o semanas más tarde eras capaz de razonar, de asimilar ciertos
conceptos que, desde entonces, te enriquecen. Ello sucedió con todas las suyas,
haciendo difícil la elección de una de ellas como la película de tu vida, esa
que vuelves a ver una y otra vez, incansablemente.
Carrera forzosamente breve, en un genio que muere joven, y
en la que destaca un título previo, excepción en su género y estilo habituales:
Andrei Rublev pintor de iconos, 1964,
imprescindible y feroz fresco histórico sobre la “otra” época oscura de Rusia,
la Edad Media. Indagación sobre la relación entre el arte, la Iglesia, el
poder, y el pueblo que es quien termina siempre pagando las fiestas. Película
auspiciada por Gorbachov, mutilada
por su sucesor Breznev, y amputada
después por los distribuidores.
Afortunadamente restaurada, gloriosos 205
minutos, en vida de su autor. Blanco y negro, formato panorámico absoluto,
planos secuencia imposibles y como fondo, la crónica épica de un tiempo
desconocido. Obra cumbre del cine soviético, haciendo palidecer a Iván el Terrible,
relegado a borrador de principiante cincuenta años después, gracias a Tarkovski
y a su fotógrafo Vadim Yusov, también
responsable de Solaris. Aunque realmente épicas fueron también las dificultades
que Andrei T. tuvo que vencer durante casi toda su carrera, su propia historia personal.
Dicen algunos que su
cine es difícil, como si naufragar en el océano de tus sentimientos, buscar el
lugar aquel donde tus deseos se hacen realidad, dialogar con Dios, o
arrepentirte amargamente del daño, irreparable, del que te haces responsable -
argumentos de sus películas- fuesen temas extraños, ajenos, o incomprensibles.
Hasta la señora de la limpieza de cierta sala, en presencia
del propio Tarkovski, tuvo que explicar la película a los sesudos y
desconcertados críticos, ante el asombro de estos y el beneplácito del autor,
harta de esperar a que marchasen y le dejasen realizar su trabajo. ¿Tan difícil es comprender el sufrimiento
humano?- les preguntó.
Otras voces hay, que llevan tiempo reclamando la inclusión
del propio Tarkovski, como patrimonio de la humanidad. Bergman lo consideraba como el mejor director de todos los tiempos.
Algo inevitable, a pesar de que parezcan tiempos poco adecuados para la lírica,
y la metafísica, los nuestros. Y es que transformar las imágenes en
sensaciones, y estos en pensamientos, no está al alcance de todos (los
espectadores). Pero recorrer el camino inverso, es únicamente privilegio de los
genios.
“Pero
el loco en la colina ve ponerse el sol, y los ojos en su cabeza ven el mundo
girando”.
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