
Ni los ahuyentadores electrónicos, ni los pinchos verticales
en el tejado han conseguido liberar de esta “plaga” a la que ha sido residencia
familiar inexpugnable durante quinientos años.
Nuevo párroco, nuevos medios, y fallido su intento de
cambiar el uso natural del cielo, intento convertido afortunadamente en un
espejismo. Al menos ha durado lo que duran ellos, los espejismos.
Bien es verdad que todavía no anidan donde antaño lo
hicieron, pero el contemplarlas posadas en su sitial, oteando desde las alturas
el predio que les da de comer, me hace abrigar la esperanza de que la
reconquista puede ser inminente.


Todas estas maravillas, que hacen palidecer las siete de los
que solo miran el suelo evitando pisar la mierda ajena –siempre lo es- solo se
dan, inevitable e insistentemente, en un solo lugar, el tuyo.

Hace tiempo que los turistas se han convertido en parte del
paisaje, viajeros que vienen de bastante lejos, las ciudades grandes y los
aeropuertos quedan distantes afortunadamente, y los conocedores, auténticos
gourmets de la naturaleza, van incorporándose como iniciáticos descubridores de
este mundo donde se convierten inevitablemente en un nuevo elemento de la fauna
local, no necesariamente humana.





Águilas, aguiluchos, milanos, cernícalos, buitres, cigüeñas
negras, abubillas, rabilargos y cogujadas (cogutas en vernáculo), entre otra
docena de especies al alcance de la vista y para placentero despertar de esa sensibilidad que por momentos creí yerma
y agostada.
Lástima de prismáticos inadecuados y de no hacer caso a los
especialistas en la observación de pájaros, en el imprescindible equipamiento con
correctos “alargavistas”, iguales o superiores a los de 8 x 42 aumentos.

Si queréis verlos ya sabéis mi paradero (No en el frente de
Gandesa, ni en primera línea de fuego, por favor).
Sobre los extraños viajeros – volved a ver “El extraño
viaje” para comprobar que de extraños no tienen nada- y sobre los zombis que
atraviesan las calles de Macondo corriendo en pantalones cortos, como en la
necesidad, o imposición de que vengan ya “corridos” desde su respectivas
procedencias, ya insistiremos otro día.
Se puso en la puerta
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
y les dijo así:
«Ea, pajaritos,
ya podéis salir.
Salgan cigüeñas con orden,
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
águilas, grullas y garzas,
avutardas, gavilanes,
lechuzas, mochuelos y grajas.
Salgan las urracas,
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
tórtolas, perdices,
palomas, gorriones
y las codornices.
Salga el cucu y el milano,
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
zorzal, patos, y andarríos,
canarios y ruiseñores,
tordos, jilgueros y mirlos.
Salgan verderones
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».
y las cardelinas,
también cojugadas
y las golondrinas».
(El padre del niño Fernando, que así se llamaba quien más
tarde sería Antonio de Padua, llevó a su hijo a una de sus heredades a las
afueras de Lisboa para que cuidara de ella y evitara que una bandada de
gorriones comiera el grano recién sembrado. Su poder sobre las avecillas hizo
el resto).
De Lisboa nos llegaría también el gran terremoto, el big
one, que quebró la torre de la iglesia de abajo arriba, dejando esa grieta
donde anidan los murciélagos (gazpachinos en vernáculo), hasta ese lugar en lo
alto donde permanecen las cigüeñas que iniciaron este relato.
Cosas que pasan. (Esa es milonga, de Larralde).
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