martes, 4 de abril de 2017

LOS HERALDOS DE LA PRIMAVERA.-



                               




El invierno terminó realmente ayer 3 de abril en el paralelo  37N, a 739 m de altitud. Es decir, aquí.


Mis sapos salieron de su letargo y dieron sus primeros paseos matutinos.


Su aspecto resulta disuasorio para documentarlo con imágenes y poder ofrecéroslas. Con la piel arrugada cubriendo sus huesos y una actitud que más parece de aquel que marcha al más allá, que la del que llega dispuesto a iniciar un nuevo ciclo vital, y esto último es lo que harán, indudablemente. 


Por fortuna, la vegetación ha despertado quince días antes y los insectos que eclosionan con ella van a surtir de alimento a nuestros ancestros.

Porque la estirpe humana está tan relacionada con estos anfibios como pueda estarlo con las marmotas. Con la diferencia de que estos pequeñines son los que me ofrecerán su compañía hasta las primeras heladas, dentro de muchos, muchos meses.


Siento que esta aplicación residual de la naturaleza, quien sabe si en vías de extinción, no esté disponible para IOS, Android, ni Windows. Que se le va a hacer.


Me preguntaba, en el siglo pasado, el profesor de religión, sobre el significado de la Epifanía. Ni supe contestarle, ni él me lo aclaró. Hoy puedo decir orgulloso que esta esperada aparición de los indefensos y silentes anuros, es la epifanía de la primavera, y en cierto modo de la vida, aunque no se ajuste precisamente al sentido religioso que, lamentablemente, tampoco lograron inculcarme. Y es que no se puede tener todo.


Heraldos del buen tiempo y un excelente control de calidad del ambiente donde viven conmigo. No hay pesticidas ni contaminantes que impidan el desarrollo de su despensa. Si bien tampoco hay que exagerar obsesivamente el asunto de la pulcritud medioambiental.


Todavía recuerdo el éxtasis que me produjo el titilar de las innumerables luciérnagas en el jardín, durante las noches de verano. Esto sucedió simultáneamente con la desaparición, parece que definitiva, de los caracoles, cuya preparación a la madrileña, o a la palentina, servía para animar el menú primaveral. “Los de abril para mí, los de mayo –son los buenos- para mi hermano, los de junio para ninguno” dice el refrán, que llamaremos haiku para no desentonar. 
Creo que los gusanitos luminosos tienen predilección por los huevos de los caracoles, hasta su exterminio si fuese menester, y que la atracción gourmet de mis sapos por las luciérnagas ha llegado algo tarde, ocasionando una ruptura de la escala trófica, en la que desaparecieron mis caracoles. Y es que cuando la compulsión se convierte en fanatismo, incluso en asuntos conservacionistas, el daño está servido.


La verdad es que tampoco he encontrado un manual decente, más allá de los consejos de Beatrix Potter, sobre cómo educar a estos bufónidos –hasta el nombre que le impusieron los naturalistas se las trae- en el noble arte de eliminar los insectos especialmente dañinos para este bípedo que tanto los aprecia. Seguiré buscando.


                   

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