El invierno terminó realmente ayer 3 de abril en el paralelo 37N, a 739 m de
altitud. Es decir, aquí.
Mis sapos salieron de su letargo y dieron sus primeros
paseos matutinos.
Su aspecto resulta disuasorio para documentarlo con imágenes
y poder ofrecéroslas. Con la piel arrugada cubriendo sus huesos y una actitud
que más parece de aquel que marcha al más allá, que la del que llega dispuesto
a iniciar un nuevo ciclo vital, y esto último es lo que harán, indudablemente.
Por fortuna, la vegetación ha despertado quince días antes y
los insectos que eclosionan con ella van a surtir de alimento a nuestros
ancestros.
Porque la estirpe humana está tan relacionada con estos
anfibios como pueda estarlo con las marmotas. Con la diferencia de que estos
pequeñines son los que me ofrecerán su compañía hasta las primeras heladas,
dentro de muchos, muchos meses.
Siento que esta aplicación residual de la naturaleza, quien
sabe si en vías de extinción, no esté disponible para IOS, Android, ni Windows.
Que se le va a hacer.
Me preguntaba, en el siglo pasado, el profesor de religión,
sobre el significado de la Epifanía. Ni supe contestarle, ni él me lo aclaró.
Hoy puedo decir orgulloso que esta esperada aparición de los indefensos y
silentes anuros, es la epifanía de la primavera, y en cierto modo de la vida,
aunque no se ajuste precisamente al sentido religioso que, lamentablemente, tampoco
lograron inculcarme. Y es que no se puede tener todo.
Heraldos del buen tiempo y un excelente control de calidad
del ambiente donde viven conmigo. No hay pesticidas ni contaminantes que
impidan el desarrollo de su despensa. Si bien tampoco hay que exagerar
obsesivamente el asunto de la pulcritud medioambiental.
Todavía recuerdo el éxtasis que me produjo el titilar de las
innumerables luciérnagas en el jardín, durante las noches de verano. Esto sucedió
simultáneamente con la desaparición, parece que definitiva, de los caracoles,
cuya preparación a la madrileña, o a la palentina, servía para animar el menú
primaveral. “Los de abril para mí, los de mayo –son los buenos- para mi
hermano, los de junio para ninguno” dice el refrán, que llamaremos haiku para
no desentonar.
Creo que los gusanitos luminosos tienen predilección por los huevos de los caracoles, hasta su exterminio si fuese menester, y que la atracción gourmet de mis sapos por las luciérnagas ha llegado algo tarde, ocasionando una ruptura de la escala trófica, en la que desaparecieron mis caracoles. Y es que cuando la compulsión se convierte en fanatismo, incluso en asuntos conservacionistas, el daño está servido.
Creo que los gusanitos luminosos tienen predilección por los huevos de los caracoles, hasta su exterminio si fuese menester, y que la atracción gourmet de mis sapos por las luciérnagas ha llegado algo tarde, ocasionando una ruptura de la escala trófica, en la que desaparecieron mis caracoles. Y es que cuando la compulsión se convierte en fanatismo, incluso en asuntos conservacionistas, el daño está servido.
La verdad es que tampoco he encontrado un manual decente, más
allá de los consejos de Beatrix Potter, sobre cómo educar a estos bufónidos –hasta
el nombre que le impusieron los naturalistas se las trae- en el noble arte de
eliminar los insectos especialmente dañinos para este bípedo que tanto los
aprecia. Seguiré buscando.
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