martes, 30 de mayo de 2017

HOY MELANCÓLICO.(PARA VARIAR).-





Nada que hacer



Es una canción de Salvatore Adamo que, como casi todas las suyas cuenta una historia con principio y final, añadiendo incluso algún mensaje moralizante o divertido, como en este caso, con moraleja.

La verdad es que, este hombre tuvo además  suerte al disponer de un traductor bastante correcto que, conservando el fondo de la letra original las versionaba al castellano con la fortuna de hacerlas creíbles y memorizables. Creo recordar que el  traductor figuraba en los discos a veces como coautor,  y que solía trabajar para muchos de los que publicaban en nuestro país, cantantes o grupos, ingleses, franceses o italianos. No recuerdo su nombre, y supongo que será otra de esas figuras anónimas que tampoco pasarán a la historia.



Lo cierto es que el optimista de Adamo, al igual que hizo en la divertida  “Mi gran noche”, intenta contarnos el resultado de bucear entre las chicas de sus recuerdos, sus novias juveniles durante una iniciativa algo retrasada que le permitió comprobar los estragos que el tiempo hacen en las relaciones de pareja, no solo en las sentimentales. Hay un machismo implícito y persistente que perdura todavía en cuanto das la vuelta a las canciones, o a las noticias, y que en este caso, queda reflejado en la no disponibilidad de la chica cuando está ubicada en otra relación. Algo así como el precinto que el chico cuelga a su pareja para asegurar su pertenencia. Poco ha cambiado este rol en cincuenta años.



El cantante sugiere estar libre y supuestamente necesitado de afecto en ese momento, e intenta recuperar asuntos inconclusos de los que no nos cuenta otra cosa nada más allá del nombre de la chica o del amigo en su agenda sentimental. El resultado de su pesquisa, el final de la aventura, ya viene incluido en el título. Nada que hacer.

Y el caso es que lo asocio a la búsqueda de aquellos amigos de la infancia, compañeros de colegio, o vecinos de portal, cuya lejana desaparición  los hace acreedores de la posible y temible calificación con la etiqueta de la inexistencia.



Por una parte me aterroriza pensar en tal posibilidad, y por la otra, la amenaza de la certeza, el presagio de la sospecha, al completar la indagación infructuosa sobre sus nombres y apellidos en el libro –digital- donde figura el inventario de todas las personas y cosas, la red donde todos estamos atrapados de alguna manera, y su ausencia en cualquier referencia oficial, registros judiciales incluidos, boletínes oficiales, o las popularísimas redes sociales donde cabe esperar que quien no  figura en ellas es porque seguramente no exista.



Contemplo esas fotos colectivas, esos grupos afines, y los rostros de amigos o conocidos que busco, y que necesito contrastar ante la afortunada presencia de alguno de ellos, de allí y de entonces, que me notifica la más aciaga de las confirmaciones sobre el destino de unos y la peor de las noticias sobre otros, el “No se que habrá sido de él o de ella”, el paso inevitable al mundo de la inexistencia, el desconocimiento del estado y el lugar a donde la vida lo ha conducido, la distancia esa que el bolero identifica con el olvido, y la sospecha de que ese tiempo que has vivido junto a ellos ha pasado, ya, ahora mismo, a convertirse en pura ficción, en un recuerdo que la memoria va a ir borrando paulatinamente hasta que el azar te reúna con otro superviviente de los que figuran en la fotografía y tu respondas con el terrible “No se que habrá sido…” a su pregunta sobre este o sobre aquel.



Pero lo que me resulta terrorífico no es que esto suceda, algo que se supone natural, como la caída del fruto maduro desde las ramas del árbol de la vida, es más bien el que cada vez supuestamente tengo más posibilidades de extender esta búsqueda a través de medios inimaginables hace diez o veinte años, y  en cada ocasión en que la abundancia de datos, y su nitidez, hacen renacer la esperanza y confiar en su probable localización, el resultado vuelve a ser el del boleto de la tómbola, el no premiado, y la irónica invitación a seguir buscando, a seguir intentándolo.



Escucho la canción sin necesidad de encender el aparato de música, la llevo grabada dentro de mi desde hace tiempo, y me repite una y otra vez su verso culminante, el “Nada que hacer” que no me sirve en absoluto, ya que hacerle caso supondría negar mi presencia en la vida en aquellos años, allí y entonces, y quizás  convertirme en otro fantasma.

Algo para lo que espero estar  preparado cuando llegue el momento, pero que como dice otro título, el de la última peli de Kurosawa, “Madadayo”: ¡Espera un poco. Todavía no, compañeros!. Por ello, continuaré la búsqueda, esperaré la llegada de nuevas tecnologías, novísimas bases de datos que sin duda seguirán apareciendo, alejadas del archivo donde figura  la lista de “Todos los nombres” de Saramago, de aquella que aclara, y confirma la inexistencia de los seres que fueron queridos algún momento, y lo haré con la esperanza disfrazada de seguridad en que uno de los cartones del bingo que tengo entre las manos, al menos alguno de ellos, va a poder completarse con prontitud.





P.D.- Analogía divertida entre el bingo y la supervivencia. La vida es un juego también, y la diversión viene incluida en su equipamiento de fábrica.



Línea: Cuando otros jugadores, menos afortunados, quedan fuera de este premio secundario. Te sirve para creerte el rey del mambo, aunque los demás siguen todavía en la pista de baile.

Bingo: Cartón absoluto. Has rellenado todos los huecos, todas las incógnitas pendientes, y te das cuenta de que el baile ha terminado. No tiene ninguna gracia quedarte solo en la pista. Para bailar en soledad, mejor haberte quedado en casa.



Mucho mejor es hacerte a la idea de que no estas solo, ni en la vida ni en el bingo, y que todos tienen un cartón como el tuyo en el que puedes figurar, o no, como una de esas casillas a completar por los demás. Aparte de que la metáfora resulte más ajustada de esta manera, entiendo que la diversión está garantizada en un juego en el que participamos todos.



P.D.-(2) 

El único amigo al que los reyes magos le trajeron el juego del bingo, con sus cartones y sus bolitas de madera en el bombo de alambre era…hijo único. Un juego de salón para un jugador solitario. Para que no me  neguéis el sentido del humor, cruel a veces, que tiene la vida.





De mi alegre vida que fue ayer,
las alegres chicas volví a ver,
a Paula sonreí, y un dedo me enseñó,
al murmurar así: Nada que hacer,

ya tengo a quien querer,
soy la señora fiel,
ya no hay, lo ves bien,
nada que hacer.

Viejos compañeros me encontré,
y a una noche alegre yo invité,
a Juan cuando le vi.,
un dedo me enseñó,
y triste dijo así: Nada que hacer,
ya tengo a quien querer,
podré un whisky aceptar,
y luego hasta más ver,
nada que hacer.

Que los años pasan olvidé,
y que el tiempo vuela, recordé,
mis dedos que escondí,
vacíos, contemplé,
y me ruboricé,
adiós, adiós.

Yo no consideré,
que fue ilusión mi plan,
que un sueño era mi afán,
tan bello fue,
tan bello fue.





Dice Víctor Hugo que “la melancolía es la felicidad de estar triste”.

              

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