martes, 16 de mayo de 2017

CARLOS SAURA EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 34.-


ICONOCLASTA A MI PESAR.-



Vemos a Saturno devorando a sus hijos en la pintura de Goya, forzado por la imposición celestial de no engendrar hijos varones. No encontró mejor solución al problema que el recurso a la antropofagia; hasta que Júpiter se negó a ser engullido y se enfrentó, venciendo a su padre. Los cronistas del olimpo dicen que Saturno quedó reducido a simple mortal yendo a refugiarse al Lacio. Y de dioses estamos hablando, al menos para los creyentes.


Carlos Saura creció junto a otros semidioses de su generación, bajo la dictadura implacable –todas lo son- de Zeus, y aprendió las enseñanzas de los que pasaron por circunstancias similares como Buñuel quién, desterrado, se las ingenió para inventar un sistema de signos cabalísticos que le permitiesen expresar su punto de vista sobre la religión de su país de origen, como trasfondo de la situación política. Nada que no hiciera Goya  doscientos años antes. Carlos Saura es heredero directo de Buñuel, y también de Goya, al menos de cierta manera de contar la historia a través de las imágenes, que no de la sordera. 


Saura se forma como director en la escuela oficial de cinematografía, de la que luego sería profesor titular, alumbrando a posibles sucesores suyos, como Pedro Olea, Víctor Erice, o Gutiérrez Aragón, a los que fagocitaría implacablemente a lo largo de una carrera interminable como cineasta, en la que el Lacio aun hoy queda lejano.

Interrumpe su labor docente para rodar una película revulsiva dentro del cine español, hasta entonces centrado en tópicos costumbristas de folclóricas y toreros: “La caza del conejo”, título censurado por obsceno, se convirtió en  ”La Caza”  en 1964, y con ella demostró Saura que la calidad formal unida al realismo del que ya había dado muestras con “Los golfos” en 1959 , podían ser el vehículo adecuado para expresar mediante metáforas el subconsciente colectivo que llevaba años sepultado por el silencio forzoso.  

Tragedia coral, rodada en un crudo blanco y negro, que permite contemplar el cielo abrasador o, los poros del rostro de los actores en primerísimos planos, invitándonos a sumergirnos en sus sentimientos, algo imposible sin el soporte de la fotografía de Luís Cuadrado

Es el comienzo de una carrera personalísima, la confirmación de un autor a través de media docena de títulos de corte similar, mostrando que existe una oposición intelectual en el cine español, y que este tiene suficiente calidad para ser reconocido fuera de nuestras fronteras.

Películas que intentan transmitir un mensaje encriptado, a través de una doble lectura y que son benévolamente toleradas por la censura. Desde “Peppermint Frappé” 1967, hasta “Elisa vida mía”, pasando por: “La madriguera”, “Ana y los lobos”, “Cría cuervos”, o “La prima Angélica”. Títulos imprescindibles en aquellos años, que sufrirían una súbita depreciación, junto a su autor, a raíz de la desaparición de su leitmotiv y factotum Zeus en 1975, quién muestra al fallecer que los semidioses eran ciertamente humanos.

Un suceso que nos hace sospechar que, al dejar de existir Pigmalión,  su Galatea careciese en su ausencia, de la belleza e inspiración que se le presumía.


Saura cambia de contenido sus historias. Su orfandad le conduce hasta la comedia explícita en “Mamá cumple cien años”, o tragicomedia en “¡Ay Carmela!”, para retomar paradójicamente el género folklórico que ayudó a desterrar. Si bien su excelente formación musical, y el soporte de la fotografía de Vittorio Storaro, dan una dimensión superior respecto a las originales, a su interminable serie de cine basado en la música clásica y popular, la danza, e incluso la opera: “Bodas de Sangre”, “El Amor Brujo” y “Carmen” serían el comienzo de una lista que tuvo continuidad con “Sevillanas”, “Flamenco” I y II, “Fados”,  “Tango”,  “La Jota”, o “Zonda” (folclore argentino). 

Musicales alejados de un estilo y de una época oscura que, al terminar, confinó la obra de un grande del cine español en la estantería de aquello que, además de resultar de difícil comprensión,  ni a la nostalgia le gusta recordar.


A pesar de que aún puedan contemplarse algunas de ellas con el brillo propio del esplendor en la hierba cinematográfica de aquellos años, hoy mustio collado.

                   
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