Citando a Johnson
Propiamente citando: “La vida de
Samuel Johnson” de James Boswell. O quizás citando a aquellos que
lo llevan citando durante años, y que me han inducido a sumergirme
en el libro de horas –malas, del enfermo o el insomne, supongo- que
tantos sabios han situado como fetiche del pensamiento.
Estaba intrigado un servidor, por la
obstinadamente reiterada mención del consagradisimo autor, y por la
curiosidad. Motivado a comprobar personalmente la existencia de este
arcano de la cultura universal. Los nombres propios y la senectud de
los escritores en castellano que hacen gala de abrevar en esa fuente,
hacían inevitable la excursión campestre al pilar de la eterna
sabiduría.
Los críticos coinciden en el género:
biografía, que no consigo ubicar entre las citas mencionadas, de
donde resultaba fácil situarlo como el tradicional ensayo de
ensayos, compendio moral de una época que tiende a servir de espejo
para las venideras. Algo así como las obras de Voltaire, Montaigne o La
Rochefoucauld, autores de máximas intemporales, cuya lectura
iterativa nos puede hacer más lúcidos, si no mejores. Obviando
lamentablemente el género: biografía del genio por su amigo
Boswell, a quién visten como vago, libidinoso, borracho y snob, para
acrecentar el atractivo del autor mediante el morbo que se supone
imprescindible para el lector.
“Un compendio de lucidez y sabiduría,
una lección de amistad y un volumen que solo con su presencia,
parece mentira, nos hace mejores.”
Xosé Carlos Caneiro, La Voz de Galicia
Xosé Carlos Caneiro, La Voz de Galicia
Entresacado de los comentarios de
prensa ofrecidos por la editora. Y quizás el más preciso de todos
ellos: “su sola presencia” la del libro, nos hace mejores. Y
ello sin aclarar que la mejoría sea en primera, o ante tercera,
persona, al contemplarlo en nuestra librería o esquinado quizás, al
descuido, sobre el centro de mesa, jamás en la mesilla del
dormitorio, el sancta sanctorum donde las visitas no van a entrar, y
donde, presumo, no tiene mucho sentido el intento de mejorar nuestra
apariencia, con la “sola presencia del volumen”.
El volumen que he podido disfrutar, la
3ª e impecable edición de “El Acantilado” tiene un precio –no
confundir con valor- de 60 euros que, a pesar de suponer un dispendio
considerable, su presencia no nos va a mejorar tanto ante los ajenos
como sería de esperar, supongo.
Un absoluto disparate el asunto.
Quizás el error sea no haber accedido
directamente a los textos del Dr. Johnson, concretamente a su obra
magna, A Dictionary of the English Language, cuyo interés
resulta despreciable, o casi, para nosotros.
Como moralista del siglo dieciocho,
debió resultar excepcional, y lo sigue siendo para la literatura
inglesa. Para un lector actual, aun con la excelente traducción de
esta edición, no deja de constituir un elemento histórico del
pensamiento moderno, envuelto en siete u ocho, velos de autocensura o
si nos hacemos cómplices de su sinceridad, de las limitaciones
religiosas y sociales que impone a todas y cada una de sus ideas,
antes de trasladarlas al público.
Nos quejamos de las inconveniencias de
“lo políticamente correcto”, más bien de las funestas
consecuencias de transgredirlo, y olvidamos las que deben haber
soportado a lo largo de la historia, todos aquellos que
temerariamente la han transgredido, sin necesidad de haber
discrepado, sobre temas diferentes a aquellos bendecidos por el nihil
obstat oficial.
No se me ocurriría infravalorar la
importancia del pensamiento de este buen señor, que la tiene, pero
si lamentarme de que esta aparezca esporádicamente, con cuenta gotas
de microgotero, en el texto extensísimo de sus dos mil páginas.
Sin necesidad de de recurrir a la osada
comparación con los refranes y chascarrillos populares que, en todo
caso reflejan a veces la idiosincrasia de “lo peor” de la
cultura, o incultura populares, rememoro las divertidísimas máximas
de La Rochefoucauld, y reivindico nuestros moralistas del siglo de
oro, Baltasar Gracián y su “Oráculo manual y arte de prudencia”,
para volver siempre a los ensayos de Miguel de Montaigne, quien sabe
aportar el equilibrio entre el conocimiento de los pensadores latinos
y griegos, y su puesta al día en la sociedad del siglo dieciséis y
en la Francia de entonces, y que sigue siendo sospechosamente válida
en el veintiuno y en un entorno absolutamente globalizado.
Existe otra edición abreviada, es
decir castrada todavía más, prologada por Fernando Savater, que
resulta válida como introducción a la canónica; algo así como
“Johnson para Dummies”, palabra de la que desconozco su preciso
significado, pero que resulta muy frecuente en esos manuales
compendiados del conocimiento, sea musical o informático, que suelen
aparecer junto a los cajeros de los centros comerciales (culturales).
"Era el
reverso del progresismo de la Ilustración francesa, un conservador,
misógino y ridículo", según Savater. (Opinión compartida).
Habría que
añadir:
¿Cuantas citas, en su mayoría apócrifas, son recordadas y
valoradas principalmente por el nombre de su supuesto y afamado
autor, más allá que por su auténtico valor intrínseco? .
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