lunes, 28 de agosto de 2017

CITANDO A JOHNSON.-

Citando a Johnson




Propiamente citando: “La vida de Samuel Johnson” de James Boswell. O quizás citando a aquellos que lo llevan citando durante años, y que me han inducido a sumergirme en el libro de horas –malas, del enfermo o el insomne, supongo- que tantos sabios han situado como fetiche del pensamiento.



Estaba intrigado un servidor, por la obstinadamente reiterada mención del consagradisimo autor, y por la curiosidad. Motivado a comprobar personalmente la existencia de este arcano de la cultura universal. Los nombres propios y la senectud de los escritores en castellano que hacen gala de abrevar en esa fuente, hacían inevitable la excursión campestre al pilar de la eterna sabiduría.



Los críticos coinciden en el género: biografía, que no consigo ubicar entre las citas mencionadas, de donde resultaba fácil situarlo como el tradicional ensayo de ensayos, compendio moral de una época que tiende a servir de espejo para las venideras. Algo así como las obras de Voltaire, Montaigne o La Rochefoucauld, autores de máximas intemporales, cuya lectura iterativa nos puede hacer más lúcidos, si no mejores. Obviando lamentablemente el género: biografía del genio por su amigo Boswell, a quién visten como vago, libidinoso, borracho y snob, para acrecentar el atractivo del autor mediante el morbo que se supone imprescindible para el lector.



“Un compendio de lucidez y sabiduría, una lección de amistad y un volumen que solo con su presencia, parece mentira, nos hace mejores.”
Xosé Carlos Caneiro, La Voz de Galicia



Entresacado de los comentarios de prensa ofrecidos por la editora. Y quizás el más preciso de todos ellos: “su sola presencia” la del libro, nos hace mejores. Y ello sin aclarar que la mejoría sea en primera, o ante tercera, persona, al contemplarlo en nuestra librería o esquinado quizás, al descuido, sobre el centro de mesa, jamás en la mesilla del dormitorio, el sancta sanctorum donde las visitas no van a entrar, y donde, presumo, no tiene mucho sentido el intento de mejorar nuestra apariencia, con la “sola presencia del volumen”.



El volumen que he podido disfrutar, la 3ª e impecable edición de “El Acantilado” tiene un precio –no confundir con valor- de 60 euros que, a pesar de suponer un dispendio considerable, su presencia no nos va a mejorar tanto ante los ajenos como sería de esperar, supongo.

Un absoluto disparate el asunto.



Quizás el error sea no haber accedido directamente a los textos del Dr. Johnson, concretamente a su obra magna, A Dictionary of the English Language, cuyo interés resulta despreciable, o casi, para nosotros.

Como moralista del siglo dieciocho, debió resultar excepcional, y lo sigue siendo para la literatura inglesa. Para un lector actual, aun con la excelente traducción de esta edición, no deja de constituir un elemento histórico del pensamiento moderno, envuelto en siete u ocho, velos de autocensura o si nos hacemos cómplices de su sinceridad, de las limitaciones religiosas y sociales que impone a todas y cada una de sus ideas, antes de trasladarlas al público.

Nos quejamos de las inconveniencias de “lo políticamente correcto”, más bien de las funestas consecuencias de transgredirlo, y olvidamos las que deben haber soportado a lo largo de la historia, todos aquellos que temerariamente la han transgredido, sin necesidad de haber discrepado, sobre temas diferentes a aquellos bendecidos por el nihil obstat oficial.

No se me ocurriría infravalorar la importancia del pensamiento de este buen señor, que la tiene, pero si lamentarme de que esta aparezca esporádicamente, con cuenta gotas de microgotero, en el texto extensísimo de sus dos mil páginas.



Sin necesidad de de recurrir a la osada comparación con los refranes y chascarrillos populares que, en todo caso reflejan a veces la idiosincrasia de “lo peor” de la cultura, o incultura populares, rememoro las divertidísimas máximas de La Rochefoucauld, y reivindico nuestros moralistas del siglo de oro, Baltasar Gracián y su “Oráculo manual y arte de prudencia”, para volver siempre a los ensayos de Miguel de Montaigne, quien sabe aportar el equilibrio entre el conocimiento de los pensadores latinos y griegos, y su puesta al día en la sociedad del siglo dieciséis y en la Francia de entonces, y que sigue siendo sospechosamente válida en el veintiuno y en un entorno absolutamente globalizado.



Existe otra edición abreviada, es decir castrada todavía más, prologada por Fernando Savater, que resulta válida como introducción a la canónica; algo así como “Johnson para Dummies”, palabra de la que desconozco su preciso significado, pero que resulta muy frecuente en esos manuales compendiados del conocimiento, sea musical o informático, que suelen aparecer junto a los cajeros de los centros comerciales (culturales).

"Era el reverso del progresismo de la Ilustración francesa, un conservador, misógino y ridículo", según Savater. (Opinión compartida).

Habría que añadir:
 ¿Cuantas citas, en su mayoría apócrifas, son recordadas y valoradas principalmente por el nombre de su supuesto y afamado autor, más allá que por su auténtico valor intrínseco? .
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