Desconozco , y reconozco no tener gran
interés en descubrir, la pasión colectiva que va a sustituir a la
sucesora de la que fue acaparadora de titulares, aficionados y
hasta nacionalistas, hasta hace medio siglo, el ajedrez.
Pocos paises habrá que no tengan entre
su panoplia de glorias patrias, uno o dos nombres de campeones
locales que demostraron al mundo, aunque fuese de modo más o menos
breve o evanescente, el extraordinario nivel de la inteligencia
autóctona, personificada en un individuo. Si bien, como atribuyen a
Ortega, o quizás a Einstein, es bien sabido que este juego, elevado
a deporte de competición, estimula el intelecto exclusivamente para
ello, para jugar al ajedrez.
Capablanca en Cuba tuvo eclipsado al
nombre del poeta fundador de la nación José Martí, ,
junto al de su antagonista, su rival ruso Alekhine, el odioso y cruel
verdugo que le arrebatase el campeonato del mundo y, lo que es peor,
negándole la revancha, que como suele acontecer en cualquier
hipótesis interesada, hubiese en caso de haberse realizado, situado
a la figura local en la cima universal con el añadido imprescindible
de: “de todos los tiempos”.
Lo veo tan lejano como la moda del
bombín en la cabeza varonil, pero no deja de sorprenderme el
encontrarlo, a veces con molesta insistencia, en películas, novelas,
e incluso obras de teatro.
Aquí hemos olvidado los nombres
–Pomar, Vallejo, Pastor, ...- de aquellos maestros que fueron
orgullo nacional propio: al menos de los gobiernos que suelen
beneficiarse con este asunto del orgullo patriótico, e incluso
olvidado aquellos niños y niñas prodigio -prodigios exclusivamente
para jugar a esto- igual que hicimos con otros grandes héroes,
campeones del mundo durante diez o quince años consecutivos en
deportes tan populares como por ejemplo el ciclismo tras moto, donde
Guillermo Timoner, en su Mallorca natal se proclamaba campeón del
mundo año tras año.
Lástima que los zagales de mi pueblo no
pudiésemos competir con él, carentes de motos y ... casi de
bicicletas. Pero es que además nos tenían todo el año practicando
en la era otro deporte “oficial” en el baldío secano, el
concurso de saltos de ski que cada dos de enero, como siempre sin
tarjeta, nos retransmitía la tele oficial, para que no nos
sintiesemos extraños en un mundo que se extingue, simplemente
obligados a reconocer que eramos y quizás seamos extraterrestres.
En Cuba, al menos mantuvieron, y
mantienen el binomio, la parejita de dioses entre el ajedrecista local y el soviético fundador de la revolución que nunca
existió. Tan solo han cambiado los nombres de los titulares del poster, la
dedicación y, la presumible e inexistente comunión política entre ellos. Y en
cuanto al juego intelectual, este continúa abierto a la participación
de todo el mundo, siempre que sea dentro de, es decir con, y jamás
fuera de, es decir sin.(antaño denominados afectos o desafectos en lenguaje vernáculo).
Aqui no ha sido muy diferente la
evolución de los santos populares, si bien la dirección la han
determinado las masas- otra vez Ortega- con el beneplácito del poder
que sigue beneficiandose de la conducción de las pasiones colectivas
hacia juegos triviales y deportivos -elevados a la categoria de
intelectuales – como el fútbol, donde la dedicación y progresión
familiar del individuo se limita a comprar a sus vástagos el mejor balón y
el acompañarlos los domingos a la celebración religiosa en el
estadio, el bar, o en el salón, por los sacerdotes del equipo de “sus amores”.
Sociologicamente, el parecido, y la
intencionalidad, resultan elocuentes. Ahora bien, a la espera de
contemplar la próxima e inevitable modalidad circense – panem hay
para todos, de momento- me deleito con las antigüedades, con las
deliciosas bagatelas encontradas en los mercadillos de brocantes, en
los graneros del abuelo y sus artículos obsoletos puestos a la venta
en el rastrillo del barrio, el tablero de ajedrez y su juego de
piezas, siempre incompleto, inútil, ante la carencia del alfil negro
o la reina blanca, y que me hacen pensar como pudo tener entretenido
a medio mundo, y llegar a ser, también durante la guerra fría, la
transposición metafórica de la rivalidad entre soviéticos y
americanos. Los Karpov y Kasparov haciendo sandwich de Fisher, la gran esperanza blanca. Debido, sin duda, al poder de los medios y de las modas,
aunque esta lleve vigente diez o quince siglos, si creemos a sus
historiadores.
Dostoiewski, Nabokov, Zweig... hasta
los divertidos, e inteligentes, autores de las doce sillas, Ilf y
Petrov, han considerado el ajedrez como un leiv motif, como argumento
principal de alguna obra intemporal, o como un color insustituible en
su caja de pinturas, para encontrar al menos un movimiento de alfil
en el angulo azul y solitario dentro de una vidriera coloreada, o
imaginar jugadas geniales con tan solo contemplar las losas blancas y
negras, del suelo de alguna celda. Cualquier motivo es válido dentro de
la ficción para recordarnos que entonces y allí era un referente
obligado, un lugar común.
Y es aquí tampoco era tan diferente,
insisto. Me basta bucear en el desván de los recuerdos del abuelo,
para verlo jugar con sus compañeros de prisión, en las cárceles
franquistas – los gulag los campos, que tuvimos, aunque insistan
algunos que solo es una invención interesada de los de siempre-
donde unas migas de pan humedecidas terminaban convertidas en todas y
cada una de las figuras, permitiendo evadirse del tiempo y de la
enfermedad a aquellos que necesitaban disponer de la única evasión
posible, la de la imaginación.
Vuelvo a contrastar la compasión que
hemos ofrecido a las victimas de dictaduras ajenas y la negación
absoluta hacia las propias. La cubana por ejemplo, donde “Cine o
sardina” era la opción que la noche ofrecía a su autor, Cabrera
Infante, la disyuntiva cruel de quedarse sin cenar y a cambio
disfrutar de la evasión de la sala oscura. Opción que no era tal,
el cine siempre ganaba. Como debió suceder entre los cautivos de una
dictadura nuestra que nunca existió, no lo olvidemos por nuestro bien, a los que
imagino apartando de la exigua porción de pan disponible, aquel
bocado que se convertiría en caballo o en torre.
Nostalgia de aquello que no has vivido,
incluido el ajedrez, es algo que debería conducirme a la consulta
del sicoterapeuta, del psiquiatra el diván, para recorrer caminos
borgianos orlados de flores freudianas o lacanianas que podrían
resolver ciertos enigmas mentales que incluso ignoro padecer.
Afortunadamente sigo el consejo que
ofrece otro abuelo, este sin nietos, Machado -el bueno- al final
casi, de su hilarante tratado de filosofía doméstica Juan de
Mairena: "Reconducir tus emociones a sentimientos, convertir estos en
ideas y transmitirlas escribiéndolas, no dejar jamás que se te
pudran en el alma".
En ello estamos.
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