martes, 22 de agosto de 2017

EL AJEDREZ, ESA DROGA ANTIGUA.-



 

Desconozco , y reconozco no tener gran interés en descubrir, la pasión colectiva que va a sustituir a la sucesora de la que fue acaparadora de titulares, aficionados y hasta nacionalistas, hasta hace medio siglo, el ajedrez.



Pocos paises habrá que no tengan entre su panoplia de glorias patrias, uno o dos nombres de campeones locales que demostraron al mundo, aunque fuese de modo más o menos breve o evanescente, el extraordinario nivel de la inteligencia autóctona, personificada en un individuo. Si bien, como atribuyen a Ortega, o quizás a Einstein, es bien sabido que este juego, elevado a deporte de competición, estimula el intelecto exclusivamente para ello, para jugar al ajedrez.



Capablanca en Cuba tuvo eclipsado al nombre del poeta fundador de la nación José Martí, , junto al de su antagonista, su rival ruso Alekhine, el odioso y cruel verdugo que le arrebatase el campeonato del mundo y, lo que es peor, negándole la revancha, que como suele acontecer en cualquier hipótesis interesada, hubiese en caso de haberse realizado, situado a la figura local en la cima universal con el añadido imprescindible de: “de todos los tiempos”.



Lo veo tan lejano como la moda del bombín en la cabeza varonil, pero no deja de sorprenderme el encontrarlo, a veces con molesta insistencia, en películas, novelas, e incluso obras de teatro.

Aquí hemos olvidado los nombres –Pomar, Vallejo, Pastor, ...- de aquellos maestros que fueron orgullo nacional propio: al menos de los gobiernos que suelen beneficiarse con este asunto del orgullo patriótico, e incluso olvidado aquellos niños y niñas prodigio -prodigios exclusivamente para jugar a esto- igual que hicimos con otros grandes héroes, campeones del mundo durante diez o quince años consecutivos en deportes tan populares como por ejemplo el ciclismo tras moto, donde Guillermo Timoner, en su Mallorca natal se proclamaba campeón del mundo año tras año. 
Lástima que los zagales de mi pueblo no pudiésemos competir con él, carentes de motos y ... casi de bicicletas. Pero es que además nos tenían todo el año practicando en la era otro deporte “oficial” en el baldío secano, el concurso de saltos de ski que cada dos de enero, como siempre sin tarjeta, nos retransmitía la tele oficial, para que no nos sintiesemos extraños en un mundo que se extingue, simplemente obligados a reconocer que eramos y quizás seamos extraterrestres.



En Cuba, al menos mantuvieron, y mantienen el binomio, la parejita de dioses entre el ajedrecista  local y el soviético fundador de la revolución que nunca existió. Tan solo han cambiado los nombres de los titulares del poster, la dedicación y, la presumible e inexistente comunión política entre ellos. Y en cuanto al juego intelectual, este continúa abierto a la participación de todo el mundo, siempre que sea dentro de, es decir con, y jamás fuera de, es decir sin.(antaño denominados afectos o desafectos en lenguaje vernáculo).



Aqui no ha sido muy diferente la evolución de los santos populares, si bien la dirección la han determinado las masas- otra vez Ortega- con el beneplácito del poder que sigue beneficiandose de la conducción de las pasiones colectivas hacia juegos triviales y deportivos -elevados a la categoria de intelectuales – como el fútbol, donde la dedicación y progresión familiar del individuo se limita a comprar a sus vástagos el mejor balón y el acompañarlos los domingos a la celebración religiosa en el estadio, el bar, o en el salón, por los sacerdotes del equipo de “sus amores”.



Sociologicamente, el parecido, y la intencionalidad, resultan elocuentes. Ahora bien, a la espera de contemplar la próxima e inevitable modalidad circense – panem hay para todos, de momento- me deleito con las antigüedades, con las deliciosas bagatelas encontradas en los mercadillos de brocantes, en los graneros del abuelo y sus artículos obsoletos puestos a la venta en el rastrillo del barrio, el tablero de ajedrez y su juego de piezas, siempre incompleto, inútil, ante la carencia del alfil negro o la reina blanca, y que me hacen pensar como pudo tener entretenido a medio mundo, y llegar a ser, también durante la guerra fría, la transposición metafórica de la rivalidad entre soviéticos y americanos. Los Karpov y Kasparov haciendo sandwich de Fisher, la gran esperanza blanca. Debido, sin duda, al poder de los medios y de las modas, aunque esta lleve vigente diez o quince siglos, si creemos a sus historiadores.



Dostoiewski, Nabokov, Zweig... hasta los divertidos, e inteligentes, autores de las doce sillas, Ilf y Petrov, han considerado el ajedrez como un leiv motif, como argumento principal de alguna obra intemporal, o como un color insustituible en su caja de pinturas, para encontrar al menos un movimiento de alfil en el angulo azul y solitario dentro de una vidriera coloreada, o imaginar jugadas geniales con tan solo contemplar las losas blancas y negras, del suelo de alguna celda. Cualquier motivo es válido dentro de la ficción para recordarnos que entonces y allí era un referente obligado, un lugar común.



Y es aquí tampoco era tan diferente, insisto. Me basta bucear en el desván de los recuerdos del abuelo, para verlo jugar con sus compañeros de prisión, en las cárceles franquistas – los gulag los campos, que tuvimos, aunque insistan algunos que solo es una invención interesada de los de siempre- donde unas migas de pan humedecidas terminaban convertidas en todas y cada una de las figuras, permitiendo evadirse del tiempo y de la enfermedad a aquellos que necesitaban disponer de la única evasión posible, la de la imaginación.



Vuelvo a contrastar la compasión que hemos ofrecido a las victimas de dictaduras ajenas y la negación absoluta hacia las propias. La cubana por ejemplo, donde “Cine o sardina” era la opción que la noche ofrecía a su autor, Cabrera Infante, la disyuntiva cruel de quedarse sin cenar y a cambio disfrutar de la evasión de la sala oscura. Opción que no era tal, el cine siempre ganaba. Como debió suceder entre los cautivos de una dictadura nuestra que nunca existió, no lo olvidemos por nuestro bien, a los que imagino apartando de la exigua porción de pan disponible, aquel bocado que se convertiría en caballo o en torre.




Nostalgia de aquello que no has vivido, incluido el ajedrez, es algo que debería conducirme a la consulta del sicoterapeuta, del psiquiatra el diván, para recorrer caminos borgianos orlados de flores freudianas o lacanianas que podrían resolver ciertos enigmas mentales que incluso ignoro padecer.


Afortunadamente sigo el consejo que ofrece otro abuelo, este sin nietos, Machado -el bueno- al final casi, de su hilarante tratado de filosofía doméstica Juan de Mairena: "Reconducir tus emociones a sentimientos, convertir estos en ideas y transmitirlas escribiéndolas, no dejar jamás que se te pudran en el alma". 
En ello estamos.

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