viernes, 22 de diciembre de 2017

LAMENTO BORICUA.-



A mi me pasa… lo mismo que a usted.
Me siento solo… lo mismo que usted.
Paso la noche llorando, paso la noche esperando…
Lo mismo que usted.

(Tito Rodríguez)


Y el bolero se hizo verbo y quedó entre nosotros, con su tempo amable y su acompañamiento instrumental asequible a quien tiene una guitarra al lado y a alguien dispuesto a colaborar con cualquier improvisada maraca. Anterior a la electrificación musical y a la identificación del vatio con el volumen sonoro, alejado este también de sus orígenes y actual omnipresencia en forma de luz, calor y energía para los aparatos electrónicos que nos resultan imprescindibles, el PC – que en tiempos significaba otra cosa- y de su fruto vital, la web, la red de la que no podemos despegarnos.
Tan alejados del bolero y sin embargo tan cercanos, tan solo cambiando el significado de sus versos, su finalidad original, y adaptándolo a nuestras vicisitudes cotidianas, aun conservando el fondo musical, su base de karaoke vital que, espero no me falte nunca.

Estamos presos de patas en él, en Internet, como las moscas en la fábula de Samaniego, nos dejamos atraer por el conocimiento instantáneo de los asuntos colectivos, de la política como interminable comedia patética –autodefinición personal de Woody Allen-  y nos sentimos participes imprescindibles por el mero hecho de devorar titulares o columnas de diez, o veinte, medios afines a nuestra –presunta- forma de pensar. Presuntamente nuestra y realmente de ellos, de los que escriben para que asintamos, y disfrutemos empantanados en el muladar (1) como moscas presas de patas en él.
Ahí queda, en las redes sociales, activa o pasivamente, en todo caso ineficaz, la participación del individuo, del presunto ciudadano, en la vida política, en la actividad democrática del país, para algunos estado, para otros patria.

Absolutamente imposible levantar la cabeza o intentar emitir opinión que no sea el eco buscado y dirigido de la oficial del partido en el poder, o en trance de serlo.
En mi ciudad son solamente setenta y cinco los militantes, los socios acreditados, del partido hegemónico y, por tanto, los que imponen su voluntad sobre los cuarenta mil que se sienten solos… lo mismo que usted. Este hecho, lejos de anecdótico, es solo la versión domestica, autárquica para los portugueses, de las otras cubiertas antidemocráticas de la sociedad, sea en su versión autonómica, estatal o paneuropea. Más de lo mismo, escuchar y agachar la cabeza,  la dolorosísima lección aprendida de los padres y los abuelos que pagaron muy caro el creer que podría ser de otra manera.

Nos quedan los hilos más débiles de esa red de opinión y conocimiento al alcance de nuestras manos atrofiadas por el desuso, la posibilidad de participar en foros, en chats, o en pizarras digitales y evanescentes, a riesgo de ser expulsados –baneados- de compartir nicho con maleducados anónimos o, incluso, de ser denunciados y condenados por quien o quienes se den por aludidos y ofendidos. Reo (2) del delito de odio, por dios, si de lo único que me quejo es de pasar la noche llorando, la noche esperando, lo mismo que usted.

“Tú sin él no eres nada”, leía en el neocatecismo del monseñor, y jamás pude pensar que se estaba refiriendo al partido, a cualquiera de ambos, ya que el destinatario de la admonición me quedaba bastante claro.
Supongo que no soy la única víctima de esta situación de automarginación ciudadana, fuera de los “cauces” oficiales, como si la vida del individuo no sufriese suficientes estancamientos, épocas torrenciales y periodos de sequía, para tener que dar por bueno el transcurrir único y verdadero, el oficial del partido, tan alejado a veces del conjunto, y del futuro de la sociedad, como estamos viendo, o a punto de contemplar.

Renunciamos tiempo ha, a la utopía, a que nuestras plegarias fuesen atendidas – por quienes nos rodean – a sabiendas de que sobre las otras, más nos vale que sean desatendidas como bien dijo la santa. Escarmentados y escocidos, todavía, de aquello, miramos alrededor, buscando cabezas emergentes, cuellos estirados a la búsqueda de quienes estén sufriendo lo mismo que usted, y solo encuentro con ellos un lugar común, las patas pegadas en él.

Y es que son tantas las falacias, los fraudes, sobre los que está montada esta farsa, que va llevar tiempo, espero que sin hostias, el ver como se secan, se caen, y son retiradas por el viento otoñal que, por cierto hoy ha terminado. Tendremos que esperar a la próxima temporada climatología, que esa al menos es implacable y totalmente independiente de los poderes fácticos o fascistas como ahora nos llaman quienes lo son. Más antiguos que el bolero, ya digo.

 
(1).- El muladar de mi infancia jamás tuvo ese nombre. Lo llamaban “El mataero de los burros” y servia para arrojar los cadáveres de animales y para que los niños contemplásemos como los buitres y los cuervos  se presentaban entre nosotros ocasionalmente, haciendo vida aparte el resto del tiempo. El que uno se identifique con los carroñeros o con los finados, mulos (muladar) o asnos, ya es cuestión metafísica de cada cual.

(2).- Reo. Pez de talla media que no suele superar los 120 cm de longitud total y 30 Kg de peso, aunque en España raramente alcanza los 60 cm.

Prácticamente desaparecido, el pez de rio que nos vió crecer desde el plato, fritos o en escabeche.
Hoy tiene otro significado la palabra. Una consonante y dos vocales.

(3) – Epílogo excusado. (Excusado: adj. Innecesario o inútil. “Excusado es decir que puedes venir cuando quieras”:

Todo esto sucede en mi Puerto Rico soñado, de donde nos llegaron Tito Rodríguez y sus boleros. (Este lo escuché de Feliciano. Hoy la red dice que la canción es de Palito Ortega, de Rocío Durcal, o de vaya usted a saber. Ni caso). 





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