“Uno de los cinco
grandes del siglo veinte, el cazador de mariposas” es la
descripción de Nabokov según Cabrera Infante, quien no se digna a
citar los otros cuatro, y nos obliga a ubicarlos en su parnaso por el
mero descarte, después de escudriñar los miles de denuestos que
adjudica al resto, a aquellos que no son grandes.
Desgraciadamente
infravalorado entre nosotros los castellano hablantes, debido al
fenómeno “Lolita” y, lo que es peor, a la extraordinaria
película de Kubrick. Error grosero, pero parcialmente justificado si
consideramos que el orto y eclipse de su obra son debidos al citado
título, con el agravante temporoespacial de que aquí, la mayoría
de sus novelas habrían sido -o quizás lo fueron- condenadas, en la
penumbra de incienso y plomo de aquellos años, con el peor de los
calificativos, el del escándalo.
Y ese calificativo de
erótico e incestuoso, de lúbrico y lascivo, ha sido la causa de su
descubrimiento para un público reprimido en sus instintos primarios,
años cincuenta, que estaban necesitados de recrearse en la supuesta
perversión ajena para exorcizar, o quizás alimentar, sus demonios
interiores. Ignorando lo divertido del texto, el humor inteligente y
omnipresente , con el cual impregna el escritor todas y cada unas de
la páginas, evitando siempre cualquier atisbo de mal gusto o la
ausencia, de compasión implícita hacia sus personajes.
En mi caso, quizás
apremiado por Cabrera Infante, ha sido la lectura de “Pálido
Fuego”, la que ha abierto la espita del conocimiento y la
adscripción vitalicia al club de seguidores incondicionales de
Nabokov.
Comienza
con un poema, no excesivamente largo, pero si absolutamente
ininteligible, algo habitual en la traducción de cualquier obra
poética. No resulta posible cambiar el idioma de los versos sin que
pierdan su belleza, salvo que encontremos figuras como la de Nabokov,
quien escribe en ruso hasta los cuarenta y en inglés desde entonces,
profesor de literatura francesa en universidades americanas, en las
que llega a dar cursos sobre “El Quijote” entre otros clásicos,
quedando en riesgo de verse: “virando
hacia la literatura inglesa, donde tantos poetas frustrados acababan
como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios”
según
sus infundados temores. Encontrándose en un país donde el New
Yorker seleccionaba y difundía, y sigue haciéndolo, los valores
emergentes de escritores aspirantes a la grandeza literaria.
Es en ese ambiente, de
campus semiocultos por una naturaleza tan cercana como amable,
enriqueciendo su colección de mariposas, de las que Lolita sería
metafóricamente uno de sus más admirados ejemplares, donde
transcurre casi toda la historia de “Pálido fuego”, en dobles y
triples saltos mortales, de los que el lector no queda exento, al
menos si intenta integrarse en el relato, en la intencionalidad
atribuida a los versos por el narrador, o en el trasunto certero de
otra historia, la realidad, que suele perseguirnos y que siempre nos
alcanza. La Wembla imaginaria de Nabokov, comienza a tomar una
ubicación geográfica en cuanto seguimos la hégira del
protagonista, el alter ego del otro, el narrador.
«¿Es usted
trotskista, entonces?», sugirió sagazmente en 1940 un escritor
izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no
estaba ni con los soviets ni con ningún zar. “,
cuenta Nabokov en una de sus innumerables diatribas contra ciertos
críticos y otros tantos lectores acríticos.
En un penúltimo
movimiento en el tablero, salta a Suiza para, desde allí, reordenar
y organizar la traducción de sus novelas rusas, de sus cuentos, que
nos obligarán a bucear felices en ellos con la motivación más
primitiva de cualquier lector, la diversión. No sin antes priorizar
la lectura de “Ada o el ardor”.
Indiscutible maestro en
poesía, metafísica, moralismo, historia, costumbrismo o disección
de autores ajenos por un entomólogo experimentado, y siempre bajo el
filtro del humor inteligente, del genio que te deslumbra en un
párrafo y en otro, que te hace subrayar página tras página y te
justifica plenamente el aserto del cubano deslenguado, el estar ante
uno de los cinco grandes.
“Lo
que yo procuraba recoger con desesperación era el aroma de una
nínfula mientras ladraba entre el sotobosque de oscuras selvas
marchitas.”
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