miércoles, 27 de diciembre de 2017

NABOKOV EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 35 .-





Uno de los cinco grandes del siglo veinte, el cazador de mariposas” es la descripción de Nabokov según Cabrera Infante, quien no se digna a citar los otros cuatro, y nos obliga a ubicarlos en su parnaso por el mero descarte, después de escudriñar los miles de denuestos que adjudica al resto, a aquellos que no son grandes.

Desgraciadamente infravalorado entre nosotros los castellano hablantes, debido al fenómeno “Lolita” y, lo que es peor, a la extraordinaria película de Kubrick. Error grosero, pero parcialmente justificado si consideramos que el orto y eclipse de su obra son debidos al citado título, con el agravante temporoespacial de que aquí, la mayoría de sus novelas habrían sido -o quizás lo fueron- condenadas, en la penumbra de incienso y plomo de aquellos años, con el peor de los calificativos, el del escándalo.

Y ese calificativo de erótico e incestuoso, de lúbrico y lascivo, ha sido la causa de su descubrimiento para un público reprimido en sus instintos primarios, años cincuenta, que estaban necesitados de recrearse en la supuesta perversión ajena para exorcizar, o quizás alimentar, sus demonios interiores. Ignorando lo divertido del texto, el humor inteligente y omnipresente , con el cual impregna el escritor todas y cada unas de la páginas, evitando siempre cualquier atisbo de mal gusto o la ausencia, de compasión implícita hacia sus personajes.

En mi caso, quizás apremiado por Cabrera Infante, ha sido la lectura de “Pálido Fuego”, la que ha abierto la espita del conocimiento y la adscripción vitalicia al club de seguidores incondicionales de Nabokov.
Comienza con un poema, no excesivamente largo, pero si absolutamente ininteligible, algo habitual en la traducción de cualquier obra poética. No resulta posible cambiar el idioma de los versos sin que pierdan su belleza, salvo que encontremos figuras como la de Nabokov, quien escribe en ruso hasta los cuarenta y en inglés desde entonces, profesor de literatura francesa en universidades americanas, en las que llega a dar cursos sobre “El Quijote” entre otros clásicos, quedando en riesgo de verse: virando hacia la literatura inglesa, donde tantos poetas frustrados acababan como profesores vestidos de tweed con la pipa en los labios” según sus infundados temores. Encontrándose en un país donde el New Yorker seleccionaba y difundía, y sigue haciéndolo, los valores emergentes de escritores aspirantes a la grandeza literaria.

Es en ese ambiente, de campus semiocultos por una naturaleza tan cercana como amable, enriqueciendo su colección de mariposas, de las que Lolita sería metafóricamente uno de sus más admirados ejemplares, donde transcurre casi toda la historia de “Pálido fuego”, en dobles y triples saltos mortales, de los que el lector no queda exento, al menos si intenta integrarse en el relato, en la intencionalidad atribuida a los versos por el narrador, o en el trasunto certero de otra historia, la realidad, que suele perseguirnos y que siempre nos alcanza. La Wembla imaginaria de Nabokov, comienza a tomar una ubicación geográfica en cuanto seguimos la hégira del protagonista, el alter ego del otro, el narrador.

«¿Es usted trotskista, entonces?», sugirió sagazmente en 1940 un escritor izquierdista en extremo limitado, en Nueva York, cuando dije que no estaba ni con los soviets ni con ningún zar. “, cuenta Nabokov en una de sus innumerables diatribas contra ciertos críticos y otros tantos lectores acríticos.

En un penúltimo movimiento en el tablero, salta a Suiza para, desde allí, reordenar y organizar la traducción de sus novelas rusas, de sus cuentos, que nos obligarán a bucear felices en ellos con la motivación más primitiva de cualquier lector, la diversión. No sin antes priorizar la lectura de “Ada o el ardor”.

Indiscutible maestro en poesía, metafísica, moralismo, historia, costumbrismo o disección de autores ajenos por un entomólogo experimentado, y siempre bajo el filtro del humor inteligente, del genio que te deslumbra en un párrafo y en otro, que te hace subrayar página tras página y te justifica plenamente el aserto del cubano deslenguado, el estar ante uno de los cinco grandes.

Lo que yo procuraba recoger con desesperación era el aroma de una nínfula mientras ladraba entre el sotobosque de oscuras selvas marchitas.”

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