“Pasan los años
Igual que pasa la corriente
Del río cuando busca el mar
Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar “
Igual que pasa la corriente
Del río cuando busca el mar
Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar “
(Romero Sanjuan)
Y han pasado algunos -años- desde el
concilio de Nicea, la bestia parda de Ferlosio, al marcar el inicio
del acabose, o del continuose, que diría Mafalda. La fusión entre
Iglesia y Estado que, por lo que respecta a Occidente, ha supuesto un
corsé moral y legal al desarrollo de la sociedad.
Como todo corsé
hace más esbelta la figura, la imagen de quien lo lleva, aunque no
deja de desvirtuar su contenido, el interior, que pugna por asomar a
través de cualquier grieta y, desgraciadamente, las ballenas no son
eternas, se rompen con el uso, alentando sospechas entre el público
sobre la excelencia de semejante instalación artística.
Por supuesto que los conceptos de
Iglesia o iglesias, y Estado o estados, son multiformes y hasta
tornasolados, de color cambiante según las circunstancias y los
paralelos, transformándose, según pasa el tiempo, en otros más
acordes con la situación concreta de cada país. Al menos lo hacen
en apariencia, dejando al observador atento e imparcial, inexistente
presumo, atribulado al contemplar esos ropajes deshilachados y
traslucidos que ponen en evidencia la decrepitud de los tótem, que
fueron antaño la Itálica famosa, un suponer.
Por otra parte, y asumido el omnímodo
y vigente poder del contrato firmado en el año 325, vuelve a
incordiarnos Ferlosio con otra pareja cuyo recorrido ha sido
totalmente diferente, por inmiscible y discrepante, aunque quizás
haya que considerar que no sean más que dos caras, dos máscaras,
del mismo actor, el tiempo que no el destino, o quizás el laberinto
del que el hombre busca desesperadamente la salida, sin estar muy
seguro de realmente desearla, satisfecho en esa búsqueda constante a
través de la filosofía o como quieran llamarla. Nos habla Ferlosio
del principio de la realidad y de la fe, o de la razón y el dogma,
que viene a ser lo mismo. Una pareja absolutamente incompatible para
serlo.
Y pasan los años, como en las coplas
de la canción sevillana, y cambian los dogmas, algunos, pero sobre
todo cambian los libros sagrados, donde el creyente establece que es
cierto y que no lo es, y curiosamente cambian el catecismo de
Ripalda, y los testamentos nuevo y viejo, por la última edición de
la hoja parroquial de cada uno, ahora llamadas Twitter, Facebook, o
Instagram, si bien los más conservadores, o añejos de espíritu,
sigan bebiendo religiosamente en ciertos programas
televisivos-tendenciosos casi todos- o en la prensa digital, ya que
la otra, la escrita, ha seguido el ejemplo del cautivo y desarmado
ejercito rojo, el pasar a la historia.
Sucede que la otra parte contratante,
la del principio de la realidad, la de aquello que veo, que toco, y
puedo demostrar y reproducir cada vez que quiero, sigue aquí,
afortunadamente. Y para ella no sirven afeites ni enjuagues, efectos
especiales o pixeles desenfocados.
“Yo vi la fe que tenían, yo vi la
mano de Dios..” cantaba Valen hace cincuenta años, dejándonos
estupefactos a los que nos confesábamos incapaces, absolutamente
inútiles para ver ninguna de las dos cosas. Solo que, a veces, vemos
otras, tan reales que podemos demostrar que han sido vistas también
por otras personas, allí y entonces; personas poco habituadas a
apariciones milagrosas, y de oficios más bien pedestres como puedan
ser el de sanitario o el de guardián del orden, vigilante del
tráfico quizás. Ambulancias, bomberos y funcionarios judiciales
dando fe, en otro sentido, del fallecimiento, antes de la retirada de
los cadáveres.
Ayer, ahora hace veinticuatro horas
exactamente, en la carretera A-367, el cuerpo de dos motoristas
cubiertos por sabanas blancas convertidas en sudarios, en presencia
del equipo de la UVI móvil, que cubría el rostro de uno de ellos
tras la infructuosa reanimación quizás, en uno de esos servicios
inútiles que hacen regresar a los profesionales tan cabizbajos y
deprimidos como esas herramientas extraordinarias que guardas en la
caja sin estrenarlas jamás. Policías de tráfico serios y
circunspectos, esperando la llegada de la autoridad judicial y del
furgón donde guardan los cuerpos inanimados. Y un joven motorista,
poseído por la necesidad de moverse incansable en cualquier
dirección, alrededor del altar del sacrificio. Supuse que
permanecía allí a petición de la guardia civil para ayudar en la
identificación y a aclarar las circunstancias, igual que supuse que
el pelotón, el resto del grupo, habrían sido alejados para no
obstaculizar el tráfico, y supuse bien. Varios kilómetros después
estaban agrupados, abatidos y silenciosos en un claro donde
habitualmente monta su tienda un vendedor de fruta. Alguna
motocicleta de excesiva cilindrada, como casi todas, aparecía
tumbada sobre la hierba, algo impensable, evidenciando el estado
anímico de su dueño. Sin duda ya estaban informados sobre el
alcance del accidente de sus ex compañeros de viaje.
No puedo borrar la escena de mi cabeza,
y desconozco cuanto tardaré en hacerlo. Pero hay dos cuestiones que
se agolpan en ella desde entonces.
La menor, sin duda, por ser uno de esos
imponderables históricos de los que hablaba antes, es la ausencia de
la noticia de este relevante suceso, al menos a nivel local y
provincial, en cualquier medio informativo, veinticuatro horas
después, y la sospecha de si este lapsus en la crónica pública, en
las páginas religiosas o morbosas, donde cualquier bulo es
transmitido y exagerado instantáneamente, sea algo gratuito o esté
mediado por la autoridad “eclesiástica”, la de sus “influencers”
reales que determinan si es conveniente “viralizar” el asunto o
simplemente mantener dos muertos, al menos vi dos, en el anonimato.
Insisto en reconocerme partidario
convencido del principio de la realidad, por lo que ruego que no me
hagáis mucho caso y mejor creáis los titulares “reales” de
ayer, el desfile de las fuerzas armadas por el centro de la capital o
la “Magna Mariana” que mejor no explico en que ha consistido para
no meterme en problemas con la parte contratante de la segunda parte.
Curiosamente, en la búsqueda a través
de Google de lo que ayer vieron mis ojos, aparece reiteradamente la
carretera A-367 como motivo de accidentes fatales a lo largo de los
años. “El sexto fallecimiento en lo que va de mes” es uno de sus
epígrafes. Sin embargo son siempre fechas pretéritas, que la
memoria tiende a borrar. Supongo, y espero, que esta ausencia sea
debida al acumulo de noticias interesantes pendientes de publicación
y a la resaca que los fines de semana primaverales imponen a los
redactores. Cuestión de horas para su corrección.
La otra cuestión, mayor en tanto que
motivo de salvar, o seguir perdiendo, vidas, es el análisis sobre las carreteras de la Serranía y el
numero de motociclistas fallecidos en ellas. Número ingente,
innumerable, o quizás inexistente, si contabilizan con el patrón de
ayer.
Decenas es un termino sin duda
insuficiente, centenares sería más adecuado, aunque las autoridades
civiles seguramente dispondrán de datos fidedignos que, bien podrían
hacer público, aun con el coste político de aceptar la parte de
responsabilidad de la que no pueden escapar, aunque también habría
que considerar que solamente el dato tan macabro de esa cifra podría
ser un revulsivo para detener esta sangría.
Hay aquí carreteras excelentes para
disfrutar con las motos veloces y su conducción deportiva, si bien
no están hechas para eso, son, de hecho es una sola, la A-397, cuyos
46 kilómetros de curvas ininterrumpidas, ciegas en gran parte,
se han convertido en una ruleta rusa, cuyo destino el motorista no descubre hasta ver
que hay detrás de cada una de ellas, cuando su inclinación sobre la
horizontal de la carretera y su velocidad, dificultan cualquier
corrección de la trayectoria. El resultado es previsible. Cadáveres
jóvenes de ciudadanos de toda Europa en medio del desierto de
ninguna parte, que son recogidos misericordiosamente por el sheriff
de uno u otro lado del camino, y anotados en estadísticas que
desconocemos.
Esa carretera, de trazado y firme
impecables, está comunicada con un piélago de secundarias y
terciarias, como la citada A-367, que llevan y traen las victimas
desde las autovías lejanas, haciendo comprensible que los
motociclistas desconozcan el estado y la calidad de cada una, así
como el riesgo del cambio súbito entre carretera adecuada e
inadecuada con que van a lidiar. La consecuencia está a la vista.
Añadimos a ello el estado ruinoso en
que se encuentra la mayoría, cuya única mejora reciente ha sido la
colocación de múltiples señales informativas con letreros
gratuitos “Carretera con firme en mal estado” algo sarcástico y absolutamente
evidente. Y conste que este problema no es solamente local. Ayer
aparecía la noticia de que que son varias las autovías del Estado
que han limitado a 100 la velocidad debido a su estado desastroso.
Obsérvese que lo desastroso es su estado y no el Estado, que no
quiero problemas con los firmantes de Nicea.
Sueño, no ya con la exigencia de los
ciudadanos, que en este caso también son feligreses, lo que los/nos
incapacita para exigir nada, para arreglar/cambiar/renovar
urgentemente las carreteras en cuestión, pero también sueño con,
al menos, poder colocar en el comienzo de cada tramo siniestro un
cartel enorme y digital en el que avisen del numero de motociclistas
muertos hasta el día de la fecha, invitando al conductor a no ser el
responsable de incrementarlo.
Ya se que tráfico, la DGT, no
aceptaría semejante barbaridad, contraviniendo media docena de
normativas suyas. De la negativa por el impacto ambiental no me
extrañaría, ni de los intereses mezquinos y asesinos que harán lo
imposible para que sigan viniendo las motos, aunque sus ocupantes se
queden en el camino. Son sueños, o pesadillas, ya digo.
“Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar “.
Allí donde me quieran llevar “.
P.D.- 14.15 del 27 de Mayo de 2018.
Tramo entre Cuevas del Becerro y Teba. Dirección Campillos.
P.D.2.- Algunos sostienen que no
debemos apenarnos, porque han encontrado la muerte haciendo lo que
les gustaba, el deporte de su vida. Como si “morir” fuese algo
gustoso, algo que iban buscando.
Q.E.P.D.-
Q.E.P.D.-
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