lunes, 28 de mayo de 2018

CUANDO MAYO MARCEA.-


             


“Pasan los años
Igual que pasa la corriente
Del río cuando busca el mar
Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar “

(Romero Sanjuan)



Y han pasado algunos -años- desde el concilio de Nicea, la bestia parda de Ferlosio, al marcar el inicio del acabose, o del continuose, que diría Mafalda. La fusión entre Iglesia y Estado que, por lo que respecta a Occidente, ha supuesto un corsé moral y legal al desarrollo de la sociedad. 
Como todo corsé hace más esbelta la figura, la imagen de quien lo lleva, aunque no deja de desvirtuar su contenido, el interior, que pugna por asomar a través de cualquier grieta y, desgraciadamente, las ballenas no son eternas, se rompen con el uso, alentando sospechas entre el público sobre la excelencia de semejante instalación artística.

Por supuesto que los conceptos de Iglesia o iglesias, y Estado o estados, son multiformes y hasta tornasolados, de color cambiante según las circunstancias y los paralelos, transformándose, según pasa el tiempo, en otros más acordes con la situación concreta de cada país. Al menos lo hacen en apariencia, dejando al observador atento e imparcial, inexistente presumo, atribulado al contemplar esos ropajes deshilachados y traslucidos que ponen en evidencia la decrepitud de los tótem, que fueron antaño la Itálica famosa, un suponer.



Por otra parte, y asumido el omnímodo y vigente poder del contrato firmado en el año 325, vuelve a incordiarnos Ferlosio con otra pareja cuyo recorrido ha sido totalmente diferente, por inmiscible y discrepante, aunque quizás haya que considerar que no sean más que dos caras, dos máscaras, del mismo actor, el tiempo que no el destino, o quizás el laberinto del que el hombre busca desesperadamente la salida, sin estar muy seguro de realmente desearla, satisfecho en esa búsqueda constante a través de la filosofía o como quieran llamarla. Nos habla Ferlosio del principio de la realidad y de la fe, o de la razón y el dogma, que viene a ser lo mismo. Una pareja absolutamente incompatible para serlo.



Y pasan los años, como en las coplas de la canción sevillana, y cambian los dogmas, algunos, pero sobre todo cambian los libros sagrados, donde el creyente establece que es cierto y que no lo es, y curiosamente cambian el catecismo de Ripalda, y los testamentos nuevo y viejo, por la última edición de la hoja parroquial de cada uno, ahora llamadas Twitter, Facebook, o Instagram, si bien los más conservadores, o añejos de espíritu, sigan bebiendo religiosamente en ciertos programas televisivos-tendenciosos casi todos- o en la prensa digital, ya que la otra, la escrita, ha seguido el ejemplo del cautivo y desarmado ejercito rojo, el pasar a la historia.

Sucede que la otra parte contratante, la del principio de la realidad, la de aquello que veo, que toco, y puedo demostrar y reproducir cada vez que quiero, sigue aquí, afortunadamente. Y para ella no sirven afeites ni enjuagues, efectos especiales o pixeles desenfocados.



“Yo vi la fe que tenían, yo vi la mano de Dios..” cantaba Valen hace cincuenta años, dejándonos estupefactos a los que nos confesábamos incapaces, absolutamente inútiles para ver ninguna de las dos cosas. Solo que, a veces, vemos otras, tan reales que podemos demostrar que han sido vistas también por otras personas, allí y entonces; personas poco habituadas a apariciones milagrosas, y de oficios más bien pedestres como puedan ser el de sanitario o el de guardián del orden, vigilante del tráfico quizás. Ambulancias, bomberos y funcionarios judiciales dando fe, en otro sentido, del fallecimiento, antes de la retirada de los cadáveres.


Ayer, ahora hace veinticuatro horas exactamente, en la carretera A-367, el cuerpo de dos motoristas cubiertos por sabanas blancas convertidas en sudarios, en presencia del equipo de la UVI móvil, que cubría el rostro de uno de ellos tras la infructuosa reanimación quizás, en uno de esos servicios inútiles que hacen regresar a los profesionales tan cabizbajos y deprimidos como esas herramientas extraordinarias que guardas en la caja sin estrenarlas jamás. Policías de tráfico serios y circunspectos, esperando la llegada de la autoridad judicial y del furgón donde guardan los cuerpos inanimados. Y un joven motorista, poseído por la necesidad de moverse incansable en cualquier dirección, alrededor del altar del sacrificio. Supuse que permanecía allí a petición de la guardia civil para ayudar en la identificación y a aclarar las circunstancias, igual que supuse que el pelotón, el resto del grupo, habrían sido alejados para no obstaculizar el tráfico, y supuse bien. Varios kilómetros después estaban agrupados, abatidos y silenciosos en un claro donde habitualmente monta su tienda un vendedor de fruta. Alguna motocicleta de excesiva cilindrada, como casi todas, aparecía tumbada sobre la hierba, algo impensable, evidenciando el estado anímico de su dueño. Sin duda ya estaban informados sobre el alcance del accidente de sus ex compañeros de viaje.



No puedo borrar la escena de mi cabeza, y desconozco cuanto tardaré en hacerlo. Pero hay dos cuestiones que se agolpan en ella desde entonces.



La menor, sin duda, por ser uno de esos imponderables históricos de los que hablaba antes, es la ausencia de la noticia de este relevante suceso, al menos a nivel local y provincial, en cualquier medio informativo, veinticuatro horas después, y la sospecha de si este lapsus en la crónica pública, en las páginas religiosas o morbosas, donde cualquier bulo es transmitido y exagerado instantáneamente, sea algo gratuito o esté mediado por la autoridad “eclesiástica”, la de sus “influencers” reales que determinan si es conveniente “viralizar” el asunto o simplemente mantener dos muertos, al menos vi dos, en el anonimato.

Insisto en reconocerme partidario convencido del principio de la realidad, por lo que ruego que no me hagáis mucho caso y mejor creáis los titulares “reales” de ayer, el desfile de las fuerzas armadas por el centro de la capital o la “Magna Mariana” que mejor no explico en que ha consistido para no meterme en problemas con la parte contratante de la segunda parte.



Curiosamente, en la búsqueda a través de Google de lo que ayer vieron mis ojos, aparece reiteradamente la carretera A-367 como motivo de accidentes fatales a lo largo de los años. “El sexto fallecimiento en lo que va de mes” es uno de sus epígrafes. Sin embargo son siempre fechas pretéritas, que la memoria tiende a borrar. Supongo, y espero, que esta ausencia sea debida al acumulo de noticias interesantes pendientes de publicación y a la resaca que los fines de semana primaverales imponen a los redactores. Cuestión de horas para su corrección.



La otra cuestión, mayor en tanto que motivo de salvar, o seguir perdiendo, vidas, es el análisis sobre las carreteras de la Serranía y el numero de motociclistas fallecidos en ellas. Número ingente, innumerable, o quizás inexistente, si contabilizan con el patrón de ayer.

Decenas es un termino sin duda insuficiente, centenares sería más adecuado, aunque las autoridades civiles seguramente dispondrán de datos fidedignos que, bien podrían hacer público, aun con el coste político de aceptar la parte de responsabilidad de la que no pueden escapar, aunque también habría que considerar que solamente el dato tan macabro de esa cifra podría ser un revulsivo para detener esta sangría.



Hay aquí carreteras excelentes para disfrutar con las motos veloces y su conducción deportiva, si bien no están hechas para eso, son, de hecho es una sola, la A-397, cuyos 46 kilómetros de curvas ininterrumpidas, ciegas en gran parte, se han convertido en una ruleta rusa, cuyo destino el motorista no descubre hasta ver que hay detrás de cada una de ellas, cuando su inclinación sobre la horizontal de la carretera y su velocidad, dificultan cualquier corrección de la trayectoria. El resultado es previsible. Cadáveres jóvenes de ciudadanos de toda Europa en medio del desierto de ninguna parte, que son recogidos misericordiosamente por el sheriff de uno u otro lado del camino, y anotados en estadísticas que desconocemos.

Esa carretera, de trazado y firme impecables, está comunicada con un piélago de secundarias y terciarias, como la citada A-367, que llevan y traen las victimas desde las autovías lejanas, haciendo comprensible que los motociclistas desconozcan el estado y la calidad de cada una, así como el riesgo del cambio súbito entre carretera adecuada e inadecuada con que van a lidiar. La consecuencia está a la vista.



Añadimos a ello el estado ruinoso en que se encuentra la mayoría, cuya única mejora reciente ha sido la colocación de múltiples señales informativas con letreros gratuitos “Carretera con firme en mal estado” algo sarcástico y absolutamente evidente. Y conste que este problema no es solamente local. Ayer aparecía la noticia de que que son varias las autovías del Estado que han limitado a 100 la velocidad debido a su estado desastroso. Obsérvese que lo desastroso es su estado y no el Estado, que no quiero problemas con los firmantes de Nicea.



Sueño, no ya con la exigencia de los ciudadanos, que en este caso también son feligreses, lo que los/nos incapacita para exigir nada, para arreglar/cambiar/renovar urgentemente las carreteras en cuestión, pero también sueño con, al menos, poder colocar en el comienzo de cada tramo siniestro un cartel enorme y digital en el que avisen del numero de motociclistas muertos hasta el día de la fecha, invitando al conductor a no ser el responsable de incrementarlo.

Ya se que tráfico, la DGT, no aceptaría semejante barbaridad, contraviniendo media docena de normativas suyas. De la negativa por el impacto ambiental no me extrañaría, ni de los intereses mezquinos y asesinos que harán lo imposible para que sigan viniendo las motos, aunque sus ocupantes se queden en el camino. Son sueños, o pesadillas, ya digo.



“Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar “.



P.D.- 14.15 del 27 de Mayo de 2018. Tramo entre Cuevas del Becerro y Teba. Dirección Campillos.



P.D.2.- Algunos sostienen que no debemos apenarnos, porque han encontrado la muerte haciendo lo que les gustaba, el deporte de su vida. Como si “morir” fuese algo gustoso, algo que iban buscando.
Q.E.P.D.-


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viernes, 25 de mayo de 2018

OJALÁ FUESE UN CHISTE.-






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lunes, 21 de mayo de 2018

MICHEL HOUELLEBECQ EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 37.-


 


Reconozco que interrumpir asqueado la lectura de “Las partículas elementales” fue un acto compulsivo, hoy manifiestamente erróneo.

El prestigioso título, superventas aclamado por la crítica francesa y orgullosamente editado por Anagrama en 1999, me pareció un compendio de literatura de bragueta, drogas y rocanrol; respuesta europea a los excesos del post hipismo imperante. Una apología del mal gusto revestida con pretensiones sociológicas y futuristas por alguien que aparentaba conocer de primera mano el ambiente que estaba retratando. 

Pero, la presencia constante del autor en los ecos culturales franceses, literarios al principio, políticos después, me hizo pensar si esta condena a la oscuridad no había sido precipitada e injusta. La aparición de “Sumisión” simultanea al acmé de los atentados islamistas en París, y la lectura de su primera novela “ Ampliación del campo de batalla” confirmaron mi error.
No obstante lo adictivo de su lectura, y la calidad documental de su obra, esta queda sobrepasada, trascendida, por la personalidad del autor. Como los grandes maestros de los dos siglos anteriores, sus opiniones sobre cualquier asunto político o social de cierta trascendencia, han sido repetidamente requeridas y públicamente expuestas, con la convicción para muchos, de la necesidad de escuchar atentamente a este oráculo.
 
Los matices de sexualidad obsesiva, para cuya descripción no parece estar especialmente dotado, y que impregnan cada vez más esporádicamente sus novelas, solo son el rescoldo de la transgresión primaria, superada con creces con otras etiquetas más descaradas e inmorales.
Así la xenofobia, negros y musulmanes de momento, chinos en reserva, la misoginia explicita en sus personajes femeninos, y la misantropía de sus protagonistas que, siempre en primera persona, con matices autobiográficos incluidos, nos retratan un mundo contemporáneo, el nuestro, donde el humanismo ha pasado a mejor vida, quedando secuelas religiosas o políticas que no son otra cosa que costras de viejas heridas, a punto de desprenderse definitivamente.

Aparte del egocentrismo, ganado con su meritorio esfuerzo, y de que cualquier entrevista suya tenga hoy la categoría de catecismo para creyentes del porvenir. Aparte de lo apabullante de sus razonamientos, sólidamente fijados en la historia de la cultura occidental-francesa- y alambicados por un presente ciertamente preapocaliptico, según Houellebecq, lo cierto es que la lectura de “Sumisión” te hace sentir como asquerosamente probables, como terriblemente reales y cercanas, elecciones del 17 o del 22, las inevitables consecuencias de la degeneración moral y política de la sociedad que retrata.

Comparado con Aldous Huxley, con Orwell y su 1984, de los que no reniega, añade a sus profecías la terrible cercanía del Armagedón. Los clásicos nos lo fiaban lejano, y ese decalaje temporal alentaba la esperanza de ver en que erraban sus advertencias. Las de Houellebecq no te dan esa opción de esperar a ver que ocurre, son absolutamente implacables, te describe aquello que está sucediendo ya, ahora.

Como profeta, estimable sin duda para los creyentes, la reencarnación que estaría dispuesto a aceptar de manera incondicional, es la de su antecesora Casandra, a quien los dioses le dieron el poder de adivinar el futuro y castigaron con la incredulidad forzosa de quienes la escuchaban. 

La incorrección política de un intelectual que nos ofrece con su obra, y con su testimonio personal, un catalogo de los errores de la sociedad actual- la francesa, pueblo regicida- y su pronostico sobre el devenir inmediato de la historia europea, lo convierten en algo más que un entretenimiento para lectores aburridos. Su diagnóstico del mal, parece harto acertado, si bien el pronóstico está por confirmarse, y el tratamiento, como hombre inteligente, aparenta desconocerlo. El sociólogo sabio prioriza su supervivencia y evita la critica ad personam de los centenares de personajes reales que aparecen en sus diatribas, a la vez que resalta los errores, y los horrores, de los grupos que protagonizan la actualidad. 

Desconozco cuanto pueda haber de imprescindible en Houellebecq, obra y figura, y no me gustaría volver a equivocarme. Pero sí me atrevo a decir que habrá que tenerlo en cuenta.

 

lunes, 14 de mayo de 2018

ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA.- (92)






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jueves, 3 de mayo de 2018

FREAKS Y EL PEOR DE LOS MONSTRUOS.-


FREAKS.


“Es solamente un espectáculo propio de barraca de feria, destinado a ignorantes y desocupados”

Lapidaria definición de cierto aristócrata francés sobre el cine, allá en los albores de la industria. Era ciertamente una incipiente industria exclusivamente dedicada al entretenimiento, que ascendió a salas especificas para su disfrute por la burguesía, amplió temática argumental, y aprovechó avances técnicos hasta un limite que, como el del universo, todavía no puede afirmarse, ni el mismísimo Hawking lo hizo, si es finito o infinito.
Lo cierto es que nuestro ciertamente limitado conocimiento sobre los espectáculos ofrecidos en aquellas barracas , y sobre la verosimilitud o incluso legalidad del producto que producían, pertenece al limbo literario, periodístico y también cinematográfico, recogido en ciertos relatos, la mayoría de las veces basados más en la imaginación, que en las vivencias de quienes llegaron a disfrutarlos.

Paradojicamente es el cine quien nos ofrece la recreación aproximada de aquello, tanto sobre el exterior como sobre el contenido de la caseta, que podía contemplarse brevemente a cambio de unas pocas monedas. Pero el cine, drama, va mucho más allá del mero documental y nos presenta seres humanos, pasiones, y a la vez llega a cuestionar al espectador, a veces sin proponerselo, el nivel de sus valores humanos, de la moral social en una época determinada. Paradójico resulta que que nos muestre precisamente una película, Freaks, de Tod Browning 1932, el mundo interior de aquellas barracas de feria en los años treinta del siglo pasado. Un circo del terror, un desfile de monstruos reales, que explotaban la morbosa necesidad del público de contemplar, e incluso tocar para dar fe de su veracidad, las deficiencias físicas o rarezas de otras personas que lo eran tanto como ellos.

"Subhumanos" usados colectivamente como esclavos, entonces y hoy, allí – negritud- y aquí en Europa, -pureza de sangre mediante-, o usados individualmente cuando la rareza permite catalogar al espécimen de “monstruo” y exhibirlo como negocio.
Y aparecen otros actores en el programa, sobre los que veo necesario explayarme. Los que hacen dinero con la explotación del deficiente, del raro, o del corto, como benevolentemente llama Antonio Rico al adicto a los emoticonos del móvil, y sus introductores ante el publico, embajadores de la miseria, o animadores según el termino especifico para esta labor, sea en el circo, dentro de la barraca, o voceando fuera de ella, o sea universalmente en los programas televisivos ad hoc.
Sobre los primeros no es necesario insistir. El dinero no tiene alma, su función primordial es crecer ilimitadamente. No cree en tabúes, y tanto las leyes como la ética son así considerados para él, y esto es perceptible desde los comienzos de la civilización, tal y como la entendemos.
“Pecunia non olet” respuesta de Vespasiano, hace 2000 años, a los reparos suscitados por su impuesto sobre la mierda.

Los vendedores de este articulo, sin embargo, merecen una consideración aparte, son exclusivamente intermediarios, y suelen hacer carrera personal y conseguir con ello un ascenso económico y social basados en su necesaria función mediática, la de presentar incansablemente estos “monstruos” a un público mayoritario necesitado de contemplar los defectos, cuando no el dolor, ajenos. En la imagineria literaria del género -que lo es- o cinematográfica, suelen desempeñar el rol de malvados, aunque dudo que en la real del día de hoy, y en su versión televisada deban ser considerados como otra cosa que, al menos, cómplices necesarios, y por tanto personificación de la perversión. Podría citar una docena, habituales en el cabaret cuando este existía, pero no debo olvidar el personaje de Gig Young en “¿Acaso no matan a los caballos?”     novela de Horace McCoy llevada al cine y titulada aquí “Danzad, danzad, malditos1969 Sidney Pollack, centrada en una maratón de baile donde las parejas inscritas lo hacen hasta la muerte si es necesario, y el publico disfruta pagando, otra vez, con la contemplación de la miseria humana. El presentador, interpretado por Gig Young, no necesita bailar para vivir de su oficio, si bien cobra en especie algunos servicios extra. Ambientada la película en el mismo año que se estrenó “Freaks” 1932, con el supuesto atenuante moral, dada la crueldad que nos muestra, de la Gran Depresión de los años 30. Como anécdota, el actor se suicidaría poco después, tras asesinar a su esposa, si bien entonces no sabían que cosa absurda era eso de la violencia de género.


Los actuales especialistas en vender la mezquindad, las deficiencias, o simplemente el aspecto bizarro del artista que aparece tras la cortina televisiva, gozan de inmensa popularidad a la vez que tienen garantizado su futuro en otros subgeneros de su especialidad, a saber el teatro, los libros- a veces escritos por otros-, o incluso la política, donde siempre son bien recibidos en tanto que, cual flautistas de Hamelin, suelen llevar detrás miles de seguidores, es decir votantes, que pretenden seguir disfrutando la fetidez, el halo de la desgracia ajena que tan bien suelen suelen mantener estos artistas, halo al que llaman fragancia, por cierto. Podría, pero no quiero, dar nombres propios de los culpables , de los colaboradores necesarios para esta indignidad, pero es tan fácil identificar los dos o tres programas de mayor audiencia en todas y cada una de las cadenas televisivas que, quien quiera puede poner rostro a estos bellacos reales de los tiempos que nos tocan. Los veo sonreír, con idéntica actitud que las hienas, mostrando la alegría que puede producir el bocado inminente, y los dientes, colmillos afiladisimos que no soltarán su presa de carroña, hasta que llegue la publicidad. Sonrisas de tamaño variable, emparejada con el caché de cada cual, como afirmaba Jack Nicholson sobre los actores de Hollywood. Igualitos.

“Vacas flacas, hombres flacos, banquete pa los chimangos” cantaba Larralde, pero era una milonga. Ahora me temo que la delgadez, la anorexia es moral, y colectiva, y las milongas no se llevan.

Pero, sin lugar a dudas, la parte más importante, imprescindible, de esta triada del mal, está constituida por el público, la audiencia anónima, sedienta de sangre y dolor pretendidamente ajenos. La demanda infatigable e inmortal de las vísceras y sus contenidos.
Las carnicerías especializados en “despojos” han desaparecido de los mercados, y ello es debido, curiosamente, a que el requerimiento de callos, de casquería en general, ha convertido en articulo de primera algo que siempre ha estado destinado a las barracas de feria.
Por otra parte, culturalmente la historia ha atribuido siempre culpas ocultas a cualquiera que tuviese la desgracia de parecer diferente a los demás. Cuando esa diferencia era una deficiencia física, o incluso mental, el sujeto se convierte inevitablemente en reo. Ciertamente que los lisiados, los amputados de ambas piernas, no deben tener motivos para compartir su impostada felicidad, ciertamente ausente, con el resto del mundo, pero lo cierto es que siempre se han buscado motivos, nimios incluso, para achacarles pecados de los cuales su deficiencia es evidente penitencia.

Personaje paradigmático son el tullido del carrito y el ciego de “Los olvidados “ de Buñuel 1950, de como forzadamente son los malos de la película y consecuentemente pagarán su culpabilidad comme il faut. La necesidad de mantener la leyenda de que la desgracia está siempre justificada por la culpabilidad de sus portadores, cuando no por mandato divino. Los albinos en ciertas culturas, los de tamaño excesivamente grande, o pequeño, los creyentes en religiones diferentes, los automarginados, cualquier pretexto es bueno para apedrearlos, mostrarlos en la barraca o sacarlos en la tele. Cuando no someterlos al mayor espectáculo del mundo que, como es sabido, consiste en su ejecución pública.
Nunca en la historia han acontecido sucesos que atraigan a mayor audiencia, deseosa de contemplar en directo, la muerte ajena. Hace poco leí el relato de un escritor -motivado supuestamente por su afán de cronista- sobre su experiencia como espectador durante la última ejecución con guillotina, en 1977. Crónica de los desfallecimientos del respetable en el momento supremo, y de como rompieron la barrera policial para tocar, mojar sus pañuelos, y supongo que algunos chupar, la sangre del ajusticiado. La locura colectiva, la peor de las maldades, igual que la de los teleespectadores, la anónima que queda sin castigo y, lo que es peor, sin consciencia alguna de sus consecuencias, de estar irremisiblemente poseídos por la estupidez de quien cree que no hay nadie al otro lado del espejo.

Curiosamente en el cine, hace tiempo que los monstruos son elaborados por ordenador, mediante la imagineria digital, siendo innecesaria y obsoleta la obscenidad inhumana de mostrar a “monstruos” reales, gracias también al filtro de la corrección política-algo bueno tenia que tener- que insiste en llamar semejantes a los que tenemos al lado.
En los medios desgraciadamente no es así. Los crímenes siguen alimentando el morbo, tanto más cuando las victimas son más indefensas, en edad, en género, o en número. Su eco es estirado incansablemente por los vendedores de sangre, y no pocas veces, las victimas adheridas, familiares generalmente, consiguen una notoriedad que dura años, y sostienen voces que resuenan periódicamente, reatroalimentando la audiencia de siempre. Y suelen ser los políticos quienes aprovechan el tirón en la popularidad del crimen en cuestión para ofrecer sus servicios, aquellos generalmente incapaces siquiera de encender un pitillo sin brazos ni piernas, como el protagonista de Freaks, que de liarlo ya ni os cuento, cuando no adquieren la personalidad del “monstruo” en primera persona, enriqueciendo la cartelera, siendo con excesiva frecuencia reos de esos crímenes que tanto gustan a la chusma como diría Fernán Gómez, quien vivió razonablemente bien del negocio este del espectáculo, bien entendido como otra cosa diferente de la exhibición de aquello que provoca falso “desagrado” a los espectadores no menos falsos masoquistas, deseosos de pagar por ello.


Conste que he olvidado las figuras negras de Goya, las brujas y sus aquelarres, y también el calcular cuanto daría un servidor por asistir a un buen aquelarre, no digo ya a un auto de fe.
Lo único que me queda claro de esta cuestión es que los presuntos monstruos no lo son ni lo fueron jamás, y que para la triada del mal, exhibidores, intermediarios y sobre todo, el público, ese término es el que resulta más apropiado. Son, somos, monstruos.
Me rindo.

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