martes, 21 de agosto de 2018

LOS MAIA.- ECA DE QUEIROZ.- LA ÚLTIMA NOVELA.-


Cronología de un prodigio.-

Flaubert. Madame Bovary 1856. La educación sentimental 1869
Tolstoi. Ana Karenina 1877
Leopoldo Alas. La Regenta 1884
Eca de Queiroz. Los Maia 1888
Thomas Mann. Los Buddenbrook 1901. La montaña mágica 1924
Fellini. I Vitelloni 1953


Los Maia. Eca de Queiroz. La última novela.

Cuando uno se introduce en un universo inexplorado, un intrincado y extenso lugar del que desconoce todas sus claves, puede sentirse como cualquier personaje de Verne, descubriendo un mundo exótico en el que se encuentra inmerso y, por supuesto, perdido. En plena aventura.

Acaba de pasar ante mis ojos, una abubilla en vuelo rasante, un nuevo espécimen que añadir a las aves que merodean por el jardín. Con los murciélagos que deleitaban la observación de nereidas hace dos noches, ya se acercan a la docena las especies pajariles avistables, de los que el único exótico es el que los mira disfrutando de su cercanía. Supongo que el murciélago quizás pertenezca a otra categoría más próxima todavía, y bien podría ayudarme en la imprescindible orientación que voy a necesitar navegando por estos mares, o charcos, tan cercanos como desconocidos.

Ya están harto desfasadas las clasificaciones de los géneros literarios, tanto que recoger la etiqueta impropia de novela naturalista o quizás realista, es de una falsedad ostensible cuando uno se enfrenta al circulo intimo y aristocrático de una familia portuguesa adinerada del XIX, entendiendo que el naturalismo o el realismo quedarán siempre fuera de las páginas que intenten retratarla. Un mundo feliz y exclusivo para disfrute de la cúspide de esa pirámide social donde los niveles inferiores, innumerables y superpoblados, son sistemáticamente ignorados por los autores de estas novelas inclasificables a las que hoy calificaríamos sencillamente como obras de ficción, por tanto denostadas y dirigidas a a quienes tienen necesidad de otra vida más ficticia que la propia, que ya son ganas.

Ausente pues el pueblo llano, la saga familiar, el rio literario por el que van a discurrir tres o hasta cuatro generaciones de personajes, va encajonado en el pródigo despilfarro donde se instalan sus protagonistas desde el primer capitulo, cuando escuchamos manifestar al administrador su certeza de que el patrimonio familiar no peligra por mucho que dilapiden sus señoritos. Y este secretario y amigo, quizás sea el único al que podamos asignar un trabajo real, un empleo eficaz, proveer libras y countos de manera incansable a sus amos. El resto, cocheros, prostitutas, aparceros o guardias, si son citados ocasionalmente, siempre lo serán bajo el estigma de la suciedad, brutalidad o el etilismo.

Pero es que, el lector exigente busca siempre la pompa, la ostentación y el placer, y sabe donde encontrarlo. Entre cretonas, paletós, cordobanes y reposteros, palabras cuyo significado junto al de otras decenas de ellas, he tenido que buscar en el diccionario, para poder olvidarlo inmediatamente. Ni tan siquiera, los lujos de mil ochocientos han resistido su avanzada edad, y las modas, efímeras por su sustancia, todavía menos.

Y a pesar de todo, desde hace semanas, sigo perdido dentro de esas calles lisboetas, de esas mansiones del centro o de las afueras señoriales donde el spleen y el dinero portugués se unieron, como casi siempre suelen hacer, para recrear a su manera la decadencia imperial, a base de ostras y champan, hábitos que habían vislumbrado en Londres, en París o en Berlin, pasando por alto los austeros y temidos vecinos de quienes tan solo sus mujeres sirven para identificar con su gentilicio a las meretrices.

A pesar de todos los pesares, hay magia torrencial que te absorbe haciéndote adicto a sus innumerables paginas, rayando estas en la infinitud, intrigado y absorto en las vicisitudes del protagonista que sirve de puente entre las distintas generaciones y a quien sigues convencido de que sus aventuras, si las hubiera, convertirán tu lectura en placentera. Así hasta el final, ese que te sabe a poco, a poquísimo, sin tener claro si la escasez, la penuria, la atribuyes a la situación vital del personaje cuando termina el texto despidiéndose, o a que habrías seguido leyendo gustosamente otras novecientas páginas.
Eso es la literatura, la buena, y su inevitable comparación con sus fuentes, las del Nilo, que vas ubicando en el mapa de las lecturas que atesora tu memoria.

Tiene elementos e incluso estructura comunes con otras obras maestras coetáneas, anteriores unas, quizás fuente de inspiración, y posteriores otras, quizás deudoras de Queiroz. Y son estos nexos argumentales los que me sugieren estar leyendo una única novela, la madre de todas, la última por tanto. Un cóctel de sabor previsible donde no van a faltar las escenas hacia y desde el palco del teatro, siempre reservado, siempre de abono a cuenta del ilustre y generalmente cornudo aristócrata, príncipes si rusos o alemanes, marqueses o condes si franceses, italianos o portugueses. Palco desde donde ver y ser vistos, donde exponer a la diosa de la historia, como admirada mujer florero, y donde van a generarse las pasiones que el novelista conducirá al lugar común de todas ellas. El pecado es lo que tiene, su castigo.

Pero, aparte de este escenario, común junto a otros, como los escarceos de los amantes dentro del coche de caballos, en pleno transito ciudadano, transgresión inverosímil para los que tan difícil lo tuvimos en un Simca 1000 parado, me sorprende la obsesiva fijación de todos los autores citados, con el amor casto y utópico, antaño platónico, de los protagonistas masculinos por alguna señora mayor, casada con maridos absentistas de ellas o quizás tremendamente agotados por sus inevitables amantes.
Estos sublimes enamoramientos que suelen ocupar hasta dos tercios de las novelas, se satisfacen en cuatro lineas sin llegar a manifestar atisbo de erotismo o de éxtasis placentero por los protagonistas, nada más allá de una faldas arrugadas, del crujido del vestido al tropezar con las botas del galán o de las sabanas desordenadas la mañana siguiente al día de autos.
Algo sospechoso además, el que todos ellos persigan idéntico ideal femenino, obviando las jóvenes bellezas que, sin duda, amenazarían con casamientos finalizadores de la historia, con aquello de las perdices, pero que, también, ofrecerían a los lectores, siglos después si fuera menester, la presencia de vida real, fresca y atractiva, más allá de la omnímoda presencia de las pelucas y polvos de arroz, inevitables en estas figuras del siglo diecinueve, en estos estereotipos femeninos que nos hacen sospechar el inevitable edipismo de sus autores, esa fijación por mujeres que podrían ser sus madres, a la vez tan asequibles al adulterio sin contrapartida, cuando no sea la suprema de ocasionar un divorcio incivilizado e incluso algún amago de duelo por aquello del deshonor perdido. El honor y la dignidad siempre quedaban a buen recaudo en la billetera.

Lo auténticamente meritorio de este genero literario es el que consiga que el infeliz lector se enamore también sin remedio de todas sus heroínas, sean Ana Ozores, Karenina, Emma Bovary, Madame Arnoux, Clawdia Chauchat o la María de Los Maia. Inalcanzables modelos de un erotismo ficticio en una época común donde el sexo, al parecer, solo podía ser de pago o adulterino.

En el caso portugués, al menos habían asimilado ciertos avances sociales y cierto distanciamiento de la monarquia, desde la Ilustración a la trascendental revolución francesa, y al menos, aparecen indicios de cambios social, igual que a lo largo de toda la obra de Tolstoi, o en La Educación Sentimental flaubertiana, ambientada en plena comuna parisina.

El parecido que atribuyen al Don Quijote, puede limitarse a la presencia de un numero considerable de personajes, admirablemente descritos, y alguno de ellos rayando el esperpento de los quijotescos, siempre en perpetuo viaje, mientras que los que rodean a Carlos Maia y a su abuelo, no tienen a un Sancho glorioso a su lado, ni van a distanciarse jamás de la Baixa, o del Cais do Sodré. Ambiente hermético donde van a ir destilando y malgastándose los restos nostálgicos de un imperio colonial que perteneció a tiempos pretéritos. Tanto como el tipo de historias, adictivas todavía, propio de estas novelas de “época”, de las que no suele ser necesario especificar época alguna, porque ya la sabemos muy lejana, lejanisima.



Me queda leer ahora “El crimen del padre Amaro”, anterior novela de Queiroz, y compararla con la de Georges Bernanos, “Journal d'un curé de campagne”, un puro vicio que me posee, aunque pretenda justificarlo haciendo ver los diferentes planteamientos, y desenlaces, del drama de los curas rurales de entonces, de cuando había curas rurales, y de lo que supuestamente esperaba de ellos su feligresía, que es mas o menos lo que los lectores esperamos de estas historias y de sus consagrados autores.

¿Influyen los escritores sobre el modo de vide de sus lectores, o más bien, al revés, son los consumidores los que condicionamos las historias que estos nos cuentan?

Dicho de otra manera: ¿Quién puso el Bomp? 

Los Teen Tops de Enrique Guzmán (pinchar)

Who put the Bomp? Barry Mann 1961

Who put the bomp
In the bomp bah bomp bah bomp?
Who put the ram
In the rama lama ding dong?

Rama lama ding dong. Va a ser eso.


P.D. 1.- Murciélago, como eucalipto, son palabras preciosas, que contienen las cinco vocales sin repetir ninguna. Seguro que encontraré otras parecidas.

P.D. 2.- Antes terminaban las historias de amor siendo felices y comiendo perdices. Ahora lo hacen con una precuela del próximo divorcio, al que llaman "Despedida de soltero/a". Irremediable.

P.D.3.- Inevitable parecido con “I Vitelloni.” de Fellini, que nos cuenta en hora y media de excelente cine, el drama de personajes parásitos, muy parecidos a los que pululan por estas novelas. Además está Sordi.

P.D. 4.- “Que dificil es hacer el amor en un Simca 1000” es una canción de Los Inhumanos, de 1988. (Inhumano).

P.D. 5.- “Mamá, la nuestra es la más guapa”, refiere la hija a su madre, trás la exahustiva revisión de los palcos. Esa “nuestra”, hacía referencia a la amante de su padre, y marido de su madre, orgullosas todas. Genialidad de Tolstoi, creo recordar.

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