SEÑAS DE IDENTIDAD .-
Vuelta a las novelas que no lo fueron
nunca. A las que serían homenajeadas después. No veo otra cosa en
el “Crematorio” de Chirbes, que el preámbulo, la ceremonia y las
reflexiones de los protagonistas durante el funeral de alguien que
influyó en sus vidas. Idéntico pasaje que el reflejado por
Goytisolo en su novela, cincuenta años antes.
Hay que reconocer a Goytisolo su
testimonio, tan valiente como proscrito, sobre una época infausta y
desmesurada en su duración, de la que apenas existen publicaciones
en castellano que merezcan el calificativo de testimoniales,
descriptivas de un país y de una sociedad a la cual, la generación
del 27, que no practicaba el realismo social precisamente, dejó
absolutamente huérfana al desaparecer de aquella mala manera.
Los escasísimos escritores que eran
conscientes de su doble labor de artistas y de intelectuales, me
retrotraen la imagen de “Las Palmeras” en el desierto, el apodo
con el se conocían a Bardém y Berlanga, coetáneos de Goytisolo,
ignorada la tercera B, de Buñuel, en el exilio forzoso y que, como
tantos otros exiliados tiene otra tarea más importante que la
creativa, la alimentaria, para sobrevivir.
Estaban también Martín Santos y
Benet, comprometidos en aquel erial, con profesiones de cierta
consideración económica, trabajos que les permitía escribir, e
incluso conspirar desde dentro, esperando el advenimiento de algo que
no llegarían a conocer. Al menos hasta una cierta apertura, moral y
mental, que facilitó la aparición de otra generación de
novelistas, en la línea discrepante, cuando no abiertamente
militante, como Marsé o Vázquez Montalbán, quienes partiendo de
ambientes obreros y populares se atreven a retratar la misma época,
la misma Ítaca que Goytisolo, sin lamentaciones ni jeremiadas
estériles.
Goytisolo pertenece a esa generación
puente, a los que mantenían la palmatoria literaria encendida, como
los personajes de Fahrenheit 451, a los que Bradbury hacía memorizar
las novelas imprescindibles para la humanidad, hasta que llegase
otra vez el siglo de las luces, al que aquí, por cierto, todavía
estamos esperando.
Pero el Goyti juega con ventaja, y de ella
nos beneficiamos todos. Resulta ser el observador ideal, el que lo ve
todo desde fuera, habiéndolo conocido desde dentro y… pudiéndolo
comparar con la situación en aquellos años del blanco y negro, en
los que el autor vuelca su rabia personal, su indignación a la que
no faltan dardos sobre su propia persona, la del
escritor-protagonista.
En este sentido, el panorama que se
ofrece al observador externo, presuntamente imparcial, como casi
todos los hispanistas que no suelen serlo, imparciales y a veces ni
hispanistas, es un autentico lujo para los que no estuvimos allí, es
decir aquí y entonces, y para quienes la revisión de la prensa de
aquellos años, de autocensura feroz, solo puede servir como
confirmación de la nada.
Tenía este hombre otra ventaja
añadida, que quizás habría que entender como desventaja. Como
procedente de familia acomodada, al parecer en estéreo (matrimonios
sumatorios), nos ubica sus vivencias en esa zona del glamour social
tan querida por los lectores de todos los tiempos, a los que la
ubicación de personajes principales en ambientes aristocráticos
permite evadir de la realidad, menos afortunada, tan distante de los
coches deportivos y los teléfonos blancos. Esto resulta
innegablemente atractivo, y a lo largo de la historia, el arte ha ido
a la par de quienes podían disfrutarlo en directo, sin necesidad de
hacerlo a través de las imágenes literarias de terceras personas.
Solo que aquí, desde la debacle de los años treinta, cualquier
recreación del lujo, y del poder político que lo encubre u origina,
no esta bien vista, al menos para los escritores del realismo social,
los del tiempo de silencio- inmarcesible título- o los sufridos
personajes de Región, el país de Benet.
No obstante, el primor de la escritura
justificaría por si solo esta novela, que no lo es, además de la
generosidad del autor a la hora de repartir culpas, de las que no se
exime, permitiendo validar la ambigüedad de quien se reafirma,
asqueándose, contra unos y contra otros pero siempre desde la
seguridad del puesto elevado en las alturas de quien viene
voluntariamente de un país vecino y presuntamente superior, para
terminar en otro país vecino, presuntamente inferior, pero siempre
desde el confort y la seguridad del patrimonio - colchón- familiar
hasta su definitiva extinción, como tantos otros artistas.
A cualquiera que guste de la
historia-cercana- y de la sociología –el de donde venimos y adonde
vamos, etc.- le debe resultar imprescindible esta obra, probablemente
sobrevalorada y con toda certeza censurada, al igual que el resto de
trabajos del autor, como también lo fuera su persona, en tiempos en
que esto no solo era posible, sino también habitual.
Editada en Méjico y publicada en
España después de transcurridos los idus del 20 de noviembre de
1975, en un tiempo en el que el aluvión de textos y películas,
hasta entonces prohibidos, hizo difícil su asimilación por un
organismo sediento de conocimiento y escasamente especializado en
digestiones pesadas.
Personalmente he admirado a los
valientes opositores o al menos discrepantes con el sistema, desde la
asunción de que su indudable categoría intelectual y sus
vicisitudes personales los pueden convertir en oráculos valiosos
para los que nos movemos a ras de tierra, reptando. Este es el caso.
Es el relato de una osadía
inadvertida. De un atrevimiento que habría resultado imposible salvo
para alguien que, ausente, desconocedor de las claves internas de
aquel tiempo de silencio. Quizás el título de Martín Santos
resultaba más apropiado para estas señas de identidad, salvo que
sea de la identidad colectiva de lo que estaba escribiendo.
El tema era tabú absolutamente, y
lamentablemente lo sigue siendo en muchos aspectos. En los primeros
sesenta no se hablaba en absoluto de la Guerra Civil, de “La
Guerra”, termino que se usaba ocasionalmente para referir algún
suceso, ubicándolo en el tiempo , antes o después de, silenciando
forzosa y colectivamente la consistencia de aquella.
Cercana la efemérides de los
veinticinco años de “Paz”, o de “La Victoria” como
especificaba Fernán Gómez en “Las bicicletas son para el verano”.
A este hombre, no se le ocurre otra cosa que aparecer por España y
ponerse a preguntar por la cosa, y a filmar en 16 mm lugares y
costumbres con reminiscencias de aquello. Una flagrante ruptura del
tabú que, si bien no estaba establecida como delito en el código
penal, si era vigilada por las fuerzas de seguridad. Del resultado,
los efectos de la dictablanda para quienes podían así llamarla, nos
cuenta en esta búsqueda de identidad personal y, evidentemente,
colectiva.
Panorámicas preciosistas sobre
paisajes de la España profunda, con un exceso de términos en desuso
o realmente desconocidos, presentes en cualquier descripción
detallista del ambiente rural, incluso para los que hemos crecido en
él, y algunas lagunas imperdonables, de señorito, al confundir los
pinos con las encinas a la hora de carbonearlos.
A veces me arrepìento a media lectura,
de no haber ido recogiendo las palabras cuyo significado desconozco
para después pasarlas por el liendre (una) del diccionario e
incorporarlas a mi léxico para que parezca sublime. Después pienso
que resulta una perdida inaceptable de tiempo, y las dejo pasar,
limitándome a leer como en el ingles rengo (otra), o en el francés
que jamás dominaré, dando por bueno el sentido que puedan tener en
el contexto de esta o aquella frase. Analfabeto políglota.
Insiste en tópicos como caciques o
taifas, de los que corroboro su eterna actualidad y por tanto asumo
como verosímiles en la España que describe, y en otros igualmente
tópicos pero fuera de lugar, como la función exclusivamente
represora, no exenta de crueldad, de la guardia civil. Algo que
resulta extemporáneo e injusto en los tiempos actuales.
El aspecto sentimental de la novela,
parece estar incluido como algo de obligado cumplimiento, para
lectores exigentes con la estructura clásica del relato, sin
establecer relaciones cercanas , y en absoluto intimas, entre sus
personajes. Los cuales se limitan a compartir la bebida, la
borrachera y el tabaco como actividad humana que muestra al lector el
nivel afectivo de sus protagonistas. Aquí intuyo que sí funcionó
el tabú, la autocensura de quien prefiere dejar a buen recaudo esa
intimidad, esas señas de identidad que le eran privativas.
Solo que releyendo esta, su obra magna,
estas señas de identidad de hace casi sesenta años, tomo
consciencia de que ya no está uno para muchos ídolos, aparte los de
la canción, claro está, y descubro en esas memorias apócrifas, que
resultan ser las citadas señas, un planteamiento xenófobo,
explicito y reiterado, que me produce una comezón ligeramente
cubierta de repugnancia. El desprecio hacia el charnego, al que
Goytisolo no denomina de modo de tan explicito mal gusto, lo empeora
acotándolo geográficamente usando el termino andaluz, para
establecer el hecho diferencial con la primera persona, la del autor
o la de alguno de sus interpretes en la novela, poco importa.
Lástima de sermón moral que se
escabulle por el desagüe de las aguas fecales. Máxime cuando parece
evidente la compasión, y la comprensión, incluso la defensa de los
marginados, que le inducen los pobres charnegos.
Y lamentablemente no es el único de
los popes de nuestra literatura, ni tampoco son exclusivamente
catalanes, aunque el Cónsul de Sodoma (Gil de Biedma) o el genio de
Palafrugell (Pla) me lo hayan demostrado fehacientemente, quién
destila esta falsa condescendencia hacia quienes creen, obvia y
demostradamente, inferiores. Lástima.
AÑO 2014
JUAN GOYTISOLO GAY Barcelona 1931
- Marrakech 2017
----------------------------------------------------------------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar es una manera de ejercer la libertad.