martes, 7 de agosto de 2018

SEÑAS DE IDENTIDAD,- (LECTURAS Nº 3)


SEÑAS DE IDENTIDAD .-



 

Vuelta a las novelas que no lo fueron nunca. A las que serían homenajeadas después. No veo otra cosa en el “Crematorio” de Chirbes, que el preámbulo, la ceremonia y las reflexiones de los protagonistas durante el funeral de alguien que influyó en sus vidas. Idéntico pasaje que el reflejado por Goytisolo en su novela, cincuenta años antes.



Hay que reconocer a Goytisolo su testimonio, tan valiente como proscrito, sobre una época infausta y desmesurada en su duración, de la que apenas existen publicaciones en castellano que merezcan el calificativo de testimoniales, descriptivas de un país y de una sociedad a la cual, la generación del 27, que no practicaba el realismo social precisamente, dejó absolutamente huérfana al desaparecer de aquella mala manera.



Los escasísimos escritores que eran conscientes de su doble labor de artistas y de intelectuales, me retrotraen la imagen de “Las Palmeras” en el desierto, el apodo con el se conocían a Bardém y Berlanga, coetáneos de Goytisolo, ignorada la tercera B, de Buñuel, en el exilio forzoso y que, como tantos otros exiliados tiene otra tarea más importante que la creativa, la alimentaria, para sobrevivir.

Estaban también Martín Santos y Benet, comprometidos en aquel erial, con profesiones de cierta consideración económica, trabajos que les permitía escribir, e incluso conspirar desde dentro, esperando el advenimiento de algo que no llegarían a conocer. Al menos hasta una cierta apertura, moral y mental, que facilitó la aparición de otra generación de novelistas, en la línea discrepante, cuando no abiertamente militante, como Marsé o Vázquez Montalbán, quienes partiendo de ambientes obreros y populares se atreven a retratar la misma época, la misma Ítaca que Goytisolo, sin lamentaciones ni jeremiadas estériles.



Goytisolo pertenece a esa generación puente, a los que mantenían la palmatoria literaria encendida, como los personajes de Fahrenheit 451, a los que Bradbury hacía memorizar las novelas imprescindibles para la humanidad, hasta que llegase otra vez el siglo de las luces, al que aquí, por cierto, todavía estamos esperando.

Pero el Goyti juega con ventaja, y de ella nos beneficiamos todos. Resulta ser el observador ideal, el que lo ve todo desde fuera, habiéndolo conocido desde dentro y… pudiéndolo comparar con la situación en aquellos años del blanco y negro, en los que el autor vuelca su rabia personal, su indignación a la que no faltan dardos sobre su propia persona, la del escritor-protagonista.

En este sentido, el panorama que se ofrece al observador externo, presuntamente imparcial, como casi todos los hispanistas que no suelen serlo, imparciales y a veces ni hispanistas, es un autentico lujo para los que no estuvimos allí, es decir aquí y entonces, y para quienes la revisión de la prensa de aquellos años, de autocensura feroz, solo puede servir como confirmación de la nada.



Tenía este hombre otra ventaja añadida, que quizás habría que entender como desventaja. Como procedente de familia acomodada, al parecer en estéreo (matrimonios sumatorios), nos ubica sus vivencias en esa zona del glamour social tan querida por los lectores de todos los tiempos, a los que la ubicación de personajes principales en ambientes aristocráticos permite evadir de la realidad, menos afortunada, tan distante de los coches deportivos y los teléfonos blancos. Esto resulta innegablemente atractivo, y a lo largo de la historia, el arte ha ido a la par de quienes podían disfrutarlo en directo, sin necesidad de hacerlo a través de las imágenes literarias de terceras personas. Solo que aquí, desde la debacle de los años treinta, cualquier recreación del lujo, y del poder político que lo encubre u origina, no esta bien vista, al menos para los escritores del realismo social, los del tiempo de silencio- inmarcesible título- o los sufridos personajes de Región, el país de Benet.



No obstante, el primor de la escritura justificaría por si solo esta novela, que no lo es, además de la generosidad del autor a la hora de repartir culpas, de las que no se exime, permitiendo validar la ambigüedad de quien se reafirma, asqueándose, contra unos y contra otros pero siempre desde la seguridad del puesto elevado en las alturas de quien viene voluntariamente de un país vecino y presuntamente superior, para terminar en otro país vecino, presuntamente inferior, pero siempre desde el confort y la seguridad del patrimonio - colchón- familiar hasta su definitiva extinción, como tantos otros artistas.



A cualquiera que guste de la historia-cercana- y de la sociología –el de donde venimos y adonde vamos, etc.- le debe resultar imprescindible esta obra, probablemente sobrevalorada y con toda certeza censurada, al igual que el resto de trabajos del autor, como también lo fuera su persona, en tiempos en que esto no solo era posible, sino también habitual.

Editada en Méjico y publicada en España después de transcurridos los idus del 20 de noviembre de 1975, en un tiempo en el que el aluvión de textos y películas, hasta entonces prohibidos, hizo difícil su asimilación por un organismo sediento de conocimiento y escasamente especializado en digestiones pesadas.



Personalmente he admirado a los valientes opositores o al menos discrepantes con el sistema, desde la asunción de que su indudable categoría intelectual y sus vicisitudes personales los pueden convertir en oráculos valiosos para los que nos movemos a ras de tierra, reptando. Este es el caso.



Es el relato de una osadía inadvertida. De un atrevimiento que habría resultado imposible salvo para alguien que, ausente, desconocedor de las claves internas de aquel tiempo de silencio. Quizás el título de Martín Santos resultaba más apropiado para estas señas de identidad, salvo que sea de la identidad colectiva de lo que estaba escribiendo.

El tema era tabú absolutamente, y lamentablemente lo sigue siendo en muchos aspectos. En los primeros sesenta no se hablaba en absoluto de la Guerra Civil, de “La Guerra”, termino que se usaba ocasionalmente para referir algún suceso, ubicándolo en el tiempo , antes o después de, silenciando forzosa y colectivamente la consistencia de aquella.



Cercana la efemérides de los veinticinco años de “Paz”, o de “La Victoria” como especificaba Fernán Gómez en “Las bicicletas son para el verano”. A este hombre, no se le ocurre otra cosa que aparecer por España y ponerse a preguntar por la cosa, y a filmar en 16 mm lugares y costumbres con reminiscencias de aquello. Una flagrante ruptura del tabú que, si bien no estaba establecida como delito en el código penal, si era vigilada por las fuerzas de seguridad. Del resultado, los efectos de la dictablanda para quienes podían así llamarla, nos cuenta en esta búsqueda de identidad personal y, evidentemente, colectiva.

Panorámicas preciosistas sobre paisajes de la España profunda, con un exceso de términos en desuso o realmente desconocidos, presentes en cualquier descripción detallista del ambiente rural, incluso para los que hemos crecido en él, y algunas lagunas imperdonables, de señorito, al confundir los pinos con las encinas a la hora de carbonearlos.



A veces me arrepìento a media lectura, de no haber ido recogiendo las palabras cuyo significado desconozco para después pasarlas por el liendre (una) del diccionario e incorporarlas a mi léxico para que parezca sublime. Después pienso que resulta una perdida inaceptable de tiempo, y las dejo pasar, limitándome a leer como en el ingles rengo (otra), o en el francés que jamás dominaré, dando por bueno el sentido que puedan tener en el contexto de esta o aquella frase. Analfabeto políglota.



Insiste en tópicos como caciques o taifas, de los que corroboro su eterna actualidad y por tanto asumo como verosímiles en la España que describe, y en otros igualmente tópicos pero fuera de lugar, como la función exclusivamente represora, no exenta de crueldad, de la guardia civil. Algo que resulta extemporáneo e injusto en los tiempos actuales.



El aspecto sentimental de la novela, parece estar incluido como algo de obligado cumplimiento, para lectores exigentes con la estructura clásica del relato, sin establecer relaciones cercanas , y en absoluto intimas, entre sus personajes. Los cuales se limitan a compartir la bebida, la borrachera y el tabaco como actividad humana que muestra al lector el nivel afectivo de sus protagonistas. Aquí intuyo que sí funcionó el tabú, la autocensura de quien prefiere dejar a buen recaudo esa intimidad, esas señas de identidad que le eran privativas.



Solo que releyendo esta, su obra magna, estas señas de identidad de hace casi sesenta años, tomo consciencia de que ya no está uno para muchos ídolos, aparte los de la canción, claro está, y descubro en esas memorias apócrifas, que resultan ser las citadas señas, un planteamiento xenófobo, explicito y reiterado, que me produce una comezón ligeramente cubierta de repugnancia. El desprecio hacia el charnego, al que Goytisolo no denomina de modo de tan explicito mal gusto, lo empeora acotándolo geográficamente usando el termino andaluz, para establecer el hecho diferencial con la primera persona, la del autor o la de alguno de sus interpretes en la novela, poco importa.



Lástima de sermón moral que se escabulle por el desagüe de las aguas fecales. Máxime cuando parece evidente la compasión, y la comprensión, incluso la defensa de los marginados, que le inducen los pobres charnegos.

Y lamentablemente no es el único de los popes de nuestra literatura, ni tampoco son exclusivamente catalanes, aunque el Cónsul de Sodoma (Gil de Biedma) o el genio de Palafrugell (Pla) me lo hayan demostrado fehacientemente, quién destila esta falsa condescendencia hacia quienes creen, obvia y demostradamente, inferiores. Lástima.


AÑO 2000




AÑO 2014





JUAN GOYTISOLO GAY Barcelona 1931 - Marrakech 2017

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