martes, 30 de octubre de 2018

MICHAEL HANEKE EN EL MANUAL DE USO CULTURAL.-



           Haneke, la luz que atrae y aniquila a los insectos.

Un nombre que, después de haber visto alguna de sus películas – cualquiera – no vuelves a pronunciar, o a pensar en él, sin añadirle un epíteto poco cariñoso, un calificativo peyorativo de la manera más procaz que se te ocurra.

Te hizo sufrir con ella – con cualquiera de ellas- y no precisamente durante su duración, sino también días y hasta semanas después de haberlas visto. Poseído quedas por un desasosiego que te hace pensar cosas terribles, te impide conciliar el sueño, te hace sentir culpable, y a poco que te identifiques con el personaje, virtualmente te convierte en el villano de la película, que no es villano en absoluto, igual que tu tampoco lo eres, pero que sometido a cierta circunstancia a veces anecdótica, acontecida en tu infancia “Caché”, o sospechosamente probable en tu senectud “El amor”, unida a la vulnerabilidad de esas edades extremas, a la intemperie socio económica en que se mueven los migrantes “Código desconocido”, y a ese actor real e imprescindible en nuestras vidas, el azar, cual deus ex machina, pueden condicionar el desarrollo de cualquier situación violenta hasta un resultado funesto.

Curiosamente esa repulsión que te origina el autor, lleva incorporada una atracción irrefrenable hacia sus películas, el irreprimible deseo de volver a contemplar las venideras, probablemente tan excelentes como las anteriores, grandísimas obras cinematográficas que le hacen encabezar durante años el cine europeo. Tras “Caché”, llegaron , “La cinta blanca” y “El amor”, imprescindibles trabajos de una categoría intelectual, no solo fílmica, que eleva oportuna y considerablemente el nivel del cine continental, o quizás exclusivamente francés, de no ser por el origen mitteleuropeo, muniqués, de Haneke, y por la temática y ambientación de “La cinta blanca” que deja intuir el nido previsible donde se incubaría la serpiente nazi.
Te hace pues, esperar la siguiente, ansiar el volver a ver una película que te haga meditar, te haga pensar sobre la fragilidad del ser humano y sobre los pies de barro que tiene nuestra sociedad del bienestar.

Podría considerarse como un trasunto de Kieslowski en su mejor época francesa, la trilogía que parecía de imposible repetición. Desgraciadamente le falta su músico, el extraordinario Zbigniew Priesner, pero afortunadamente Haneke está vivo aún, y puede seguir sorprendiendo a sus adictos, pues en una adicción se convierte su obra para el espectador.
Le tomó heredados a Kieslowski los actores, Trintignant y Binoche, así como su tratamiento cotidiano y familiar de dramas o tragedias cercanas y probables; rescata a la grandísima actriz de “Hiroshima mon amour” Enmanuelle Riva, y le ofrece el papel de su vida como la anciana que se encuentra con el Alzheimer que la estaba esperando, algo tan sorpresivo, o no, como la cinta de vídeo que Daniel Auteuil encuentra en su buzón en “Caché”. Eventos que obligan al espectador a buscar un final a historias que a veces no lo tienen, al carecer estas también de principio, de un leitmotiv consustancial al guión cinematográfico, “ La pianista” -Isabelle Huppert- y “Funny games” serán quizás la demostración de esta violencia carente de motivaciones y expuesta hasta el extremo de traspasar la frontera del cine gore. Si bien Haneke no se cansa de repetir que la violencia es repugnante y así debe mostrarse, y jamás con el glamour o la desfachatez estilista y cool del cine de Tarantino.

Se agradece, casi, el descenso en el nivel de calidad de la última,“The happy end” con Huppert y Trigtignant otra vez, como un respiro para el cinéfilo, una distancia prudencial de ese dolor insoportable que suelen ocasionarle cualquiera de sus películas.

Atractivo y repulsivo a la vez, como algunas medicinas, y absolutamente necesario en tiempos en los cuales la superficialidad de la temática al uso y la sobre exposición a las series, a las que, por cierto, Haneke se ha incorporado como autor, alejan al espectador del imprescindible espacio para la reflexión, para rematar el discurso fílmico con su propia aportación, aunque ello suponga pasar algún tiempo realmente disgustado por esos eventos circunstanciales que pueden arruinar la vida de cualquiera.
Larga vida a Haneke.

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