Haneke, la luz que atrae y aniquila a
los insectos.
Un nombre que, después de haber visto
alguna de sus películas – cualquiera – no vuelves a pronunciar,
o a pensar en él, sin añadirle un epíteto poco cariñoso, un
calificativo peyorativo de la manera más procaz que se te ocurra.
Te hizo sufrir con ella – con
cualquiera de ellas- y no precisamente durante su duración, sino
también días y hasta semanas después de haberlas visto. Poseído
quedas por un desasosiego que te hace pensar cosas terribles, te
impide conciliar el sueño, te hace sentir culpable, y a poco que te
identifiques con el personaje, virtualmente te convierte en el
villano de la película, que no es villano en absoluto, igual que tu
tampoco lo eres, pero que sometido a cierta circunstancia a veces
anecdótica, acontecida en tu infancia “Caché”, o
sospechosamente probable en tu senectud “El amor”, unida a la
vulnerabilidad de esas edades extremas, a la intemperie socio
económica en que se mueven los migrantes “Código desconocido”,
y a ese actor real e imprescindible en nuestras vidas, el azar, cual
deus ex machina, pueden condicionar el desarrollo de cualquier
situación violenta hasta un resultado funesto.
Curiosamente esa repulsión que te
origina el autor, lleva incorporada una atracción irrefrenable hacia
sus películas, el irreprimible deseo de volver a contemplar las
venideras, probablemente tan excelentes como las anteriores,
grandísimas obras cinematográficas que le hacen encabezar durante
años el cine europeo. Tras “Caché”, llegaron , “La cinta
blanca” y “El amor”, imprescindibles trabajos de una categoría
intelectual, no solo fílmica, que eleva oportuna y considerablemente
el nivel del cine continental, o quizás exclusivamente francés, de
no ser por el origen mitteleuropeo, muniqués, de Haneke, y por la
temática y ambientación de “La cinta blanca” que deja intuir el
nido previsible donde se incubaría la serpiente nazi.
Te hace pues, esperar la siguiente,
ansiar el volver a ver una película que te haga meditar, te haga
pensar sobre la fragilidad del ser humano y sobre los pies de barro
que tiene nuestra sociedad del bienestar.
Podría considerarse como un trasunto
de Kieslowski en su mejor época francesa, la trilogía que parecía
de imposible repetición. Desgraciadamente le falta su músico, el
extraordinario Zbigniew Priesner, pero afortunadamente Haneke está
vivo aún, y puede seguir sorprendiendo a sus adictos, pues en una
adicción se convierte su obra para el espectador.
Le tomó heredados a Kieslowski los
actores, Trintignant y Binoche, así como su tratamiento cotidiano y
familiar de dramas o tragedias cercanas y probables; rescata a la
grandísima actriz de “Hiroshima mon amour” Enmanuelle Riva, y le
ofrece el papel de su vida como la anciana que se encuentra con el
Alzheimer que la estaba esperando, algo tan sorpresivo, o no, como la
cinta de vídeo que Daniel Auteuil encuentra en su buzón en “Caché”.
Eventos que obligan al espectador a buscar un final a historias que a
veces no lo tienen, al carecer estas también de principio, de un
leitmotiv consustancial al guión cinematográfico, “ La pianista”
-Isabelle Huppert- y “Funny games” serán quizás la
demostración de esta violencia carente de motivaciones y expuesta
hasta el extremo de traspasar la frontera del cine gore. Si bien
Haneke no se cansa de repetir que la violencia es repugnante y así
debe mostrarse, y jamás con el glamour o la desfachatez estilista y
cool del cine de Tarantino.
Se agradece, casi, el descenso en el
nivel de calidad de la última,“The happy end” con Huppert y
Trigtignant otra vez, como un respiro para el cinéfilo, una
distancia prudencial de ese dolor insoportable que suelen
ocasionarle cualquiera de sus películas.
Atractivo y repulsivo a la vez, como
algunas medicinas, y absolutamente necesario en tiempos en los cuales
la superficialidad de la temática al uso y la sobre exposición a
las series, a las que, por cierto, Haneke se ha incorporado como
autor, alejan al espectador del imprescindible espacio para la
reflexión, para rematar el discurso fílmico con su propia
aportación, aunque ello suponga pasar algún tiempo realmente
disgustado por esos eventos circunstanciales que pueden arruinar la
vida de cualquiera.
Larga vida a Haneke.
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