
Haneke, la luz que atrae y aniquila a
los insectos.
Un nombre que, después de haber visto
alguna de sus películas – cualquiera – no vuelves a pronunciar,
o a pensar en él, sin añadirle un epíteto poco cariñoso, un
calificativo peyorativo de la manera más procaz que se te ocurra.
Te hizo sufrir con ella – con
cualquiera de ellas- y no precisamente durante su duración, sino
también días y hasta semanas después de haberlas visto. Poseído
quedas por un desasosiego que te hace pensar cosas terribles, te
impide conciliar el sueño, te hace sentir culpable, y a poco que te
identifiques con el personaje, virtualmente te convierte en el
villano de la película, que no es villano en absoluto, igual que tu
tampoco lo eres, pero que sometido a cierta circunstancia a veces
anecdótica, acontecida en tu infancia “Caché”, o
sospechosamente probable en tu senectud “El amor”, unida a la
vulnerabilidad de esas edades extremas, a la intemperie socio
económica en que se mueven los migrantes “Código desconocido”,
y a ese actor real e imprescindible en nuestras vidas, el azar, cual
deus ex machina, pueden condicionar el desarrollo de cualquier
situación violenta hasta un resultado funesto.

Te hace pues, esperar la siguiente,
ansiar el volver a ver una película que te haga meditar, te haga
pensar sobre la fragilidad del ser humano y sobre los pies de barro
que tiene nuestra sociedad del bienestar.

Le tomó heredados a Kieslowski los
actores, Trintignant y Binoche, así como su tratamiento cotidiano y
familiar de dramas o tragedias cercanas y probables; rescata a la
grandísima actriz de “Hiroshima mon amour” Enmanuelle Riva, y le
ofrece el papel de su vida como la anciana que se encuentra con el
Alzheimer que la estaba esperando, algo tan sorpresivo, o no, como la
cinta de vídeo que Daniel Auteuil encuentra en su buzón en “Caché”.
Eventos que obligan al espectador a buscar un final a historias que a
veces no lo tienen, al carecer estas también de principio, de un
leitmotiv consustancial al guión cinematográfico, “ La pianista”
-Isabelle Huppert- y “Funny games” serán quizás la
demostración de esta violencia carente de motivaciones y expuesta
hasta el extremo de traspasar la frontera del cine gore. Si bien
Haneke no se cansa de repetir que la violencia es repugnante y así
debe mostrarse, y jamás con el glamour o la desfachatez estilista y
cool del cine de Tarantino.


Larga vida a Haneke.
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