lunes, 15 de octubre de 2018

PRIMO LEVI II .-(De Fritz Lang a BIlly Wilder).-



“El día que la mataron, Rosita estaba de suerte, de tres tiros que le dieron nomás uno era de muerte, nomás uno era de muerte"(Antonio Aguilar).



Suprimiendo el “nomás”, encontramos otra oración donde la certeza no deja el menor lugar para el sarcásmo. “ Rosita estaba de suerte, de tres tiros que le dieron, uno era de muerte”, los demás sirvieron, en caso de no ser postmortem, para prolongar su agonía.



No es exclusivo de las Rositas el recibir heridas, tiros, hasta que una de ellas resulte mortal. Tan solo las letras de los corridos establecen el castigo a la mujer, accidental o merecido, como algo imprescindible en una cultura – no unicamente mejicana- donde tanto la mujer como la muerte tienen unos roles exagerados y anacrónicos, sustentados en prejuicios y en tradiciones espurios. (Espurio: que en no teniendo padre conocido, tiene muchos).



Resulta inevitable asociar la muerte de Rosita a las innumerables victimas, al menos una por semana, que ocupan nuestros noticiarios, y tanatorios, patrios. Algo realmente horrible, mucho más que confundir cualquier ejemplo de muerte violenta con las de esta índole, y con obviar que la muerte no entiende de géneros, ni de latitudes, y que hay tantas formas de sufrirla que, al menos, compasivamente, resulta deseable que lo hagamos de una sola vez -cosa que no siempre sucede- y a ser posible con la bala aquella, la primera.



Resulta inevitable extrapolar esta tortura que precede al asesinato, estos innumerables, atroces e injustos castigos, esta balacera interminable, con la sufrida por los compañeros tatuados de Primo Levi, o por los encarcelados y ejecutados durante los años treinta y cuarenta en nuestro país.
Considerando que fueron muchos, infinitos disparos, los recibidos por ellos en las cárceles-gulags-campos de la muerte durante la posguerra aquella. Que la victoria trocó en genocidio -dicen algunos que aquí. 50.000 muertos- el ingenuo proyecto de los vencidos de las tres pes: paz, piedad y perdón. Inevitable, si además compruebas que el transcurso del tiempo, ese que todo lo cura, no impide que Primo se arroje por la escalera cuarenta años después, ni que los nietos de las victimas hayamos sufrido a lo largo de la vida las secuelas de la catastrofe-shoah, y de portar el estigma de décadas de una dictadura tan graciosamente transmutada en democracia por obra y gracia de la parca que, en aquella ocasión, no necesitó bala alguna. Aquí paz y después gloria.



Afortunadamente, quizás, la generación actual, la tercera desde entonces, parece estar perdida en su propia ubicación dentro de un presente tan incierto como su futuro, donde la droga alimento, el greenlime multipantalla y el desinterés real por su propia supervivencia, la mantienen alejada del menor interés por la historia familiar, la suya, durante el pasado siglo, o sobre las ideologías, el pensamiento que la humanidad ha ido atesorando para su disfrute y mejora, desde tiempos inmemoriales. Afortunadamente digo, los negros nubarrones de la injusticia preñada de nostalgia probablemente no descargarán jamás, y transformados en discreta neblina irán desvaneciéndose para mostrarnos un horizonte sorprendente. Otra cosa será el tipo de sorpresa que nos desvelen.



Sucede que el testimonio no debe quedarse dentro de uno, bien lo sabía Primo Levi, sobre todo porque la memoria es fluctuante y está condicionada por los sentimientos, generando películas heroicas, melodramáticas, o simplemente trágicas, muy alejadas de la realidad que las generó, sin olvidar que la finitud humana hace que, su irreversible perdida se convierta en algo inevitable tras la última bala, la última muerte. Que alguno conozco que murieron tres o cuatro veces, y siguen haciéndolo desde su tumba.





- ¿Permesso?

- !Avanti!



Gracias por continuar hasta aquí. Esa es de Billy Wilder, y han sido los censores-distribuidores de la película, con varios cortes estúpidos por gratuitos, los que vienen en mi ayuda para apoyar mi tesis. El título que ellos nos colocaron fue: ¿Que ocurrió entre tu padre y mi madre? (1972). Si cambiamos padres por abuelos comprenderemos la necesidad de encontrar respuestas, al menos de intentar buscarlas.



En el altar del bien común hay una inscripción eterna: “El fin justifica los medios”.No olvidemos que ese presunto fin es supuestamente el bien común, y el como los medios suelen terminar convirtiéndose en el fin, ni como el concepto de común suele degenerar inevitablemente en “particular”, tan solo de algunos.

Así los holocaustos no suelen gozar de responsables legítimos, en tanto el bien común nos muestra con insistencia la conveniencia de responsabilizar a los culpables con un único nombre, uno solo a quien odiar, generalmente imposible de castigar, para que pague, sin posibilidad alguna de hacerlo por todos los culpables, cómplices necesarios e imprescindibles. Con un cuarteto de malvados, cual jinetes celestiales del apocalipsis, resumimos y acotamos ingenuamente el mal que asolase a la humanidad durante el siglo pasado. Ni tan siquiera uno de ellos sería juzgado, siendo su merecido castigo -de los otros se libraron- el aparecer como monstruos en los libros de historia escritos, naturalmente, por sus vencedores cuando los hubo; libros o vencedores.



Primo los/nos clasifica en “Los salvados y los hundidos” en la tercera entrega, ignorando que su rol personal de salvado terminaría como hundido, pero es que esa disyuntiva, esa dicotomia entre el blanco y el negro podría convertirse en interminable, “Los trepados (DeGaulle) y los inútiles (Montgomery y la Platajunta)”, los protegidos y los frustados, etc.


"La tregua” pertenece al intermedio, el que te hace pensar, o acercarte al ambigú a por una gaseosa.

Es un intento de retratar el purgatorio interminable en que se encontraron los liberados de los campos por el ejercito sovietico, esos miles de kilometros recorridos con la identica y aparentemente absurda, azarosa dirección que lleva la salamanquesa en la blanca pared para conseguir el bocado que la permitirá continuar con vida hasta volver a casa. Este anábasis se convierte pronto para el lector en algo exasperante, tan desesperante como pueda serlo el deambular sediento por el desierto esperando el siguiente bar.

Me han recordado las vicisitudes del Maestro Martínez, trascritas por Chaves Nogales, con similares recorridos y penalidades a lo ancho y largo de Rusia justo después de su revolución. Años perdidos y fastidiosos para sus protagonistas y para sus lectores.



Recojo la agradable sorpresa de Primo ante le exhibición en algún lugar perdido, de la película norteamericana “The Hurricane” de 1937 John Ford, y su éxito entre el público ruso, habituados a otro tipo de espectáculos y argumentos. Y me recuerdo contemplando el Sigfrido de Los Nibelungos del primer Fritz Lang, en la sesión de los sábados del internado. También la música dominical a través de los altavoces en el patio, Furtwangler y sus grabaciones de autores arios, aquellos cuya música no podía tocarse en los campos, para no cometer sacrilegio manchando su estirpe. Interludios disciplinados donde no faltaban las formaciones en fila de a uno donde se realizaba la selección semanal para... el corte de pelo (En la historia de Primo era para elegir a quienes iban a ser llevados a los hornos crematorios, los hundidos).


Comparo, exageradamente, la disciplina sufrida en el internado con idénticos toques de silbato y formaciones en las barracas de la muerte de Auschwitz, y deduzco que aquellos frailes, abducidos por la liturgia política de alemanes e italianos, no se habían dado por enterados, a mediados de los años sesenta, de que la guerra, también la otra, había terminado; ni tan siquiera de quienes la habían ganado. Tiempos de silencio, que no de desmemoria.”El reglamento vale para hacer pasar de matute una disciplina represiva”.(P.Levi).

Y es que, hasta el fatídico número en el antebrazo, se transmutó en el que me adjudicaron, obligatorio para toda la ropa, el 255 que me acompañaría durante años de internados, residencias, colegios mayores y cuarteles como conscripto, número ridículo en su tamaño comparado con aquellos de seis cifras grabados en el antebrazo, a los que llegaron a anteponer una vocal al sobrepasar los seis dígitos sus portadores. Sin llegar a necesitar las consonantes, afortunadamente, aunque los cincuenta millones de muertos durante la guerra las convirtiese en supuestamente imprescindibles.



Y como en el cuento de Juan Pimiento, el que nunca se acaba, más tarde llegaron Argelia, Vietnam, Camboya, Chile y Argentina, Siria y Palestina, en continentes ajenos e ignorados, abusando de un desconocimiento forzoso y premeditado, siempre por aquello del bien común, sobre el infierno ruso, el americano, y el propio. Con el beneplácito de los protagonistas, los vencedores que, ignoraron el fascismo y la vida bajo los Pirineos, para posteriormente limitarse a homenajear a las victimas, cuando no a llorarlas con sus ojos de cocodrilo.

Algo totalmente injusto y cruel, obviando el consuelo que la justicia puede aportar, el único para las perdidas irreparables, además de generar lamentablemente “El Victimato”, ese engendro definido por Sánchez Ferlosio como un comodín infame del que algunos se valen, ciertos políticos, para obtener ventajas del sufrimiento de otros, de las victimas, de los hundidos.



Los cocodrilos tienen un reflejo tan fuerte en sus glándulas salivares ante una presa cercana, que extienden la secreción a sus lacrimales, llorando felices frente al festín. Sus lagrimas no deben fomentar nuestra piedad o compasión, más bien despertar la alerta ante el inminente peligro.

Y es que, no hay más que contemplar a las autoridades posando frente a quien da las paladas o portando las coronas de flores, y constatar el beneficio electoral que les va a reportar, una vez más.



El victimato, incluye la nausea de vivir bajo el silencio para comprobar que resulta igual de doloroso el contemplar como los carroñeros disfrutan y se enriquecen con los restos y la memoria de Auschwitz. ¿De Auschwitz?.




“Me sentía más cerca de los muertos que de los vivos, y avergonzado de ser hombre, por ser los hombres quienes habían edificado un lugar como Auschwitz.” (P.Levi)



P.D.- El Nobel de Chonichoni.
 
Alexandr Solzhenitsyn famoso televisivo en los sesenta a quien hoy no dudarían en mostrar en programas de telemiseria.
En su día, la propaganda lo usó como simbolo de algo que ya nos habían explicado repetidamente, lo malvados que eran los comunistas. Lo de los masones y los judios se daba por sabido.
Lástima que su figura humana y literaria acabase tan trivializada y olvidada como la de Primo Levi, dos actores, entre millones, dentro de la misma función, la tragedia interminable.

Si, en mi pueblo desde la barra del bar, me preguntarón alguna vez:
-¿Quien es ese Chonichoni?.

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