jueves, 4 de octubre de 2018

PRIMO LEVI Y LA TRILOGÍA DE AUSCHWITZ


Primo Levi y de como matamos a Dios. Entre todos lo matamos y el solito se murió.



La Shoah, los pogromos e incluso el holocausto, son palabras tan lejanas como ajenas a las que nunca nos hemos acercado lo necesario para comprender someramente su significado.

Han sido el reflejo de ciertos sucesos que pertenecían a los tabúes políticos de otros y de nuestro país y que, por tanto, donde mejor estaban era en el prodigioso e inescrutable pozo de la ignorancia colectiva, donde todavía permanecen otros eventos coetáneos de no menos dolorosa enjundia y, en todo caso, de innegable cercanía.



Tras el inevitable tiempo de silencio de la guerra y la posguerra, el holocausto fue puesto en evidencia gracias a asombrosa y necesaria efervescencia de los medios escritos, del cine y la televisión, unidos al negocio que el morbo sobre el sufrimiento humano representa, junto al interés de cierta tendencia política redentora que usaría, y usa, su redescubrimiento como mera propaganda preelectoral. Ejercicios espirituales para creyentes en el bien – los suyos - y el mal – siempre los otros.


        De allí, y de aquí en muchísima menor, cuasi ínfima medida, brotarían admirables monumentos y museos del horror, donde no faltan las inevitables referencias al homenaje a las victimas ni memoriales para espantar la memoria. Otro asunto es la utilidad que para las victimas pueda tener homenaje alguno, tan solo la justicia es la única terapia social que se puede ofrecer a los crímenes contra la humanidad y, en ambos casos, han logrado convencernos de que como utópica, esta justicia debe estar en el mundo de los sueños, y fuera de la realidad.


          (La chica de 14 años presenta en la fotografia las marcas de golpes recientes en el rostro. previos a su ejecución). 

Ya lo avisaba Nietzsche en “La gaya ciencia” 1982, con su celebre “Dios ha muerto”; pero tuvieron que pasar cincuenta años para que el genocidio alcanzase a Europa y se hiciese visible, a pesar de la insistencia de los negacionistas con su irracional alusión a que aquello de exterminar a seis u ocho millones de seres humanos era sencillamente imposible. Yo los he visto insistiendo en esa tesis mientras se regodeaban durante la excursión turística a Auschwitz. El horror infiltrado hasta el último resquicio del raciocinio llega a producir daños morales, y mentales, incalculables. Debe ser eso.

El pueblo judío lo comprobó fehacientemente, si no la muerte, al menos la dudosa existencia de un dios que pudo permitirlo. La relación con sus fieles, victimas, y los verdugos gentiles que también se suponían creyentes, dejó en suspenso, intervenida por la sospecha mas cruel, miles de años de fe en los titulares de templos y altares del mundo entero. 

Claro que ni ejecutores ni exterminados pertenecían a la divinidad, ni tan siquiera al plano de los semidioses de la Grecia antigua, eran tan solo humanos en su condición de pertenecientes a la masa multitudinaria que circula hacia la catástrofe – ese es el significado de shoah, catástrofe- empujada por los mastines del pueblo elegido, del otro pueblo elegido.

Después, años de silencio, y mientras se van apagando los últimos supervivientes, aparece y fructifica una corriente tan intelectual como literaria que no cesa de documentar, cuando no de testimoniar, aquello que cambió para siempre la idea que la historia pudiese tener sobre la preeminencia moral de Europa.


 
“Sucedió y, por consiguiente, puede volver a suceder". Dice Primo Levi en su trilogía que comienza con “Si esto es un hombre”.


Frases hechas y muy vistosas que, como la de matar a Dios, se han agregado a los tópicos infames y a las hebras que el conocimiento ha podido atesorar sobre lo sucedido allí y aquí, entonces y después, y obviamente ahora también, con los miles de fallecidos en las hégiras cotidianas, en los masivos exilios de supervivencia a los que hemos adjudicado una palabra eufemística nueva, las migraciones, para considerarlo una moda, un accidente temporal, más que otra cosa que pueda turbar nuestro sueño.


"Primero vinieron por los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mi, y no quedó nadie para hablar por mí." 


(Martín Niemoller)


Resulta inevitable asociar aquello a tus propias vivencias y también a tu destino, al menos al mio. Si quieres comprender algo de la vida que pasa ante ti, de ese mundo aparentemente exterior, necesitas una referencia, la del observador, modesto protagonista involuntario.


(Ellos también estaban en Auschwitz).

El supremo valor de Primo Levi, en su obra, es el de limitarse a dar testimonio de sus penalidades y de los que pasaron ante sus ojos camino de los hornos crematorios de Birkenau. No opina, no juzga, no expone conclusiones, salvo en la tercera parte de la trilogía, ensayo sobre la repercusión de “Si esto es un hombre” entre sus lectores, incluso entre alemanes que preferían negar los hechos antes que asumir la responsabilidad del que se autoconvence del acierto de haber introducido la cabeza , la mente y los sentidos en un saco impenetrable y haber esperado a que se alejase la tormenta.. Técnica que suele ser efectiva para una, esa tormenta, pero que a la larga no hace otra cosa que dejarte inerme, e inane que es peor, ante la próxima, inevitable como el transcurso del tiempo, y donde no va a encontrar ayuda alguna en un mundo asolado, por más que intente restar peso a su mochila y volver evanescente su culpa. Ni tan siquiera atrición, tras un Nuremberg benévolo, la conversión de seis millones de asesinatos en algo tan simple como es la banalización del mal, o la inútil sentencia de resarcir economicamente a los supervivientes, es decir la banalización de la condena, por el simple hecho de que la división de Alemania en dos estados diferentes, la hizo inimputable de la sentencia que condenaba a un estado ciertamente desaparecido.



         (La selección española saludando, y cantando algún himno patriótico).

Creo que es Unamuno quien dijo que es más fácil opinar que describir. Y tan estéril resulta la continua emisión de tus opiniones, salvo para el ego inevitable que quiere justificar su existencia, como la mera descripción desde el punto de vista de un observador ajeno. 
Eso salva a Primo. No era ajeno en absoluto, y su relato se convierte inmediatamente en una espita para el pensamiento del lector, que no puede dejar de hacerse preguntas sobre el por qué del horror, el como y a que precio pudieron sobrevivir el 2% de los judíos italianos entre los que se encontraba, y cual puede ser la relación entre el numero tatuado en el antebrazo de los “subhumanos” y la actual y estúpida tendencia del tatuaje entre los jóvenes. Probablemente no guarde nexo alguno, salvo el olvido generacional de lo que aquello supuso para judíos, gitanos y homosexuales, entre otros grupos, que terminaron abonando con sus cenizas los campos agrícolas de Mitteleuropa.



(Niños jugando a la guerra en un episodio cumbre, fusilar al enemigo).

El autor contesta a las preguntas elementales que todos nos hemos hecho. Lo hace recogiendo las charlas que daba en los colegios a los niños y jóvenes, cuando parecía adecuado que no olvidasen, que como Primo y tantos otros, soslayasen el hipotético perdón para centrarse en la necesidad de evitar el olvido. Vuelve a hacerlo en forma de ensayo en la tercera parte de la obra, donde las opiniones, y los juicios , siempre fundamentados, cobran protagonismo, abriéndonos las puertas del mundo oscuro, para que podamos contemplarlo desde el exterior, como en La Divina Comedia, escuchando el relato de los semidioses o diablos que lo habitan.




No pudieron, no pudo el autor soportar el estigma del superviviente, el papel de los sonderkomandos, la mano de obra esclava que manejaba los hornos, o los kapos que ejercían su poder habitualmente despótico, por delegación de los militares alemanes, cuando la corrupción y la injusticia son conocidas e ignoradas, consciente y voluntariamente, allí por la necesidad de intentar ver amanecer cada día siguiente, aquí y ahora por la codicia o el egoísmo de personas que con su silencio, o quizás con su voto, son cómplices necesarios para enriquecer el caldo de cultivo, el agar agar de siempre.


Vuelve una y otra vez el circulo virtuoso de la historia que se repite, que puede repetirse. De ahí la importancia que tienen textos como los de Primo Levi, no basados en leyendas ciertamente, ni en tradiciones religiosas o nacionalistas, tan solo relato fidedigno – No ha sido rebatido, ni parece ello posible – de aquel joven químico que estuvo tan solo unos meses en el infierno.

         (Desgraciado el soñador; Soñar es el peor sufrimiento)


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