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jueves, 28 de febrero de 2019
ACTUALIDAD (INTEMPORAL).-
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lunes, 25 de febrero de 2019
MICROMACHISMOS.-
Consecuencias de omitir un acento en castellano:
Polvora y polvera. En inglés ni eso: Powder y powder.
Una crisis -bélica- y la necesidad de
implicar a “todo” el mundo.
Propaganda de guerra y propaganda
electoral, dirigida a las de siempre.
Un hombre, un voto. Frase del antiguo
testamento.
“Confia en Dios, y mantén la pólvora
seca. (El por si acaso de Cromwell).
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lunes, 18 de febrero de 2019
EL EBRO NACE EN FONTIBRE...
Vuelvo a la feria del libro antiguo
-léase usado y de ocasión.- y a mantener la mirada perdida de quien
busca reencontrarse con algún amor de aquellos que nunca tuvo, que
son, obviamente, los de reencuentro mas difícil, por no decir
imposible. Perdido entre constelaciones de títulos de otras épocas,
de las suyas, modas de autores, géneros y hasta ediciones, que hoy
me resultan vergonzantes por su aspecto, cubiertas, portadas y sobre
todo vejez, que no ancianidad. Los libreros los mantienen limpios y
perfectamente ordenados, exentos de polvo y de las miasmas que se
adhieran a los dedos y, quien sabe, al olfato. Pero a pesar de ello
me invade la melancolía, el peso de un tiempo evidentemente parco en
literatura de otros lugares, de autores imprescindibles de los que
podíamos gozar un solo titulo, a veces ninguno, en colecciones
dirigidas a kioscos, y ausentes en librerías que dispensaban
unicamente las versiones canónicas de la media docena de escritores
patrios consagrados. Las listas de ventas y sus best sellers
aparecían como algo incipiente en el mundo editorial y sus
consecuencias son las que tengo ahora ante mi mirada, libros, y
arboles, condenados a la basura desde mucho antes de su tala e
impresión.
Pero surge la sorpresa otra vez, el
flash back de la película de la vida, cuando el amodorramiento ante
esa ilimitada biblioteca horizontal, me hace dudar de si la ecuación
entre el placer y la consciencia del tiempo perdido, han invertido su
nivel cabal. Un susurro en mi oído, el bueno, y una visión fugaz al
girar la cabeza. Alguien estaba ofreciéndome un articulo prohibido,
u obsceno, vaya usted a saber; con toda seguridad algo que no estaba
expuesto legalmente al publico en ninguna caseta. La memoria me situó
inmediatamente en los años del contrabando, del estraperlo, del
matute, en esas escenas vistas en el cine neorrealista , donde la
estilográfica, el falso reloj o los duros de plata adulterada podían
justificar el argumento de cualquier película.
- Tengo ex libris- volvió a decirme
en un susurro casi inaudible, mostrando un pequeño catalogo
plastificado de garabatos con los que algunos viciosos de la lectura
marcan sus libros como si fuesen reses de su ganadería, imitando
quizás a James Stewart o a Kirk Douglas en algún rancho de
celuloide.
Mi negativa instantánea, refleja ante
lo desconocido o inesperado, que no pocas perdidas me ha ocasionado,
me liberó del acoso y me dio la entrada a la memoria de ese
submundo, que creí desaparecido, de la venta personalizada, a través
de cauces tan viejos y en desuso como la mayoría de los libros
expuestos.
Conste que algunos de ellos gozaban de la marca de su
anterior dueño en la primera pagina, algunas de un barroco subido, y
no pocos incluyendo nombres y apellidos. Conste también que uno ha
pasado por la debilidad de elegir cierto día un tampón con
caracteres góticos y el grabado de un diablillo con guadaña, y
sellar con tinta bermeja algunas victimas de la estantería, de
cuando hubo una estantería, hoy toda la casa es un estante, a la vez
que la ingenua pretensión de registrar en propiedad algo tan
inasible, y afortunadamente perdurable, como los libros. Este pecado
venial me vuelve compasivo con la vanidad de aquellos que insisten en
trasvasar todo el agua del mar a su charquito en la playa. Vanitas
vanitatis.
Especial por su exagerado tamaño y por
añadir en filigrana el nombre de su ex, enriquecía cierto exlibris,
aquellos tres tomos con las obras completas -de momento, hasta que
surjan los inéditos- de Kafka, en cuidada encuadernación, ubicados
en alto, a la derecha del altar donde esperaba el termo y el
bocadillo del almuerzo. Pregunté, obviamente interesado por ellos, a
sabiendas de que serian unas segundas nupcias, en las que persistiría
el anillo de bodas inicial, del que no dudaba en desprenderme después
cortando el dedo anular, la hoja en cuestión, al llegar a casa.
Ante la estupefacción que me produjo
escuchar el precio que me pedía, seguramente incrementado
irracionalmente por el interés que el probable comprador estaba
manifestando – error que no me canso de repetir- el librero se vio
obligado a explicarme sus presuntos motivos:
-Es que ya vienen subrayados, como
usted puede comprobar- y un rápido movimiento del pulgar sobre las
hojas del ejemplar que tenia en mis manos, a modo de amoroso abanico
me confirmó el horror: lineas, párrafos y hasta paginas enteras,
sometidas a la violencia sexual, al estupro indecente del rotulador
verde, del marcador en manos de quien odiaba los libros, las mujeres
y, seguramente, la humanidad. Alguien que ha pretendido resumir,
limitar, digerir para un tercero inesperado, la prosa de Kafka. Otro
desengaño para mi pobre corazón, ya acostumbrado a boleros mucho
mas hirientes y desesperanzados y, por tanto, preparado para olvidar,
por aquello de que la distancia es el olvido y de que entonces me
daré la media vuelta, cosa que hice.
No obstante los libros, ellos, iban
llenando las bolsas, y ellas, dos, tres, en su incesante gravidez,
cortaban paulatinamente el riego sanguíneo en los dedos de mis manos
provocando el dolor físico y mental, intolerable para el adicto que
se encuentra incapacitado para decidir entre perder algún dedo, una
mano quizás, y el poder seguir husmeando, oliendo cubiertas y
oteando títulos en dosis ilimitadas para el vicioso que no
terminaría su adquisición compulsiva hasta escuchar como el cierre
sucesivo de las persianas metálicas le anunciaban la despedida hasta
el próximo año. Esplendida cosecha la del 19.
Y gris presagio para la lectura
venidera. Un nuevo autor se ha encaramado en el retablo, y a punto ha
estado de derribar a otros que creí imperecederos. No los ha
desplazado con malicia alguna, todo lo contrario, al encuadrarse
dentro del club de aquellos que te hacen leer a otros, de los que
disfrutan con la buena literatura y lo comparten contigo. Sucede que
es uno sobre el que apenas había frecuentado su lectura y, además,
lleva tiempo el hombre escribiendo sin la menor moderación. Estoy
refiriéndome a alguien que supongo tiene por lema aquello de “A la
cama no te irás, sin escribir otro relato más”. Aunque él los
llame "El salón de los pasos perdidos" y sean apuntes de un
diario que edita todos los años con el suficiente decalage
temporal, imprescindible para reelaborar ciertos pasajes y para
deslumbrar al lector con hechos y lugares que creía perdidos en el
tiempo. He perdido la cuenta de cuantos lleva publicados, de las
novelas y artículos que llevan intercalados, y mi única desgracia
es que tendré que leerlos todos, los vivos, los muertos, gracias a
su persistencia en el mundo del libro usado, y los futuros que vayan
apareciendo. Se trata de Andrés Trapiello, y figura, ya digo, en ese
lado del santoral donde se juntan las los afluentes mas caudalosos
del Nilo.
Uno se imaginaba feliz y satisfecho
habiendo leído “todo” de alguno de sus favoritos, Monterroso, o
Juan Rulfo, aquel mejicano que buscaba a su padre en el desierto de
su memoria, quizás también el chico de la cebada, contemplando
satisfecho las obras completas del trío en el rinconcito aquel de la
estantería. Asumiendo la imposibilidad de rascar poco mas de la
superficie visible de la obra de Zweig, de Borges, e incluso de mis
penúltimos proveedores, Pla o Ferlosio, imposibles por inabarcables.
Y ahora me sale otro de la misma estirpe. Otro vicio extenuante del
que se me amontonan los títulos por leer y me aterra pensar los que
tiene por publicar e incluso por escribir. Prometo, privado de la
voluntad, devoción absoluta al nuevo icono junto al sagrario.
Pocas veces encontramos a una persona
inteligente y honesta, hasta un momento al menos en que resulta
difícil dejar de serlo, por aquello de la condición humana, y que
comparte contigo esa visión de la vida que te produce bienestar. No
creo que en las farmacias ni en el camello de la esquina, pueda
encontrarse un estimulante mejor. Bienvenido,Trapiello.
...CERCA DE REINOSA. (Son el santo y seña que te permite la entrada al circulo del conocimiento. Si desconoces que cerca de Reinosa es el lugar donde nace el Ebro, dificilmente podrás comprender las motivaciones políticas del pueblo español de hoy). Claro que hoy no se llama pueblo, es el público nomás, y lo de español...
P.D.- Si. En Aligre todavía hay dias que te cobran un euro por libro. Si bien, lo normal es que puedas elegir dos libros por un euro, elegir entre miles, con la única limitación de su peso y la del vuelo low cost.
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jueves, 14 de febrero de 2019
! YA ESTÁ, YA ESTÁ !.-
Ya está, ya está.
Lo último de Kiko Veneno, que sigue
dando gloria a la nueva y vieja copla, referido a las yemas de la
higuera anunciándonos eso, la primavera.
(Iluminación de Alex Raymond).
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martes, 12 de febrero de 2019
LA ESCALERA DE JACOB.-
Claro que no podemos mencionar
impunemente la escalera de Jacob, y dejar sin explicación este
pasaje tan trascendente para nuestra historia.
Dice el Génesis, que susodicha
escalera es la que usan los ángeles para subir, y bajar, del cielo.
Aquí no somos ángeles, y la pobre
escalera no creo que tenga culpa alguna de cierto desastre.
Sucedió que en una urgencia nocturna,
después de una jornada maratoniana, cuando el agotamiento físico
y mental anulaba hasta el subconsciente, los reflejos vitales, y por
supuesto el sursum corda de un servidor, tuve la sensación de flotar
en el espacio, de volar como los ángeles, de deslizar mis pasos en
el vacio cuando mi intención no era otra que recorrer las tres
baldosas que me separaban de la puerta del baño. Inmediatamente
aconteció una situación dramática que pudo llegar a trágica, un
instante de duración desconocida, en cuyo circulo mágico y cósmico
suelen situar a los agujeros negros, donde ese túnel de que
hablábamos antes me estaba esperando para facilitar el deslizamiento
del sonámbulo hasta el sorpresivo nacimiento de una nueva estrella.
Golpes ciegos, simultáneos y dolorosos como los que recibió Sancho
encerrado en el saco de arpillera de yute, de ese tejido basto que
deja el revés de su trama grabado en tu piel justo en los lugares
donde los malvados gañanes situaban sus bastonazos. Algo así hasta
escuchar el trueno revelador, el relámpago despertador que anuncia
el el final del sueño, tan breve como productivo rayo, el golpe de
tu cabeza contra el muro del piso inferior, el final de la escalera.
En la inmediata revisión de daños,
como en el submarino después del estallido de las cargas de
profundidad, descubres enseguida un liquido viscoso que se desliza
por tu cara y que delata su procedencia de la calota craneal de donde
vuelve tu mano cubierta de restos de piel y sangre, lo que te
arrastra inmediata y dolorosamente hacia el lavabo, donde puedes
valorar la magnitud de la averiá a la vez que eliminas el color rojo
de tu cara, que no suele favorecer en absoluto. Percibes ciertas
limitaciones en tu desplazamiento urgente, dolorido y necesitado de
usar todas tus extremidades para no caer otra vez, y reconoces
inmediatamente el milagro de no haberte fracturado el cuello ni la
cabeza, gracias al yeso del muro, que es quien ha llevado la peor
parte, dejando para el recuerdo esa concavidad que amoldó mi cabeza,
y teniendo la seguridad de que el impacto sufrido por mis neuronas,
escasas y amojamadas, no ha disminuido aparente ni momentáneamente
su funcionalidad.
Vuelta a la cama y a dejar pasar el tiempo, meses,
hasta cicatrizar los huesos, que no eran tan angelicales como uno
podría pensar, y a meditar sobre la fragilidad y evanescencia de los mamíferos y
sobre aquello de que: “Cuan presto se va el placer, como, después
de acordado, da dolor; como a nuestro parecer, cualquiera tiempo
pasado fue mejor”. Lo dice Manrique en su libro de horas, y no voy
a llevarle la contraria. Si lo saco es para comprobar que tuvimos un
Shakespeare ciertamente cercano y por muchos lamentablemente
olvidado.
Ese volver a nacer es volver a
sumergirme en el torbellino de la vida, de esta melancólica, porque
de las otras no recuerdo nada, y a soñar que esta nos ofrezca
algo así como la posibilidad de poder rebobinar las películas y vidas que has vivido,
e incluso cambiar sus subtítulos, lo que arreglaría muchas cosas
erradas y quien sabe si estropearía otras.
En fin, al chapuzón,
mergulho en portugués, y a disfrutar los acordes sencillos y los
ritmos verbeneros que son los que todavía puedo escuchar. Satie y
los cánticos de las sirenas los creo perdidos para siempre. Para mi
que Ulises estaba sordo y pudo salir del bucle gracias a esa virtud,
la de oír exclusivamente lo que uno quiere. Y en ello estamos.
Los ángeles tienen plumas de facil reposición, y llevan además paracaidas incorporado en su diseño original. Por muy alta que sea su escalera, sus caidas suelen ser livianas. Ese no es nuestro caso, al menos en opinión del Segismundo:
¡Ay mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
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domingo, 10 de febrero de 2019
ALTERNATIVAS A LA SANIDAD PÚBLICA (98).-
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