jueves, 14 de marzo de 2019

EL HORROR PREELECTORAL.-



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lunes, 11 de marzo de 2019

BERTOLUCCI EN EL MANUAL DE USO CULTURAL Nº 41 .-




Bertolucci.-

 

El hombre que ascendio desde la llanura padana -La estrategia de la araña, Novecento, El conformista- a la Ciudad prohibida, en El ultimo emperador. El chico que pasó de ayudante de Pasolini a convertirse en un icono del cine europeo y situarse entre los grandes de todos los tiempos.

Del marxismo antifascista de su juventud, inevitablemente inducido por las secuelas de los camisas negras en su tierra, sin llegar a los excesos revolucionarios de su admirado y amigo Godard, pasa a centrar sus esfuerzos en retratar la ambigüedad moral de sus personajes, victimas y a la vez verdugos, y lo hace con la inestimable ayuda de escritores prestigiosos que le facilitan la labor con sus novelas. Borges en su tema del traidor y del heroe, que le permite denunciar la inexistencia de limites eticos cuando la la estrategia del poder – Gramsci o Berlinguer- está por medio. 

Todo vale, incluida la mitificación del heroe, necesario para los ciudadanos de Tara -homenaje a la otra Tara- aunque ellos no tuviesen claro dicha necesidad. El partido velaba por cubrir esos deseos ocultos o inexistentes que servirían de motor al cambio. Esclarecedora al respecto la reciente Cold War. En la película de Bertolucci aparece Alida Valli, lujo de actriz que llena la pantalla, conviertiendo en color el blanco y negro, y también ya estaba allí Storaro detrás de la camara, iniciando un tandem fundamental. Su travelling circular en la pista de baile ya era la precuela del que veriamos en El último tango, dos años y muchos millones despues.

En la novela de Moravia, Il Conformista, busca, sin encontrarlas, justificaciones a la podredumbre historica y social que convierte a cualquier personaje anodino o indiferente, en aspirante a integrarse en las legiones fascistas, a convertirse en el repugnante Achille de Novecento, a la vez que nos lo muestra absolutamente perdido en su particular universo personal. Aqui además, nos descubre Bertolucci que existen jovenes actrices, Sandrelli, y Sanda, que aportan sensualidad a la pantalla, un nuevo estereotipo sexista que las exuberantes maggioratas del cine italiano habian mantenido en exclusiva ante la perfección de sus figuras, representantes quizas de la proporción aurea de un Fidias neorrealista., y que nos revelaba la atracción femenina en la cercanía donde habia estado siempre, en las chicas de al lado.  
Pero es el clima de la historia el que la hace intemporal, los escenarios de un itinerario vital que visten a la perfección el viaje hacia ninguna parte de ese conformista, de todos los que consintieron aquello con su colaboración o su abulia.

La tercera novela que llevó a la pantalla, El Cielo Protector de Paul Bowles, un borrador autobiográfico de aquella pareja de escritores en el Marruecos de los años cincuenta, nos vuelve a presentar a los protagonistas perdidos en un ambiente absolutamente transgresor, del que ellos disfrutaron a lo largo de sus desdichadas vidas. Autor que, al menos, estuvo en contacto con todas las generaciones de literatos norteamericanos que llenaron el siglo pasado, la generación perdida, la beat y la gai, y nos dejó documentos vividos sobre el mito del Tanger como residencia de cadaveres exquisitos, mito y faro que ellos ayudaron a crear. Lamentablemente, a esas alturas Bernardo ya habia perdido la gracia del mar, como el marino de Yukio Mishima, y como lo hizo el cine que conocimos,en general, a partir de los años setenta.

Su obra más compleja, y ciertamente la más valiosa, no fueron Novecento, que nos contaba en ocho horas lo mismo que Lazzaro felice en dos, ni tampoco la multipremiada del último emperador, peliculas que hoy pierden empaque al carecer de salas y pantallas adecuadas a su formato.

Entiendo que su película capital es El último tango en Paris, donde Brando, a su pesar, renació para el cine en tres o cuatro escenas magistrales: el monólogo inolvidable frente al cadaver de su mujer, el duo compartido con el amante de la esposa suicida, batines identicos incluidos, y el final, antológico. Esfuerzo actoral exigido por el director que supondria una enemistad de muchos años y que los cinefilos no dudamos en amortizar e incluso aplaudir. 

 


Le sobran un par de detalles para ser considerada una pelicula de las que marcan un antes y un despues, el anticlimax de la presencia de Jean Pierre Leaud, y el escandalo mediatíco de sus supuestas escenas de sexo, motivo que llevaba los espectadores españoles a peregrinar Perpignan, cuando aquí no podia verse. Y hoy si puede verse, y volver a hacerlo en un formato ideal para nuestras pantallas caseras, comprobando que el buen cine no muere nunca y que Bertolucci merece, y agradece, una revisión de muchas de sus películas.
Eso, y seguir escuchando a Verdi, Morricone, Sakamoto o Gato Barbieri, rubrica musical de excepción.

  


P.D.-

Paul Bowles retrató sagazmente al último viajero:

 "Han desaparecido los mozos de andén, los porteadores, de los aeropuertos. Nadie acarrea mis maletas, mis libros". 



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lunes, 4 de marzo de 2019

VALLE (INTEMPORAL).-







Las tribulaciones de Don Ramón.-

Contábame el Reverte hace unos días en su “Otoño romano” las vicisitudes de Valle Inclán durante su estancia en la Academia de España en Roma como director, nombrado a instancias de Azaña con el presumible objeto de aminorar su descalabro económico después del divorcio y de la necesidad de mantener una familia numerosa con los exiguos ingresos como autor, en tiempos durante los cuales eran escasos los autores que podían vivir de sus méritos.

En Roma no encontró apoyos para sacar a flote su cometido, ni presupuesto para levantar una actividad cultural en plena crisis política, en una Italia recién incorporada a la ruta del precipicio imperial. Tampoco para mitigar el hambre atrasada de Valle, ni la de los miembros de su equipo. Su regreso en busca del “puñadito de tierra” que glosaría Belmonte poco antes de reclamarlo para el, no se demoró en demasía, hasta el punto de permitir disfrutarlo justo antes del fatídico (o glorioso, según) julio del 36.

Escasas diferencias con el Max Estrella de su “Luces de bohemia”, personaje con quien debió identificarse como si fuese el espejo, uno de ellos, de su propia historia, por más que Sawa el poeta real se hubiese adelantado en sufrir el viacrucis que a tantos escritores termina incluyendo en sus estaciones.
Demasiados paralelismos para ubicar en la ficción de la transcomedia y del esperpento, géneros inventados por el autor, los sucesos que se relatan en las dos horas de la función teatral. Donde la cutrez de los ambientes en que las escenas se desarrollan, lo único que consiguen es distraer al espectador con la premisa ingenua de que eso afortunadamente era allí y entonces, y dado que la miseria de sus protagonistas hace muchísimo tiempo que dejó de interesar a la audiencia, parece destinada esta pieza a la sección de clásicos de la literatura, subseccion raros y malditos.

Vuelves a participar en el espectáculo, como espectador, y vuelves a compadecerte de Max Estrella, alcoholizado, paupérrimo y ciego, de su imagen especular y por tanto real del inefable manco, Valle, y a recrearte en el brillo de sus diálogos, replicas, y sentencias, como si estuvieses escuchando la conferencia magistral de un filosofo fuera de su tiempo, de aquel y de este.
Y es que no es solo la belleza del texto con que el escritor nos recrea aquellos monstruos con quienes pretende, y consigue, identificarnos; resulta ser también el retrato de la esencia intemporal de un país y de un paisanaje que perdura liquenificado un siglo después.

Cien años no son nada, al menos para “Luces de bohemia” y para los que reptamos, como Max, esperando el puñadito de tierra, en un medio hostil donde la corrupción política, la iglesia ajena, la prensa envilecedora , los gintonics y la ultima esperanza puesta en el décimo de lotería, en el capicua 5775, resulta ser idéntico al de los personajes de Valle Inclán, de hace cien años exactamente. 

Creo que la genialidad, que para D. Ramón es solamente eso que trasudamos hacia el cuello de la camisa dejándolo asqueroso, no reside en la profecía certera al retratar una sociedad siglos después de los eventos narrados, no. A menos no es solamente eso. También es la valentía de la denuncia social , la de intentar poner patas arriba la mesa de esa actualidad intemporal, la que no puede cambiar, como el personaje atrapado en el tiempo, esperando que salga la marmota, o quizás que lleguen los extraterrestres. Cualquier motivo es bueno para justificar la inacción, el seguir dando vueltas en la era de piedra donde hace tanto tiempo la mies esta ausente, poseídos por el miedo colectivo a mirar hacia el horizonte, y a intentar encontrarnos con él. 
Al parecer otros lo han hecho, si la historia no nos miente hasta ese extremo, y las magníficas plañideras del 98 ya deberían ser agua pasada, la que no mueve molino. Solo que Valle insiste, la primavera está al caer, el torrente ruge atronador como es su oficio, y aunque podamos limitarnos a seguir escuchándolo, a continuar disfrutando con las penalidades de Max Estrella, que son las nuestras, también deberíamos reflexionar sobre cuanto tiempo debemos dedicar a tan esteril quehacer.


¿Para cuando joven, para cuando? Es el título y el argumento de cierta canción de los sesenta -tan solo poco más de medio siglo- donde el padre de la novia insiste en preguntar al muchacho sobre algo que este no quiere escuchar. Palito Ortega, otro filósofo.

1.- El esperpento no es exclusivamente un género literario, inventado por Don Ramón. Desde mucho antes ya era la definición de la RAE: Persona o “cosa” que destaca por su fealdad, desaliño o apariencia ridícula o grotesca. Quizás este mundo solo sea esa “cosa”, el esperpento.

2.- La última plañidera, llorona de mi infancia, desapareció hace décadas, se llamaba “Pestañita blanca” como aquellos nombres que los sioux y los apaches usaban en las películas. Solo que esta película y la llorona eran reales, y ahora resulta innecesario, e incluso actual, el que la sibila o su barquero, deslicen discretamente las cenizas de Max en las aguas, eludiendo la inmortalidad, si ese era su deseo.

3.- El Reverte citado es, obviamente, Javier Martinez, al que no debemos confundir con Jorge, ni mucho menos con Antonio, el torero. Una historia sin fin.


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