Sintiendo tu perfume
embriagador.
Fogonazos en la memoria, flashes que
vuelven una y otra vez, sin perder el brillo aquel en la pantalla que
los grabase para siempre en el atiborrado trastero de los recuerdos
placenteros.
La canción de “El Padrino”, sus
bodas y sus tragedias familiares, dando por bueno que los muertos que
vos matáis son merecedores de la balas Corleone. Héroes en
claroscuro, moral aparcada en el armario hasta que la política pueda
convertirla en virtud. De Niro y su paseo por los tejados en día de
procesión, Pacino, Caan y el actor de actores, John Cazale, el genio
malogrado, nominado como mejor actor en las cinco únicas películas
que pudo interpretar. Volvería este con Coppola en “La
Conversación”, igual que Robert Duvall, el hermano postizo de los
Corleone, lo haría en la historia mas grande jamás contada, la
guerra de Vietnam en “Apocalypse Now”.
En las burbujas luminosas del cerebro
siguen presentes Fredo, el T.Col. Kilgore, antes Tom Hagen, y la
sombra de Brando en las tinieblas del corazón de Conrad. La ausencia
de las chicas Playboy, animadoras del espectáculo bélico,
suprimidas en el primer montaje de la película y recuperadas en la
versión “Redux”, me hizo buscarlas inútilmente, disfrazadas de
guerrilleras del vietcong o de campesinas ametralladas como victimas
colaterales de la guerra. La película no trataba sobre la guerra de
Vietnam, en palabras de Coppola “Era Vietnam”. Las playmates
reaparecerían rio arriba, acompañando a los héroes, en su papel de
floreros humanos. Nada nuevo en el cine, ni en la vida.
Coppola, en la cima del cine universal,
tras esas dos películas, no cesó de buscar el más difícil
todavía, como corresponde a quien vive por y para la fabrica de
sueños del siglo veinte, fracasando dolorosamente en cuanto los
costes de producción se le escapaban de las manos. “One from the
heart” multiplicó su presupuesto por diez, supuso la ruina
absoluta y la desaparición de sus estudios, míticos Zoetrope,
Shangri La para los cinéfilos , a la vez que me dejaba otra herida
luminosa en un musical donde la ensoñación del protagonista se
convierte en atracción por la chica del columpio. Imposible no
enamorarse de la trapecista, Nastasja Kinski, que sigue parpadeando
en la zona placentera, ya digo.
Volvió a sufrir para terminar “Cotton
Club”, en otra pesadilla de Hollywood que, además, no se presta a
dejar recuerdo alguno.
Quizás entre su docena larga de
clásicos menores, menores para él, haya otra que resulta
autobiográfica, en cierto modo: “Tucker”, ese fabricante de
automóviles, perfeccionista e iluminado, adelantado a su tiempo y,
como el mismo Coppola, dispuesto a fracasar cuando haya menester, y
volver a renacer con ciertos proyectos geniales que no pueden dejar
en el cajón de las buenas intenciones sin verlos realizados. El
personaje que estaba basado en el Tucker real, también me deja
imágenes nostálgicas e imborrables, en este caso de los autos
americanos de los años cincuenta .
Flash sonoro me ha dejado “Peggy
Sue se casó", obra de encargo donde la canción de Buddy Holly
vuelve a recordarnos al inventor de la música pop con ese título
mágico, quien desapareció la noche que murió la música, en un
vuelo que jamás llegaría a Fargo. Fargo y esos pegajosos iconos
culturales imprescindibles. Coppola contribuiría a recordarnos
aquellos años produciendo “American Graffiti”. Otra añoranza
gracias al cine, de haber perdido algo que nunca tuvimos.
Y es que, el cine total, que nos ha
dejado Coppola, tiene un componente operístico, más allá del
musical al uso, ya que no pudo dejar de poner en evidencia a Wagner y
sus nibelungos, con walkirias incluidas, envolviendo la epopeya
norteamericana vietnamita con idénticos efluvios orquestales del
Tercer Reich, algo evidente en Apocalypse Now. Igual que Verdi lo es
a lo largo de la toda serie Corleone, con el intermezzo sinfónico de
Cavalleria Rusticana de Mascagni, tema principal con el que cerraría
la trilogía dorada del cine universal, comenzando con el el vals
nupcial de Nino Rota, y continuando con la canción de amor
siciliana: “Sintiendo tu perfume embriagador y tus palabras
susurrar a media voz”, tan inolvidables como -casi- todo el cine de
Coppola.
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