miércoles, 5 de junio de 2019

LA CABEZA EN EL AGUJERO.-


Ilustres pensadores se atreven a afirmar:

Lo del “cambio climático” es tan falso como la llegada del hombre a la Luna.

Y cuando queramos aceptar lo contrario, es decir la realidad, tendremos que refugiarnos en la fantasía de los mundos apocalípticos, de la supervivencia en medios hostiles esbozados en películas de ese género tan desacreditado donde pululan los simios en su planeta o los Mad Max en esos desiertos cada vez más cercanos. Cualquier ficción miserable nos va resultar más familiar y creible que las estúpidas afirmaciones de los negacionistas de todo. Hasta los zombis nos van a resultar amigos para siempre, nunca mejor dicho.

Que ya es tarde, muy tarde, para enmendar ciertos errores, parece evidente cuando mayo no marcea, cuando el sayo lo hemos quemado en marzo – lo de dar el abrigo a los pobres pertenece, también, a la leyenda- y cuando el ferragosto acontece a primeros de junio, por más que el buscador de Google insista en otra fecha, el caos está aquí, y parece que es para quedarse.

Los verdes, los ecologistas, exceptuados los profesionales de la cosa que se mueven por otros intereses, lo llevan avisando, y demostrando, desde hace décadas, mientras seguimos confundiéndolos con siglas, con partidos políticos que, nos prometen arreglar el mundo, la humanidad, o el más allá, a cambio de la consabida, y gratuita, papeleta. Mal vamos.
La responsabilidad personal sobre los daños colectivos, algunos a perpetuidad, no podemos seguir ignorándola, y mucho menos delegarla en un tercero. Las consecuencias, cuando se han vuelto irreversibles, como lo es el transcurso del tiempo, no dejan lugar ni para las lamentaciones.

Aceptado pues que el calentamiento, los plásticos de la basura y el envenenamiento de la tierra serán algo inevitable según parece, dada su ausencia en los programas electorales de las últimas y variadas elecciones, de todos los innumerables partidos, donde sigue primando el anatema sobre el presunto contrario, o las motivaciones eternamente “dignas” como: libertad (¿Para qué?, dijo Lenin, según dicen que dijo, una vez conseguido el poder), independencia (Vivan las caenas, por aquí, en la victoria contra la pérfida ilustración), o los fastuosos estandartes del SPQR cuya traducción en nuestros lares no es otra que: Por Dios, por la Patria, y el Rey, en previsión de la siguiente guerra carlista, ¿La quinta?, en ese constitucionalismo con anteojos que nos impide ver hasta de que Constitución estamos hablando. La anterior ¿fue derogada o simplemente ignorada?.

En fin que hay asuntos mucho más interesantes, para el interés personal de algunos muchos, que la catástrofe medioambiental cuyo lugar está donde debe estar, en los documentales televisivos de esos canales que a todos nos gustaría que nos gustasen, como dice Simpson padre, sin desdeñar su presencia en exitosas series de pago como Chernobyl, donde queda en manos de guionistas y actores, todos excelentes en su ficción, la homilía con la que el predicador de Moby Dick alertaba a los insensatos cazadores de ballenas sobre las consecuencias de desafiar la divinidad, del mar, de la naturaleza. No solo no hemos aprendido nada, es que ni tan siquiera hemos escuchado su lección, que de hecho fue suprimida en la copia española, por aquello de que el predicador no pertenecía a la religión verdadera. Anatema, ya digo.

Derrotado y desarmado el medioambiente, la ceguera colectiva ha conseguido sus últimos objetivos. Nada que objetar, ni nadie en condiciones de hacerlo.

Y es solo una de tantas amenazas que ya no lo son, al convertirse en realidades.

Existen otras menores, que no deben desdeñarse tampoco, como:

Que las autoridades (con los alcaldes a la cabeza) decidieron que las ciudades ya no eran para sus habitantes, y la cosa va a más y más, a toda velocidad. Las han convertido en negocio, en decorado, en discoteca, en parque temático, en estadio para actividades “lúdicas” de una exigua e insaciable parte de la población, en terreno alquilable al codicioso sector hostelero, que invade las aceras sin freno y priva de espacio a los ciudadanos. Echan también de sus casas a los inquilinos, permitiendo la plaga de los pisos turísticos. Demasiados caseros poco previsores prefieren una barahúnda de cambiantes grupos etílicos y sin sentido de la conservación, antes que residentes fijos y cumplidores que cuidan los pisos como si fueran propios porque es en ellos donde viven. Digo “poco previsores” porque no creo que esta eclosión de hordas vaya a durar eternamente. Eso sí, si me equivoco, nuestras ciudades serán arrasadas y destruidas.

Javier Marias, en una de sus iterativas reflexiones al respecto. Esta del 19 de mayo, en el dominical del Pravda local.

Resulta que me he dado una vuelta por Munich, en busca del contubernio, y aparte de que nadie se acuerda de aquella esperanza fallida, como tantas, he tenido que invocar al Marqués de Leguineche, el personaje berlanguiano interpretado por otro marqués, para que me recordase la época en que enviase a su hijo al contubernio con su correspondiente bolsa de viaje, al objeto de conseguir parcela -cacho- de poder en el inminente gobierno post contubernio, y el como su hijo limitó su viaje a París, donde se gastó con señoritas el peculio suministrado. Esperpento patrio, no tan esperpento como pudiese parecer.

Aquí, y ahora, innumerables funcionarios y dirigentes de cualquier nivel y procedencia, incluso concejales de mi ciudad, viajan interminablemente a destinos milmillonarios de ciudadanos, ilusionados en ese nuevo contubernio al que llamamos turismo. Lo hacen con la intención, gratuita y estéril, de dirigir el nuevo maná hacia sus respectivos orígenes, para bien de sus cándidos patrocinadores.
No puedo asegurar que se lo gasten en señoritas también, o en señoritos, pero si lo absurdo e inútil de esa inversión, de esos viajes de placer -no creo que sufran mucho en ellos- sufragados con dinero ajeno, a paises donde sus turbas, masas, plagas humanas llevan tiempo extendiéndose por todo el urbi et orbe, sin reparar en gastos ni distancias. Los diez millones de dolares con patas que habitan Seul o Tokio, o los ventidos de Pekin, no pueden hacer otra cosa que esparcirse por aquellos lugares que figuran en las guiás de viaje in illo tempore, sin necesidad de que nuestros ventajistas de la cosa se apunten a uno o varios banquetes. Absolutamente inútil, sobre todo cuando estamos en una fase de la estampida donde su redireccion o encauzamiento parecen harto conflictivos. Las estampidas es lo que tienen, al menos en la peli sobre “Regreso a las minas del Rey Salomón” eran pavorosas, aunque tengamos que volver al cine para ignorar la realidad.

Ya no son solo las ciudades zombis que enumera Javier Marias: Venecia, Roma, Paris, Madrid, Barcelona, Lisboa, Praga, etc. Puedo comprobar los indicios de otras ciudades que pertenecen a la categoría de muertos vivientes en cualquier lugar, y en como serán arrasadas y destruidas, según vaticinio del articulista.

Incluyo alguno de esos indicios, para incrédulos en aquello de la llegada del hombre a la luna, donde pueden leerse en inglés y en coreano, llamadas de auxilio, de socorro, de clemencia, de sus victimas de allí. A las de aquí solo tienen que darnos tiempo.

“SILENCIO POR FAVOR”
“PROHIBIDOS LOS DRONES”

“Mi ciudad no es un museo, Por favor respeten a las personas que vivimos aquí durante sus visitas o estancias.
No entren en propiedades privadas. Depositen sus desechos en las papeleras y mantengan sus voces bajas. Gracias por su comprensión”.

“Por favor, no deposite sus bolsos, ropas, o paraguas aquí, Esta es la entrada y salida de las personas que vivimos en esta casa. No es un lugar de espera. Gracias por su comprensión”.




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