viernes, 28 de junio de 2019

LAS PIEDRAS DE LA MEMORIA. (ADOQUINES TROPEZONES).-



Stolpersteine: “Una piedra en el camino que puede hacer tropezar”




Gunter Demnig, artista y activista, lleva desde 1992 colocando estas placas metálicas en el pavimento de las calles de toda Europa, junto a la puerta de donde salieron apresados los ciudadanos que terminarían en los campos de concentración nazis. Más de 70.000 colocados hasta el día de hoy y, desde hace poco, con su correspondiente extensión a las victimas españolas, plateadas en este caso.



Toda la abultada literatura, acompañada de documentales y medios de cualquier tipo, referidos a la barbarie de los doce años de terror en los que millones de personas fueron asesinadas durante el Reich, no son nada comparados con el silencio que hemos vivido aquí, que vivimos en gerundio, todavía.

Llevo años sorprendiéndome por el brillo en las aceras de estas piedras de la memoria en tantas ciudades, y más me sorprende el que solo el viajero ocasional les preste atención; supongo que los residentes ya estarán habituados, e incluso aburridos, de este mantra que dura más de medio siglo, el de que hubo victimas, innumerables, y por tanto debió haber culpables.



Tradicionalmente la forma primigenia de eludir la condena, no es alegar inocencia, es sencillamente negar la existencia de la victima. Algo que allí no fue posible, algo que nunca es posible, aunque el único recurso que le queda a la justicia sea el de enumerar y registrar los nombres de aquellos que fueron exterminados. Supongo que es algo necesario, aunque el recuerdo a los individuos quede unicamente recogido en el plano de la crónica de sucesos, una vez transcurridas dos o tres generaciones y desaparecidos los nietos de esas victimas, en el caso de haberlos tenido. El exterminio familiar buscaba ser completo, el genocidio lo incluía en su definición que, por cierto, no tuvo lugar hasta después de sucedido, concretamente hasta cuando algunos pocos responsables pagaron el único precio razonable para la justicia internacional de los vencedores, el cuello bajo la soga.



Acabo de leer “Calle Este - Oeste” de Philippe Sands, sobre la génesis de este concepto, genocidio, y del de crímenes contra la humanidad, que los son todos los que se realizan sobre el individuo, sin necesidad de agrupar las victimas bajo etiquetas que pueden distraer de la cuestión.- ojo a los crímenes de género- . Ambos conceptos estaban latentes a lo largo de la historia y lo único que cambió fue el hecho de poder condenar a un gobierno, a todo un estado, en la cabeza de sus responsables, como titulares del disparate. Fue en Nuremberg, donde una docena larga de altos cargos fueron condenados.



Hoy esta imprescindible matraca sigue machacando las meninges de medio mundo, espero que al menos de los que leen, o de los que tengan sensibles las meninges; el libro está recién escrito y publicado. Y las piedras en el camino que “pueden hacer tropezar” son tan solo un testimonio, perecedero, sobre aquello que, razonadamente, no debería volver a suceder.

Algo que sin embargo no ha sido así, la historia es muy suya y, solo se escribe con sangre ajena. Turcos contra armenios, Hutus y tutsies, Serbios y vecinos, Chiies y sunies, o blancos y rojos como los pintaba Borges en algún cuento. Todo es valido para justificar la matanza, el pogromo, que nunca ha sido exclusivo de una religión o grupo, por mas que estos fuesen prácticamente exterminados en Europa y ahora protagonicen, merecidamente, el desagravio de las piedras amarillas.



Aquí, en nuestras calles, todavía son excepcionales las chapas plateadas, y me temo que si llegan a multiplicarse resulten extemporáneas respecto a la memoria vivida de los que pisan sobre ellas. Nadie va recordar nada en un lugar donde, aparentemente, nunca sucedió nada.

No hubo campos, lager, gulag, ni muertos, en tiempos que fueron de paz. Ni tan siquiera tuvimos el comodín de la guerra, que había terminado, tan solo el silencio, el silencio absoluto y el tiempo interminable convertido en notario de la historia, de casi un siglo de paz, y no escribo de paz y justicia porque el teclado me acalambra los dedos.



Y pasan los años, como en la sevillana:



Pasa la vida
Y no has notado que has vivido cuando
Pasa la vida
Y no has notado que has vivido cuando
Pasa la vida

Pasa la vida
Tus ilusiones y tus bellos sueños
Todo se olvida
Tus ilusiones y tus bellos sueños
Todo se olvida

Pasa la vida
Igual que pasa la corriente
Del río cuando busca el mar
Y yo camino indiferente
Allí donde me quieran llevar



Y nos sentimos aliviados al olvidar lo que nunca hemos recordado. Al comprobar lo malos que han sido...ellos. Nos dan lástima y ejercitamos nuestra indignación por aquellas victimas....ajenas. Incluso nos sentimos orgullosos de que un juez español lleve a un tribunal internacional, y logre condenar por crímenes contra la humanidad a un Pinochet, uno de ellos, con la ceguera impuesta de un país que se niega a reconocer los propios, por la sencilla razón de que nunca los ha cometido, ya digo.



Llega el ilimitado disparate a etiquetar a las victimas propias como represaliadas. A cambiar el significado de las palabras para así cambiar el de las ideas, el del pensamiento, que es lo que pretende.



¿Represalia?



nombre femenino

  1. 1.Acto de hostilidad con que un estado responde a otro o a alguien por una ofensa recibida.
  2. 2.Acto de hostilidad con que una persona responde a otra como venganza por un daño u ofensa recibidos.



Ya cuento con el micromachismo de la macrogilipollez que nos domina, pero soy tan inocente de la feminidad de la palabra como las victimas lo son de la ignominia de llamarlas represaliadas.



La RAE, funcionarios del estado represor, según los litigantes del nordeste patrio, lo define de modo similar:


Del lat. mediev. reprensalia.
1. f. Respuesta de castigo o venganza por alguna agresión u ofensa.
2. f. Retención de los bienes de una colectividad con la cual se está en conflicto, o de sus individuos.

.



Más de lo mismo, y en ningún caso puede ni debe aplicarse el termino a personas que han sido encarceladas, o muertas, sin antecedentes demostrados de agresión u ofensa que lo merezca legalmente, y sin un juicio previo. Más todavía en tiempos de paz.



No puedo pedir, consciente de su inutilidad, el que deje de llamarse represaliado a quien sencillamente fue encarcelado, en muchos casos hasta morir, o marginado y vilipendiado a lo largo del resto de su vida, sin juicio previo en muchos casos, o bajo un tribunal militar, en tiempos de paz, insisto.



Sí, poner en evidencia la maldad, cuando no simple incompetencia, de los políticos, periodistas, o tertulianos cutres, que usan este injusto adjetivo no haciendo otra cosa que insistir en la culpabilidad presunta de las victimas. Ya que las hubo, al parecer, al menos mantener que fueron culpables, y que por tanto no hay motivos para, tan siquiera, colocar una placa metálica plateada en las puertas de quienes sufrieron. 


¿Miles? ¿Centenares de miles?. No importa. De momento medio millar de ellas en Madrid y dos docenas en Palma. El resto de nombres, donde no molesten, en el silencio sepulcral del olvido.



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