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Versión B:
Solo que bifurcación significa división en dos ramales, y lamentablemente la vía por la que circulamos suele obsequiarnos con intersecciones múltiples y simultaneas, donde ya la razón tiene poco que ofrecernos a la hora de adornar de sensatez la elección, y se rinde ante el poder infinito del azar, siendo la suerte la que termina eligiendo el color del siguiente tramo vital.
Y no solo resulta en exceso optimista el símil de la bifurcación por amable, en su dual simplicidad, sino que los desvíos que, voluntarios o azarosos, nos llevan dando tumbos por la red de nuestro destino (quizas red sea mas adecuado que sendero) podrían en el plano bidimensional de la figuración literaria situarnos en un punto, en un cruce del camino, en el que anteriormente hayamos estado. Esto es otra amable caricia de la fantasía, puesto que todos sabemos que la vida, como el rio, nunca pasa dos veces por el mismo lugar.
Adonde quiero llegar... donde me lleve el viento quizás.
Adonde quiero llegar... donde me lleve el viento quizás.
Que me lleve el viento
muy lejos contigo.
En un bote de vela,
sin ancla y compás,
rumbo a no sé donde
quiero naufragar.
Algo fundamental cuando te dejas llevar por el viento, igual que cuando caminas sin pensar hacia donde te llevan tus pasos, es no perder el norte. Tener bien engrasada la brújula interior para conocer cual es la desviación que has tomado sobre el rumbo correcto, el rumbo del navegante experto que te va a servir de referencia a lo largo de los innumerables desvíos, y errores, a que te sometan las tempestades. Por ello es lo correcto continuar en el punto donde estábamos, junto a la lagartija sin cola.
La lagartija es gente, diría Dersu Uzala, es gente que nos indica que ha llegado el buen tiempo, y nos invita con su proximidad a guarecernos bajo la sombra, ya que lo que a ella reanima tras el letargo invernal, a nosotros puede hacernos perder la cabeza.
Y la encontramos en un momento indudablemente doloroso. Un momento en el que su vida ha corrido el peor de los peligros, el de su extinción. Y, a pesar de aparentar una exuberancia ilimitada en su carrera hacia la libertad, no deja de hacernos saber que el traumatismo físico, la cruel amputación, no es mas que la sombra del shock anímico que le supone dejar su identidad, su otra identidad en un lugar sin retorno.
Algo fundamental cuando te dejas llevar por el viento, igual que cuando caminas sin pensar hacia donde te llevan tus pasos, es no perder el norte. Tener bien engrasada la brújula interior para conocer cual es la desviación que has tomado sobre el rumbo correcto, el rumbo del navegante experto que te va a servir de referencia a lo largo de los innumerables desvíos, y errores, a que te sometan las tempestades. Por ello es lo correcto continuar en el punto donde estábamos, junto a la lagartija sin cola.
La lagartija es gente, diría Dersu Uzala, es gente que nos indica que ha llegado el buen tiempo, y nos invita con su proximidad a guarecernos bajo la sombra, ya que lo que a ella reanima tras el letargo invernal, a nosotros puede hacernos perder la cabeza.
Y la encontramos en un momento indudablemente doloroso. Un momento en el que su vida ha corrido el peor de los peligros, el de su extinción. Y, a pesar de aparentar una exuberancia ilimitada en su carrera hacia la libertad, no deja de hacernos saber que el traumatismo físico, la cruel amputación, no es mas que la sombra del shock anímico que le supone dejar su identidad, su otra identidad en un lugar sin retorno.
Los libros de fisiología nos dicen que es una reacción normal ante el peligro. Al parecer ante un enemigo desmesurado el instinto animal nos hace tomar una decisión, una entre las dos posibles, quedarnos quietos para confundirnos con el terreno y pasar desapercibido ante los detectores de infrarrojos y los misiles, o bien mostrar un exceso de actividad y valor, plantarle cara con medidas inesperadas, y desesperadas, como el cortarnos la cola y salir corriendo. Eso dicen los libros. Igual que los filósofos intentan explicarnos el porqué de las cosas. Pero lo cierto es que quedamos heridos, llenos de dolor, cargados con un peso insoportable que es el mayor de todos, paradójicamente, el de haber perdido algo que era parte de nosotros, y en lugar de hacernos mas livianos y facilitar el próximo tramo del trayecto, nos pega al suelo y enlentece el mas ligero de nuestros movimientos.
Este dolor, afortunadamente, es transitorio, y además beneficioso. Como diría O. Wilde, no solo nos hace conocernos mejor y prepararnos para vencer futuras e inevitables heridas, sino que, lo mas importante, nos hace comprender a los que sufren, nos hace identificarnos con aquellos a los que el destino los ha hecho beber en la misma fuente, la misma agua amarga que a nosotros, y al conocer, al comprender mejor a los otros, identificados con ellos, lejos de la artificiosa compasión, nos hace sentir mas humanos, que al fin y al cabo es lo que somos.
Hay otra reflexión tirando del hilo, de sangre, que deja en suelo la lagartija. Por más que en ciencias naturales nos cuenten que tiene un sistema perfecto, una simbiosis entre nervios músculos y vasos sanguíneos que, separando limpiamente las vértebras de la cola, consigue cerrar la herida de manera instantánea e incruenta limitando la perdida hemática hasta la insignificancia. Igual que los daños colaterales del señor de los misiles, usted y yo sabemos que el eufemismo es una palabra malsonante y, por ello, no vamos a insistir. No nos lo creemos. No podemos creernos que a las victimas inocentes se les llame daño colateral, ni que una amputación sea una fiesta. Seguimos el hilillo que dejó el reptil, lo que quedó de el, y encontramos otro panorama.Un nuevo enfoque.
Al parecer las perdidas dolorosas, las amputaciones irreversibles, las agresiones que nuestra alma sufre un dia si y otro también, no siempre pueden achacarse a la suerte, al azaroso destino, o a las estrellas del firmamento. En la mayoria de los casos surgen de una interacción entre el medio y nosotros, entre el cuchillo ajeno y nuestra irresponsable proximidad, cuando no de una abierta y suicida provocación temeraria. De un baile agarrado, en el que la menor distracción conduce al dañino pisotón que cambia las expectativas del desenlace. Aprendizaje lo llaman.
En otras ocasiones se buscan culpables externos, y algunas veces se encuentran. Como los eunucos agitando las cajitas donde guardaban los restos momificados de aquello cuya ausencia les limito la posibilidad de haber tomado el otro sendero en la bifurcación. Imágenes terribles de “El último emperador” que nos hacen ver que, como las lagartijas, a veces los humanos somos sometidos a episodios crueles e irreparables que condicionan el resto de la vida.
Y sin embargo hay algo en ella, en la verde figura alejándose, perdiendose, a salvo, entre piedras y arbustos, que la hace todavía más humana que las atribuciones anteriores. Es lo más singular de su comportamiento, la capacidad de volver a regenerar su cola, la capacidad de volver a ser ella misma, o en todo caso lo más parecido que la naturaleza puede consentir. Este fenómeno, o su figurada repetición en el ser humano, es lo más grande, lo más poderoso, la característica más maravillosa con la que hemos sido dotados. La esperanza.
Es el afán. El afán que nos hace lamernos las heridas de aquellas partes perdidas, para igual que la lagartija, generar una nueva ilusión, una luz en el horizonte que nos guíe en la próxima intersección, en la que posiblemente volvamos a escoger el boleto sin premio; pero que nos va a seguir impulsando hacia delante, permitiéndonos, como a la lagartija, una nueva oportunidad.
Este dolor, afortunadamente, es transitorio, y además beneficioso. Como diría O. Wilde, no solo nos hace conocernos mejor y prepararnos para vencer futuras e inevitables heridas, sino que, lo mas importante, nos hace comprender a los que sufren, nos hace identificarnos con aquellos a los que el destino los ha hecho beber en la misma fuente, la misma agua amarga que a nosotros, y al conocer, al comprender mejor a los otros, identificados con ellos, lejos de la artificiosa compasión, nos hace sentir mas humanos, que al fin y al cabo es lo que somos.
Hay otra reflexión tirando del hilo, de sangre, que deja en suelo la lagartija. Por más que en ciencias naturales nos cuenten que tiene un sistema perfecto, una simbiosis entre nervios músculos y vasos sanguíneos que, separando limpiamente las vértebras de la cola, consigue cerrar la herida de manera instantánea e incruenta limitando la perdida hemática hasta la insignificancia. Igual que los daños colaterales del señor de los misiles, usted y yo sabemos que el eufemismo es una palabra malsonante y, por ello, no vamos a insistir. No nos lo creemos. No podemos creernos que a las victimas inocentes se les llame daño colateral, ni que una amputación sea una fiesta. Seguimos el hilillo que dejó el reptil, lo que quedó de el, y encontramos otro panorama.Un nuevo enfoque.
Al parecer las perdidas dolorosas, las amputaciones irreversibles, las agresiones que nuestra alma sufre un dia si y otro también, no siempre pueden achacarse a la suerte, al azaroso destino, o a las estrellas del firmamento. En la mayoria de los casos surgen de una interacción entre el medio y nosotros, entre el cuchillo ajeno y nuestra irresponsable proximidad, cuando no de una abierta y suicida provocación temeraria. De un baile agarrado, en el que la menor distracción conduce al dañino pisotón que cambia las expectativas del desenlace. Aprendizaje lo llaman.
En otras ocasiones se buscan culpables externos, y algunas veces se encuentran. Como los eunucos agitando las cajitas donde guardaban los restos momificados de aquello cuya ausencia les limito la posibilidad de haber tomado el otro sendero en la bifurcación. Imágenes terribles de “El último emperador” que nos hacen ver que, como las lagartijas, a veces los humanos somos sometidos a episodios crueles e irreparables que condicionan el resto de la vida.
Y sin embargo hay algo en ella, en la verde figura alejándose, perdiendose, a salvo, entre piedras y arbustos, que la hace todavía más humana que las atribuciones anteriores. Es lo más singular de su comportamiento, la capacidad de volver a regenerar su cola, la capacidad de volver a ser ella misma, o en todo caso lo más parecido que la naturaleza puede consentir. Este fenómeno, o su figurada repetición en el ser humano, es lo más grande, lo más poderoso, la característica más maravillosa con la que hemos sido dotados. La esperanza.
Es el afán. El afán que nos hace lamernos las heridas de aquellas partes perdidas, para igual que la lagartija, generar una nueva ilusión, una luz en el horizonte que nos guíe en la próxima intersección, en la que posiblemente volvamos a escoger el boleto sin premio; pero que nos va a seguir impulsando hacia delante, permitiéndonos, como a la lagartija, una nueva oportunidad.
Al fin y al cabo eso es realmente la vida, una o miles de oportunidades cada dia. Y que no nos falten, ya saben. Mientras haya esperanza, habrá vida. Y no al revés.
Es por tanto la esperanza en que nos vuelva a salir la cola perdida, la que nos hace mas animales, gente animal, y al hacernos gente nos hace personas, humanos.
Es por tanto la esperanza en que nos vuelva a salir la cola perdida, la que nos hace mas animales, gente animal, y al hacernos gente nos hace personas, humanos.
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