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Aunque pueda parecer un subproducto de la ficción científica, y aun a riesgo de que pueda yo permanecer bajo los tórpidos efectos de los sulfitos que ayer me suministraron en la cena, tengo que soltar lo que llevo dentro.
-Solo una copa por favor- Y fueron dos copas de degustación, tipo Borgoña, llenas hasta el borde, o sea unos 220 ml de Cabernet en cada dosis, que me alegraron primero la vista y después el corazón. Y es que no hay derecho a que un vino excelente, en una copa preciosa, te lo sirvan en la cantidad justita para simplemente ocultar el culo a la copa. Con lo difícil que es cogerla, sujetarla y elevarla, al lugar adecuado desde el que te permita un buen trago, o dos, de cada viaje).
Así que, la falta de profesionalidad, y de esto quiero hablar, en este caso, me pareció producir un excelente resultado, tanto que hoy pienso volver para comprobar si esa manera de servir el vino es, y al menos deberia serlo, habitual, y no se debió a un error ocasional del servicio.
Aunque se me pueda tachar de iluso, he de sostener mi fe en la ciencia y predicar verdades como esta. Que existen profesionales, que los hay en la sanidad, y que tienen magníficos protocolos para la asistencia al traumatizado, al trauma grave con presumible riesgo vital, y al que, por ejemplo, asociaremos al desgraciadamente habitual accidente de tráfico.
Existe una normativa estricta al respecto, en la cual. una vez notificado el desastre, no deben sobrepasarse los veinte minutos hasta que el equipo de asistencia inmediata llegue al lugar de los hechos. No deben dejarse transcurrir otros veinte minutos hasta que el paciente sea evacuado a un centro hospitalario, y otros veinte hasta que el cien por cien de los cuidados de alto nivel puedan estar a su disposición.
En total una hora, la hora de oro en la cual pueden salvarse la mayoría de las vidas, tras un desastre, siempre que estas sean susceptibles de salvarse. Transcurrida esa primera hora sin haber cubierto esos objetivos, las posibilidades de supervivencia, mas que disminuir exponencialmente al tiempo perdido, desaparecen. Cada tramo de esa hora fatídica, o maravillosa, según, es previsto, controlado y ejecutado, cronometro en marcha, con la enorme trascendencia de su objetivo primordial, salvar vidas humanas, a la vez que con la supervisión objetiva, con la presión del protocolo que identifica y confirma el trabajo bien hecho.
Este procedimiento habitual y cotidiano queda en la sombra. Desconocido y marginado por la mayoría, tan solo reluce en las ocasiones precisas y excepcionales en las que su eficiencia siempre se ha medido por minutos, por muy pocos minutos. Sin ir mas lejos su actuación durante la ultima batalla religiosa en la que nos tocó, como casi siempre, poner los muertos, mas de doscientos, y en la que el brillo de las unidades sanitarias quedó eclipsado por la propaganda del ministerio de la cosa , con la que han intentado que el episodio pase a la memoria colectiva como si solamente hubiese sido una fecha y nada mas. Pero bien es sabido que el que olvida repite, si le dan ocasión de hacerlo, Y como algunos obstinados no queremos volver a vivirlo, pues eso, llamaremos a las cosas por su nombre, guerra santa en la que, insisto, nos toca poner los muertos, y los homenajes a las victimas. De esa manera el asunto ha terminado, o se ha olvidado. ¿O no?
Tampoco la respuesta sanitaria eficaz a una emergencia necesita pífanos ni tambores. Si lo traigo a la mesa es porque de ella quiero quedarme con un elemento, aparentemente marginal, de su realización en el tiempo, de su cronograma. De la hora de oro.
Y es que no solo se ha tardado demasiado tiempo en avisar del accidente, del actual, colectivo y universal, del innombrable, y mira que ha sido contemplado por millones, es que se ha negado su existencia, hasta que el charco rojo ha comenzado ha hacer intransitable la carretera. -Vade retro Satanás y si te niego es que no existes. Y no te pongas tonto que te mando al arcángel, so bicho del averno-.
No solo también se ha demorado el envío de la asistencia vital, sino que se ha discutido durante meses interminables sobre la necesidad de hacerlo o no, o la de buscar ayuda en otros sectores diferentes al sanitario. Ha habido que esperar al nihil obstat religioso, la visita del nuncio apostólico, imprescindible en el tema este del exorcismo, y al resultado de reuniones secretas de alto nivel con elementos judeomasónicos (ahora los llamaran politicofinancieros, supongo) para poder establecer el correcto protocolo de actuación, del far niente, del no hacer nada en que parece que ha quedado la segunda fase. La del acopio del papel de fumar, para cogersela con.
Lo peor es que también la última parte, el último rollo de la pelicula, parece ir por el mismo camino. Y ahora, en el segundo año del desastre, en los veinte minutos que restan para salvar lo insalvable, nos disponemos a ver, a contemplar los resultados de la imprevisión sobre el mayor desastre humanitario de nuestra epoca.
¿Qué creen ustedes que va a hacer el Dr.Cyclops con la chica?
¿Llegarán a tiempo nuestros héroes para salvarla?
Y por ultimo la gran pregunta: ¿Se quitará las gafas para ello?
De la importancia de la última pregunta no me cabe duda alguna, otras cuestiones más banales son las que nos tienen ocupados mientras la chica….
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