domingo, 24 de mayo de 2009

LA BALADA DEL CANTO RODADO

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Balada del canto rodado.

Mi pena es muy mala

Porque es una pena que yo no quisiera

Que se me quitara

(M. Machado)

"I rolled and tumbled,

I cried the whole night long",

"Rodé y caí,

Lloré toda la noche".

(Tradicional)

How does it feel
How does it feel
To be without a home
Like a complete unknown
Like a rolling stone?

¿Cómo te sientes?
¿Cómo te sientes??
Al estar sin un hogar
Como un completo desconocido
Como una piedra rodante.

(Dylan)

Rodando y dando vueltas –rolling and tumbling- como piedra rodada – rolling stone- suele ser un tema recurrente en el titulo, y en el contenido, de decenas de canciones melancólicas – melancolía es un humor negro en su origen griego- de coplas a las que llaman blues los poetas del otro lado del mar.

Se pasa uno media vida intentando comprender a sus semejantes, a la jungla en que le ha tocado vivir, y a los seres vivos que comparten el terreno, el cielo o el lago de al lado, y no repara en lo más cercano que a la vez es lo más próximo a su condición. La piedra, el canto rodado.

Tiene que disfrutar de un alto en el camino, de un palmo de tierra blanda bajo la sombra de una encina, y de un leve soplo de conocimiento, de la sabiduría que suele crecer con la caída del cabello o con las arrugas de la cara, para meditar en el extraordinario parecido que tiene con esa pelota de granito, de marmol o de pizarra. De como la vida le ha hecho dar vueltas, y mas vueltas, y como esa fatalidad, la de no tener las raíces que le aseguren la garantía de un horizonte vital repetido cada mañana, que le garantice el calor del hogar, del arrullo materno que le acompañará hasta el atardecer, donde volver a encontrar el mismo, idéntico paisaje.

Y le sale el lamento, el del oscuro cantante de ojos acuosos y dientes gastados, de guitarra de cuerdas de acero, y de dedales hechos con el cuello, y con el morro de una botella de licor. Un lamento que necesita muy pocos acordes para su puesta en escena, una melodía donde el silencio prima por encima de la mínima orquestación, con arreglos cuya ausencia resulta fundamental en la pieza desnuda, y donde el bajo triste y continuo es sustituido a veces por las palmas grupales, por el taconeo, o por el ritmo sincopado de la armónica que, con su insistencia nos recuerdan que estamos ante una salmodia crepuscular.

Demasiadas coincidencias como para no caer en ello. Como para no darse cuenta que, aun ignorando la lengua en que lo han escrito Dixon, o Johnson, o Dylan, el sentimiento es el mismo, y el mensaje idéntico. La pena tan grande por la ausencia de las personas, amantes, amigos, que pasan por tu vida, rodando unos instantes a tu lado, y perdidos para siempre – perdidos a veces, solo a veces- en el siguiente recodo del camino.

Uno mira hacia atrás y recuerda a aquellos otros, sedentarios, que tuvieron la suerte, que tendrán la inmensa suerte de ver salir el sol por el mismo punto del horizonte, del perfil de la sierra cercana, una vez cada año, durante todos y cada uno, tantos como le toquen, y los envidia. Desearía poseer como ellos, el confort, la seguridad que presta esa red invisible que te protege de lo desconocido, de los peligros de las profundidades del bosque, de la jungla en que nos toca sobrevivir.

Y luego sigue meditando, y descubre que no, que no envidia nada. Coloca en la balanza esa seguridad que ciertamente llenó su niñez de felicidad – y ese es uno de los dones de la infancia, la capacidad infinita para ser feliz, y transmitirlo- y en el otro platillo la vida del navegante, la del marinero que hace un ejercicio irrepetible en cada singladura, y que espera con ansiedad cada nuevo amanecer para descubrir un paisaje nuevo, con nuevas compañías, nuevas sonrisas, fidelidades y miradas que le harán olvidar inevitablemente.- aunque afortunadamente solo por un cierto tiempo- todas esa piedras que rodaron a su lado.

No lo cambio. Ni quiero, ni además podría hacerlo. El canto rodado cambia de color y hasta de forma con el transcurso del tiempo, y cuando se moja, como las piedras de la playa, muestra una textura y unos tonos prodigiosos, la magia del tornasol, que vuelven a ocultarse en cuanto se evapora el agua que lo cubre, esperando su renacer hasta la próxima lluvia de primavera, o de otoño igual da. Es su sino, el desgastarse, el cambiar durante su imprevisible viaje, y el amoldarse a las condiciones, a las sorpresas que esconde cada recodo, cada desnivel, cada arroyo, en la confianza de que su destino, al fin, está en el principio, y no es otro que el mar. Y su misión, su objetivo en el viaje, es el de intentarlo, el de vivir, dando todas la vueltas que el destino imponga, para seguir una dirección que no viene en los mapas y que como bien saben los poetas está escrita en el movimiento errático de las piedras al rodar.

Aunque a veces, no esta de mas la copla, ni escuchar o entonar el lamento que le sale del alma, el recuerdo de aquellos seres queridos que dejamos en Itaca, y el volver a probar el sabor de las lagrimas que, mira por donde, es el del agua del mar.

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1 comentario:

  1. Lo de afrontar la vida de cara aún a sabiendas de los tumbos y revolcones que nos va a ir dando, no es sólo motivo de tu reflexión sino de uno de los "betsellers" más distribuidos en los departamentos de personal de las grandes multinacionales "¿Quién se ha llevado mi queso?" cuentito con estructura de parábola muy recomendable lectura.

    Ánimo que no Anónimo

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