En la creencia de que somos unos niños consentidos a los que de una manera u otra no se nos puede negar nada, usamos primero los medios más elementales de que disponemos, y luego, sin más reflexión dilatoria por medio, directamente imploramos la intervención divina, el supremo comodín.
Y lo curioso es que resulta. A veces, algunos tienen el privilegio de comprobar que sus deseos se hacen realidad. Supongo que en esta lotería debe funcionar el axioma del premio seguro. Si bien, por la dinámica de este celestial servicio, tampoco resulta previsible el quien ni el cuándo será afortunado, pero, con certeza, debe tocar alguna vez, porque la gente, la humanidad sigue apostando. Otra cosa son los premios menores, los deseos más cercanos y fáciles de realizar, cuya pedrea alcanza a todos los habituales de este tapete verde, varias veces a lo largo de la partida.
Pero sucede que, en todo caso, existen otras caracteristicas inherentes a la condición humana, o bien a las circunstancias individuales, y viene a ser lo mismo, que van a llevar al agraciado con el primer premio, a aquel cuyo deseo, convertido en patológica compulsión, lo ha mantenido ausente del mundo real durante tan dolorosa espera, a una situación insospechada, al comprobar que la consecución de sus deseos no solo va a mantener su estado previo de infelicidad, sino que puede llegar a acrecentarla, en un giro sorprendente e infausto de sus expectativas, al ver las gracias recibidas convertidas en desgracia permanente.
Y ello sin olvidar la deuda pendiente. Nadie, ni siquiera la infinita providencia, o la administración de lotería, otorgan algo a cambio de nada. El boleto tiene un precio que siempre hay que pagar.
Por supuesto que, Capote, no dice nada de esto. Solo cuenta que, a veces, cuando los sueños se hacen realidad, “tender mercies”, lo hacen en forma de pesadilla, y que detrás no hay ningún proverbio, ni ninguna moraleja, solo un niño con un juguete roto, o abandonado, que es lo mismo, que, de pronto siente la percepción de que la infancia quedó atrás hace mucho tiempo y que, algunos de esos deseos convertidos en jirones van a acompañarlo, lacerando su alma, durante el resto de sus días.
No parece que sea una situación muy gratificante, y sin embargo es de lo mejor que tenemos. La capacidad para desear lo imposible, y conseguirlo. Y no siempre acaba mal como en el cuento, porque a alguno le cambiará la vida para bien. Supongo.
2) Resulta curioso que, en los manglares de Mongo, y en toda la historia del hombre, con seguridad, ya ha existido este hábito transgresor de los límites finitos de la naturaleza. Pero además, en nuestro caso concreto, existen unos matices que, en la penumbra, permiten mostrar un tono diferente. Aquí no solemos pedir por las buenas, ni usar la forma directa del oye tu, dame esto. Sino que, de entrada ofrecemos el trueque, el pago por adelantado a través del sempiterno sacrificio, del dolor gratuito que, aparentando generosidad ilimitada, en el fondo solo busca mantener un saldo positivo en la cuenta corriente en el banco ese donde, presuntamente, los deseos serán satisfechos mediante talón al portador. Esto, cuando no planteamos la alternativa financiera, el pago aplazado, el si tú me consigues esto, a cambio yo te prometo...
Aparece el concepto de nuestra "manda" ancestral. Le he hecho una manda a la santa que si me consigue lo que quiero, yo a cambio voy a hacer....Generalmente el pago consiste en una acción estéril cuando no también insensata. En todo caso es la parte del trato en forma de exvoto o de sacrificio inverosímil, que el presunto beneficiario, aporta como contrapartida. Solo que en esta modalidad, no es a cuenta, sino sobre la obra terminada. Abre el pedido, y si está conforme, abona su importe.
Ambas formas tienen cierto encanto, relacionado con el componente telúrico, con las tradiciones que las motivan. Por un lado el dolor, el sacrificio conduce, paradójicamente al placer, y por otro, el fanatismo lo es solo en apariencia. Creo y prometo, pero solo a cambio de...Tan es así, que el nombre originario "demanda" se convierte en "manda" significando otra cosa bien distinta de la petición, como es promesa, obligación futura. De esta manera reinterpretamos los designios del destino, no solo enmendando la plana a la grazie rizevuta, a los dones implorados que , en caso de aportar inconvenientes no solo serán directamente rechazados, sino que dejamos abierta la posibilidad de incumplir la parte que nos corresponde, el pago prometido, siempre y cuando no nos convenga el resultado, o en la mayoría de los casos, cuando constatemos que aquello que tanto queríamos antes, ahora no solo cumple con nuestras expectativas, sino que nos hace la vida imposible.
Son actitudes religiosas ante la vida, y supongo que, por tanto son válidas. Pero hay algún elemento que escapa a la lógica de la costumbre, si es que esta tiene alguna. El primero es común a todos los creyentes, pide y te darán, aunque, como hemos visto puede que te den algo que no has pedido, y que el procedimiento no sea siempre tan sencillo como pedir y ya está. No obstante, existe otra facción, heterodoxa ella, que predica trabajo, trabajo y más trabajo, y lo demás se supone que vendrá rodando solo, pero estos son herejes como todos sabemos. Con lo fácil que es pedir al cacique, al delegado, al concejal, o al amigo poderoso, y evitarse las molestas colas, porque pagar lo que se dice pagar, ya sabemos que aquí no paga nadie, como dice Darío Fo.
Si bien, ahora nos encontramos en otro terreno inexplorado, el de la injusticia social. Porque mi pretensión, mi demanda, mi oración busca la consecución de algo que está fuera del alcance de los medios que honradamente, justamente dispongo. Y con toda seguridad, el poderoso, el limosnero de turno, dejará de dar a otro lo que aparta para mí. Claro que estos son conceptos ligeramente desfasados. De la época cuando mi madre me decía que no todo el mundo, solo algunos, podían vivir sin trabajar. El tiempo ha demostrado lo equivocada que estaba. Evidentemente que-todos- hemos vivido en Jauja, aparentando trabajar, en el peor de los casos, y viviendo bastante bien, por cierto. Ahora solo queda sacar a relucir los réditos del esfuerzo anterior, del padre o del abuelo y pedir la cuenta. Porque si esperamos a que nos la presenten, y abonarla con nuestro propio saldo, va resultar que es ligeramente más abultada de lo que esperábamos, sin contar con que al pertenecer a la segunda opción, la del pago aplazado, sobre obra consumada, va a incluir unos intereses realmente molestos. Claro que siempre nos quedará la opción de pagar con el olvido, como a la patrona del pueblo por sus gracias recibidas, a ver si cuela. Pero ya digo que, el tema de la fantasía como el de casi todas las religiones pertenece a otro mundo, el de las necesidades espirituales que, además, también tiene sus intermediarios dispuestos a cobrar por ello.
Sesudos y diáfanos pensadores han meditado el asunto a través de los tiempos, y cuando a alguno se le ocurre una idea redentora de este círculo vicioso, resulta que, el propio inmediatamente se erige en mesías del asunto y todo vuelve a empezar. Estamos condenados. ¿O no?
Por aquí, poco más hay que rascar. Lo que será será, como cantaba Doris Day.
Pero nos queda la última parte que, como siempre, es la más interesante. Porque, vamos a ver, regresemos al principio y cuestionemos la mayor.
¿Realmente necesitamos materializar nuestros deseos, aunque estos sean insensatos?
¿Es necesario poseer todos los bienes que pasan por nuestra puerta, todas las personas que pasan por nuestra vida?
Y lo que es mejor, o peor, ¿Son genuinos estos deseos nuestros, o más bien nos han sido sugeridos por el maligno. Por la pantalla, o por la propaganda del intermediario en el negocio frutero?- estos eran canarios-.
Mañana The Eagles en Lisboa, por 60 euros. La semana que viene, Bruce Springsteen en Valladolid, setenta. Y a mí no me engañan. Por mucha cirugía plástica que lleven encima y por mucho que conserven un chorrito del chorro de voz que tenían cuando entonces, son indudablemente parte de mi deseo pero no son mi necesidad. Tengo por tanto que ser consecuente con la justificación que, para mi decisión inmediata, he elaborado hasta aquí.
En todo caso, como pecado menor, y por aquello del término medio, pienso pasarme por ambos eventos, por la puerta del coliseo -estadios los llaman ahora- a ver si hay suerte y consigo que algún reventa codicioso me venda las entradas a mitad de precio, porque con la que está cayendo, a más de uno le va a pasar como a la lechera del cuento. Lástima que ya la gente no lee cuentos. Ni siquiera los de Capote.
Por cierto que lo de las entradas va en serio. Es más, admito apuestas a que las consigo por menos. ¿Ya están pensando en ganar mucho a cambio de muy poco? No tenemos solución.
Y lo malo es que lo mío no va de farol. Si no las merco al 50, me gasto en birra el 25 y luego les cuento. Esto de ser testigo es lo que tiene, como diría Chus Lampreave.