sábado, 4 de julio de 2009

LA CERVEZA Y LA CALOR.-




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ESPETADA NOCTURNA EN LOS JARDINES DE MONGO.-

Que la vida es una fiesta ya lo sabían en Atapuerca hace varios eones (1).
Que acabamos de celebrar la del solsticio de junio, hace dos semanas, es pasado reciente que enlaza en un presente vertiginoso hasta la próxima festividad del mediterráneo ferragosto (2). Sin interrupciones, y sin miramientos sobre su origen mas o menos pagano o mas o menos relacionado con el ritmo laboral de cada pueblo. Todas son buenas, todas son nuestras, desde halloween al año chino, desde el año nuevo hasta el final del ramadán, todas, además de las que ya teníamos , las nuestras, las milenarias pascuas y las tradicionales, desde hace dos años, noches musicales en los jardines de Mongo, amenizadas por la “Orquesta Maravella”, - eso era antes, sicut erat in principio (3)- luego por “Jonathan y su teclado” y ayer- last but not least (4)- por un magnifico DJ ,sobrino del concejal de la cosa que, con su portátil, su Winamp, y su media docena de cubatas, puso ritmo, que no música, al evento.
Comprensible, o no, según nos vaya, que los dos meses, sesenta días, que van entre el solsticio y la celebración por el final de las labores agrarias, antaño dedicados a la dura y reconfortante tarea de la recolección, ahora sean empleados urbi et orbe, con el añadido de otro mes mas, hasta mediados de septiembre, por si las moscas, para el solaz de todos, para el merecido descanso de los ciudadanos occidentales, hayan trabajado para merecerlo, o bien para que lo descansen a cuenta de los inminentes, duros e inagotables esfuerzos que, sin duda les esperan en sus vidas futuras, en alguna de sus próximas reencarnaciónes.



Claro que Mediterráneo es Sur, y Sur es calor, y como bien dijo Martín Guerra, el impostor, tras su regreso de la milicia a su verde campiña alsaciana, al ser requerida su opinión sobre la vecina España:
-¡Seca!-. Lacónico y contundente. El angelito.
De tal modo que no está demás, como tratamiento paliativo de los efectos secundarios de la enfermedad que nos aflige, el esperar la medianoche, con una cerveza fresquita en la mano, mientras la luna en lo alto adopta la forma mas parecida a la del primer circulo que el niño dibuja en su vida, imperfecto, incompleto, pero con la promesa de que en un par de días…os vais a enterar.
Así que, la brisa que genera el calor del suelo que sube hacia el cielo nocturno, o mas bien su complementario descenso, y la conversación , la platica amable con los amigos, completan la fiesta, necesaria y justificada después de un largo día de sudor pegajoso, el mejor consuelo para el espíritu. El cuerpo no importa, ya saben que, al final, es para los gusanos.



Nos pasa a los tímidos, que sin darnos cuenta, de manera imperceptible nos convertimos en observadores. Aunque pretendamos, aparentemente, erigirnos en protagonistas de la tertulia, o incluso levantemos la voz inadecuadamente en ocasiones, -tengan en cuenta que además de timidos somos algo sordos y eso nos impide controlar el volumen propio al igual que añorar el ajeno cuando el mensaje no nos llega completo-, en el fondo cuando estamos a gusto, relajados en un ambiente gratificante, disfrutamos con la contemplación del medio que nos rodea.
Y ahí estaba yo, disfrutando como pueden suponer, cuando comencé a atisbar, desde la distancia ideal, que para la mayoría de los mortales podrá ser la de tantos o cuantos metros, pero que para mi es la que va desde la fila siete del cine hasta la pantalla, mas o menos la que permite verlo con nitidez y con el distanciamiento adecuado para controlar el encuadre, todo el fotograma.


Comencé a ver como un joven sacerdote, pasó a mi lado con el atuendo blanco de cocinero, no solo inmaculado e impoluto sino absolutamente a estrenar y a la ultima moda , ropa ceremonial impuesta por los mediáticos chefs que han hecho imprescindibles para el biencomer, entre otras estupideces, la mitra cilíndrica y superlarga, antaño almidonada. No le di mayor importancia hasta que comenzó a moverse erráticamente en la zona aquella que aparentaba ser el altar. Y no es solo la imaginación del que escribe, que también, era un cofre enorme, un cajón nuevo, sin tapa, de pino probablemente, elevado sobre una mesa de jardín, en un equilibrio estable si consideramos el centro de gravedad de ambas partes, la que sostiene y la sustentada, pero improbable si valoramos el peso del continente, posiblemente en progreso a lo largo de la ceremonia nocturna, y la resistencia del soporte. Pero uno que solo sabe que no sabe nada, no va entrar en valoraciones de lo ajeno. Elegante quedaba el conjunto, todo hay que decirlo.
Sobresalía en la parte posterior, una placa metálica semicircular que me recordaba el exagerado cuello de la capa de Ming (5) y a la que atribuí funciones de soporte para las cañas donde irían ensartadas las sardinas, ya que estaba anunciada una espetada con “autentica arena de playa” a la que yo suponía transportada en un par de sacos por el pescadero proveedor, en un alarde de valor añadido, I+D, propio de estos tiempos. También suponía que debía yacer en el fondo de la caja de madera, como era su misión, incrementando consiguientemente su peso, como ya dije.



Pero estábamos en otra cosa, en otra parte, y solo con la intermitencia que ofrece el obligado cambio de postura para las piernas, o con el breve descanso para la mirada fija en aquel que nos ofrece su interesante discurso, observamos la escena aquella.
Realmente la cerveza es estupenda, y una vez superada la innoble y obsoleta moda de servirla tibia en un vaso helado, y aceptada la correcta, la de siempre de presentarla muy fría, en un vaso limpio de cristal, que tampoco es tan difícil, este cambio ha supuesto mi reconciliación con esta bebida veraniega, que además es apropiada en estas temporas (6).



Me distrae el humo que asoma en el rincón y la actividad del oficiante, al que veo derramar en el interior de la caja mágica, liquido de una botella, liquido inflamable para barbacoa presumo, con una inmoderación que supongo fue la que despertó mi atención, aunque pensé estaría justificada por la supuesta gran cantidad de carbón a la que estaba destinado, lo que sin duda elevaría la presión ejercida sobre aquella esbelta y etérea mesita de camping. En fin.



Sigo con la tertulia, mientras compruebo que el DJ ha dejado sola a “su” orquesta y que el resto de la noche la va a dedicar, sin duda, a otros menesteres mas gratificantes que los de ganarse la vida, que también al parecer. Y siento envidia, sin llegar al estasis, y también éxtasis, biliar, al comprobar, con profunda emoción, contemplar el ayer (Aznavour) y darme cuenta del tiempo perdido en tareas mucho mas ingratas y peor remuneradas. “Mamá quiero ser DJ”. Eslogan que sugiero para las camisetas de los vástagos, y además, si les queda molona, incluso pueden montarse una franquicia.
Suerte.



Ahora veo al religioso acarreando cubos de un liquido claro, debe ser agua, y vertiéndolos frenéticamente dentro del símil de barca varada, mientras el humo sale mas negro y abundante de lo que seria previsible, o conveniente. No veo indicio alguno de pánico, de hecho los niños siguen correteando alrededor, y a pesar de que sigo sumando mentalmente kilos al presunto Titánic, aquello parece formar parte de la ceremonia. Yo a lo mió.



Si hay algo que muestra el nivel de, o desnivel, de placidez para un tímido, es el hecho de permitirse de cambiar de corrillo, de grupo de tertulianos amigos, y pasar de un tema a otro completamente diferente. Ello supone un acto de valentía inimaginable, el aventurarse en un terreno ajeno y extraño, algo parecido debe ser lo que sentian los antiguos exploradores, o los adúlteros, supongo, aunque uno es solo tímido. Ya digo.

Vuelvo a desviar la mirada a la pantalla. Aprecio una cierta desestructuración en uno de los laterales, la madera tiene un color azabache brillante que es como el tizón antes o después de ser brasa, lo que confirma la hipótesis inicial. No era un protocolo previsto, al parecer. Ahora sujeta un saco enorme con ambas manos, lo lleva a pulso, alejado del cuerpo, como nos explicaron que no hay que sujetar nunca las cosas pesadas, en el curso de riesgos laborales, y lo intenta verter sobre el cajón. Debe ser carbón, mas cantidad y mas seco que el original, que presumo húmedo e inutilizable. No lo consigue sin apoyar el niveo pecho sobre el saco, con lo que vislumbro la proeza mientras una nube de polvo oscuro origina un breve fundido en negro. El peso sigue a lo suyo.



Realmente la noche está fantástica, y el hecho de que sea viernes -siempre es viernes en mi pensamiento, “Friday on my mind”dice la canción- nos predispone a disfrutar del ambiente, totalmente gratificante, como digo. Además no tengo intención de comer nada más. Con la tapa de ensaladilla y el extracto seco del cereal base de la cerveza voy listo hasta mañana. Así que me limito disfrutar de los prolegómenos. ¿Disfrutar?.



El cocinero vuelve a pasar a mi lado, ahora viene a por la materia prima, la bandeja de pescado, sangrante, y puedo apreciar su metamorfosis respecto al aspecto que presentaba hace media hora. El gorro torcido y ahumado, con un par de quiebros asimétricos en su longitud que le permiten conservar el equilibrio, y una gran mancha oscura sobre la frente, probablemente se ha secado allí el dorso de la mano, mancha que que asemeja el sol naciente sobre la cinta de los kamikazes. La guerrera blanca y cruzada como un desteñido blazier, ya es solo un trapo sucio en el que se perciben algunos hilillos chamuscados que ponen en duda la viabilidad de su recuperación. Los pantalones descosidos a la altura de un bolsillo, y mojados, amarillentos por debajo de las rodillas, atestiguan la feroz y tremenda lucha a que han sido sometidos. Los zapatos han sido afortunados, unas zapatillas grises deportivas tipo tenis parecen lo mas sabio de la indumentaria. Y la cara, el rostro…
La cara sudorosa, ennegrecida y tiznada, pero feliz. Los ojos abiertos, llenos de esperanza, anunciando que, a partir de ahora, la noche es suya.



Verdaderamente en esa fracción de tiempo en la que sale de la cocina, alejándose con su bandeja, me da tiempo a ver al Sísifo (7) que todos llevamos dentro, a verme tropezando, cayendo y levantando, tras las inevitables zancadillas que nos prepara la vida, y dando por bien empleados los errores, inevitables la mayoría, que hayamos cometido. El mayor, como Sísifo, haber nacido mitad dioses mitad animales. Ya es mucha suerte la nuestra, y si somos conscientes de las limitaciones de tal naturaleza, y damos por buena la tarea de subir piedras a la colina de la que, irremisiblemente volverán a caer, estaremos en las mejores condiciones para disfrutar de la vida, eterna como la de Sísifo.
Y en condiciones para esperar la próxima fiesta, la próxima noche que está al caer.



Ahí me marché a casa, contento. No puedo contarles como resultaron los espetos, ni como acabó la mesa aquella que parecía tan frágil. Pero las apariencias engañan. Ya se ha visto.


(1). Eones. Millones de años. O algo de dimensiones desconocidas.



(2). Ferragosto. Fiesta italiana del 15 de Agosto, en la que se celebra el final de la recolección. En Mongo también llamada Virgen de Agosto. !Ejem!.!Ejem!..



(3). De algo tenían que servir los años de monaguillo. El lado bueno de la vida es lo que tiene. Significa “Como antes, mucho antes…te amaré..” es otra canción. "Come prima".



(4). Está al final pero no por eso es el ultimo. En inglés se dice con menos palabras y queda mejor. Last but not least.



(5). Ming es el emperador de Mongo. Es malo. No que sea malo solo como emperador, es que es malo, malísimo.



(6). Las temporas en realidad son periodos de sacrificio y privaciones ofrecidos a los dioses para que sean benévolos con el trimestre que comienza. O algo así. Pero si los comenzamos al revés, con fiesta y placer, tampoco está claro que por ello nos vaya a ir peor. ¿O no?.



(7). Imprescindible leer el ensayo al respecto de Albert Camus. Para mejor comprender a los dioses y a los hombres. Cualquier dia de estos me pongo a leerlo.


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