sábado, 20 de junio de 2009

HAY QUE MOJARSE. HACE CALOR I.-




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------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- “TRAEDME LOS HECHOS, QUE YO OS DARÉ LAS RAZONES"
(De El Juicio Final) Frase atribuida al Juez Supremo Roy Bean.
Fechado en: S(t)=exp(-At) years A.C.

La función exponencial es muy importante en matemáticas. Es la función con más presencia en los fenómenos observables.
Las funciones de supervivencia y riesgo para esta variable demuestran que, el riesgo es constante a lo largo del tiempo.
A esta propiedad característica de la función exponencial se le suele llamar pérdida de memoria, y es la propiedad que permite evaluar gráficamente si la función exponencial es un modelo adecuado para unos datos.

Roy Bean se hacia llamar “La Ley” y al parecer lo era, al menos al Oeste del rio Pecos. La impartía, o mejor la repartía, desde la taberna que regentaba, y siempre bajo un cartel con la imagen de su actriz favorita Lillie Langtry, que en la versión de John Huston de 1972, fue interpretada – el grabado me refiero- por Ava Gardner.
Aquí no quiero presionar a nadie, así que lo mejor es que cada uno/a coloque en el marco invisible que lleva sobre su cabeza. Justo encima del “fulgor” de santidad que sobrevuela a cada quisque, la imagen de su actor/actriz adorada, la del ultimo fichaje de su club, o la de la sagrada patrona de su pueblo, y de esta forma perciba lo que para el pobre juez, cuyos juicios fueron realmente “El Juicio final” para mas de cuatro, podía significar el andar por la vida con el apoyo de los dioses, que fueron femeninos hasta que en la edad oscura el poder quedó en manos del celibato ecuménico y este comprobó que la mujer resultaba un ser absolutamente prescindible a lo largo de “casi” toda la vida. Y así nos va. Y como esta desviación, y muchas otras, son del dominio popular, no voy a seguir desviándome del tema que nos ocupa.
Están todos ustedes, poseídos y protegidos por esa imagen adorada, y van a creer a pies juntillas, que la frase inicial, el titulo que me acabo de inventar, pertenece a Walter Brennan (Oscar en 1940), a Paul Newman, o al ujier que nos recibirá a todos juntitos el día aquel del que habla el libro gordo, de titulo impronunciable en español por sus consonantes labiales y palatales. No lo escribo, para no incordiar a nadie con el intento.

A pies juntillas (Nota).-
La expresión parece tener su origen en un juego infantil consistente en saltar con los pies juntos y los ojos vendados de un cuadro pintado en el suelo a otro, mientras un compañero —cuyas indicaciones hay que creer por completo— va orientando a quien salta.

Por ello, y antes de iniciar el análisis comparativo de las dos estampas, resulta conveniente que hagan acopio de paciencia, y apelen a los niveles más altos del raciocinio- debajo de la calota craneal, paradójicamente – para ayudar, con sus innumerables y reflexivas ocurrencias, en la búsqueda de caminos para la razón.
En el juego de los errores, la ¿única? diferencia salta a la vista. Resulta una bofetada incluso para el observador inexperto- En agosto frío al rostro, o algo así- Tan elemental como inevitable.
Sucede que los ojos rara vez miran como lo haría un niño en el juego de los errores. Lo hacen a través del cristal con que se mira, matizados por la experiencia y deformados por la deforma -no es errata- de pensar de cada uno, y de esa manera surge la primera impertinencia, ¿Por qué? o bien ¿Qué pretenden con ello?.

Observamos el brochazo chapucero que imita la parte superior –el top- de un bikini. Pero esto lo observamos “ahora” después de compararla con la imagen limpia –sucia para los censores- Si no existiese la imagen original, daríamos por buena, y por tanto normal, a la única, la casta. Pero la observación relativa a la otra, nos hace descubrir , mediante ese filtro visual del que antes hablaba, algo inapreciable para la primera mirada.
A su vez este descubrimiento nos distrae de otro asunto similar y también evidente, y es el hecho de que en la imagen primigenia, ya aparece amputado el dorso de Romy, justo por debajo de la cintura. Es decir que, sobre la premeditada “prudencia” del realizador cinematográfico al elaborar el plano del desnudo integral, presentando el cuerpo femenino en visión postero lateral, en el que realmente solo muestra un fragmento del perfil del culito de Sissi, se añade el brutal recorte del cartelista, este usa un código moral mas estrecho todavía y solo muestra unos hombros desnudos. Pero al parecer, el umbral represor era variable según cada país, y aquí nos aplicaron otra mas, vuelta de tuerca. ¡Que toda la mujer es pecado oiga, desde el flequillo hasta la punta del pie!

Observo una evidente incoherencia en la obstinación censora por su aversión a la piel desnuda. Cuando las reglas del juego establecían, y lo siguen haciendo, que el tabú, el noli me tangere, son el dios, la patria y el rey, dedicaban todo su esfuerzo a un asunto, el sexo, que no figuraba en las tres reglas básicas. Salvo que represión signifique poder y yo no acabe de entenderlo. Va a ser eso.
El caso es que el libérrimo cine francés, no solo sufría también esa tendencia a insinuar sin llegar a mostrar, y que la diferencia con el nuestro no era tan significativa, siendo su intención la misma. Sino que, además, todavía, hoy, tienen proscritas, es decir no estrenadas, películas como “Paths of Glory” de Kubrick, por su recreación de hechos militares en los que la bandera francesa es realmente intercambiable por cualquier otra. Aparte de tener la prudencia de matar en sus películas a casi todos los personajes femeninos que aparenten ser mas o menos volubles o casquivanos. Más de lo mismo. Por no dejar en el tintero el británico “King and Country” de Losey, también proscrito en su país de origen, por razones similares, o, todavía mas delirante, la prohibición en Alemania de los filmes de Leni Riefensthal, sus documentales propagandísticos sobre el III Reich, prohibición mantenida durante mas de sesenta años, después de haber sido vistos hasta la extenuación por los supervivientes de la generación aquella.

Uno compara, mira al lado, resulta fundamental mirar a los lados, no solo hacia atrás, y percibe que los tabúes son universales. Son hechos reales.
Luego, inevitablemente, tiene que usar el filtro de la experiencia, valiosísimo para aquel que además de tenerlo lo pone a funcionar. Y descubre las paradojas de la comparación entre las normas morales, en el tema que nos ocupa, de entonces y de ahora.
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