-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------De la eternidad y lo efímero.-
(Cosas intrascendentes)
Hay tantas cosas que son inventadas miles de años antes de que vuelvan a estar de moda, que no merece hacer recuento.
Pero cada época suele sacarlas del arca milenaria, sacudir el aroma incorrupto de la generación de los abuelos y, con mayor o menor fortuna, aplicarlas al presente.
Así el tatuaje, existe como variante de auto mutilación cosmética, y está presente supuestamente desde que el hombre descubrió los pigmentos y la tolerancia de la piel humana ante agresiones mucho peores.
Reducido su campo expresivo a los deseos de sus usuarios, lleva siglos mostrando monigotes propios de la imaginación de un niño perverso que además carece de dotes artísticas. Añadiendo leyendas tan breves e inteligentes como las que hasta hace bien poco se encontraban en los urinarios y en los retretes de carretera. Algo incomprensible y repulsivo, pero que en cierto modo identificaba a sus portadores sirviendo como aviso para navegantes.
Luego volvió la moda y con ella el technicolor y el barroco, el horror vacui que obligaba a los adeptos a emponzoñar cada milímetro de su epidermis, incluso de sus mucosas, con motivos combinados entre los grabados de Gustavo Dore, y los cromos del álbum de Ciencias Naturales y el de la Biblia (La película, `por supuesto) junto a algún viejo catalogo de frutas tropicales. En fin, la vieja profecía de cada temporada que nos anuncia que si creemos que lo hemos visto todo…esperemos un poco mas.
Pero, llegando el tiempo de las flores, nuestro instinto nos dice, o nos insinúa amablemente que, como parte de la animalidad, debemos sufrir los alergenos de las gramíneas y los ardores de la carne. Esto es pura rutina y no admite injerencias intelectuales o, mucho menos, de la voluntad. Tan solo dejar que los estambres y los pistilos glorifiquen su función. Una autentica y repugnante actividad infrahumana según afirma el pedante -y listo- Houellebecq en su penúltima novela. Por tanto no voy a abundar.
Tan solo evocar la explosión anual de la belleza, reprimida durante el invierno, y en sus ardides, modas mediante, para reclamar la atención del macho perezoso o despistado.
Y ha sido uno de esos pequeños e insignificantes detalles, que nos alegran la vida, una de las novedades de la temporada, la que sorpresivamente, ha secuestrado mi atención.
Figúrense que los tatuajes son más visibles en las fechas de poca-ropa, faldas o shorts, escotes imposibles, etc., y por tanto los elementos decorativos sobre la piel atraerán inevitablemente la mirada hacia el continente y quizás a su contenido.
Sorprendentemente los artistas del punzón han mejorado en la elaboración y aplicación de sus plantillas, y sobre todo en su aspecto, en la fidelidad a algún canon estético. Quizás es que ahora puede que hasta tengan estudios, quizás solo han tenido que captar el aire, el espíritu “Zen” que nos domina, e incorporarlo a su quehacer.
Así, hemos podido observar delicados dibujos verticales, estilizadas caligrafías con tipos orientales que adornan los cuellos, la nuca donde dicen los inexpertos, y por tanto optimistas, radica el inefable punto G, y las espaldas de las chicas guerreras. Mas bien de las que la van provocando, porque guerreras lo son todas.
Y es que estaba yo intentando registrarme en el hotel, cuando me encuentro en la terrible tesitura de incorporarme a una de las los colas de la recepción. Ahí donde es tan importante la observación ultrarrápida, el instinto del cazador, como la experiencia, para incorporarse a la fila que va mas rápida, la que tiene menos gente, o ambas cosas, para inmediatamente después comprobar que la elegida, se enlentece primero, se detiene después y amenaza con disolverse para siempre ante los eventos inevitables que me persiguen desde la luna de Enero (La de mi nacimiento. Me cogió de lleno). De manera que me dejé guiar por el azar, estaba lo suficientemente cansado para no repetir los traumas de siempre, y me coloque tras una pareja, joven y un tanto desequilibrada. Un rubio enorme y destartalado que negociaba algo con el recepcionista sobre un plano de la ciudad y una chica morena, una solicita amante sujeta al brazo de su chico que la sujetaba como quien lleva un bolso, dada la diferencia de altura, de tres pies al menos.
Yo tenia delante una espalda femenina, y ciertamente estupenda... Pero es que, enseguida me sentí atraído por la mancha en piel, por el dibujo en cuestión. La línea zigzagueante que surgía detrás de la oreja izquierda y se deslizaba en total armonía con las curvas femeninas, hasta perderse por do más pecado había. Ítem más. Era un texto, un mensaje sin duda, que decía, letra sobre letra, mayúsculas todas:
“Amor para siempre”.
(Cosas intrascendentes)
Hay tantas cosas que son inventadas miles de años antes de que vuelvan a estar de moda, que no merece hacer recuento.
Pero cada época suele sacarlas del arca milenaria, sacudir el aroma incorrupto de la generación de los abuelos y, con mayor o menor fortuna, aplicarlas al presente.
Así el tatuaje, existe como variante de auto mutilación cosmética, y está presente supuestamente desde que el hombre descubrió los pigmentos y la tolerancia de la piel humana ante agresiones mucho peores.
Reducido su campo expresivo a los deseos de sus usuarios, lleva siglos mostrando monigotes propios de la imaginación de un niño perverso que además carece de dotes artísticas. Añadiendo leyendas tan breves e inteligentes como las que hasta hace bien poco se encontraban en los urinarios y en los retretes de carretera. Algo incomprensible y repulsivo, pero que en cierto modo identificaba a sus portadores sirviendo como aviso para navegantes.
Luego volvió la moda y con ella el technicolor y el barroco, el horror vacui que obligaba a los adeptos a emponzoñar cada milímetro de su epidermis, incluso de sus mucosas, con motivos combinados entre los grabados de Gustavo Dore, y los cromos del álbum de Ciencias Naturales y el de la Biblia (La película, `por supuesto) junto a algún viejo catalogo de frutas tropicales. En fin, la vieja profecía de cada temporada que nos anuncia que si creemos que lo hemos visto todo…esperemos un poco mas.
Pero, llegando el tiempo de las flores, nuestro instinto nos dice, o nos insinúa amablemente que, como parte de la animalidad, debemos sufrir los alergenos de las gramíneas y los ardores de la carne. Esto es pura rutina y no admite injerencias intelectuales o, mucho menos, de la voluntad. Tan solo dejar que los estambres y los pistilos glorifiquen su función. Una autentica y repugnante actividad infrahumana según afirma el pedante -y listo- Houellebecq en su penúltima novela. Por tanto no voy a abundar.
Tan solo evocar la explosión anual de la belleza, reprimida durante el invierno, y en sus ardides, modas mediante, para reclamar la atención del macho perezoso o despistado.
Y ha sido uno de esos pequeños e insignificantes detalles, que nos alegran la vida, una de las novedades de la temporada, la que sorpresivamente, ha secuestrado mi atención.
Figúrense que los tatuajes son más visibles en las fechas de poca-ropa, faldas o shorts, escotes imposibles, etc., y por tanto los elementos decorativos sobre la piel atraerán inevitablemente la mirada hacia el continente y quizás a su contenido.
Sorprendentemente los artistas del punzón han mejorado en la elaboración y aplicación de sus plantillas, y sobre todo en su aspecto, en la fidelidad a algún canon estético. Quizás es que ahora puede que hasta tengan estudios, quizás solo han tenido que captar el aire, el espíritu “Zen” que nos domina, e incorporarlo a su quehacer.
Así, hemos podido observar delicados dibujos verticales, estilizadas caligrafías con tipos orientales que adornan los cuellos, la nuca donde dicen los inexpertos, y por tanto optimistas, radica el inefable punto G, y las espaldas de las chicas guerreras. Mas bien de las que la van provocando, porque guerreras lo son todas.
Y es que estaba yo intentando registrarme en el hotel, cuando me encuentro en la terrible tesitura de incorporarme a una de las los colas de la recepción. Ahí donde es tan importante la observación ultrarrápida, el instinto del cazador, como la experiencia, para incorporarse a la fila que va mas rápida, la que tiene menos gente, o ambas cosas, para inmediatamente después comprobar que la elegida, se enlentece primero, se detiene después y amenaza con disolverse para siempre ante los eventos inevitables que me persiguen desde la luna de Enero (La de mi nacimiento. Me cogió de lleno). De manera que me dejé guiar por el azar, estaba lo suficientemente cansado para no repetir los traumas de siempre, y me coloque tras una pareja, joven y un tanto desequilibrada. Un rubio enorme y destartalado que negociaba algo con el recepcionista sobre un plano de la ciudad y una chica morena, una solicita amante sujeta al brazo de su chico que la sujetaba como quien lleva un bolso, dada la diferencia de altura, de tres pies al menos.
Yo tenia delante una espalda femenina, y ciertamente estupenda... Pero es que, enseguida me sentí atraído por la mancha en piel, por el dibujo en cuestión. La línea zigzagueante que surgía detrás de la oreja izquierda y se deslizaba en total armonía con las curvas femeninas, hasta perderse por do más pecado había. Ítem más. Era un texto, un mensaje sin duda, que decía, letra sobre letra, mayúsculas todas:
“Amor para siempre”.
La primera reacción fue de sobrecogimiento, de iluminación sobre el hecho de que una mujer pueda experimentar ese sentimiento, algo absolutamente normal, y decida marcarlo sobre su dorso de manera imborrable. Como que me alegraba la tarde el comprobar que todavía existan pasiones que Cervantes ya creía propias de los libros de la caballería, Luego me puse a pensar que la palabra siempre era demasiado categorica incluso para una chica joven que crea todavía en principes o en ministros azules, y en el mientras, seguia embobado ante la exquisita grafia que de arriba abajo se extendia ante mis ojos, cuando la chica, que debia estar observandome por el ojo extra que tienen las mujeres para ver hacia atrás, o quizas, mas bien, estaba habituada al efecto, a las consecuencias que semejante reclamo ocasionaba en los varones que estuvieran a la distancia apropiada para ser iluminados, la chica giró bruscamente la cara , me miró a los ojos sonriendo, y contestó telepáticamente a mi pregunta.
-¿Qué cuanto es siempre?
-Son treinta minutos y doscientos euros. Ya sabes.- Dijo volviendo la mirada a su posición original.
Bajé los ojos asombrado de mi ingenuidad infinita y estos se posaron inadvertidamente en su extraordinario trasero. Aunque hablando con propiedad, lo que vi. fueron unos pantalones cortos que cerraban por abajo el escote posterior, de un color amarillo fosforescente y de un tejido elástico que se confunde con la superficie de quien lo lleva. Vamos que ese reclamo era sin duda mas eficaz y poderoso que el del idílico tatuaje, el de la promesa eterna y que tan solo mi falta de calculo con las distancias, además de con otras cosas, puede justificar semejante desliz.
Desliz sin consecuencias esta vez. Pero en la selva de la vida, donde a menudo el cazador se convierte en cazado, cualquier error en la percepción, en la observación del conjunto y de la actitud a adoptar, puede conducir a un tremendo chasco.
Afortunadamente la espera fue breve y tenía las reservas en orden.
La estancia, en Oporto, mas que satisfactoria.
La dejaremos para otro día.
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Creo que según un estudio científico, "siempre" duraba como mucho tres años. A partir de ahí sólo queda el cariño. No dijeron si se puede comprar más "siempre" por doscientos euros.
ResponderEliminar"Siempre habrá dinero y putas y borrachos
ResponderEliminarhasta que caiga la última bomba,
pero como dijo Dios,
cruzándose de piernas:
veo que he creado muchos poetas pero no mucha poesía. "
Charles Bukowski