viernes, 30 de octubre de 2009
HOY VAMOS DE HALLOWEEN. OPTIMISTAS.
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De la lucha contra el maligno depende nuestra supervivencia.-
No busquemos en el diablo los signos clásicos de su maldad, cuernos, cola, rubicundez o mal aliento y sonrisa sardónica (simulada), mas bien fijémonos solamente en la corbata.
Aceptemos la convivencia con él, ya que resulta inevitable, porque el demonio forma parte del hombre, no hay que ir a buscarlo en los libros sagrados., ni en el infierno, porque también está entre nosotros.
Aceptemos la defensa contra el mismo, como Sísifo acepta la lucha contra su condena, como algo inevitable y como característica más noble del ser humano, el reconocer como propia e ineludible la pelea cotidiana contra el mal.
Solo así podremos evitar que lo malo, que forma parte de nosotros, se convierta en lo peor.
Por ello hoy, estableceremos una parábola, que tanto gusta a los feligreses, sobre el doping, el fraude deportivo y los ineficaces medios para combatirlo.
Tan viejo como el mundo. Se establecen unas normas de convivencia infranqueables llamadas leyes, se recoge una sanción especifica para el trasgresor, cárcel u hoguera -dejadme ¡Ay!, que yo la prefiera, según Krahe- y se aplica inexcusablemente.
Con tan elemental sistema, la turbamulta esta, también llamada humanidad ha llegado, a trompicones, todo hay que decir, hasta nuestros días.
Sucede que el diablo es listo, por eso sigue existiendo y sigue jodiendonos, y suele encontrar la grieta, la escapatoria necesaria para permitir que los delincuentes, felones ellos, consigan la sentencia exculpatoria cuando no directamente el honor mediático de ser reconocidos como triunfadores por encima del bien y del mal.
No es solo que el mal se adapte a las normas en vigor, sino que usualmente, su equipo de I+D, al que dedica suculentas partidas del botin, lo hace adelantarse a ellas.
El ejemplo de nuestros deportistas es esclarecedor, ya que de deporte estamos hablando.
Cuando las pruebas para detectar determinadas sustancias prohibidas llegan a ser eficaces, ya llevan, generalmente, años, usando otras indetectables. Y cuando las nuevas puedan evidenciarse será porque hay otras, novísimas ellas, en el mercado del tongo.
Observamos, además, dos circunstancias agravantes que, no obstante figuran como eximentes. La primera es la existencia de una figura indirecta, la del proveedor del pecado, del intermediario en el tarugo, del especialista en distribuir los productos prohibidos pero no detectables, y que suele ser además la figura que, convertida en un personaje reconocible de la opera, el malvado, el bajo que siempre impide que el tenor y la soprano acaben en la cama, el malo por antonomasia, que recoge toda la antipatía del espectador y deja escapar al resto, a los que cobraron y desafinaron a la vez.
Los héroes del pantalón corto acaban bajando, indudablemente un escalón en el olimpo, cuando son pillados en falta, pero sus fieles suelen ser compasivos, y sus emolumentos, indebidamente ganados quedan, siempre, a buen recaudo, por encima del bien y del mal.
La segunda, y es aún mas perniciosa, es la exclusión de determinadas y excelsas figuras, bien por la precaución de ser los primeros en dejar de usar la droga obsoleta, o por el dudoso azar de no ser sometidos al test., al juicio de Dios, el día aquel en que se decidió todo. O incluso, peor todavía, por la imposibilidad de desmontar el fraude por los medios de comunicación que lo promovieron, sin el riesgo de resultar estos dañados en el derribo, de tal manera que ciertos dioses siguen en el olimpo con la sospecha universal, y a veces también con la convicción de todos, de que no son lo que parecen ni están donde debieran.
Hasta aquí nada nuevo. A partir de ahora aun menos.
Extrapolemos el fraude deportivo, el de los ciclistas y su afición por las jeringuillas, el de los automovilistas tramposos que llevan décadas manteniendo un circo de pulgas en una caja vacía, o el de las atletas, least but not last, que han pasado del bocata hormonado de la RDA a, simplemente esconder los testículos en el abdomen y pasar por lo que no son. Extrapolemos todo lo anterior a los usos y costumbres de nuestros políticos, con la precaución de no generalizar, de no cubrir con la sombra de la sospecha a aquella mayoría inocente, hasta que no se demuestre lo contrario, es decir hasta que la formula establecida para la detección del nuevo tipo de fraude, que es el mas viejo de todos, ya que aparece en uno de los mandamientos de Moisés, el de no robarás, permita marcarlos y excluirlos del sillón, dándoles tiempo a recoger la cosecha y ponerla a recaudo de curiosos, y sobre todo de envidiosos y rivales.
Y dejando paso a otros que con nuevas técnicas de ocultamiento para los viejos pecados, permitan que siga la función otra temporada más.
Análogamente aparecerá la figura del intermediario, del organizador malvado, del responsable absoluto del desaguisado, que muchas veces no necesita un cargo directo o significativo, tan solo aparecer en segundo plano en los momentos fundacionales de cada nueva cadena de favores.
No es la última coincidencia. También la tercera lo es, la de los héroes, los que acabaron su mandato temporal, y así alcanzaron la gloria, y este es prácticamente el único merito que se les exige, el ser derrotados en la foto finísh de la meta cuatrienal, sin que antes no lo haya impedido ningún juez (de línea, por supuesto). También estos héroes quedarán impolutos por siempre jamás, ya que la historia que ellos mismos reescribieron gustosamente hasta el día de su partida, siempre guarda un párrafo oculto entre capítulos contiguos. “Hoy por ti, mañana por mi”.
Y por si fuera poco, les quedará una futura carrera personal como rapsodas y oradores bienpagaos – bienpagá por un puñao de parné. Que razón tenia Miguel- o directivos de empresas semipúblicas , siempre con la sospecha infundada, de los malpensados, de que nuestros próceres hicieron trampas aquella vez, y alguna mas, por si acaso.
Sin contar con la necesidad de los creyentes, de los que nunca aceptarán la orfandad de líderes, de colores, del equipo de toda la vida, sin el que realmente no importan la justicia, la libertad o incluso la supervivencia. Al fin y al cabo, nadie es perfecto, y la necesidad del creyente es infinita.
De eso se aprovechan usualmente los ministros religiosos, deportivos o políticos para recordarnos que sin ellos no somos nadie, que la humildad, el perdón, la tolerancia y la paciencia son las virtudes que no nos pueden faltar.
Ya veis que todo está atado y bien atado y que toda la parábola anterior no deja de ser el fruto del árbol del delirio de alguien que no llega a entender que la sociedad, la nuestra, tiene medios mas que sobrados para evitar cualquier atisbo de corrupción entre nuestros elegidos, elegidos por nosotros para que nos representen y nos defiendan, y que está perfectamente capacitada para detectar y apartar a los que vayan apareciendo por muy sofisticadas que sean sus técnicas de ocultamiento.
Y que, por muchas formas que adopte el malísimo, este será señalado, juzgado y enviado a la hoguera, para ejemplo de sus discípulos.
¿O no?
Y tengo mas preguntas sin respuesta.
-¿Hasta donde llega la podredumbre?
-¿Será suficiente la tradicional poda de las más que evidentes ramas secas para mantener vivo el arbolito?
-¿El injerto total, con otra variedad diferente - me ha salido un pleonasmo- será quizás la única solución? ¿Toco madera? ¿Hago el signo de la cruz? O ¿Ambas cosas? Lo digo por lo del pleonasmo.
Y para final, la mayor.
-Y de raíces ¿Cómo andamos?
Preguntas bastante facilitas para mis aviesos lectores, pero que a un servidor lo mantienen en un sinvivir.
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