lunes, 16 de noviembre de 2009

ATAVISMOS INCONCLUSOS.-


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Van Morrison, cosecha del 87, Poetic Champion Compose.

Bebida. Más quisiera yo.
Dicen los hijos de Juan Benet que, un vaso de güisqui cada tres páginas. Una botella, un capitulo. Tampoco es eso.

Un pequeño chorro de agua fresca, un torrente de voces continuas, femeninas, coros que sirven como acordes, en continuo fluir entre la armónica, la “Fado Portuguez” de Hohner, cuarenta voces, -que no encuentro en el bolsillo trasero¨, perdida en el recuerdo-, en dialogo con el saxo, presumo tocado por el dueño de la melodía y de la voz prodigiosa, en ritmo de blues lento, de balada interminable.
Una bendición para mis endorfinas, las criaturitas.

Tengo sueños en los que gente acogedora me invita a comer, en su hogar, comida sencilla y sin duda apetecible, y observo que alguien me observa de reojo. Que uno de los anfitriones no puede ocultar su desagrado, su sospecha, o su afirmación de que no merezco esas atenciones, mientras los demás, amables comparten su tiempo conmigo, como si fuese parte indiscutible de la familia.

Y detrás del confort, de la confirmación de que no puedo quejarme del trato que la vida me presta, al menos hasta el momento, la sospecha, la duda, la mirada sombría de quien no puede, o no debe, decir con palabras lo que siente, lo que sabe, y que yo ignoro.

A veces pienso que no es otra cosa que el gesto habitual de un enajenado, de los que responden con una mueca sistemática a todo lo pasa ante su mirada. Otras que no es otra cosa que el reflejo de unas intenciones, posiblemente injustificadas, sobre el interés que le despierta mi persona y que, no me presagia nada bueno.

Las mas, me queda, después de pasar la servilleta bajo el bigote, y dar las gracias por algo que considero gratuito, inmerecido y prueba, exclusivamente, de la generosidad de quien la posee, esa virtud, me queda la sensación, como al protagonista de Bergman, al anciano de Fresas salvajes, de que tengo que pedir perdón a alguien si quiero pasar la prueba, sin saber por qué, ni a quien pedirlo. Y que la etapa no termina hasta que uno no realiza correctamente la ceremonia debida, dar las gracias y pedir perdón.

Quizás sea culpa de las películas. No puede ser bueno ver tantas buenas películas, sin que uno no se contagie de la irracionalidad, de la poesía, de la sabiduría de alguno de sus personajes.
Pero tampoco la explicación me acaba de convencer, no completamente.

Incluso los clásicos, ellos más que nadie, tienden a seguir el desarrollo tradicional del drama, presentación, nudo y desenlace, con tiempos idénticos y con final perfecto, con el cierre del circulo en la apoteosis de la historia, sin que tengan que recurrir jamás a un epilogo aclaratorio, ni mucho menos a una posdata que vuelva a abrir, a dejar inconcluso el hilo inicial, como es mi caso.

Porque yo tengo el hilo en mis manos, el hilo de Ariadna, lo he encontrado en el laberinto, que no es poco. Pero como estoy dentro de él, tengo un hilo entero, no un cabo, con dos extremos que no me indican cual de los dos caminos, incompatibles, debo seguir.

Y así es el sueño, la duda. Y no es la del abuelo que, sospechando que la sangre de su sangre puede que no sea tal, la manda al carajo, a la duda, y es feliz viendo al nieto tropezar una y otra vez, sabiendo que va a levantarse, y que lo seguirá haciendo cuando el tiempo, afortunado, haya cambiado los papeles entre ellos.
La duda es eterna, como supongo viene siendo desde el inicio de los tiempos, la culpa.
Afortunadamente uno sabe que no está solo entre los enfermos con esta patología milenaria.
Sabe que desciende de Caín, y que aunque Abel se las hizo pardas, tiene que cargar con el mochuelo en el hombro por los siglos de los siglos, y que, aunque temporalmente pueda descargarlo, -con la confesión mijito, gran invento-, no hay manera de evitar que vuelva al atardecer, cuando la luz se apaga, y escuchar otra vez el inevitable aleteo, la presión de las garras cerca del cuello y el olor, familiar, de las aves nocturnas.

Quizás los urbanitas, los que vieron su primera vaca a los diez años, los que creen todavía que las palomas son pájaros, o los que nunca han cogido una serpiente con sus manos, no entiendan lo que estoy contando. Quizás ellos tengan otros fantasmas que yo jamás llegaré a conocer y que son la sombra del mismo dolor, de la misma culpa, de la misma duda.

Cuando uno lee a aquellos que lo escribieron antes, y que lo hicieron para siempre, - no todo va a ser cinefilia- comprueba que no hay nada nuevo, nada extraño bajo la cama. Que solo queda adornarlo, al dolor, ponerle un lazo de colores, para hacerlo llevadero, y aprender a pasar página, a asimilar las enseñanzas del capítulo anterior, pasado, e iniciar uno nuevo, donde las dudas y las culpas volverán a estar presentes, y volverán a estar compartidas, asumidas, no superadas porque ello es privativo de dioses, ya que, hasta los semidioses tenían que soportarlas.

Y, de momento, me atrevería a decir que afortunadamente, esa mirada torva, esa sombra justiciera, no es otra cosa que la sal de la vida; y como tal, absolutamente necesaria para motivarme cada jornada en la búsqueda de una solución al enigma, a lo largo de la noche que tengo por delante.

Sucede que acabo de terminar la copa de Morrison. “The mistery”, donde vuelven las voces de las sirenas que llamaban a Ulises, para que no volviese a Ítaca, acompañadas ahora por las cuerdas, los violines que sabiamente dosificados siguen siendo insustituibles a la hora de aflorar sentimientos, y las frases entrecortadas y esporádicas del que nació con un instrumento de viento en las cuerdas vocales, voz con timbre de saxo tenor, que intercala con el soprano que cuelga del cuello.

Entiendo palabras sueltas con las que compongo la letra que quiero, o puedo: cielo, día, dar vueltas, corazón, ahora. Y la guitarra coge la melodía durante unos segundos hasta devolverla a su dueño. Verdad, sueños, dar vueltas, día, a través, cielo, otra vez, libres.

Una bendición para mis endorfinas, las criaturitas.
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3 comentarios:

  1. Who can I turn to
    When no body needs me
    My heart wants to go
    So I must know
    Where my destiny leads me
    With no star to guide me
    No one beside me
    I will go on my way
    And after today
    The darkness will hide me

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  2. Muy fuerte lo de Astilla. Tanto que no me atrevo a traducirlo. Aunque mas o menos viene a decir lo que todos pensamos cuando lo hacemos en inglés.

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  3. Aunque Van Morrison viene diciendolo desde la primera canción. Incluso en las instrumentales se escucha de fondo un bolero. Lo llama blues.

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